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IX. La renuncia de sí mismo

A la compunción sincera deben corresponder actos de renuncia cristiana
Por el plan divino que el eterno Padre nos ha trazado debemos ir a Él siguiendo las huellas de su Hijo Jesucristo: éste plan resume Jesús en esta verdad fundamental: «Nadie viene al Padre sino por Mí» (Jn 14, 6).
Hemos visto cómo la compunción de corazón, fomentando en el alma una habitual detestación del pecado, obra eficazmente en destruir los obstáculos que impiden imitar al divino modelo.
Empero, es menester que estas disposiciones internas se traduzcan en nuestra conducta; que nuestros sentimientos inspiren y regulen nuestras obras. A una compunción sincera deben corresponder en nosotros necesariamente actos de abnegación cristiana. Jesucristo mismo dio esta norma a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24).
Este programa, característico, bajo cierto aspecto, de la mística cristiana, lo adoptó, naturalmente, nuestro bienaventurado Padre en su doctrina, reflejo fiel del Evangelio. En los instrumentos de las buenas obras, antes de particularizar la práctica de la renuncia, nos recuerda el santo Patriarca las mismas palabras del Verbo encarnado: «Renunciarse a sí mismo para seguir a Cristo» (RB 4).
Estudiemos, pues, el camino que siguió Jesucristo para ir tras Él; y si nos parece arduo, pidamos al Señor que nos sostenga, ya que Él es la vida, la verdad y el camino. Él nos dará, por la unción de su gracia todopoderosa, que acertemos a contemplarle como conviene, y le podamos seguir dondequiera que vaya.