Descarga Gratis en distintos formatos
–¿Al menos respetará la presencia real eucarística, no?
–No, hijo, no. La explica de modo inconciliable con la doctrina de la Iglesia.
Comento ahora el libro de Dionisio Borobio, Eucaristía, publicado en la BAC, en la colección de manuales de teología Sapientia Fidei, nº 23, Madrid 2000, 425 páginas, promovida por la Conferencia Episcopal Española.
El profesor Dionisio Borobio nace en Soria el año 1938. Formado en el Seminario de Bilbao, es sacerdote diocesano de Bilbao desde su ordenación en 1965.
Estudia en la Universidad Gregoriana, se doctora en liturgia en el Pontificio Ateneo San Anselmo, y es licenciado en filosofía por la Universidad Complutense. Ha sido profesor de la Universidad de Deusto, Bilbao, y hasta noviembre de 2009, catedrático de Liturgia y Sacramentos en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca. Es autor de una abundante bibliografía.
El manual Eucaristía del profesor Borobio contiene no pocas páginas que son valiosas en la consideración bíblica, litúrgica y teológica de algunos temas. Pero también contiene errores graves. En forma alguna, pues, debe difundirse, y menos ofrecerse como un manual de teología católica.
La transubstanciación. Para el profesor Borobio la explicación de la presencia sacramental de Cristo «per modum substantiæ» es un concepto que, aunque contribuyó sin duda a clarificar el misterio de la presencia del Señor en la eucaristía, «condujo a una interpretación cosista y poco personalista de esta presencia» (286).
En la «concepción actual» de sustancia [¿cuántas concepciones actuales habrá de substancia?], en aquella que, al parecer, Borobio estima verdadera, «pan y vino no son sustancias, puesto que les falta homogeneidad e inmutabilidad. Son aglomerados de moléculas y unidades accidentales. Sin embargo, pan y vino sí tienen una sustancia en cuanto compuestos de factores naturales y materiales, y del sentido y finalidad que el hombre les atribuye: “Hay que considerar como factores de la esencia tanto el elemento material dado como el destino y la finalidad que les da el mismo hombre” (J. Betz)» (285).
Paupérrima filosofía. Si se parte de una filosofía de la substancia tan errónea y precaria, parece evidente que un cambio que afecte al destino y a la finalidad del pan y del vino en la Eucaristía (transfinalización-transignificación) equivale a una transubstanciación.
«Para los autores que defienden esta postura (v. gr. Schillebeeckx) es preciso admitir un cambio ontológico en el pan y el vino. Pero este cambio no tiene por qué explicarse en categorías aristotélico-tomistas (sustancia-accidente), sometidas a crisis por las aportaciones de la física moderna, y reinterpretables desde la fenomenología existencial con su concepción sobre el símbolo. Según esta concepción, la realidad material debe entenderse no como realidad objetiva independiente de la percepción del sujeto, sino como una realidad antropológica y relacional, estrechamente vinculada a la percepción humana. Pan y vino deben ser considerados no tanto en su ser-en-sí cuanto en su perspectiva relacional. El determinante de la esencia de los seres no es otra cosa que su contexto relacional. La relacionalidad constituye el núcleo de la realidad material, el en-sí de las cosas» (307). Sic. Qué espanto.
Con qué razón decía San Pablo de ciertos falsos doctores: «en realidad no saben lo que dicen, ni entienden lo que dogmatizan» (1Tim 1,7). Apoyándose, pues, el autor en esta pésima metafísica, explica de muy mala manera la transubstanciación del pan y del vino, y la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Intenta convencernos de que en la transubstanciación «las cosas de la tierra, sin perder su consistencia y su autonomía, devienen signo de esa presencia permanente», sin perder «nada de su riqueza creatural y humana» (266). O sea que el pan y el vino siguen siendo pan y vino, no pierden su realidad creatural, pero puede hablarse de transubstanciación, porque en la Eucaristía han cambiado decisivamente su finalidad y significado.
Esta explicación filosófica-teológica no es conciliable con la fe de la Iglesia tal como la expresa, por ejemplo, Pablo VI en la encíclica Mysterium fidei (1965). El Papa dedica precisamente su encíclica a rechazar éstos y otros errores:
«Cristo se hace presente en este Sacramento por la conversión de toda la substancia del pan en su cuerpo, y de toda la substancia del vino en su sangre; conversión admirable y singular, que la Iglesia católica justamente y con propiedad llama transubstanciación […] Realizada la transubstanciación, las especies de pan y de vino adquieren sin duda un nuevo significado y un nuevo fin, puesto que ya no son el pan ordinario y la ordinaria bebida, sino el signo de una cosa sagrada. Pero adquieren un nuevo significado y un nuevo fin en tanto en cuanto contienen una “realidad” que con razón denominamos ontológica. Porque bajo dichas especies ya no existe lo que había antes, sino una cosa completamente diversa, y esto no únicamente por el juicio de fe de la Iglesia, sino por la realidad objetiva, puesto que, convertida la substancia o naturaleza del pan y del vino en el cuerpo y en la sangre de Cristo, no queda ya nada del pan y del vino, sino las solas especies. Bajo ellas, Cristo, todo entero, está presente en su “realidad” física, aun corporalmente, aunque no del mismo modo como los cuerpos están en un lugar» (nn. 26-27).
