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M. María de los Ángeles
La Priora y fundadora de las Carmelitas de Bagnères de Bigorre, madre María de los Ángeles [1790-1863], desde hacía tiempo, venía haciendo toda clase de gestiones -también ante el padre Domingo- para que en esa ciudad se fundase un convento de Carmelitas Descalzos. Pero nunca había conseguido nada. Llegó incluso a escribir al hermano Hermann, cuando era novicio en Broussey.
Por eso, cuando en 1853 los médicos enviaron al padre Hermann al balneario de Bagnères, éste ya conocía los deseos de la Priora carmelita y habló del asunto con ella. La llegada del Padre y de su compañero, el padre José-Luis de los Sagrados Corazones, fue un acontecimiento para la pequeña villa: su recogimiento, su afabilidad, su vida pobre y su abnegación impresionaron a todos.
Proyecto de fundación en Bagnères
Cuando estos religiosos visitaron a la madre María de los Ángeles, quedaron sorprendidos al encontrarse ante una religiosa de 60 años, llena de vigor, con la actividad de la juventud. Y después de hablar con ella de los proyectos que tenía, se convencieron de que el espíritu de Dios la guiaba. El padre Hermann comprendió inmediatamente todo el fruto que tal fundación podría producir a la ciudad, habitada durante el verano por numerosos extranjeros, que acuden a ella buscando la salud corporal. Examinó los lugares y pronto halló un emplazamiento muy a propósito para esta fundación.
Los dos religiosos escribieron entonces al padre Domingo, aconsejándole que viniera personalmente para juzgar del proyecto. El 14 de agosto el padre Domingo llegaba. Pasó quince días en Bagnères, lo examinó todo, y al dejar la ciudad, aseguraba a la madre María de los Ángeles que procuraría verificar la fundación tan pronto como el obispo la hubiera aprobado. Y en espera del consentimiento, que no le parecía dudoso, autorizaba a la madre Priora para que adquiriera el terreno que el padre Hermann había indicado.
Esta última cuestión pasó por no pequeñas dificultades, y cuando ya estaba prácticamente arreglada, no se hallaba a nadie que prestara la fianza exigida. En medio de estos apuros extremos, una señora inglesa, amiga de la madre María de los Ángeles, llega al monasterio y pide ver al padre Hermann. Queda feliz del encuentro, y en seguida se ofrece para prestar la fianza, y se compromete a contribuir con ocho mil francos a la compra del terreno.
El padre Hermann, constructor
Pero, adquirido el terreno, era necesario construir, y sólamente se disponía de dos mil francos, reunidos con mucho trabajo por la madre Priora. El padre Domingo encarga entonces al padre Hermann, que sea el proveedor de la fundación. Y el obispo de Tarbes da con todo agrado la aprobación correspondiente, como también lo hacen las autoridades civiles de Bagnères.
El padre Hermann pone inmediatamente manos a la obra: empieza por levantar el plano de la iglesia, cuya primera piedra coloca. Pero pronto se interrumpe la obra por falta de fondos, y el padre Provincial manda suspender los trabajos. Sin embargo, no se desanimó y se disponía a obedecer cuando, el mismo día por la tarde, llega al monasterio de las Carmelitas una joven postulante de Marsella. Pertenecía a la nobleza, y había llegado sola con su vieja nodriza. Viéndola, las religiosas titubeaban en recibirla, pues era de salud tan delicada que parecía incapaz de poder observar la severa Regla del Carmen. Pero la joven insistía, suplicaba con lágrimas, aseguraba que Dios la ayudaría. La comunidad, finalmente, se decidió a admitirla, aunque no fuera sino a título de prueba. Y así fue como la noche misma de su llegada las puertas del claustro se cerraron tras ella para no volver a abrirse jamás. En sus tres meses de postulantado, se restableció su salud.
