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Viajes, predicaciones, trabajos
Una persona que conocía bien al padre Hermann decía que
«para salvar un alma iría al cabo del mundo, aunque supiera que había de morir en el intento» (Carta de la Srta. T*** 28-X-1874). Y seguía diciendo: «para hacer el bien a un alma nada le parecía poco, nada le retenía, ni la enfermedad, ni el trabajo, ni el cansancio, ni siquiera los viajes, si suponía que con ello podía aliviar una pena, calmar un dolor o conseguir quizá que se amara un poco más a Dios».
La verdad de esa afirmación la hemos podido comprobar en tantos trabajos, viajes y predicaciones del padre Hermann, ya relatados.
Cartas
Pero a todo eso habríamos de añadir el gran número de cartas que escribió en medio de tantas ocupaciones, cartas de dirección espiritual muchas veces, que no podía escribir sino por su propia mano.
Actualmente estas preciosas cartas se conservan como reliquias, y las personas que las recibieron no quisieran desprenderse de ellas ni siquiera por unos días. En nuestras manos hemos tenido varios centenares, y las hemos citado con frecuencia. Un buen número de ellas fueron dirigidas a miembros de su familia. Todas ellas respiran un gran amor hacia quienes se dirigen: un aliento de santidad las anima todas, sin que contengan nada inútil. Él va directo al fin que se propone, animando al camino del sacrificio, predicando la sumisión a la voluntad de Dios en las tribulaciones. A todas les habla del amor que Dios les tiene y de las maravillas de la sagrada Eucaristía.
En cierta ocasión en que estaba predicando en Burdeos, no vaciló en hacer dos veces en una semana el viaje a la capital, con objeto de decidir a dos personas a que regularizaran su situación mediante el matrimonio. Y dos noches hubo de pasar así en el tren, con un frío riguroso, para no interrumpir su predicación.
Amigos y familiares
Se empeñó de manera especial en que se salvaran aquéllos a quienes estaba unido por lazos de sangre o de amistad. Ya sabemos cuánto trabajó para que toda su familia abrazara el catolicismo. Sus antiguos amigos fueron objeto constante de sus oraciones, y más de una vez procuró verlos tan sólo para atraerlos a Dios.
Franz Liszt y George Sand
Como ya vimos, tuvo el gozo indescriptible de reanudar en Roma con su antiguo maestro Franz Liszt su amistad, y de consolidarla por la acción divina de la gracia en el alma del gran artista. No fue tan afortunado con George Sand. Un amigo de ambos, Horacio Vernet, concertó una entrevista en su taller entre el Puzzi de otro tiempo y la escritora. Pero ésta, que jamás había respetado nada, volvió la cabeza al ver al religioso: «¡Vaya!, dijo con aire desdeñoso, te has hecho, pues, capuchino». Y no hubo más.
Oración por la conversión de sus amigos
Lo que estas cosas le afligían se puede apreciar leyendo la hermosa oración que escribe en las Confesiones:
«Jesús mío, ya sabes que ni un solo día he cesado de implorarte por la conversión de esos amigos perversos. Dígnate escuchar complaciente a un miserable. Tú me llamaste, y seguramente merecía menos esta gracia que esos pobres extraviados a quienes todavía amo de corazón. Si ellos me dieron malos ejemplos, fue porque una triste ilusión los tuvo engañados. Su desgracia fue que hallaran viles aduladores que los aprobasen. ¿Y no era yo acaso su adulador más servil? Sin embargo, me has dado la fuerza de romper todos los lazos que me ataban al servicio de Satán. ¿Por qué no se la darás a ellos, que han sido tus amados hijos, a ellos que han nacido en el gremio de tu santa Iglesia, mientras que yo soy hijo de aquellos grandes sacerdotes de la sinagoga que te mandaron crucificar? ¡Señor! sí, te dejarás conmover por mis clamores, les mostrarás tu rostro misericordioso antes del día de la justicia; los salvarás, Tú que por ellos moriste lo mismo que por mí... ¡Señor, acude en su ayuda, apresúrate a socorrerlos, líbralos, diles que eres su salvación y que te convertirás a ellos, si ellos se convierten a Ti!...
