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–5– Errores sobre la Providencia divina

–No se olvide decir que Dios es omnipotente.
–Lo diré, sí, en este capítulo y en los siguientes. Si no lo fuera, no podría ser providente. Y Él es el Señor que gobierna la historia, no un mero Espectador.
Comienzo por exponer los errores principales sobre la Providencia, para refutarlos y exponer luego la verdad en su plenitud. Así procede, por ejemplo, santo Tomás en los artículos de la Summa Theologica. Lo blanco resplandece más con fondo negro.

–La fe en la Providencia divina se ha debilitado mucho
Y eso produce cristianos tristes, resentidos, indignados… y a veces apóstatas. Es lógico. Ante los males actuales del mundo y de la Iglesia, quienes han perdido la fe en la Providencia, y están engañados por sus grandes falsificaciones, no pueden menos de estar perdidos, defraudados, amargados, vencidos, exacerbados, y no lo pueden disimular. Se consideran «cristianos adultos», que dejaron la fe en la Providencia, como también cesaron de creer en los Reyes Magos y en los cuentos de hadas. Mundanizados, ya predican el Evangelio, en el que no creen.

–Dios es Rey providente de todo lo creado, grande o chico
Y es la fe en Dios providente la que fundamenta la esperanza y asegura la paz en los creyentes e incluso la alegría. Vayan las cosas como vayan en el mundo y en la Iglesia.
Palabra de la fe: «Dios es el rey del mundo, Dios reina sobre las naciones» (Sal 47,8). «El Señor es rey, y el gobierna a los pueblos rectamente (95,10).
Y atención a esto: Yavé manifestó a Israel esta verdad desde el principio de la Revelación, y con gran claridad y persistencia.
Palabra de Yavé: «Lo que yo he decidido llegará… Si Yavé Sebaot toma una decisión ¿quién la frustrará?» (Is 14,24-27)…. «Lo he dicho y haré que suceda, lo he dispuesto y lo realizaré» (46,11).

* * *
Errores sobre la Providencia
Son innumerables. Señalaré aquí algunos que hoy mantienen mayor vigencia.
1.–Muchos niegan la Providencia sobre lo mínimo
Que el conductor de un coche advierta a tiempo un peligro, que los frenos respondan adecuadamente, que se produzca o se evite un grave accidente, eso «solo depende» de causas segundas: es decir, del conductor, de la resistencia de un material, del cuidado del mecánico que preparó el coche; pero «no depende de Dios» y de su gobierno providente.
Nada, pues, tiene que ver la Providencia divina con que este hombre concreto pase el resto de su vida sano y activo, o tetrapléjico en silla de ruedas.
Así pensaban los grandes filósofos de la antigüedad, como Cicerón lo expresa: «dii magna curant, parva negligunt» (De natura deorum 2): los dioses cuidan de los grandes asuntos, pero no de los mínimos.
Gran error. Es imposible que gobiernen lo mayor si no dominan lo menor.
Con un ejemplo clásico. Que una nación sea durante siglos cristiana o islámica puede decidirse en una gran batalla. Pero ésta puede depender de que aguante la herradura mal puesta del caballo de un mensajero que galopa para buscar la ayuda urgente de un ejército aliado. De la suerte de una herradura puede depender la religión de un imperio durante siglos. Lo mayor puede depender de lo mínimo.
Si el gobierno providente de Dios no alcanza a lo menor, no puede tampoco llegar a lo mayor. Es Cristo quien enseña la verdad, cuando dice a sus discípulos que «no cae en tierra un pajarito sin la voluntad de vuestro Padre» (Mt 10, 29). Deus magna curat et etiam parva.
La moderna teología falsa considera un notable progreso intelectual su propio torpe regreso a la antigua ignorancia de los filósofos. Ya en ella Dios no es el Señor que todo lo gobierna, sino que es reducido a mero espectador distante e impotente de la historia de los hombres y de los pueblos.
Por tanto, ninguna intervención de Dios puede darse –ni debe esperarse o pedirse– en un orden mundano cerrado herméticamente en sí mismo, es decir, encerrado en el juego de sus causas segundas. La oración de petición es, pues, una ingenuidad infantil o senil sin eficacia alguna. La aceptación de lo que sucede –quizá quedarse en una silla de ruedas– no es una docilidad a la voluntad amorosa de un Dios providente, sino resignación estoica a unas circunstancias inevitables. La Biblia y la sana Filosofía enseñan todo lo contrario.