Al ingresar, la hermana Teresa del Santísimo Sacramento -éste fue su nombre en religión- entregó a la Priora la suma de dos mil francos, y al conocer las dificultades que detenían al padre Hermann en la construcción de la iglesia del Carmen, manifestó el deseo de que se empleara esa suma para la continuación de los trabajos. Y destinó también parte de su fortuna a la fundación del convento de los Carmelitas Descalzos.
Se extiende en Francia el Carmelo
La Providencia bendecía evidentemente la resurrección del Carmelo masculino en Francia, y el padre Hermann, el 29 de junio de 1854, podía escribir:
«La obra del Carmelo ha adquirido dimensiones casi colosales. El hábito de María ha sido acogido con algo más que la simple benevolencia; quizá hubiera que decir que con entusiasmo. No puedo arrepentirme de haber ingresado en el Carmelo, ya que, a mi entrada, sólo había en Francia seis carmelitas franceses, y ahora son ya más de cuarenta, sin contar los religiosos españoles, lo que suma más de un centenar sólo para Francia.
«No había entonces más que dos grandes conventos y dos pequeñas residencias, y después ha habido una fundación importante en cada una de las ciudades de Carcasona, Montpellier y Pamiers, se construye una iglesia en Bigorre, se compra una gran propiedad en Tolosa, se levanta el plano de una iglesia y de un convento en París, y además se edifica una importante iglesia en Burdeos».
Al enumerar estos progresos de la Orden en Francia, el padre Hermann olvida señalar la parte que la Providencia le ha reservado. El ruido de su conversión, su predicación en los principales púlpitos de Francia, el gran número de personajes que había conocido en sociedad y que se interesaban tanto más por él ahora que la había dejado, todo eso contribuía poderosamente a dar relieve a la Orden de los Carmelitas, y a procurarles ayudas para la construcción de conventos.
Confianza en la Providencia y devoción a san José
Veremos trabajar al padre Hermann, hasta su último suspiro, en las nuevas fundaciones de la Orden, sin retroceder ante ninguna responsabilidad, sin asustarse de ninguna fatiga, sin que obstáculo alguno pueda desanimarle. Le asiste una confianza sin límites en la Providencia, que a veces le sujeta a prueba para aumentar sus méritos. Escribe a Cuers (13-VI-1856):
«A pesar de haber hecho voto de pobreza, y de no tener apego a nada en el mundo, ni siquiera a un alfiler, no hay nadie, sin embargo, que tenga más ávidos e inmensos deseos de dinero que yo. Parece una broma, pero es así. Siempre estoy esperando que Jesús me envíe algunas personas generosas y millonarias para pedirles que abandonen parte del oro que poseen en favor de las importantes obras que debo sostener. Ruegue a Jesús que me dé más confianza en su divina Providencia. Debo decirle que el gran proveedor de socorros del Carmelo es san José, y al igual que José en Egipto almacenó y dio pan a todo el país, san José, que alimentó al Pan vivo bajado del cielo, debe alimentar la subsistencia del culto eucarístico. Es cosa suya. Dígaselo. Y crezca entre ustedes esta especial devoción a este gran santo».
El padre Hermann continuaba su obra de Bagnères, y se habían instalado ya algunos religiosos en una casita alquilada por la madre María de los Ángeles. Celebraba misa en la iglesia de las Carmelitas y dirigía a las religiosas.
Un terremoto
El 20 de julio de 1854, un fuerte terremoto trajo la desolación al país. Los extranjeros se habían apresurado a huir, y los habitantes del país, espantados, abandonaban sus casas, pasaban la noche al aire libre o buscaban asilo en las iglesias. El padre Hermann y el padre Francisco de Jesús-María-José pasaban el tiempo oyendo confesiones, distribuyendo la comunión, reconfortando a la población, alocada por el miedo.
En Bagnères se conservó largo tiempo el recuerdo de la abnegación y celo que mostraron estos religiosos durante aquellos días de terror.
La reina Cristina
En septiembre del mismo año, la reina Cristina* huía de España, perseguida por los odios que contra ella habían alzado las innumerables persecuciones, en su nombre suscitadas, contra la Iglesia y los carlistas, y llegaba a Bagnères, acompañada de su capellán, un arzobispo.