«¡Oh María, madre mía, que también eres madre suya! Habla en favor de esos infortunados a tu divino Hijo. Puesto que jamás se ha oído decir que nadie te haya implorado en vano, a tus pies me postro lleno de confianza en que tendrás piedad de mis lágrimas y oirás y acogerás benignamente mi súplica».
Religiosos secularizados
Su dolor era inmenso cuando veía hombres infieles a su vocación, que violaban los vínculos sagrados que habían contraído. Cuando estaba en Londres, en 1864, un religioso que lo había seguido al Carmelo, y por el que sentía gran afecto, pidió y obtuvo la secularización, alegando su mala salud. El padre Hermann, que había hecho todo lo posible para disuadirle, le escribe:
«No ha hecho usted su profesión hasta la enfermedad sino hasta la muerte».
Y en carta a su hermana le comunicaba este dolor (22-XII-1864):
«He de comunicarte una triste noticia. B. B*** se ha trocado en el ex Padre M. B***. Habiéndole debilitado la cabeza una larga enfermedad de decaimiento moral, los médicos le han convencido de que debía dejar la Orden. Ha pedido la secularización al Santo Padre, y ahora ya no es sino el presbítero B***. Esto es motivo de gran aflicción para mí, y, cosa singular, me parece que si no estuviese tan ligado ya al Carmelo, este acontecimiento hubiera fortalecido aún más mi vocación, y si no fuera Carmelita Descalzo, partiría en seguida para el noviciado y solicitaría mi ingreso en el Carmelo. Debemos rogar a nuestro buen Salvador para que nos otorgue el don de la perseverancia, el más preciado de todos»*.
*[Habla aquí del padre Bernard Bauer, judío converso, antiguo socio de la Adoración Nocturna (Dom Beaurin, 327-328)].
Cuando más tarde otro religioso abandona con escándalo el convento y preludia así la apostasía estruendosa posterior, el padre Hermann, desde su Desierto de Tarasteix, le escribía para instarle a que no consumara su deserción:
J. M. J.
PAX CHRISTI
«Desierto de N. padre san Elías en Tarasteix, 27 de septiembre de 1869.
«Queridísimo padre Jacinto: Sírvase escuchar a una voz amiga que sale de la soledad para suplicarle que vuelva usted en sí, que vuelva a sus hermanos que le aman y a la Iglesia de Dios, cuyo fiel ministro debe usted ser, y no el juez en última instancia.
«¡Ah! ¿Por qué no ha de cantar usted de nuevo con nosotros el canto tan gozoso: Ecce quam bonum et quam jucundum habitare fratres in unum [Ved: qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos: Sal 132,1].
«Eche una mirada en lo más profundo del corazón de aquéllos de entre los cuales usted ha huido. Recuerde las santas alegrías de que ha gozado en la vida del Carmelo. Jamás creeré que pueda hallar la paz de su conciencia en su estado actual. No, esta paz tan solo la hallará si se reintegra a su familia espiritual, diciendo: Surgam et ibo ad patrem meum, et dicam ei: Pater, peccavi in coelum et coram te [me levantaré, iré a mi padre y le diré: padre, he pecado contra el cielo y contra ti: Lc 15,18].
«¡Querido mío, más caro a mi corazón de lo que usted pueda pensar, dése prisa, todavía es hora! Nos abrazaremos, mezclaremos nuestras lágrimas y curaremos sus heridas con el aceite y el vino del buen samaritano. Se lo ruego por el amor de María, Madre de Dios, a quien V. nos enseñó a amar tan tiernamente. Sí, en el nombre de la clementísima Virgen María, reina del Carmelo, le suplico que vuelva a este tan dulce asilo, en el que fue dichoso y en el que había jurado vivir y morir.
