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–Bueno, a ver si me voy enterando de quién es este Jesús de Nazaret.
–Con el libro de Pagola le va a ser muy difícil. Permítame que le recomiende el Catecismo de la Iglesia Católica.
El nacimiento de Jesús. Pagola, en su «aproximación histórica» a Jesús, nada nos dice acerca de su nacimiento, como si el tema no tuviera importancia o como si la Iglesia no tuviera documentos históricos ciertos sobre el mismo. Él deja a un lado los evangelios de la infancia, pues no los considera información histórica válida, y se aproxima a Jesús a partir de su bautismo en el Jordán.
«Tanto el evangelio de Mateo como el de Lucas ofrecen en sus dos primeros capítulos un conjunto de relatos en torno a la concepción, nacimiento e infancia de Jesús. Son conocidos tradicionalmente como “evangelios de la infancia”. Ambos ofrecen notables diferencias entre sí en cuanto al contenido, estructura general, redacción literaria y centros de interés. El análisis de los procedimientos literarios utilizados muestra que más que relatos de carácter biográfico son composiciones cristianas elaboradas a la luz de la fe en Cristo resucitado… De ahí que la mayoría de los investigadores sobre Jesús comiencen su estudio a partir del bautismo en el Jordán» (39). Cita a Holzmann, Benoit, Vögtle, Trilling, Rigaux, Laurentin, Muñoz Iglesias y Brown. En seguida vuelvo sobre Laurentin.
Del nacimiento de Jesús no sabemos, pues, nada cierto. No le valen a Pagola los testimonios de Mateo y Lucas, ni le dice nada el prólogo del evangelio de Juan: «el Verbo se hizo carne». Más aún, eliminando los Evangelios de la infancia, suprime la Anunciación del Señor, la Llena-de-gracia, el fiat de la Esclava del Señor, la condición virginal de María, José, Zacarías, Isabel, el Ave María, el Benedictus, el Magnificat y el Nunc dimittis, la Visitación de María, la Natividad de Juan Bautista, la Natividad de Jesús, la Presentación en el Templo, la matanza de los Inocentes, la Epifanía, los Reyes magos, la huída a Egipto… Fuera. «Composiciones cristianas» post-pascuales, sin valor alguno cierto para un historiador científico que estudie a Jesús. Es gravísimo.
Es gravísimo, porque Pagola de este modo elimina el fundamento histórico-bíblico del centro de la fe cristiana: creo en Jesucristo, el Unigénito de Dios, que «nació por obra del Espíritu Santo de María virgen». Esa verdad, esa historia –la parte central del Credo es una historia, antes de ser una doctrina–, con esas mismas palabras, está tomada precisamente de los Evangelios de la infancia que Pagola desecha (Mt 1,20; Lc 1,34-35). El Catecismo de la Iglesia, por el contrario, cree en la historicidad de esos relatos (496).
El testimonio de René Laurentin. En un artículo sobre el Jesús de Pagola, reproduce Luis Fernando Pérez Bustamente la siguiente declaración de Laurentin, teólogo especializado en mariología:
«Me he pasado medio siglo estudiando los Evangelios de la infancia (Mt 1-2 y Lc 1-2, y el resto). Siempre he entrevisto la riqueza de estos Evangelios, nutridos de todo el A. T. … Y, sin embargo, seguía yo seducido por la actitud iconoclasta cultural del ambiente, una actitud procedente del racionalismo liberal: estos primeros capítulos eran leyendas tardías, theologumena, es decir, relatos ficticios fabricados para expresar ideas teológicas entrañables a los creyentes, se repetía. Mis primeros trabajos, que manifestaban la riqueza bíblica de estos Evangelios, consiguieron una amplia estima en el mundo exegético a escala ecuménica. Caracterizaba yo estos Evangelios como midrashim. De ahí se inducía que yo los tenía por fábulas, lo que se ponía en mi activo de progresista. De hecho, yo no me atrevía demasiado a plantear el problema de la historicidad, ampliamente puesto en duda… Fue en 1980 cuando me atreví a abordar el estudio específicamente histórico de estos Evangelios. Con él se disiparon las dudas nocivas… Este retorno a la evidencia ha sido un perjuicio para mi reputación. Me encontré etiquetado de fundamentalista: como autor a desaconsejar».