*[María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1806-1878), esposa de Fernando VII, es regente durante la minoría de edad de su hija Isabel II. En 1840 abandona la regencia en manos del general Espartero y se exilia en Francia. A la caída de Espartero, tres años después, vuelve a España, pero la revolución de 1854 le obliga a partir nuevamente].
Habiendo caído el arzobispo gravemente enfermo, escogió al padre Hermann como confesor. Y hasta que aquél murió, el padre Hermann fue su enfermero diligente. Estas circunstancias establecieron relaciones entre la reina y el Padre, que fueron provechosas para el alma de la infortunada princesa y de sus hijos.
Viajes apostólicos
A pesar de los trabajos que le absorbían, el padre Hermann continuaba su acostumbrada vida de apóstol. Durante los tres años que duró la construcción de la iglesia y del convento de Bagnères, recorrió el Sur de Francia, predicó sermones de caridad, dio misiones y se encargó de estaciones de cuaresma y de mes de María. Y Francia no basta a su celo.
«Acabo de hacer un retiro espiritual gratísimo de diez días -escribe con fecha 3 de febrero de 1855-. La salud, muy bien. Y a la salida de los ejercicios, orden de nuestro Rdo. padre General [padre Navidad de Santa Ana] para que vaya a juntarme con él en Bélgica, con objeto de predicar algunas semanas. Parto mañana. ¡Viva la obediencia! No me esperaba tal salto. ¿Quién sabe lo que Jesús nos prepara allá? Voy a pasar por París, donde me detendré dos días. Luego, a principios de marzo, otra vez a París, sermón en la Magdalena sobre la Eucaristía, y a Orléans, a Versalles también, y después, hacía el 15 de marzo, a Bagnères».
En Bélgica
Este viaje a Bélgica fue para él un gran gozo.
«He estado la mar de contento con mi viaje a Bélgica. He predicado por todas partes la Eucaristía, y he sido escuchado. Debo volver el año próximo para una octava de la consagración de una iglesia edificada en el lugar mismo en que unos judíos, dentro de la sinagoga, hace quinientos años, apuñalaron unas hostias consagradas y de ellas vieron brotar sangre. Estas hostias se hallan aún en Santa Gudula, catedral de Bruselas. He celebrado la santa Misa en Lieja, en el mismo sitio en que santa Juliana* recibió la orden de Jesús de que hiciera instituir la fiesta del Corpus Domini. ¡Cuánto le he recordado a usted en todos estos lugares consagrados por el misterio de nuestros altares!» (Carta a Cuers, 11-III-1855).
*[Santa Juliana (+1258), abadesa de Mont-Cornillon, cerca de Lieja, actual Bélgica].
El culto de la Eucaristía y el establecimiento de la Adoración Nocturna son el tema de casi todas sus cartas, el objeto de casi todos sus sermones. Todo lo que puede contribuir al desarrollo de esta incomparable devoción le colma de gozo.
Monseñor de la Bouillerie, obispo de Carcasona
En ese tiempo, es nombrado obispo de Carcasona monseñor de la Bouillerie.
«Es un acontecimiento de la mayor importancia para las grandes obras eucarísticas», escribe al capitán De Cuers (Bruselas 4-III-1855), que acaba de recibir el diaconado, y le pide que vaya «a París, inmediatamente después de haber sido ordenado sacerdote, para recibir de manos de monseñor de la Bouillerie la guía de doscientos adoradores nocturnos que allí le esperan».
Pero la Providencia tenía otros planes. En efecto, al dejar París, monseñor de la Bouillerie había reunido todas las obras de Adoración diseminadas en la ciudad. Y la capilla de las religiosas Reparadoras, fundada por la madre María Teresa, se convirtió como en centro de la asociación misma de la Adoración. Y por su parte, De Cuers, ya sacerdote, iba pronto a fundar, en compañía del padre Eymard*, la Congregación de Sacerdotes del Santísimo Sacramento, por la que suspiraba el padre Hermann y para la que había hallado ya una bienhechora.
