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El Señor quiere y puede movilizar a los católicos para la política

–Muchas repeticiones. Esto se va pareciendo al Bolero de Ravel.
–Si su cultura musical no fuera tan limitada, habría reconocido en el fondo de esta serie de artículos las Variaciones Goldberg, aria con 30 variaciones, para clavicémbalo, de Juan Sebastián Bach (BWV 988, 1741-1742). De todos modos, ya falta menos para el final de la serie.

–El Espíritu Santo quiere y puede renovar la faz de la tierra, pero el Padre de la mentira se empeña en paralizar en la Iglesia las misiones, la educación, la pastoral y la actividad política de los católicos. Las misiones, dejando la evangelización, la missio, derivarán al diálogo interreligioso y la acción benéfica filantrópica (13). La educación católica se irá apagando en la mayoría de colegios, escuelas y universidades católicas, perdiendo fuerza evangelizadora y apologética. La acción pastoral alcanzará solo a una décima parte de los bautizados, y en forma muy débilmente evangelizadora. Y en ese mismo cuadro de situación espiritual, la acción política de los católicos también desfallecerá, hasta desaparecer prácticamente en Occidente, de tal modo que las Iglesias locales, sin apenas lucha, permitirán que sean los hijos de las tinieblas quienes gobiernen y configuren legalmente las naciones antes cristianas, ahora mayoritariamente apóstatas.

Va todo unido. Es un desfallecimiento de Pastores y fieles en la fe, la esperanza y la caridad (104, 109, 117). Una Iglesia creciente confiesa a Cristo: «nosotros creemos, y por eso hablamos» (2Cor 4,13), pues de «de la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12,34). Una Iglesia decreciente, por el contrario, apenas lo confiesa: «nosotros dejamos de creer, y por eso dejamos de hablar»… Reforma o apostasía.

–Cometen un grave error los Pastores y laicos que procuran mantener la desmovilización política de los católicos. No hablo de aquellas personas, congregaciones y grupos que no están llamados por Dios a una acción política directa (119). Hablo de quienes positivamente frenan la acción política organizada y confesional de los católicos. Ya sabemos que muchos de quienes así obran, Pastores y laicos, son buenos cristianos. Pero también sabemos que en materia política piensan más según el mundo que según la doctrina política de la Iglesia. A causa de la sobreabundante ideología falsa difundida durante el postConcilio y contra el Concilio, están errados, y en no pocos casos su desvarío es una ignorancia invencible.

La Iglesia ha enseñado siempre, sobre todo en los últimos dos siglos, también en el Vaticano II, que los laicos –los llamados a ello– deben coordinar eficazmente sus fuerzas para actuar en la vida política (LG 36), de tal modo que, guiados por su pericia y bajo su responsabilidad, han de entregar sus vidas para «lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena» (GS 43; cf. AA 7). Es un ideal formidable: traer la salvación de Cristo al mismo orden temporal presente. Y la verdad de este Magisterio apostólico se ve comprobada, sensu contrario, por la experiencia histórica de los últimos decenios, en los que a causa principalmente de la mala doctrina vienen siendo continuos los avances de los hijos de las tinieblas y los retrocesos de los hijos de la luz.

Si un ejército del Enemigo asedia la ciudad y el Rey cristiano llama a las armas, traiciona a su Rey el pueblo si no acude, alegando que la acción armada enemiga no tiene por qué ser resistida y superada por otra acción armada, sino que basta con luchar con las armas de la espiritualidad, la oración y las actividades sociales y culturales. Ese pacifismo suicida equivale a entregar el dominio de la ciudad al Enemigo, y al mismo tiempo condena al Rey al exilio o a la muerte.

Objetivamente, colaboran con el Enemigo, aunque no lo pretendan, aunque sean eclesiásticos y laicos excelentes, aquellos que durante decenios, transformando la hipótesis coyuntural en tesis doctrinal,

–enseñan que los políticos cristianos, en principio, deben en nuestro tiempo diseminarse entre los partidos seculares ya existentes, causando así su dispersión y anulación total práctica (119);

–aquellos que orientan en política al pueblo cristiano hacia un malminorismo crónico, que puede durar muchos años, un época, hasta llegar al peor malmayorismo (100);

–igualmente aquellos que propugnan en la Iglesia un apoliticismo sistemático (119), y excluyen los partidos confesionales (121), afirmando que hoy en Occidente solo es posible y conveniente, en el combate contra las fuerzas del Mal, la acción apostólica y orante, prepolítica, social y cultural, pero no la acción directamente política de los cristianos, organizada y militante.