2.– Algunos confunden lo «providencial» con lo «agradable». Y no reconocen la Providencia en los «sucesos malos».
Si en un gran accidente sale ileso el conductor, el cristiano dirá: «providencial: podría haberse matado». Pero tendría que decir lo mismo si de él resultara muerto o quedara para siempre tetrapléjico: «Providencial».
Hoy es prevalente la predicación y la convicción de que nada tiene que ver Dios providente con las cosas malas. Y muy especialmente se rechaza la condición «providencial» y «voluntaria» de la muerte de Cristo en la cruz. Se recupera el error de los antiguos paganos.
Dirán: «¿Cómo calificar de providencial la muerte de un hijo único, atropellado por un conductor criminal? Eso no es providencial, eso es criminal. Y si es providencial, es que Dios o no es bueno –si permite tales cosas–, o no es omnipotente –si no puede impedirlas–».
En tan triste suceso lo más terrible es la negación de la Providencia divina, pues equivale al rechazo y negación del mismo Dios.
Cualquier hecho doloroso –los horrores de la II Guerra Mundial, el sufrimiento de los niños, el hambre de los pobres– es suficiente para que no pocos intelectuales pierdan la fe, si la tuvieron, o se vean reforzados en su ateísmo. Se autorizan a pensar que Dios o es cruel o es impotente, y que por tanto es inexistente.
Si alguna vez, desde el fondo de nuestro dolor, nos atrevemos a «preguntar» a Dios sobre ciertos males, nuestros o ajenos, no lo hagamos en forma acusativa, sino con ánimo filial, en la humildad y en la confianza incondicionada, dispuestos a recibir dócilmente la respuesta o el silencio de Dios. No tiene por qué darnos Él explicaciones sobre cómo gobierna nuestra vida o la del mundo.
En este sentido, decía San Pablo: «¡Oh hombre! ¿Quién eres tú para pedir cuentas a Dios? ¿Acaso la vasija de barro dirá al alfarero «por qué me hiciste así?»» (Rm 9,20)… Si de verdad creemos que la cruz de Cristo es providencial, ya estamos curados de espanto ante todos los males que Él permita, sean lo que fueren.
«Guardémonos de acusar a Dios. Ningún problema habría si Dios hubiera hecho al hombre no-libre, sino necesario, como las piedras, las plantas o los astros; porque, carentes de libertad, cumplen necesariamente las leyes que el Creador ha impreso en ellos: no pueden pecar.
Por el contrario, quiso hacer Dios al hombre a imagen Suya, quiso hacerlo libre, con todos los riesgos y grandezas que ello implica, con posibilidad de méritos admirables y de abominables culpas y crímenes. Pero lo hizo previendo un Redentor que conseguiría que la gracia sobreabundara donde abundaba el pecado (Rm 5,20). Y previendo que «los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros» (Rm 8,18).
Guardémonos bien de mirar con acusación y amargura la Providencia divina, que es con nosotros mil veces más suave de lo que nos merecemos.
«No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas; como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos; como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles; porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro» (Sal 102,10-14).

No intentemos tampoco forzar los planes de la providencia de Dios con oraciones llenas de exigencia, ni con «chantajes» inadmisibles: «Que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos» (Mc 15,32)… Los antiguos judíos, sitiados por los asirios en Betulia, flaqueando en su esperanza, se atrevieron a «emplazar» a Dios: O nos salvas en cinco días o entregamos la ciudad. Pero el Espíritu divino suscitó a una mujer llena de fe y de confianza: a Judit (100 a. Cto.):
«¿Quién sois vosotros para tentar a Dios? ¿Al Dios omnipotente pretendéis poner a prueba?… De ningún modo, hermanos, irritéis al Señor, Dios nuestro, que si no quisiere ayudarnos en los cinco días, poder tiene para protegernos en el día que quisiere o para destruirnos en presencia de nuestros enemigos. No pretendáis forzar los designios del Señor, Dios nuestro, que no es Dios como un hombre que se mueve por amenazas. Por tanto, esperando la salvación, clamemos a él para que nos socorra. Y él escuchará nuestra súplica, si le place hacerlo» (Jdt 8,12-17).