*[San Pedro-Julián Eymard (1811-1868), fundador de los PP. del Santísimo Sacramento (sacramentinos) y de las Siervas del Santísimo Sacramento].
La Adoración en París
El 20 de mayo se encontraba en París en compañía del padre Provincial para asistir a la consagración episcopal de monseñor de la Bouillerie. Da cuenta de ella en una carta (Bagnères 25-VI-1855):
«La consagración resultó magnífica [...] El jueves siguiente, hubo sesión general en San Roque para tratar de la Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento. Había socios en gran número. Monseñor de la Bouillerie acudió con monseñor Sibour, obispo auxiliar de París. Al lado de ambos, nos ofrecieron dos sillones a nuestro muy reverendo padre Provincial y a su servidor de usted. Entonces, el señor De Benque, presidente, leyó una larga memoria histórica sobre la asociación, desde su principio en aquel cuartito de artista, en la calle de la Universidad. El relato fue muy conmovedor... La víspera de la consagración, hablamos durante tres horas con monseñor de la Bouillerie respecto al porvenir de la Asociación».
Luego invita a su amigo a que vaya a Carcasona para hablar ambos con el obispo acerca de la Asociación a la que tienen tanto cariño.
En Saintes, recuerdo de María-Eustelle
En el mes de junio nuestro infatigable apóstol está en Saintes, de donde escribe a su amigo el día de la fiesta del Santísimo Sacramento:
«Ruego siempre por usted y por la Asociación eucarística. Me consumo como un cirio, con este fin, ante el Santísimo Sacramento. Pero éste es un cirio que despide mal olor, es humeante y detestable. Pero tal como es arde ante Jesús. Esta mañana he celebrado misa por usted y por la Asociación en el altar ante el que la virgen de Saint-Pallais, la seráfica María-Eustelle, se consumió durante dieciséis años, como la paja en la hoguera.
«¡Ah! ¡Si es la santa voluntad de Dios, que se levante la falange eucarística, llena de fuego para abrasar la tierra! ¡Que María Inmaculada, la más perfecta de las adoradoras de Jesús, sea la gran almirante!, como usted dice de modo tan expresivo. En cuanto a mí, que soy un miserable, y cuyo corazón late, no obstante, con vigor, ofrezco a Jesús mi vida unida a la suya, tanto como puedo, por la Orden del Santísimo Sacramento, por la Sociedad de María y por la conversión de los pecadores».
Profesión carmelita de un judío converso
El 29 junio, va a Broussey para «predicar en la profesión de un israelita carmelita, antiguo socio de la Adoración Nocturna» (Carta Bagnères 25-VI-1855).
Se trata de aquel joven que un año antes conversó con el padre Hermann en París, después de su sermón acerca de la felicidad, en la iglesia de San Sulpicio.
Había ido a la iglesia como simple curioso, invitado por el Padre. Ya entonces bautizado, vivía como cristiano, pero buscaba aún el camino de la Providencia. Asistió al sermón y
«él sólo -dice el padre Hermann-, él sólo me había comprendido, pero comprendido completamente. Uno de sus amigos, que se hallaba a su lado, le tocó en el hombro: "Y bien, querido Bernardo, ¿qué piensa usted de esto? ¡Debiera usted hacer como él!"... "Amigo, le replicó Bernardo con tono grave, conmovido, penetrante: es cosa hecha"».
Apenas la muchedumbre había salido de la iglesia, cuando el joven neófito abraza al padre Hermann y le dice: «Padre mío, quiero amar a Jesucristo: ¡me voy con usted!». El 29 de junio de 1855 el joven pronuncia sus votos en Broussey, y el padre Hermann le dice:
«Nos hemos encontrado ambos en el odio hereditario contra el Salvador del mundo, contra su doctrina, su moral. Pero Dios nos ha hecho misericordia, y su gracia, mayor que nuestra malicia, ha descendido sobre nosotros abundantemente, inundándonos de la fe y de la caridad que está en Jesucristo...
