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2. Cómo debemos esperar recibirlo todo del Abad

La guarda de estos bienes, que a los ojos del gran Patriarca son «sagrados», está encomendada al abad; a él toca proveer a los monjes de todo lo necesario, porque es el pastor del rebaño, el padre de familia, «de quien –dice san Benito– el monje debe esperarlo todo» (RB 33): palabra de profunda significación, y que contiene una de las características de nuestra pobreza.
«El monje debe esperarlo todo del abad». Ya que en el acto de la profesión nos despojamos de todo, y nos confiamos en sus manos, por su medio Dios nos dará lo necesario.
Nuestro bienaventurado Padre, al capítulo sobre la pobreza, añade otro titulado: «Si todos deben recibir igualmente lo necesario», y, citando los Hechos de los Apóstoles, dice «que hay que dar a cada uno lo que haya menester». «No que el abad –añade– deba hacer acepción de personas, sino que debe atenerse a las necesidades» (RB 34). Éstas no son matemáticamente iguales; unos necesitan más, otros menos; y como el abad carece de ciencia infusa, menester es exponerle nuestras necesidades con sencillez y confiar en él, que es el padre de la familia monástica. Lo que no procede del abad no viene de Dios; no pretendamos, pues, obtener nada, por mínimo que sea, por otros medios; no seamos diplomáticos para granjearnos, como dice santa Teresa, amigos que nos lo den.
En la vida de santa Margarita María leemos un hecho que muestra cuán grato es a nuestro Señor este modo de esperarlo todo del superior. La Santa tenía revelaciones del Salvador, sobre la conducta que debía guardar su director el P. de la Colombière. Un día en que estaba éste preparándose para pasar a Inglaterra le remitió algunos avisos, entre los cuales había el que sigue: «Tenga cuidado de no sacar el bien fuera de su fuente. Son pocas palabras que dicen mucho: Dios le dará a conocer la aplicación que debe hacerse de esta frase».
Por más que el padre Colombière leyó y releyó el billete, no pudo dar con el sentido, hasta qué algunos días después, el Señor, en la oración, le ilustró acerca de su significado. A causa de la difícil situación en que se encontraba viviendo en un país de persecución religiosa, recibía una pequeña pensión de su familia; aunque tenía el permiso, no pasaba la suma por manos de su superior; y Cristo le dio a entender que no le agradaba este proceder. «Entendí –escribe el padre Colombière– que aquellas palabras contenían mucho, porque conducían a la perfecta pobreza… fuente de gran paz interior y exterior» [Cfr. Vie de la Bienheureuse Marguerite Marie, por Hamon, capítulo VII. Journal des retraites du R. P. de la Colombière, Ed. Desclée, 1896, págs. 164 y 169].
Eso mismo hace a nuestro caso: «Esperarlo todo del padre del monasterio». En todo lo que concierne a la salud, vestido, alimento, las excepciones y todo lo demás, expongamos con sinceridad nuestras necesidades al abad o a sus delegados en esta materia; meditemos las palabras del santo legislador, siempre justas y discretas: «El que necesite menos dé gracias a Dios y no se contriste; el que necesita más humíllese por su debilidad y no se engría por el favor que se le hace». [Qui minus indiget, agat Deo gratias et non contristetur; qui vero plus indiget, humilietur pro infirmitate, non extollatur pro misericordia]. Y concluye con esta sentencia donde resplandece toda su alma. «Así todos los miembros de la familia vivirán en paz» (RB 34). Este es el fruto del desprendimiento: la paz; el alma ya no se inquieta, es toda de Dios.
Para conformarnos perfectamente a este programa, precisamos, es verdad, una gran fe; pero estemos ciertos de que si lo observamos siempre y puntualmente, Dios no nos faltará nunca y el alma gozará de una paz segura, porque todo lo esperará de Aquel que es la felicidad de todos los santos.
En cuanto al abad, debe proveer a todo, y, para que pueda hacerlo, san Benito permite que el monasterio posea; en lo cual el santo Patriarca traza un ideal de pobreza completamente distinto del que ideó más tarde Francisco de Asís. «Un solo espíritu –dice san Pablo– dirige y gobierna a la Iglesia de Jesucristo, mas con múltiples inspiraciones» (cfr. 1Cor 12,4 y sigs.). Son varios también los caminos de la perfección sugeridos por el Espíritu «para la edificación del cuerpo místico de Cristo» (Ef 4,12). Al admirable Pobrecillo de Asís le inspiró una pobreza radical, con que tanto el individuo como el convento se despoja de todo; es fuente inexhausta de gracias para sus hijos. A nuestro santo Legislador le dio, en cambio, otra dirección, también sobrenatural y no menos fecunda. En la orden benedictina el desprendimiento individual es ilimitado, mientras que el monasterio puede tener sus bienes.
Al postulante que se presenta a la profesión, nuestro bienaventurado Padre le propone escoger entre dos medios: «O distribuir sus bienes a los pobres, o cederlos al monasterio, concesión solemne y rodeando la donación con todas las formalidades del derecho» (RB 58). En la opinión de san Benito, el monasterio tiene la facultad de poseer, y la tradición monástica, en conformidad con la Iglesia, ha ratificado este concepto.
Sabemos, por otra parte, cuánto ha contribuido este estado de cosas al esplendor del culto divino en nuestros monasterios, y cómo ha permitido, en el decurso de los siglos, a nuestras abadías aliviar muchas veces con cuantiosos donativos a Jesucristo en sus miembros desheredados. Este empleo de los bienes de la tierra había sido claramente previsto por san Benito.
En lo concerniente a la caridad para con el prójimo mostróse sumamente generoso. En tiempo de carestía manda distribuir a los pobres el poco aceite de que disponía el monasterio, y hace echar por la ventana la vasija de aceite que el mayordomo, a pesar de su mandato, se había reservado; pero Dios recompensó su caridad [San Gregorio, Diálog., l. II, caps. 28, 29] con un milagro.
También sabemos por la vida del Santo que en Monte Casino abundaban las provisiones (RB 29). San Benito, animado del espíritu evangélico, quiere que se socorran incluso las miserias materiales y que se dé acogida en el monasterio a los huéspedes, a los peregrinos y a los pobres (RB 53). Entre los «instrumentos de las buenas obras» pone el de «socorrer a los pobres» (RB 4); y manda al monje administrador de los bienes temporales «que tenga de los pobres especial cuidado» (RB 31). Es evidente que todas estas prescripciones del Santo sólo pueden realizarse si la sociedad monástica dispone de bienes.