–El catolicismo liberal no quiere que las fuerzas católicas se organicen para un directo combate político con el mundo. No quiere en modo alguno enfrentarse con el mundo actual, «con la civilización moderna» (Syllabus, prop. 80, Bto. Pío IX, 1864), pues más o menos se identifica con ella. Pastores y laicos, unidos en un mismo error, no quieren combatir en política con los hijos de las tinieblas. Como si reconocieran su derecho a gobernar las naciones, dirigidos por el Príncipe de este mundo, y no por Cristo Rey, el Salvador del mundo.

Si Pastores y laicos en una nación no quieren arriesgar sus vidas en un combate frontal contra el mundo laicista, entonces no es posible librar ese combate. Pero no posible precisamente porque no lo quieren. Es muy duro entrar en batalla, sufrir persecuciones y golpes, bajar de situación económica, contraponerse con el mundo vigente, y a veces con una buena parte de la misma Iglesia. Es mejor aceptar la derrota, sin presentar batalla. Y mejor aún es entender la derrota como victoria, como superación de épocas anteriores oscurantistas, marcadas por el enfrentamiento entre el Reino y el mundo. Se avergüenzan del mismo término Iglesia militante. Estiman, pues, que si alguno convoca al combate, es más prudente no acudir a la guerra: «¡todo el que sienta celo por la Ley y quiera mantener la Alianza, que me siga! Y huyeron él y sus hijos a los montes, abandonando cuanto tenían en la ciudad» (1Mac 2,27-28). No, no están por la labor.

La justificación ideológica de ese pacifismo cobarde, que traiciona a Cristo Rey, vendrá después necesariamente. De elaborarla se encargarán el liberalismo y sus variaciones modernistas y progresistas. Así lo advierte Francisco Canals Vidal:

«Los equívocos, tal vez consentidos o encubiertos más o menos conscientemente, entre el pensamiento político-social “moderno” y la doctrina católica sobre lo que León XIII llamaba “la constitución cristiana de los Estados”, ha contribuido al debilitamiento gradual, y cada vez más acelerado, de cualquier actitud coherente con el imperativo de que puedan regir en la vida pública y en la privada “las enseñanzas, los preceptos y los ejemplos de Cristo” […]

«Desde los comienzos de la corriente católico-liberal, se ha dado reiteradamente la paradoja de que, invocando que “el catolicismo no se puede identificar con un partido político”, se ha llegado a la conclusión de la práctica obligatoriedad de la actitud liberal y demócrata-cristiana […] El trágico abuso del Concilio Vaticano II, que se ha invocado para negar todo lo que no se ha sabido leer en él, y desde luego todo el Magisterio anterior [en estas materias], ha servido de acelerador de la espantosa decadencia de la doctrina ortodoxa en la teología y de la seriedad y vigor moral en las costumbres privadas, familiares y políticas […]

«El fruto más amargo de aquel abuso gravísimo del Concilio Vaticano II, por el que no sólo se ha tomado el nombre de Dios en vano, sino que se le ha invocado sacrílegamente para hacer olvidar a grandes multitudes de fieles principios inamovibles que habían sido reiterada y enérgicamente afirmados en el Magisterio Pontificio, y que nunca han sido, no podían ser, contradichos o deformados, ha sido esta generalizada pérdida de energías cristianas.

«La falta de atención a principios obligatorios para la conducta práctica católica en la vida social y política ha privado a los cristianos de la virtud de la fortaleza, virtud necesaria en los “confesores de la fe” y en los mártires o testigos de la fe. […Debemos] apoyarnos en la intercesión de los mártires españoles de la gran persecución religiosa que se inició en 1934 y duró hasta 1939, para que se vea firme en nosotros la confianza en el Sagrado Corazón de Jesús, y se renueve con eficiencia práctica en nuestra vida la esperanza en su reinado en España y en el mundo» (Reflexión teológica sobre la situación contemporánea, revista Verbo nº 371-372, ener-febr. 1999).

–Los partidos malminoristas de falsa inspiración cristiana exigen el apoyo de los católicos, invocando el principio del «voto útil». Los católicos malminoristas piensan y dicen que votar por aquellos mínimos partidos que hoy en Occidente mantienen realmente los grandes principios de la doctrina política de la Iglesia sería «inútil», como depositar el voto en la basura. Ellos quieren votar por un partido que, solo o en coalición con fuerzas del Enemigo, tenga próximas posibilidades de triunfo. De ningún modo quieren estar en la oposición, es decir, en el desvalimiento de los grandes poderes mediáticos, económicos e internacionales. Ellos elaboran programas políticos que sean capaces de captar a las mayorías, y para conseguirlo incluyen la producción o el mantenimiento de leyes como la del aborto. Por nada del mundo quieren quedarse en el sehol de la oposición.

Y cuando el pueblo sigue esa orientación perversa es cuando realmente deposita su voto en la basura. Cae así en la tentación diabólica que fue vencida por Cristo, y que con su gracia debe ser vencida por todos los cristianos. El diablo le dijo a Jesús en el desierto, «mostrándole todos los reinos del mundo y la gloria de ellos: “todo esto te lo daré si, postrado en tierra, me adoras”» (Jt 4,8-9). Y el Salvador, con la fuerza de la palabra divina, lo ahuyentó como a un perro.

El único «voto útil» es aquel que se da a Cristo y a su Reino. Ignoran los católicos liberales malminoristas que el voto realmente depositado en la basura es el suyo. Ignoran que, como decía Henry David Thoreau (+1862), allí donde sistemáticamente se está pisoteando el bien común, el lugar de los políticos honestos es la cárcel o al menos la oposición. Y como esta verdad ignoran también otras muchas.

–Ignoran que muchos de los grandes partidos actuales comenzaron siendo cuatro gatos. «El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza, que toma uno y lo siembra en su campo, y con ser la más pequeña de todas las semillas, cuando ha crecido es la más grande de todas las hortalizas y llega a hacerse un árbol, de suerte que las aves del cielo vienen a anidar en sus ramas» (Mt 13,31-32). La salvación, también política, viene de Dios, y «para el Dios del cielo no hay diferencia entre salvar con muchos o con pocos» (1Mac 3,18).

Pero no, los católicos malminoristas quieren el triunfo social-político ahora mismo, sin atravesar el desierto, sin salir de Egipto en un éxodo que quizá dure cuarenta años, hasta llegar a la Tierra prometida. Tienen miedo entre tanto a la soledad, a la pobreza, a la marginación social, a la falta de medios para actuar en la vida pública, a la vida escondida con Cristo en Dios, sin prestigios mundanos y riquezas. No saben que es imposible ganar la vida sin perderla, ni seguir a Cristo sin tomar la cruz. Es decir, no han recibido el Evangelio.

–Ignoran que el criterio fundamental para discernir el voto ha de ser la conciencia, mucho más que el cálculo de oportunidades, mucho más que el «voto útil». Al menos en forma habitual y crónica, no puede darse en conciencia el voto a partidos malminoristas, aliados con la Bestia política mundana y asociados a sus crímenes. El voto, como tantas veces han exhortado los Pastores sagrados, ha de darse «en conciencia». Por tanto, lea usted los programas de los diversos partidos, y entregue usted su voto sin vacilaciones a alguno de aquellos que son fieles al orden natural, a la soberanía de Dios, a la doctrina política de la Iglesia. Y si esa decisión viene a situarle con la oposición, o ni siquiera eso, con la nada política, siga votando a ese partido con humildad y confianza. Siga votándole en conciencia.

–Ignoran que muchos partidos pequeños han tenido un poder político grande, aunque para saberlo no es necesaria la fe; basta con el conocimiento de la historia y del presente. En Alemania, Reino Unido, Italia, también en la España actual y en tantos otros países, como en Israel los mínimos partidos religiosos, el peso escaso de partidos pequeños ha llegado a marcar a veces decisivamente la política nacional en graves cuestiones.

–Benedicto XVI: «Renuevo mi llamamiento para que surja una nueva generación de católicos», Pastores y laicos, cada uno cumpliendo su propia vocación, «que se comprometan en la política sin complejos de inferioridad», personas renovadas interiormente (metanous), católicos que, libres de los pensamientos y caminos del mundo, abran sus mentes al Magisterio apostólico sobre la doctrina política, que hoy muchos, en todos los gremios de la Iglesia, ignoran, más aún, falsifican y rechazan.

Reforma o apostasía.