«¡Qué día tan hermoso para ti, hermano mío, Bernardo, pues vas a entregarte para toda la vida a este Dios de amor y de misericordia!...
«Tres clavos han fijado en la cruz al divino Salvador de nuestras almas: el orgullo de los hombres, la codicia y la terrible voluptuosidad. Tres votos también te atarán desde hoy para siempre a la cruz querida de nuestro muy querido Jesús, y por estos votos juras guerra a muerte a las tres terribles pasiones dominantes del hombre caído.
«Por la obediencia, reducirás al orgullo, lo domarás y lo derribarás.
«Por el voto de pobreza, harás imposible en lo sucesivo la avaricia, la codicia, el ansia inmoderada de los falsos bienes terrestres.
«Por el voto de castidad, inmolas el cuerpo, te transformas en ángel sobre la tierra... »
Luego, después de haber demostrado cómo estos sacrificios no son más que un débil tributo de amor, pagado a Jesús para corresponder al que tuvo por nosotros, el padre Hermann termina su sermón con la expresión de la alegría que experimenta cada vez que ve de nuevo los lugares en los que pasó el noviciado.
«¡Ah! ¡Dejadme, dejadme pronto cantar otra vez con vosotros, queridos hermanos: Ecce quam bonum et quam iucundum habitare fratres in unum! [Sal 132,1]. ¡Oh! ¡Qué bueno, qué gozoso, qué grato es, qué consolador y agradable para hermanos habitar juntos, habitar con hermanos que sólo viven para amar y servir a Jesucristo, que no respiran más que para su gloria, que no forman más que un corazón y una alma en la carne de Jesucristo!...
«¡Muy bien, mi querido Bernardo, hijo de la gracia!... Lo has gozado ya desde hace un año y más; durante este grato, este celestial noviciado, has respirado el perfume de sus virtudes, la fragancia de Jesucristo.
«¿Quién podrá decir las alegrías que hemos saboreado desde que Jesús se dignó revelársenos y recogernos en esta soledad embalsamada? ¿Quién podrá expresar los gozos tan puros como celestiales que van inundando al feliz y pobre hijo del Carmelo durante la oración, en las largas horas de silenciosos y amorosos diálogos del alma con su Amado..., con Jesús? ¿Quién dirá, sobre todo, las felicidades, las alegrías incomparables que van desbordando del río del sagrario, cuando esta puertecita se abre, y nuestro Dios, nuestro amor, nuestro dulce y buen Jesús viene a posarse sobre nuestros labios conmovidos, para hacernos olvidar la tierra y a nosotros mismos, para adormecernos sobre su corazón y absorbernos en él, para con él identificarnos y llevarnos, a través de los aires y de los más dulces misterios, hasta el trono de su Padre, y decirle: "Padre mío, ¡he aquí a los que me aman! Quiero que, como yo soy uno contigo, sean ellos también uno conmigo, por este santo beso, por los sagrados abrazos de la amorosa comunión?
«¡Ah! ¿Hubieras creído, hermano mío, antes del mes de María en que la luz se hizo en ti, que sería tan hermoso, tan delicioso, tan embriagador, tan divino; que, sobre la tierra, pudiera haber gozos tan semejantes a los de los cielos?
«¿Hubieras creído, antes del bendito instante de tu conversión, que en el cielo tenías una madre tan amable, tan poderosa, tan dulce, tan llena de gloria, de gracia y de amor por ti?
«¿Hubieras creído que las lágrimas que se derraman en el Carmelo son lágrimas preciosas y de éxtasis divino?...
«¿Hubieras creído que se es más feliz domando las pasiones que satisfaciéndolas? ¿Hubieras creído, que la vida del fraile fuera tan abundante en santas emociones, tan llena de grandes cosas, tan fértil en frutos de buenas obras?...