¿Cómo conciliar la explicación de Borobio sobre la transubstanciación con la fe de la Iglesia católica? No se esfuercen: es imposible, no hay modo. O aceptan ustedes en la fe la doctrina eucarística de la Iglesia, o siguen la del doctor Borobio y la de algunos otros «teólogos» compañeros suyos: hay muchos. La especulación filosófica-teológica que propone el autor sobre la presencia de Cristo en la Eucaristía no prescinde sólamente de la explicación aristotélico-tomista de ese misterio, como él dice, sino que contradice abiertamente la doctrina católica, la de siempre, la que han vuelto a exponer la Mysterium fidei y el Catecismo de la Iglesia Católica (nn.1373-1377); la misma que, por ejemplo, ya en el siglo IV exponía, casi con iguales términos, San Cirilo de Jerusalén, que no empleaba las categorías aristotélico-tomistas.
La Eucaristía como sacrificio de expiación. Reconoce Borobio «el sentido sacrificial de la vida y muerte de Cristo», un sentido que viene afirmado «en el Nuevo Testamento, al menos en Pablo y Hebreos» (245). Y enseña, por tanto, el carácter sacrificial de la Eucaristía. Pero…
«en todo caso, hay que entender este carácter sacrificial de la cena a la luz del sentido sacrificial salvífico que Jesús dio a toda su vida, es decir, como un acto de servicio último y de entrega total en favor de la humanidad, y no tanto en sentido expiatorio» (244-245). «La tendencia más amplia hoy es a reconocer un cierto carácter expiatorio en la muerte de Cristo, pero superando una interpretación victimista, como castigo o venganza de un Dios cruel, como pena impuesta por un Dios justiciero capaz de castigar a su propio Hijo con la muerte…, lo que correspondería más bien a una imagen arcaica y megalómana de Dios» (268).
Ya estamos otra vez con el terrorismo verbal y el lenguaje deliberadamente ambiguo: «la concepción actual de sustancia», «no tanto», «un cierto», «superando»… Aquí habría de denunciar, como ya lo hice en el artículo anterior (52), la perversión del lenguaje teológico, la calidad conceptual y verbal sumamente precaria de estas exposiciones pseudoteológicas, la inutilización del lenguaje de la fe católica, suscitando contra él en sacerdotes y pueblo alergias que nunca antes se habían sufrido. ¿Cómo es posible hablar seriamente de «un cierto carácter expiatorio» en la muerte de Cristo, siempre, claro está, que no implique considerarle como «víctima» ofrecida para nuestra salvación? ¿A qué viene hablar de «un Dios cruel, capaz de castigar a su propio Hijo con la muerte», cuando se está hablando de un Padre infinitamente bondadoso, que tanto amó al mundo que nos entregó a su Hijo único, primero en Belén y finalmente en el Calvario?…
La Iglesia Católica, sencillamente, cree y confiesa con un lenguaje secular bien claro que la pasión de Cristo, y por tanto la Eucaristía que la actualiza, es –es– un sacrificio de expiación por el pecado, y que Cristo es en él la víctima pascual sagrada, entregada por el Padre con un amor infinito. Y que ésta ha sido la admirable economía de la gracia que ha querido la santísima Providencia divina, tal como ha sido revelada y anunciada desde antiguo.
Hoy la Iglesia, concretamente en su nuevo Catecismo, enseña como siempre, sin reticencias ni concesiones diminutivas, el carácter expiatorio de la pasión de Cristo y de la Eucaristía. Toda la Escritura –mucho más que «Pablo y Hebreos»–, así lo revela y así los expresa. Y los mismos Evangelios sobre la Cena afirman de modo patente ese sentido expiatorio –«el cuerpo que se entrega, la sangre que se derrama por muchos, para remisión de los pecados» (cf. Catecismo n. 610). En efecto,
«Jesús, por su obediencia hasta la muerte, llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente, que “se dio a sí mismo en expiación”, “cuando llevó el pecado de muchos”, a quienes “justificará y cuyas culpas soportará” (Is 53,10-12). Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Trento: Denzinger 1529)» (Catecismo 615; cf. 616).
Eucaristía y penitencia. Otros temas del libro Eucaristía del profesor Borobio son discutibles, como el que dedica al perdón de los pecados en La Eucaristía, gracia de reconciliación (356-374). Pero, obviamente, no conviene enseñar opiniones discutibles en un manual de teología. No discutiré aquí las autoridades aducidas en este tema por el autor –Santo Tomás, Trento, Vaticano II, etc.–, lo que obligaría a análisis muy prolijos; pero sí señalo la notable inoportunidad de estas páginas. Cuando es sabido que en tantas Iglesias locales los fieles hace ya años comulgan, pero no confiesan, poner hoy el énfasis en un manual de teología en el poder de la Eucaristía para perdonar los pecados, y no insistir en la necesidad del sacramento de la Penitencia, es una grave imprudencia.
En conclusión. Las ambigüedades y errores de esta obra la distancian de la doctrina católica, y hacen que sea inaceptable como manual de teología católica sobre La Eucaristía.
Ahí tienen ustedes la doctrina eucarística que se pretende, o se pretendía, inculcar en seminaristas, sacerdotes, religiosos, catequistas y pueblo cristiano de habla hispana. Y que ha sido asimilada y difundida por muchos…
«Quousque tandem abutere, N. N., patientia nostra?»…
Reforma o apostasía.