3.– Pelagianismo y semipelagianismo
Predominan hoy en muchos ambientes cristianos formas modernas del pelagianismo, o de su modo suavizado, el semipelagianismo, que se le asemeja no poco. En ambos casos, no se admite fácilmente que un plan de Dios providente dirija la vida del hombre y de las naciones, porque no se cree en la primacía de la gracia.
Se piensa más bien que la línea vital de los hombres, de los pueblos, de la misma Iglesia, es aquella que las opciones libres de los hombres van diseñando. Por tanto, es el hombre, es «la parte humana», la que en definitiva decide lo que ha sido, lo que es y lo que será la vida personal, la del mundo y la de la Iglesia. La misma palabra predestinación, tan importante en la Escritura, en la Tradición y en la teología clásica, prácticamente ha desaparecido de los textos de teología.
Vuelvo al ejemplo de un accidente de coche. Es posible que hoy un párroco o profesor de teología diga que si tal persona se accidentó en su coche, y resultó indemne o quedó parapléjica, nada tienen que ver esas realidades con la voluntad de Dios y con su providencia divina, sino que se deben exclusivamente al error o al acierto del conductor o al fallo mecánico. La misma Pasión de Cristo no es, según eso, cumplimiento de un plan eterno de Dios, anunciado en las Escrituras. Simplemente, Cristo murió porque los poderosos de su tiempo lo mataron. Y punto. Fue así su muerte, como podía haber sido de otro modo.
Estas teologías falsas sobre la Providencia no suelen tener formulaciones sistemáticas y precisas, que chocarían abiertamente con doctrinas dogmáticas de la Iglesia. Pero han sido repetidas con frecuencia por «teólogos de reconocido prestigio», en instituciones y centros de formación católicos y amplificados en libros y artículos de «lectura obligada» para los católicos de nás formación desde hace quizá cincuenta o setenta años. Describiré esos grandes errores en el próximo capítulo.
Por ejemplo, en el Dictionnaire de Spiritualité, iniciado por eminentes jesuitas (Beauchesne 1937 ss), que durante un buen número de decenios mantuvo en sus producciones una alta calidad, tanto en sus voces históricas como en las doctrinales, ya en la voz Providence, expuesta por PierreJuan Labarriére, nos ofrece una teología sumamente débil e imprecisa, por no decir falsa (Beauchesne, París 1986, 12, 2464-2476).
Tratando de la Providencia divina, reduce mucho la fundamentación bíblica, ignora prácticament el Magisterio apostólico, y al parecer «l’intuition centrale de Teilhard», liberté en genèse, le convence más que las doctrinas de San Agustín o de Santo Tomás. «On parlera alors de synergie croisée, c’est-a-dire telle qu’existe entre Dieu et l’homme un réel échange de determination»… Libertad en génesis, sinergia cruzada, intercambio de determinación entre Dios y el hombre... No me pregunten qué quiere decir el autor con esas palabras, porque probablemente ni él mismo sabría explicarlas.
Viene a negar la fe en la Providencia, la fe que fundamenta todo el cristianismo. Fundamenta, efectivamente, la oración de petición, el abandon confiado en Dios, la paz y la esperanza, y es la que conforta en las mayores desgracias. Nos libra de amarguras y desesperaciones, exige el discernimiento de espíritus, nos da a conocer la voluntad concreta de Dios en todo momento, viene expresada e inculcada continuamente en la Liturgia…
Será, pues, necesario que reafirmemos la fe católica en la Providencia de Dios omnipotente, uno de los fundamentos principales de la espiritualidad cristiana. Pero ¿cómo creerán los fieles en la Providencia, «¿cómo la creerán, si nadie les predica?» (cf. Rm 10,14-17). O si positivamente se predica una doctrina contraria a la ortodoxia católica.