«No he podido resistir a los impulsos de mi corazón, que me instaba a que le dirigiera estas líneas. No rechace este ruego de un amigo, de rodillas se lo pido. Consuele a las almas buenas, que tan afligidas están por lo que acaba de hacer. Obsecramus pro Christo. Todo puede repararse en esta vida, con tal de que no se cierre el corazón a la luz de la gracia. Le concedo el derecho de despreciar mi gestión, si halla en su nueva esfera un afecto tan puro y un cariño tan desinteresado y sincero como los míos.
«En Jesús y María,
«su indignísimo hermano,
Agustín-María del Santísimo Sacramento, Carmelita Descalzo»
Fue inútil esta conmovedora súplica, y Dios hizo al padre Hermann la gracia de llamarlo a su presencia, y no tuvo que soportar en la tierra el dolor de ver las locuras y sacrilegios cometidos por el que había sido su hermano. En el cielo rogará sin duda por él.
Director espiritual
La predicación del padre Hermann iluminaba y conmovía a las almas. Acogía lleno de compasiva bondad a los grandes pecadores. Y su dirección espiritual conducía a la más alta santidad. Poco a poco arrancaba a las personas de las malas costumbres, y sabía hacerles fácil la práctica de las virtudes más penosas. Todo el que se acercaba a él y le hablaba, sentía que el espíritu de Dios se comunicaba a su alma, penetrando hasta sus profundidades más íntimas.
El padre Hermann era bueno con todos, pero jamás su bondad degeneró en debilidad, y sus penitentes nunca hallaban en él complacencias vanas y perjudiciales. Él tenía un concepto muy elevado del ministerio del confesor y director:
«No olvido, escribía a una de sus penitentes, que usted me encargó el cuidado de su alma. Con la gracia de mi Jesús espero hacer que llegue a alta perfección y al puerto de salvación. ¡Oh querida hija mía, qué bien se estará en el cielo!...»
Si se entregaba enteramente a las almas que Dios le enviaba, por su parte les exigía una sumisión tan completa como era posible, y ponía gran cuidado en hacer entender a sus penitentes los provechos que podrían sacar de esta obediencia filial:
«No puede usted permanecer en el error, si tiene fe en la obediencia y en la dirección que Jesús inspirará a quien haya usted confiado su alma, y que a toda costa quiere salvarla con la suya propia. Concédame, pues, la obediencia, y usted tendrá la paz del alma: la obediencia es la impecabilidad».
Una de sus penitentes nos dice cómo era en el confesonario:
«No es ciertamente el amor encendido y delicado, que en el púlpito se derrama de su corazón y conmueve a los que le escuchan. Tampoco es la conversación afable y a la vez austera del religioso en sus relaciones con la sociedad. Es algo más fuerte en otro sentido, más austero aún, sin dejar de ser atractivo.
«El padre Hermann en el confesonario tiene palabra breve, concisa, de poder extraordinario, que da lo que pide o mejor lo que exige. Es una palabra incisiva, si así se puede expresar la profundidad de la impresión que causa a la parte más íntima del alma. El padre Hermann es absoluto como director, no pudiendo dirigir más que por el estrecho sendero de los consejos del Evangelio y teniendo como principio el de hacer morir a todo a las almas que se le entregan. En sus relaciones con ellas, raramente es afectuoso, más frecuentemente es breve, casi seco.
«Y, a pesar de todo, la dirección del padre Hermann tiene un encanto que tan sólo puede ser comprendido por los que lo han experimentado. Se siente tanto que es padre, en la acepción más completa de la palabra; se comprende tanto en él esta paternidad espiritual en su más íntimo y fuerte vínculo; se sabe tanto que su abnegación no tiene otros límites que los de su corazón, tan capaz de amar rectamente, que todo ello reunido engendra en las almas de sus hijos un amor espiritual que no se puede describir, y les inspira una confianza sin límites, filial abandono y profundo respeto, desprovisto totalmente de temor.
«Cuando se ha conocido una vez semejante dirección fuerte y austera, pero de tal modo paterna, se hace necesaria, y ninguna separación puede romper la unión entre el alma del padre con la del hijo. Hasta se hace imposible acostumbrarse a otra dirección espíritual» (Mis Recuerdos, manuscrito).