Desde hace treinta años, no apoya Laurentin la descalificación histórica de los Evangelios de la infancia, sino todo lo contrario.
La Virgen María. En las ocho primeras ediciones de su libro sobre Jesús niega Pagola la virginidad de María. «Los evangelios nos informan de que Jesús tiene cuatro hermanos que se llaman Santiago, José, Judas y Simón, y también algunas hermanas»… Y añade en nota: «Meier, tal vez el investigador católico de mayor prestigio en estos momentos, después de un estudio exhaustivo concluye que “la opinión más probable es que los hermanos y hermanas de Jesús lo fueron realmente”» (43).
En la edición 9ª, vuelve a citar «los estudios de Meier y otros exegetas», que descartan hoy la interpretación más divulgada hasta nuestros días, que habla de «primos o parientes cercanos». Pero añade: «Estas conclusiones hay que situarlas en el contexto de una cultura patriarcal basada en la agnatio (descendencia trazada a través de los varones): en esta cultura, lo único que se afirma cuando se dice que dos personas son “hermanos” es que tienen el mismo padre. La Iglesia católica siempre ha entendido que estos pasajes no se refieren a otros hijos de la Virgen María» (53). Así podemos comprobarlo en lo que el Catecismo dice de la siempre virgen María (499-501).
Según Pagola, María se mantiene distanciada de Jesús durante su ministerio evangelizador. «Llama la atención ver que ninguno de los familiares de Jesús fue seguidor suyo. Solamente después de su muerte, su madre y sus hermanos se unieron a los discípulos (Hch 1,14)» (279). Más aún, él estima que María pensó que su hijo Jesús estaba loco, y que lo más conveniente era hacerle abandonar su ministerio público, y volverse a casa.
Acerca de aquella escena que narra Marcos 3,20-21.31-35, escribe: «de pronto avisan a Jesús de que han llegado su madre y sus hermanos con la intención de llevárselo, pues piensan que está loco. Se quedan “fuera”, tal vez para no mezclarse con ese grupo extraño que rodea a su pariente». Y añade en nota: «El episodio ha sido retocado en la comunidad cristiana, pero conserva sustancialmente su núcleo histórico. Después de Pascua, ningún cristiano se hubiera atrevido a inventar que Jesús había sido tenido por loco por su propia madre» (226). Pero Pagola, al parecer, se queda con la apreciación primitiva del episodio, la todavía «no rotocada por la comunidad cristiana», pues sigue diciendo más adelante: «En un determinado momento, su madre y sus hermanos vinieron para llevárselo a casa, pues pensaban que estaba loco» (282).
El Vaticano II afirma, por el contrario, que «la unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación» se manifiesta continuamente (LG 57). Y desde el nacimiento, hasta la Cruz y Pentecostés, pasando por Caná, el Concilio va contemplando esa unión profunda en los diversos misterios de la vida del Salvador (55-59).
Jesús, buscador de Dios, discípulo del Bautista. En su aproximación histórica, no alcanza Pagola a discernir en Jesús la divinidad que confiesa la fe católica. Jesús es un hombre, muy perfectamente unido a Dios por el amor y la fidelidad, pero un hombre. El título del capítulo 3 es bien expresivo: «Buscador de Dios».
«Jesús vivió un período de búsqueda antes de encontrarse con el Bautista» (63). «Todo lleva a pensar que busca a Dios como “fuerza de salvación” para su pueblo… Jesús no tiene todavía un proyecto propio cuando se encuentra con el Bautista. Inmediatamente queda seducido por este profeta del desierto… Es sin duda, el hombre que marcará como nadie la trayectoria de Jesús» (64). En ese encuentro del Jordán se producirá «la “conversión” de Jesús… Para Jesús es un momento decisivo, pues significa un giro total en su vida» (73-74). «Jesús quiere concretar su “conversión”, y lo hace tomando una primera determinación: en adelante se dedicará a colaborar con el Bautista en su servicio al pueblo» (75).