4.– Luteranismo
La fe católica contempla siempre la providencia de Dios como una manifestación de su bondad misericordiosa y de su poder. «Sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman, de los que según sus designios son llamados» (Rm 8,28). A esa luz entendió siempre la Iglesia el misterio tremendo de la Cruz de Cristo.
Lutero vió en la Cruz una justicia inexorable de Dios, ajena a su misericordia. Dio a la Pasión de Cristo una interpretación cruel, en la que la justicia divina descargaba sobre Cristo su cólera, estrujándolo en la Cruz con todos los tormentos, y haciendo de él un maldito, que desciende a los infiernos, experimentando la más terrible reprobación de los condenados.
Esta visión de la Pasión, que sólo entiende en ella una implacable compensación penal por los pecados de los hombres, deja a la misericordia divina ausente del misterio de la Cruz, cuando en realidad ella es su manifestación suprema.
En vano citaba Lutero algunos textos de la Escritura para sustentar esta siniestra teología. «Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros maldición, pues está escrito: “maldito todo el que es colgado del madero”» (Gál 3,13). Pura reparación penal.
Pero esta teología de la Pasión nada tiene que ver con la Biblia y la tradición católica. Más relacionada está con las neurosis de Lutero y con su experiencia personal patológica del peso del pecado. También el tétrico Calvino participa de esa misma teología.

Otros hay que, prescindiendo de la Providencia divina, atribuyen simplemente la cruz de Cristo a la voluntad maligna de los poderosos judíos de su tiempo. Niegan, pues, la Palabra de Dios, que explica la Pasión de Cristo en la Biblia como el cumplimiento de un plan de la Providencia divina. «El Señor reina sobre las naciones» con providencia infalible.
Esta secularización de la Providencia, iniciada en el campo del protestantismo liberal, especialmente aplicada al misterio de la Cruz, se enseña hoy en el campo católico con lamentable frecuencia; aunque generalmente en términos ambiguos.
Como he dicho, las teologías anticristianas sobre la Providencia no se manifiestan abiertamente, con formulaciones precisas que nieguen directamente la doctrina católica. Pero se expresan suficientemente. Y toda negación o falsificación de la Providencia, destruye la Catedral de la Fe construida por el Espíritu Santo y la Iglesia. Abandona el cristianismo.

5.– Modernismo «católico»
La falsificación teológica del misterio de la Providencia divina causa los mayores daños cuando trata de la Cruz y de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, causa máxima de la glorificación de Dios y de la salvación de los hombres. Por eso he querido prestar especial atención precisamente a estos errores.
Olegario González de Cardedal
La publicación de su Cristología en la colección Sapientia fidei de la BAC, promovida por la Conferencia Episcopal Española (Madrid, 2001), pone en evidencia que ya hace al menos dos decenios que se difunde ampliamente su errónea interpretación de la muerte de Cristo. Lo recuerdo ahora en relación a las cuestiones de la Providencia divina. Este autor afirma, al parecer, que la muerte de Cristo no es el cumplimiento de un plan divino, anunciado por los profetas y por Él mismo.
«Esa muerte no fue casual, ni fruto de una previa mala voluntad de los hombres, ni un destino ciego, ni siquiera un designio de Dios, que la quisiera por sí misma [sic], al margen de la condición de los humanos y de su situación bajo el pecado. La muerte de Jesús es un acontecimiento histórico, que tiene que ser entendido desde dentro de las situaciones, instituciones y personas en medio de las que él vivió […] Menos todavía fue […] considerada desde el principio como inherente a la misión que tenía que realizar en el mundo […]
«Su muerte fue resultado de unas libertades y decisiones humanas en largo proceso de gestación, que le permitieron a él percibirla como posible, columbrarla como inevitable, aceptarla como condición de su fidelidad ante las actitudes que iban tomando los hombres ante él y, finalmente, integrarla como expresión suprema de su condición de mensajero del Reino»… (pgs. 94-95).
«En los últimos siglos ha tenido lugar una perversión del lenguaje en la soteriología cristiana […] El proyecto de Dios está condicionado y modelado [sic] por la reacción de los hombres. Dios no envía su Hijo a la muerte, no la quiere, ni menos la exige: tal horror no ha pasado jamás por ninguna mente religiosa» (517; cf. ss).
«Sacrificio. Esta palabra suscita en muchos [¿en muchos católicos?] el mismo rechazo que las anteriores [sustitución, expiación, satisfacción].
«Afirmar que Dios necesita sacrificios o que Dios exigió el sacrificio de su Hijo sería ignorar la condición divina de Dios, aplicarle una comprensión antropomorfa y pensar que padece hambre material o que tiene sentimientos de crueldad. La idea de sacrificio llevaría consigo inconscientemente la idea de venganza, linchamiento […] Ese Dios no necesita de sus criaturas: no es un ídolo que en la noche se alimenta de las carnes preparadas por sus servidores» (540-541).
Estamos en pleno terrorismo verbal, al servicio de una ideología teológica falsa. Olegario González –que es, para muchos, «el principal teólogo español del siglo XX», contradice sin duda lo que la Escritura y la Liturgia de la Iglesia dicen con gran frecuencia y claridad.
La Revelación bíblica afirma que judíos y romanos, causando la pasión de Cristo, realizaron «el plan» que la autoridad de Dios «había de antemano determinado» (Hch 4,27-28); de modo que judíos y romanos, «al condenarlo, cumplieron las profecías» (13,27). En efecto, «era necesario que el Mesías padeciera» y diera así cumplimiento a lo anunciado por Moisés y todos los profetas (Lc 24,26-27).
En fin, el profesor Olegario González de Cardedal niega abiertamente aunque con el envoltorio de una mejor comprensión bíblica, soteriológica, lingüistica, incluso psicológica, lo que siempre y en todo lugar han enseñado Padres, Magisterio y Liturgia. Creemos en la condición «providencial» y «voluntaria» de la muerte de Cristo en la cruz. Creemos que Dios, en su amorosa Providencia, quiso permitir que su Hijo padeciera hasta morir en la Cruz para salvarnos de la muerte y del pecado. Y Jesucristo su Hijo aceptó voluntariamente morir en Cruz y así nos amó hasta el extremo.