Una vez contaba riéndose que hallaban a veces su dirección severa, y que una de sus penitentes había llegado a compararlo con Conrado, el confesor de santa Isabel, el cual le pegaba a menudo:
«Padre, interrumpió entonces una persona que allí se encontraba, consentiría aún en que usted me diera de disciplinas. Pero bastonazos no, seguramente». A lo que dijo el Padre con voz emocionada: «¡Ah! Jesús fue azotado, y ésa es la razón por la que se aman tanto las disciplinas».
El padre Hermann asumió la dirección de personas de toda clase y condición, también de princesas y grandes señoras, que tenían a honra el obedecerle, pues el Padre sabía guiarlas hacia la cima de la perfección cristiana.
A una de ellas, joven e ilustre, le daba estos consejos de renuncia y humildad:
«Use usted del mundo como si no usara, es decir, sin aceptar interiormente el gusto o el placer de ello. Haga usted que el alma, la inteligencia y la memoria se le queden pegadas a la puerta del sagrario, desde el cual Jesús la mira. ¡Procure que el mundo, sin que usted parezca afectada o triste, adivine sin embargo qué apartada está usted de todo!...
«El camino de la oración es infalible para conducir a la perfección. Es en la oración donde se aprende a apartarse del mundo, a vivir como una desterrada que suspira por su patria. Lo importante es no aficionarse a las cosas del mundo, y precisamente el efecto de la oración diaria es desengañarnos del aliciente de todas estas cosas y encender en nosotros el deseo de Jesús solo. La afición a las cosas terrenas es incompatible con la posesión del Dios de amor. El Dios de amor es celoso de sí mismo, quiere reinar solo, quiere que amemos, nos aficionemos y deseemos a Él solo...
«Recuerdo que cuando me veía obligado a presentarme en sociedad, después de mi conversión, me apresuraba a dejar los salones tan pronto como la etiqueta y cortesía lo permitían. Salía como de un tormento, respirando con libertad, después de haber estado como ahogado por las servidumbres que el mundo exige e impone.
«Desde el punto de vista sobrenatural, la perfeccion consiste en estar completamente indiferente por el instante que Dios escogerá para nuestra muerte, en estar tan enamorados de la voluntad divina, tan conformes a ella y tan prendados del deseo de que se cumpla en nosotros, que uno se sienta tan resignado a vivir aún cien años en este mundo, como dispuesto estaría a morir esta misma noche...
«Procure dar la menor importancia posible al tocado. Sea indiferente aun hasta al sentimiento del honor, a todo lo que pueda provocar la vanidad y el amor propio...
«Nuestro yo es demasiado poca cosa y cosa demasiado ruin para merecer que los demás se preocupen por nosotros. Nuestro Señor es tan hermoso y tiene tal atractivo, que es locura no tener puesta por completo y continuamente en Él nuestra consideración. ¡Piense en Jesús y no en usted, y Jesús pensará por usted! Cuando se vea asaltada por vacilaciones e incertidumbres acerca de lo que deba hacer, acuérdese de Jesús, olvídese de usted misma. Cuando se le presente una tentación de orgullo, medite en la humildad de Jesús, que se humilló hasta el punto de tomar la forma de un esclavo. Humíllese aún más que Él: estará usted en el sitio propio que le corresponde. Si el demonio quiere insinuarle el abandonarlo todo, piense en Jesús, en su belleza, en su dulzura, en su encanto, en su afabilidad, en su amor y bondad. Y entonces ya no tendrá usted más deseos de abandonar nada» (cartas de 1863).
El Padre insistía en la necesidad de ser sencillo, y de despreciar la elegancia en el vestir. Y no tenía en menos entrar en minuciosos detalles para enseñar el valor y la práctica de la humildad. Pero volvía con frecuencia a la necesidad de entregarse a Jesús y de abandonarse en todo a su santa voluntad.
La señora a quien se dirigía el Padre en las cartas extractadas, apreciada en la alta sociedad y felizmente acompañada por el esposo y los hijos, en un momento de debilidad le había expresado al Padre su temor a separarse de los suyos por la muerte. Y él no quiere en ella estos miedos:
«En lo que se refiere a la muerte, ésta le llegará cuando a Jesús le plazca. Será el instante de la liberación, de la cesación de las ofensas que cometemos. Será la hora de ver a Jesús, de precipitarse en su divino Corazón, ¡y teme usted esto! ¿No ama usted a Jesús más que a su marido y que a sus hijos? Si usted no ama a Jesús más que a éstos, no es digna de Jesús, y si, en efecto, lo ama más, debe, mediante la fe, considerar la muerte como el día de su verdadero matrimonio, en el que vendrá a hacerse esposa de Jesús por toda la eternidad».
La dirección que daba a las almas era, por lo demás, práctica bien adaptada.
«Debe usted ejecutar sus acciones ordinarias, escribe, con gran pureza de intención, ofreciendo cada una de ellas a Jesús, especialmente antes de empezarlas, y proponiéndose tan sólo cumplir con su santa voluntad, buscando así la perfección de su alma en las acciones ordinarias y comunes...
«Con respecto al bienestar de la vida exterior, con tal que no lo solicite y que no se aficione al mismo de corazón, usted no puede evitarlo porque no le ha venido por su voluntad, sino por conducto de la divina Providencia. Es preciso atravesar todo este lujo con gran pureza de corazón y de afecto, y dar rendidas gracias a quien la ha colmado así de bienes temporales».
Había recibido el padre Hermann el don de fortalecer a los débiles, y de apartar poco a poco, con suavidad, de sí mismos y del mundo a quienes Dios quería poseer por entero. Del mismo modo sabía devolver la esperanza a las personas torturadas por el desaliento.
Una vez se hallaba en Lión, cuando una religiosa, sor Magdalena, tentada desde hacía más de quince años por pensamientos de desesperación y que sufría la tentación de abandonar el convento, entró por casualidad en la iglesia del Carmen, y al ver al padre Hermann, que en aquel momento atravesaba, se siente vivamente llamada a confesarse con él. Poco después quedaba con el corazón lleno de una santa alegría, que nunca más ha perdido sirviendo a Dios.
En una carta a ella, quizá la última, el padre Herman le dice:
J. M. J.
PAX CHRISTI
«Montreux, 8 de noviembre de 1870
«¡Quien tiene a Jesús lo tiene todo!
«Mi querida hija en Jesucristo: He quedado muy contento al leer su carta y hondamente impresionado por el relato de los castigos que Dios ha infligido a los profanadores de nuestra iglesia del Monte Carmelo.
«Hace usted bien en permanecer en su puesto. ¡Cuántas almas puede usted salvar entre esos heridos y enfermos, sobre todo si continúa haciéndolo todo por el puro amor de nuestro bendito Jesús!
«¡Ah, qué bueno es! Ámelo, pues, con ardor, con pasión. Consumámonos enteramente por Él, como Él se sacrificó y como todavía se consume sin medida en la Eucaristía, en la sagrada comunión, donde se prodiga a nuestras almas con todos sus tesoros celestiales.
«¿Se acuerda usted qué feliz era yo cuando le daba la sagrada comunión? ¿Me será dado tener de nuevo este consuelo? ¿Volveré a ver a usted en esa iglesia del Carmen, en la que Jesús me designó a su alma para que la guiase hacia Él?
«Todo esto es posible para el amor tan bondadoso como eficaz de nuestro adorable maestro Jesús. Entre tanto, cada día amémoslo más que la víspera».
Con toda sencillez y abnegación atendía a las hijas del pueblo, y si tenía preferencias, era ante todo para ellas.
«Lo que más me ha conmovido y edificado en la persona del padre Hermann, decía una buena mujer de Lourdes, es su puntualidad en acudir al confesonario, quienquiera que fuese la persona que por él preguntaba y cualquiera que fuese la compañía en que se encontrara. Si alguna preferencia tenía, es de suponer que era para los humildes y para los pobres, ya que se le llamaba el confesor de las criadas».
Suscita vocaciones religiosas
¿Quién podría decir cuántas almas le deberán la salvación? En casi todas las ciudades en que predicó, convirtió a los pecadores, despertó a los tibios y suscitó numerosas vocaciones religiosas. Un religioso carmelita escribía después de la muerte del Padre:
«Él fue quien, hace más de trece años, me abrió las puertas del Carmelo, me iluminó respecto a mi vocación y me dijo, después de diez días de serias reflexiones: "Es en el Carmen donde Dios le quiere". También esta vez su palabra se me grabó en el fondo del alma, y me ha sostenido en medio de innumerables tribulaciones».
Un joven perteneciente a una familia del sur de Francia, excelente músico, dotado de magnífica voz, quiso acompañar al padre Hermann y a los carmelitas en sus misiones. Con la belleza de sus cantos -muchas veces compuestos por el padre Hermann- atraía y emocionaba a la gente. Movido por la gracia, en la que el Padre sirvió sin duda de intermediario, este joven, a los treinta y cuatro años, abandonó la alta sociedad para abrazar la vida austera del Carmelo. Posteriormente, se ha mostrado digno de su maestro por la energía de su voluntad y la fidelidad a la Regla. Y su voz es más conmovedora que nunca cuando hace oír los acentos de la adoración y de la plegaria.
El día de su profesión el padre Hermann pronunció el sermón:
«Bien, hermano mío; si eres ambicioso, si tienes un corazón noble y generoso, si tu alma bien nacida tiene sed devoradora de algo grande, de alguna hazaña que exija heroísmo y abnegación, aquí tienes hermosa ocasión para ello. Mira el sacrificio de la cruz, el sacrificio de Jesucristo sobre el altar: tú puedes participar de él, puedes asociarte a él y reproducirlo en ti mismo. Así como los mártires renovaron con su muerte el sacrificio cruento de la cruz, así tú puedes ofrecer a Dios en tu persona lo que Jesucristo te ofrece cada mañana en el sacrificio incruento de la Eucaristía.
«Jesucristo ya no muere en la Eucaristía, jam non moritur. Pero, ¿por qué?: para poder inmolarse siempre. ¿Qué es la muerte? Es la separación del alma y del cuerpo. Ésta aconteció en la cruz, la misma acontece en el martirio de sangre; pero el martirio de sangre dura tan sólo algunos instantes.
«En cambio, en el sacrificio de la Eucaristía y en el sacrificio de la profesión religiosa, el alma no se separa del cuerpo, sino que ambos se inmolan juntos y no se separan por cortante cuchilla para poder perpetuar la inmolación hasta el último día. No, decía Magdalena de Pazzis, no morir, sino siempre padecer. No, dice Jesucristo en la Eucaristía no más morir, sino inmolarme de nuevo cada mañana. No, dirás también tú luego: sería demasiado dulce para mí ver cortar el hilo de esta vida pasible para entrar en los gozo eternos de la vida gloriosa. No, quiero inmolarme como Jesús en cuerpo y alma, y por mis votos sagrados quiero hacer perpetua mi inmolación, irrevocable hasta el último día».
La fidelidad a los votos religiosos es verdaderamente, en efecto, el sacrificio del ser por entero, con todas sus facultades y aspiraciones.
«Así, pues, que el Señor te envíe su auxilio, dice al terminar, te guarde y te proteja desde el fondo del Sagrario. Memor sit omnis sacrificii tui! ¡Tenga Él presentes todos los sacrificios que vas a hacer! Et holocaustum tuum pingue fiat! ¡Y que el holocausto por el que tú mismo te ofreces sea abundante y fecundo en gracias de todas clases! Tribuat tibi secundum cor tuum! ¡Que el Señor te conceda lo que desea tu corazón! Et omne consilium tuum confirmet! ¡Y se digne fortalecer y confirmar para siempre tus más altas intenciones! Impleat Dominus omnes petitiones tuas! ¡El Señor se digne concederte todas tus peticiones!»