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En estos Apéndices se transcriben varios pasajes de sermones, manuscritos y cartas del padre Hermann, así como dos discursos muy valiosos del cardenal Perraud y del señor Cazeaux sobre la Adoración Nocturna.
La razón humana dejada a sus propias luces*
*[Algunas de las expresiones del padre Hermann en esta alocución reflejan quizá un tanto el fideísmo ambiental francés de la época. Notemos, sin embargo, que aunque a veces no son del todo exactas en estricta filosofía y teología, son frecuentes en el lenguaje exhortativo de los espirituales de cualquier tiempo].
Lo que indigna en los juicios impíos contra la Providencia o contra la bondad y la justicia de Dios no es tanto lo que la razón niega o desconoce, como lo que afirma de sí misma: a saber, su propia independencia y su propia soberanía. Es el orgullo escandaloso que hace caer a la razón en los más groseros errores. Evanuerunt in cogitationibus suis [Rm 1,21].
Sí, nuestra razón, cuando confía en su propia sabiduría, se hace no sólamente injusta, sino hasta absurda. Dicentes enim se sapientes esse, stulti facti sunt [ib. 22].
Recorred la historia del género humano. Tan pronto como los hijos de Adán se separan de la revelación, por extraña ceguedad de la mente, se convierten en idólatras, y durante cuatro mil años, a excepción de un solo pueblo que ocupaba un rinconcito de la tierra, todas las naciones se hallan sumidas en la más crasa ignorancia sobre las cuestiones más importantes de su existencia. Sí, la razón que rehusa las luces sobrenaturales no sabe ni de dónde viene ni a dónde va... A ese sinnúmero de pueblos que han cubierto la tierra hasta la predicación del Evangelio preguntadle lo que sabían de su destino futuro. ¡La historia os responde en nombre suyo con las más enormes y absurdas contradicciones!...
Preguntad aún hoy día a este pueblo musulmán, del que tanto se habla actualmente, pedidle cuenta de su instrucción religiosa, de la moral, de la civilización que posee... y no podréis evitar un movimiento de preocupación al escuchar todo lo que hay de oscurecimiento para la inteligencia en sus instituciones religiosas, políticas y sociales.
En fin, examinad, si queréis, una tras otra, todas las teorías de nuestros filósofos innovadores, de los falsos católicos que se rebelan contra la Iglesia, su madre, y no hallaréis sino ignorancia, errores y contradicciones inexplicables. Entre ellos no se hallará a uno solo que pueda darnos, sobre los problemas más importantes que interesan a la humanidad, una respuesta tan satisfactoria como la dada por el primer niño que salga de esta parroquia, catecismo en mano.
¡Oh! Puedo hablar con conocimiento de causa de los creadores de sistemas, de los forjadores de doctrinas, de los inventores de religiones nuevas. Sí, los he conocido, he conocido mucho a esos caballeros, profetas de lo porvenir. Confieso, para vergüenza mía, que yo mismo he dogmatizado con ellos, y empleé tanto celo y ardor en la propaganda de sus nuevos evangelios que por poco me encierran en el Spielberg*...
*[Fortaleza próxima a Brno, actual república Checa, utilizada por el Imperio austríaco como prisión de Estado].
Sí, he visto de cerca a estos jefes de escuela, he oído a esos profetas del siglo XIX, y estaba ávido de saciar mi inteligencia con los raudales de su famosa sabiduría. Lamennais, Louis Blanc, Saint-Simon, Considérant, Guéroult... Les he conocido, les he seguido... ¿Con qué fruto? En verdad os digo que por mucho que me esforzaba en comprender sus teorías.... jamás me explicaron nada, nada me probaron, absolutamente nada. Y después de haber devorado todos los libros que escribieron unos y otros, seguía hallándome traído y llevado por las mismas dudas, agitado por las mismas angustias...
Pero un día, ¡oh misericordia de mi Dios!, abrí la Biblia, y en la primera página de este libro adorable hallé más luz, más paz que en todas sus lucubraciones reunidas. Unos pocos versículos tan sólo de este libro divino disiparon por completo las dudas que sentía, y ante mis ojos encendieron una inesperada e indefectible luz, que bastó para iluminar mi inteligencia...
Las leyes de la moral no son otra cosa que la santidad de Dios reflejada en nuestro espíritu por la revelación, de manera que los sabios del siglo, que desechan la religión revelada, no pueden conocer la verdadera moral. Así es como sucede que cualquier filósofo, que no interroga más que su espíritu propio, se inventa una moral a su guisa, sueña con cierto bello ideal, el cual varía en conformidad con su propio carácter y según el gusto de la época. Igualmente es así como ha acontecido que los ingenios que han llevado hasta lo extremo la razón pura, hayan caído en teorías de la más abyecta inmoralidad.
Sí, Platón y Aristóteles, esas dos inteligencias superiores, que desarrollaron en supremo grado la razón humana abandonada a sí misma, precisamente en las obras en que se proponían dirigir a los hombres hacia la suprema perfección, predicaron ideas de tal inmoralidad que apenas me atrevo a aludirlas por temor de ofender los oídos de las madres cristianas que me escuchan... He ahí la perfección ideal de la razón pura, no iluminada por la manifestación divina. Y ello no debe extrañarnos en manera alguna: la razón abandonada a sí misma se convierte en inmoral, porque la razón sola no puede resistir a la seducción de las pasiones... Se hace venal; se deja corromper; se deja seducir por el cebo halagador.
El hombre cree fácilmente lo que le halaga. Quidquid placet sanctum est, dice san Agustín, y su espíritu se deja ganar por las adulaciones de sus propias inclinaciones.
Tan pronto como nuestra inteligencia pierde de vista el celeste faro de la justicia, ya no es difícil seducir su integridad. Y como ya no tiene para resistir la fuerza sobrenatural de la gracia, puesto que ya no bebe en este divino manantial, basta un muy sencillo ardid para hacerle abdicar su soberanía y su derecho de primogenitura, como a Esaú, por un momento de satisfacción, por un plato apetitoso. Sí, la razón, como el hijo pródigo, después de haber derrochado su patrimonio, se pone al servicio de los animales más inmundos: ut pasceret porcos [Lc 15,15].
¿Y cómo es eso? Las pasiones dicen a la razón: «Tienes perspicacia e ingenio. ¡Perfectamente!; ponlos a nuestro servicio, y obtendrás la gloria que apeteces. Defiende nuestra causa, y serás recompensada con la celebridad y renombre. Inventa sofismas para legitimar nuestras exigencias, y tendrás el mérito del invento y de la sutileza de tu mente». Ad excusandas excusationis in peccatis [Sal 140,4].