«¿Hubieras creído, en fin, que serías llamado un día a trabajar en unión con los santos en la salvación de las almas por la sublime locura de la cruz, por la predicación del Evangelio y la práctica de las más heroicas virtudes?...
«¿Lo hubieras creído, hermano? O altitudo divitiarum sapientiæ et scientiæ Dei: quam incomprehensibilia sunt iudicia eius et investigabiles viæ eius! [Rm 11,33] ¡Oh profundidad de los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Qué incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién ha conocido los designios del Señor?... ¡Todas las cosas son de él, por él y en él: a él solo sea la gloria y honor por los siglos de los siglos!»
Jamás, como en esta improvisación ardiente, la palabra del padre Hermann había subyugado al auditorio con tanto imperio.
Peregrinación a la Virgen de Verdelais
Poco después de terminada la ceremonia, al atardecer, salen del convento tres frailes, envueltos en sus capas blancas: son el padre José-Luis, maestro de novicios, el nuevo profeso y el padre Hermann.
Éste, en una carta (26-IX-1854), contaba del padre José-Luis: «hace poco, queriendo hablar a sus novicios de la ingratitud de los hombres para con Jesús-Hostia, tuvo que detenerse, las lágrimas le interrumpieron, estaba fuera de sí, y hubo de retirarse rápidamente a su celda para ocultar los dones y gracias que Jesús le concedía».
Sólo el Prior conoce el secreto de esta salida. Han ido a la venerada iglesita de Nuestra Señora de Verdelais, construida en el siglo XII, distante tres o cuatro leguas. El sacristán, despertado en la medianoche, les abre la ermita, desierta, por supuesto, a aquellas horas, y en ella les deja solos. «Las manos sobre el sagrario, juraron los tres consagrarse a la divina Eucaristía».
El padre José-Luis quedó en éxtasis, y antes de partir, los tres peregrinos se dieron disciplina. El padre Hermann escribió más tarde a Cuers:
«La disciplina ha quedado en mi poder, y actualmente me sirvo de ella para el mismo objeto» (17-VIII-1855).
Adoración en Carcasona
Al dejar Broussey, el Padre se dirigió a Carcasona, donde tuvo la alegría de fundar la Adoración Nocturna durante su corta estancia en la ciudad. Monseñor de la Bouillerie presidio la primera vela en la noche del 7 al 8 de julio.
En diciembre lo encontramos en Lión, donde predica el adviento. Allí se entera de la muerte de su madre,y marcha a París para consolar a su familia. Pero encuentra también tiempo para pasar una noche
«en Nuestra Señora de las Victorias a los pies de Jesús, con sus hermanos en la sagrada Eucaristía».
Misión en Burdeos
En la cuaresma de 1856 predica el padre Hermann una misión en Burdeos, en compañía de sus hermanos carmelitas y de otros religiosos.
La ceremonia de apertura de dicha misión fue imponente, y nunca hubo allí tantos frutos de santificación en tan poco tiempo. Cinco mil personas participaron en la comunión general.
Durante esta cuarentena se puede decir que el padre Hermann se entregó por entero. No solamente tomaba parte en las diversas tareas apostólicas, en la predicación, en la solemnización de las celebraciones tocando el órgano, sino que también oía la confesión de los extranjeros, como ingleses, alemanes e italianos. Muchos obreros acudían para verle y oírle, y renunciaban luego a su vida de desorden, volviendo al seno de la Iglesia. Durante dicha cuaresma, bautizó a cinco judíos, recibió la abjuración de varios luteranos, bendijo varios matrimonios civiles y aún tuvo energías para hacer interpretar, el lunes de Pascua, en la iglesia de San Luis, donde se centró su acción misional, una misa que él había compuesto.
Terminada la misión, mucha necesidad tenía de descanso. Pero en Bagnères le esperan otros trabajos absorbentes.
«El yeso, la cal y la argamasa de nuestras obras en construcción me tienen atareado por completo, escribe. Vamos a todo galope, y espero que en agosto estará todo consagrado» (Carta 18-IV-1856).