José Antonio Pagola
Sobre su libro Jesús. Aproximación histórica (PPC, Madrid 2007) escribí en mi blog de InfoCatólica.com varios artículos criticos, los posts (76-79). Y especialmente en el (79) muestro los graves errores que enseña Pagola sobre la Providencia y el misterio de su Pasión y Resurrección de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (27-04-2010). Me limito aquí, para no alargarme, a dar el esquema que allí desarrollé:
(79) La verdad de las Escrituras –IV. José Antonio Pagola. –La última cena ni es pascual, ni instituye la Eucaristía. –Cristo no preconoce su muerte, ni la entiende como un sacrificio de expiación. –La muerte de Cristo no es voluntad de Dios providente. –Los relatos evangélicos de la pasión no son históricos. –Tampoco son históricos los relatos de la resurrección de Cristo, en cuanto al sepulcro vacío y en cuanto a las apariciones del Resucitado. –La Ascensión del Señor a los cielos no es histórica. –El acontecimiento de Pentecostés tampoco.
Como se ve, «el Jesús de Pagola» no es una «aproximación histórica» a Jesús; no es tampoco una «cristología», un estudio teológico. Es una composición ideológica que acumula herejías modernistas, y que contradice la Escritura, la Tradición y el Magisterio, que son las fuentes de las doctrinas de la fe (Vat.II, Dei Verbum 10).

Autores menores
Estos grandes errores sobre la Providencia y otros temas centrales de la fe han sido difundidos en los medios de comunicación comunes, y han influido en no pocos teólogos y escrituristas. Citaré solamente a un autor, que abandonó la Orden franciscana y también el ejercicios del Orden sacramental. En un Domingo de Ramos, justamente, escribió en su blog el artículo La cruz no nos salva (21-IV-2011).
José Arregui. «Hace ya dos mil años que dura el grave malentendido… Nadie explicó nunca por qué Dios exige expiación, ni quién gana con que el culpable expíe. Eso hicimos de Dios, ¡pobre Dios!… ¡Maldita cruz!».

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La negación de la Providencia
La presentación de «la Cruz no providente», que implica la negación del Misterio Pascual, son tesis-basura que pudrieron el nous de no pocos cristianos, dejándolos, en cuanto cristianos, amargados, frustrados, distanciados de la Iglesia; y muchos de ellos fueron a dar en la apostasía.
Otros cristianos, que por gracia de Dios, siendo estos tiempos tan recios, perseveran en la fe, quedaron sin embargo afectados por una deficiente vivencia de la Providencia divina, al no ser ésta predicada y vivida suficientemente en los ambientes pastorales populares. Y por eso sufren tan precariamente los males actuales del mundo y de la Iglesia, con tristeza y amargura, con agresividad y duros juicios. Necesitan urgentemente conocer más y mejor las grandiosas maravillas de Dios providente. A ellos dedico los artículos que siguen.
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Aunque la higuera no echa yemas y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios, mi salvador. El Señor soberano es mi fuerza, él me da piernas de gacela y me hace caminar por las alturas (Hab 3,17-19).