Pero si nada cierto sabe Pagola acerca de Jesús antes de su bautismo, ¿cómo puede afirmar que Él experimentó «un giro total en su vida» al encontrarse con Juan? ¿Conoce, acaso, Pagola qué pensaba y qué quería Jesús antes de ese encuentro?… Sería bueno que nos comunicara las fuentes históricas que le permiten darnos esa información. Tampoco alcanzamos a saber cómo Pagola, en su «aproximación histórica» a Jesús, llega a conocer que se hizo discípulo de Juan el Bautista. No podemos menos de sospechar que ambas afirmaciones son «creaciones» ideológicas suyas, sin base histórica alguna:
«Jesús no solo acogió el proyecto de Juan, sino que se adhirió a este grupo de discípulos y colaboradores» (76). «Jesús comenzó a verlo todo desde un horizonte nuevo» (78). Vuelto a Nazaret, sorprende a todos su cambio. «Aquel Jesús no era el que habían conocido» (279).
Benedicto XVI, en su Jesús de Nazaret, advierte que «una amplia corriente de la teología liberal» afirma este cambio profundo y brusco de Jesús en el Jordán. Y añade: «pero nada de esto se encuentra en los textos. Por mucha erudición con que se quiera presentar esta tesis, corresponde más al género de las novelas sobre Jesús que a la verdadera interpretación de los textos» (46-47).
La divinidad de Jesús. Pagola rehuye sistemáticamente aquellos textos del Nuevo Testamento que más claramente expresan la divinidad de Jesús. No le interesa saber que Jesús se dice «anterior a Abraham», «Señor del sábado», capaz de «perdonar los pecados» y de alimentar a los hombres como «pan vivo bajado del cielo». No recoge la palabra de Cristo cuando dice que Él es «venido del Padre», y que el Padre y Él son «una sola cosa», o cuando afirma «Yo soy». Podemos apreciar justamente el rigor metodológico de Pagola si consideramos, por ejemplo, cómo se autoriza a ignorar los anuncios que Jesús hizo de su pasión.
Él mismo advierte en el Anexo 4 de su libro que entre los varios criterios de historicidad tienen especial fuerza el «criterio de testimonio múltiple» y el «criterio de dificultad». Pues bien, en los tres anuncios que hace Cristo de su pasión, primero (Mc 8,31-33; Mt 16,21-23; Lc 9,22), segundo (Mc 9,30-32; Mt 17,22-23; Lc 9,43-45) y tercero (Mc 10,32-34; Mt 20,17-19; 18,31-34), se da el criterio histórico del testimonio múltiple y coincidente. Pero además, en segundo lugar, se da también el criterio de dificultad, ya que es impensable que los evangelistas, conociendo la suma veneración que los cristianos primeros tenían por los Apóstoles, se atrevieran a inventar unos relatos, no acontecidos, que los dejan en una posición tan lamentable: ellos «no entendieron nada de lo que Él decía, y no se atrevían a preguntarle». Y Simón Pedro, el más prestigioso, recibe de Cristo estas palabras durísimas: «¡apártate de mí, Satanás! Tú piensas según los hombres, no según Dios».
Estas escenas, pues, tienen una garantía absoluta de historicidad. Pero Pagola no lo estima así, y en su aproximación histórica a Jesús ignora por completo esos tres anuncios de la pasión. Sencillamente, no encajan en su ideología sobre Jesús, pues si mostrase que Él pre-conocía su muerte y que la anunciaba con toda seguridad a sus discípulos, haría con eso demasiado manifiesta la realidad de su personalidad divina. Consiguientemente, esos textos no son históricamente válidos. Los omite, pues, tranquilamente, para poder darnos en cambio una descripción muy diversa del estado de ánimo de Jesús ante la proximidad de su muerte, como en seguida veremos.
Omite Pagola igualmente, como ya sabemos, todos los más altos textos del Nuevo Testamento sobre la majestad divina de Cristo. Ignora, por ejemplo, el prólogo de San Juan: «el Verbo era Dios, Él estaba desde el principio en Dios, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. Hemos visto la gloria del Unigénito del Padre. Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, ése nos lo ha dado a conocer». El rigor científico de su estudio histórico sobre Jesús no le permite tampoco conocer y reconocer los grandiosos himnos cristológico-litúrgicos de San Pablo, de mediados del siglo I, como los de Filipenses, Colosenses, Efesios; o el comienzo sobrecogedor de la carta a los Hebreos.