El padre Eymard
En medio de todos estos trabajos, una gran alegría iba a ensanchar su alma.
El padre Eymard, enamorado de la Eucaristía, acababa de tomar una grave decisión. El primero de mayo había ido a París para hacer ejercicios espirituales y aconsejarse con hombres de Dios. Él amaba apasionadamente la Sociedad de María, a la cual pertenecía desde hacía diecisiete años, y la idea de separarse de ella le producía una especie de agonía.
«Después de doce días de oración, de lágrimas y de renuncia, cuenta él mismo, terminaba la prueba. Tres obispos juzgaron el asunto. El Obispo de Trípoli y el de Carcasona, monseñor de la Bouillerie, examinaron la cuestión religiosa personal. Y el arzobispo de París se reservaba la determinación final. El padre Eymard expuso con sencillez y verdad las razones en pro y en contra... Todo parecía oponerse a lo que le atraía... Él había hecho ya de ello el sacrificio. Pero cuál no sería su sorpresa al oír de labios de los tres venerables prelados el fallo bendito: "La voluntad de Dios se ha manifestado de manera muy clara en favor de la obra eucarística. El Señor mismo ha resuelto la dificultad. Debe usted dedicarse sin vacilaciones a esta obra» (El sacerdote de la Eucaristía, 1877, pg. 38).
Monseñor Sibour, arzobispo de París, bendijo con todo afecto a los dos primeros miembros de la nueva Sociedad del Santísimo Sacramento y les cedió provisionalmente el hermoso recinto que hasta entonces habían ocupado los religiosos del Sagrado Corazón, cuya obra se daba por terminada sin resultados. En seguida hicieron los preparativos para empezar la obra de la Exposición perpetua el 1 de junio de 1856.
El sacerdote De Cuers, compañero del padre Eymard, se apresuró a anunciar en seguida la gran noticia al padre Hermann, y éste le respondía el 23 de mayo:
«Su última carta me ha causado gran alegría y me ha puesto en un estado de júbilo del que aún no he salido. Y sobre todo hoy, fiesta del Corpus Christi, la mayor de las fiestas, debo decirle que estoy con usted y el padre Eymard, con el alma entera en todo lo que ustedes hacen... Me propongo no dejar escapar una sola ocasión para contribuir a lo que ustedes han empezado de modo tan feliz, y hoy mismo voy a escribir al Rdo. padre Eymard para decirle hasta qué punto me siento hermano de ustedes».
«No puedo pensar en su precioso pequeño Belén, escribe de nuevo el 13 de junio, sin experimentar gratísimo consuelo, y siento que las circunstancias actuales me tengan alejado de la predicación y de las relaciones con los que podrían contribuir al éxito material de su gran obra». Él entonces estaba empeñado en Bagnères, procurando con prisa «hospedar una vez más en una iglesia más a nuestro Jesús-Amor».
Inauguración de la iglesia de Bagnères
Por fin el 2 de septiembre de 1856, monseñor Laurence, obispo de Tarbes, consagraba la nueva iglesia del Carmelo, ante gran multitud de fieles del lugar y de extranjeros. Y una vez consagrado el altar, se trajo procesionalmente el Santísimo Sacramento de la capilla de las Carmelitas por las calles adornadas con guirnaldas de flores y alfombradas como en el día del Corpus.
El pintor Horacio Vernet, amigo del padre Hermann, comenzó a decorar la iglesia con frescos, pero la muerte le impidio terminar una obra, que ningún artista se ha atrevido a terminar. El escultor Bonassieu enriqueció la iglesia con dos hermosas alegorías, y Cavaillé y Coll, en atención al padre Hermann, suministraron en condiciones favorables uno de los mejores órganos que hayan jamás salido de sus talleres.
Establecido ya el nuevo convento, el padre Domingo dejó en él al padre Luis de la Asunción como vicario, y se llevó consigo al padre Hermann, para que continuara su obra de constructor en otra fundación nueva.