Jesús es «Buscador de Dios» (cp. 3), es «Creyente fiel» (cp. 11). Habla Pagola muchas veces de Jesús como de un creyente fiel, pues «también él tiene que vivir de la fe» (456). Sin embargo, por mucho que investiguemos en las fuentes históricas sobre Jesús no hallamos nunca texto alguno en el que se afirme que Jesús «creía» en Dios. Hallaremos, por el contrario, afirmaciones de que Jesús ve al Padre y da testimonio de lo que ve (Jn 1,18; 3,11; 6,46). Más aún, encontraremos que Cristo exige fe en su propia persona: «creéis en Dios, creed también en mí» (Jn 14,1). Él se aplica incluso las palabras que Dios dice de sí mismo: «Yo soy» (Jn 8,24.28.58), y llega a afirmar: «si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados» (Jn 10,33). Por eso los judíos, que no eran tontos, entendían bien en qué sentido hablaba de sí mismo Jesús, y por eso pretendían matarlo: «tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios» (Jn 10,33).
Pagola, hablando de Jesús, del «creyente fiel», alude con mucha frecuencia a «su profunda experiencia de Dios» (473). Y como advierte al tratar de la condena a muerte del Señor, «en ningún momento manifiesta pretensión alguna de ser Dios» (379).
En la edición 9ª, retira Pagola esa frase, pero deja escrito que «Jesús nunca se pronunció abiertamente sobre su persona» (391). Y sigue afirmando que «aunque, según el relato, Jesús es condenado por “blasfemo” al haberse proclamado Mesías, Hijo de Dios e Hijo del hombre, la composición de estos tres grandes títulos cristológicos que constituían el núcleo de la fe en Jesús, expresada en el lenguaje cristiano de los años sesenta, nos está indicando que estamos ante una escena que difícilmente puede ser histórica. Jesús no es condenado por nada de esto» (391).
Ateniéndonos a Pagola, tendremos, pues, que dejar a un lado los intentos homicidas de los judíos contra Cristo, porque «decía a Dios su Padre, haciéndose igual a Dios» (Jn 5,18). Y habremos de renunciar también a la historicidad de aquellas terribles frases: «Ha blasfemado. Vosotros habéis oído su blasfemia. Y ellos dijeron: es reo de muerte» (Mt 26,65-66). En fin, el libro de Pagola tiene 542 páginas; y es cierto que en algunas pocas dice que «Jesús es la encarnación de Dios», el «hombre en el que Dios se ha encarnado» (7). También afirma que
«Para los cristianos, Jesús no es un “dios griego”. Proclamarlo “Hijo de Dios” no es una apoteosis como la que se cultiva en torno a la figura del emperador. Es intuir y confesar el misterio de Dios encarnado en este hombre entregado a la muerte solo por amor. Jesús es verdadero hombre; en él ha aparecido lo que es realmente ser humano: solidario, compasivo, liberador, servidor de los últimos, buscador del reino de Dios y su justicia… Es verdadero Dios; en él se hace presente el verdadero Dios, el Dios de las víctimas y los crucificados, el Dios Amor, el Dios que solo busca la vida y la dicha plena para todos sus hijos e hijas, empezando siempre por los crucificados» (460).
Sin embargo, son tantas las páginas en las que omite o niega Pagola los fundamentos bíblicos histórico-textuales en los que se apoya la enseñanza de la Iglesia sobre la divinidad de Jesucristo, que esas pocas frases no logran hacernos creer que su presentación de Jesús sea conforme con la genuina fe católica. El Jesús que muestra Pagola en su extenso libro, el «discípulo del Bautista», «buscador de Dios», «creyente fiel», el hombre que tiene «profunda experiencia de Dios», y en el que está presente Dios de modo muy especial, podría ser aceptado sin dificultades mayores por los arrianos (s. IV), por los nestorianos (s. V) o por los adopcionistas (s. IX).
Pero debe ser rechazado totalmente por los católicos, que confesamos a Jesús, proclamándolo «un solo Señor Jesucristo, nacido del Padre antes de todos los siglos, por quien todo fue hecho, que por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre».