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8.- Primeros viajes apostólicos

Celo por la Adoración Nocturna

El carmelo de Carcasona fue escogido por el padre Provincial como sede de los estudios teológicos. Se envió allá al padre Hermann a fines de junio de 1852.

Algunas de sus cartas, fechadas en los primeros meses de su estancia allí, nos lo siguen mostrando preocupado por la misma idea: multiplicar el número de los devotos de la Eucaristía por la Adoración Nocturna. Constantemente habla de ello con su amigo De Cuers:

«Acabo de recibir -le escribe el 30 de agosto de 1852- la solicitud de las Conferencias de san Vicente de Paúl, de Burdeos, para establecer allí la Adoración Nocturna. Pero los documentos y reglamentos que me había llevado de París quedaron en manos del vicario general de Agen. Sírvase, pues, enviarme cuanto antes un reglamento pequeño y otros documentos que puedan poner al corriente a nuestros celosos hermanos... Y sería aún mejor si usted pudiera ir a Burdeos para organizarlo todo por sí mismo. Encontraría allí abundantes recursos entre los jóvenes. Dos de nuestros Padres fueron a predicar y hay que aprovechar esta circunstancia. Hay entusiasmo, se les habló de la Adoración, y el secretario general me ha escrito una carta entusiasta. Apresurémonos, pues, a hacer semejante servicio al buen Jesús.

«Tendría mucha necesidad de usted en Carcasona -le escribe algunos meses más tarde (30-XI)- para el establecimiento de la Adoración Nocturna. Como no puedo salir más que para predicar, me sería usted útil en extremo para ayudarme a instalar esta obra querida. En Burdeos son ya más de ciento [los adoradores], y hacen las cosas en grande. En la primera noche eran veinticuatro. En Tolosa hemos ganado ya a cincuenta miembros».

Giras como predicador

Pero pronto iba a poder ocuparse por sí en estas obras que le eran tan queridas. El año 1853 fue para él un año de predicaciones y de viajes continuos. Casi todas las ciudades del Sur de Francia lo ven y lo oyen unas tras otras. Su palabra convirtió a numerosos pecadores. Y basta leer los periódicos de la época para convencerse de que su paso era un verdadero acontecimiento.

En Lión, predicó un sermón a beneficio de los pobres, y el éxito fue tan grande que el arzobispo local, cardenal Bonald, escribió al Provincial de los Carmelitas para rogarle que, cuanto antes, confiase a este religioso la doble misión de fundar en Lión la Adoración perpetua y de predicar en todas las parroquias de la ciudad sobre este tema.

Allí se le pidió que fuera a Ginebra para predicar el mes de María. Acepta con gozo, diciendo:

«¡Ojalá pueda reparar parte del escándalo que allí di en otro tiempo! Aunque no pudiera convertir más que a un solo protestante, sería para mí un gran motivo para dar gracias al Señor por su misericordia».

Aviñón y Marsella le oyen una tras otra. Se dirige después a Tolón para visitar la Adoración Nocturna fundada por su amigo, el capitán de fragata De Cuers. Predica en la catedral. Su salud se resiente mucho de todas estas excursiones, y se ve obligado por orden del médico a renunciar a predicar el mes de María en Ginebra.

«Pero, dice, la Santísima Virgen María sabrá perfectamente indemnizarme de esta doble privación... He predicado en Beziers, Montpellier, Aviñón, Tolón y Marsella. Y Jesús lo ha bendecido todo, como en Lión», escribe desde Hyeres el 30 de abril.

Conversión de un judío y de una protestante

El 2 de mayo, en Tolón, administra el bautismo a un judío de treinta y seis años, le da la primera comunión y le viste el santo escapulario.

El 7 de mayo, en Marsella, bautiza a una dama protestante y a sus hijos. Dicha señora era de Hamburgo y vivía cerca de la familia del padre Hermann. No comprendía el francés, y desde hacía treinta años resistía con pertinacia a todas las instancias de que era objeto para que se convirtiera. Pero esto se consiguió a las primeras palabras en alemán que el Padre le dirigió. Fue entonces tocada por la gracia.

Conversión de dos gemelos judíos

Antes de regresar a Carcasona, el padre Hermann volvió a Lión, y animó a dos jóvenes israelitas, gemelos, de distinguida familia, que por la gracia de Dios querían hacerse cristianos. Posteriormente fueron sacerdotes. Eran huérfanos, y sus tutores les hicieron durísima oposición*.

*[Se trata de los hermanos Joseph y Augustin Lémann. Durante el Concilio Vaticano I (1869-70) presentaron un postulatum en favor de los israelitas, que fue firmado por 506 obispos. Entre los escritos de estos hermanos destaca Le retour d'Israël et des nations au Christ Roi; la cause des restes d'Israël introduite au Concile Oecuménique du Vatican sous la bénédiction de S. S. Pie IX, Lyon 1912].

«Antes de su llegada -le escribía uno de ellos (9-VI-1853)- flotaba en la incertidumbre... Ahora, a su voz, todo se purifica, todo se embellece, todo se agranda. La convicción se expresa en sus pensamientos y la persuasión fluye de sus labios».

Hermann cuenta este caso notable a su amigo Cuers (26-IX-1854):

«Habrá usted oído hablar de la famosa historia de nuestros dos israelitas gemelos convertidos. Los diarios han escrito de ello. Sus tutores quisieron forzarlos a la abjuración amenazándolos de muerte, pero ellos han resistido: Jesús estaba con ellos, y me decían en una carta: "Jesús, sí, Jesús descendió en medio de nosotros cuando nuestros parientes quisieron forzarnos a renegar de nuestro adorable Redentor, de su adorable Madre y del adorable misterio de la Eucaristía, que usted ama tanto"».

De Lión, el Padre se trasladó a predicar a Grenoble, en donde tuvo una conversación con el pastorcito de La Salette*.

*[En 1846, en Corps, pueblecito del Dauphiné, la Virgen María se aparece a dos muchachos pastores, Maximin, de 11 años, y Mélanie, de 15. Está llorando, sobre todo por los pecados del pueblo cristiano, y llama a conversión. Un hermoso santuario acoge, desde 1879, una gran afluencia de peregrinos].

Enfermo, convalece en Castelbelle

El Padre Provincial había ido a Roma para el capítulo general de la Orden, y a su regreso, el padre Hermann fue a esperarle a Marsella. Con él volvió a Carcasona, a donde llegó

«lleno de consuelo -escribe a uno de sus amigos-. Al ver las inmensas misericordias de nuestro buen Jesús, superabundo gaudio [2Cor 7,4]. Sin embargo, continuaba padeciendo del cerebro y de los nervios. Y esos padecimientos no son las alegrías menores de que gozo».

Los médicos, ante su enfermedad grave, prescribieron un reposo completo y lo enviaron a Castelbelle, cerca de Hyeres. Allí llegó a fines de mayo, en compañía del padre José-Luis de los Sagrados Corazones. Había prevenido a su amigo De Cuers de su llegada, y le rogaba que lo hiciera saber al padre Eymard, religioso marista, el cual había de dejar más tarde su congregación para fundar la de los sacerdotes del Santísimo Sacramento.

«Es necesario, dice, que el padre Eymard venga a pasar algunos días en Castelbelle, en donde permaneceré todo el mes eucarístico con mi Padre Carmelita».

Sufrimiento y gozo

Su estancia en la pequeña localidad fue tiempo de grandes padecimientos. El obispo de Fréjus le había concedido guardar el Santísimo Sacramento en su habitación. Aunque enfermo y debilitado, no dejó pasar una sola mañana sin celebrar misa.

«Estoy de veras en la cruz, escribía el 23 de junio, y de ello estoy contentísimo a más no poder, se lo confieso... Actualmente, estoy tendido sobre un colchón, con una fuerte erupción en la pierna. Desde el pie hasta la rodilla, estoy cubierto de llagas vivas... Estoy aquí en un país de hechicera belleza. Imagínese usted el clima de Hyeres, un jardín a orillas del mar, un hermoso valle, resguardado del viento del Norte por una cadena de montañas en semicírculo, cubierto de olivos, naranjos, pinos parasol y de maravillosos almendros. Dos magníficas palmeras se yerguen al pie de la casa solitaria que habito. Uno creería estar en pleno Oriente. En el extremo del valle, en el fondo, el mar más azul que el cielo, y en el mar, ahí cerca, las bellísimas islas de oro tantas veces cantadas por los poetas. Un coro de ruiseñores infatigables que, día y noche, nos arrullan con su concierto. Y además, en medio de esta admirable naturaleza, aquí, junto a mí, cerca de la litera en que estoy extendido, una capillita, y en la capillita, un pequeño sagrario y dentro del sagrario... Él, ¡Jesús!, nuestro amor, que ha venido a encerrarse ahí expresamente para mí, durante toda mi residencia en esta soledad embalsamada... ¡Oh, qué de acciones de gracias debo ofrecer a Jesús querido!

«Además, recibo cuidados admirables, incesantes, llenos de caridad. Confieso que si Jesús quisiera curarme, aquí hay todo lo que se necesita, sin milagro, para devolver la salud a un moribundo. Y sin embargo, mi salud no ha adelantado un paso, y me hallo hacia el fin de mi permanencia aquí. Debo partir el 1 de julio...

«Me riñen porque estoy escribiendo largo y tendido, ya que esto me cansa mucho...

«No me ha sido posible escribir una sola línea de música. Incapacidad completa. La voluntad de Jesús es mi Paraíso».

Bagnères de Bigorre

Cuando el padre Hermann deja Castelbelle, continúa siendo presa de los mismos dolores, y llega a primeros de julio a Bagnères de Bigorre, agradable lugar de los Pirineos en donde había de hallar nuevas fuerzas.

El 4 de agosto regresaba al convento de Carcasona. Pero la mejoría no se mantiene, y el buen Padre pasa unas alternativas de mejoría y de empeoramiento, que hubieran desanimado a un carácter menos templado que el suyo. Él no se queja y halla «que lo cuidan demasiado». «Amemos a Jesús, dice, el resto no es nada».

Tras algunas actividades en Montpellier, para preparar la fundación de un nuevo convento, y en Bagnères, para la colocación de la primera piedra de una iglesia del Carmen, promete ir a Burdeos en noviembre, con el fin de predicar allí.

«No es que mi salud sea muy satisfactoria, escribe, pero para no predicar más que una vez y tocar el órgano también una sola vez, creo poder prometerlo sin demasiada presunción... En lo que se refiere al órgano, desearía que fuese en beneficio de alguna obra, a elección de los que me llaman; en efecto, no toco ya jamás sino para las buenas obras, a fin de santificar por completo esta acción».

La Adoración en Tours, segunda en antigüedad

Llegado a Burdeos, uno de los primeros pensamientos del Padre fue el de sentar sobre más sólidas bases la Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento, ya establecida, según hemos dicho, por los padres Luis-María y Carlos-María. Dejó la ciudad, en donde su palabra tuvo gran resonancia, para ir a Angers y a Tours con un fin eucarístico.

En Tours se encontró con un santo hombre, con quien la Adoración Nocturna le había puesto en relación. Fundada ésta en París el 6 de diciembre de 1848, como vimos, la Adoración Nocturna había sido establecida en Tours por el señor Dupont el 2 de febrero de 1849. Después de París, fue aquélla la primera ciudad en que se estableció esta obra admirable.

El señor Dupont no limitó su acción a los que le rodeaban, sino además, se convirtió en un verdadero apóstol de la Eucaristía. En todas las cartas que escribía, que eran numerosísimas, pues tenía relaciones en todas las partes del mundo, hablaba de la Adoración Nocturna, animando a sus amigos a que la instituyesen. El padre Hermann y él eran en esto dos almas hechas para comprenderse. Ya se conocían, pero el señor Dupont no había visto todavía al padre Hermann en hábito religioso. Dejemos que él mismo cuente las alegrías y los resultados de esta entrevista:

«El buen Dios tenía otro designio muy diferente que el de dejarme gozar de él egoístamente. Ni siquiera hemos podido conversar un poco íntimamente de la Adoración más que de la una y media a las tres de la madrugada, por haber tenido cuatro largas horas de retraso el tren de Burdeos. Desde la mañana, después de la misa celebrada en las Carmelitas, y que tuve el honor de ayudar, el buen Padre fue obsequiado por Su Eminencia durante todo el día del sábado, y no me lo devolvió hasta la hora de partir para Angers.

«El lunes por la noche regresó a las diez, y un sacerdote del palacio arzobispal se hallaba conmigo en la estación. Durante todo el martes, excepto una corta entrevista antes de la misa, no vi al Padre más que en el púlpito, en el que estuvo formidable... Había gran muchedumbre.

«A las nueve, por fin, el buen Padre llegó a la Adoración. Gran concurrencia de adoradores. Predicación íntima muy grata. A las once y media, el Padre se acostó en un catre y durmió una hora. Después, nos encaminamos a la estación, en compañía de dos religiosos eudistas, venidos de Redón para obtener informes sobre la asociación. El momento en que habían venido no podía ser más oportuno, según puede verse...

«Renuncio a describir el movimiento prodigioso producido por la presencia del Padre. Ahora sólo hay que pedir a Dios que ese movimiento arraigue y produzca flores y frutos.

«El resultado, en lo que se refiere al Padre y a mí, ha sido un excelente lazo de amistad, por cuyo medio debemos entendernos en lo sucesivo para la gloria del Santísimo Sacramento y, en particular, de la Asociación de la Adoración Nocturna» (Janvier, Vida del señor Dupont, I, 338).

Parte de Burdeos

El padre Hermann viaja de nuevo a Carcasona el 25 de noviembre, y al tomar la diligencia, la gente pudo contemplar en él un religioso de capa blanca, que se arrodillaba humildemente ante el Superior de Burdeos, pidiéndole la bendición, según prescribe la Regla. Al acomodarse en uno de los asientos más modestos del carruaje, comentó a los que con él viajaban:

«Al dejar París, dos cosas sobre todo sentí abandonar y eché de menos: la Adoración Nocturna y las Conferencias de san Vicente de Paúl, de las cuales era socio. Y este sentimiento se me renueva hoy en el corazón al despedirme de una ciudad bendecida por dos asociaciones semejantes. Si algo puede consolarme, es la esperanza de propagar la Adoración Nocturna por toda Francia y de no rehusar en ninguna parte mi palabra para los pobres de san Vicente de Paúl».

Pamiers, Lión

En Carcasona el Padre recobra fuerzas en un descanso necesario, lo que le permite predicar la cuaresma de 1854 en Pamiers. Pero allí su salud causa de nuevo inquietudes.

«Mi salud está lejos de ser tranquilizadora, escribe. ¡La voluntad de Jesús! Además, me acuso de haber cometido imprudencias».

Se adivina fácilmente la naturaleza de estas imprudencias. No eran sino exceso de celo.

La cuaresma está en su final, y el 20 de abril va de nuevo a Lión, para predicar en favor de los niños recogidos por los socios de la Conferencia de san Vicente de Paúl.

Gran sermón en París

Inmediatamente parte para París, y el 24 de abril aparece en el púlpito de San Sulpicio. Era la primera vez que predicaba en un púlpito de la capital. El ruido de su conversión, el recuerdo de su vida de artista habían atraído a una inmensa muchedumbre. El arzobispo de París presidía el acto.

Fácilmente se puede imaginar la impresión del auditorio cuando ve aparecer al fraile, en otro tiempo tan festejado y aplaudido en los salones de la aristocracia. Se conserva su formidable prédica.

«Muy queridos hermanos míos. Mi primer acto al presentarme en este púlpito cristiano, debe ser una pública retractación de los escándalos que en otro tiempo tuve la desgracia de dar en esta ciudad.

«¿Con qué derecho, podríais decirme, con qué derecho vienes a predicarnos, a exhortarnos a la virtud, a la piedad, a exponernos las verdades de la fe, a hablarnos de lo que amamos, de Jesús y de María, tú, que los has ultrajado mil veces en nuestra presencia, tú, a quien hemos visto en compañía de pecadores públicos, arrastrándote en el barro de una inmoralidad sin pudor, tú, a quien hemos visto arrebatado por el viento de cualquier doctrina, haciendo profesión abierta de todos los errores; tú, en fin, cuya deplorable conducta nos ha contristado tan a menudo? In peccatis natus es totus et doces nos! [Jn 9,34].

«Sí, hermanos míos, confieso que he pecado contra el cielo y contra vosotros, reconozco que he merecido vuestra animadversión y que no tengo derecho alguno a vuestra benevolencia.

«Por eso, hermanos míos, estoy dispuesto a daros pública y solemne reparación; a arrodillarme, con la cuerda al cuello, cirio en mano, a las puertas de esta iglesia, invocando la misericordia y las oraciones de las gentes que pasen...

«Por eso, hermanos míos, he venido cubierto con un hábito de penitencia, alistado en una Orden severa, tonsurada la cabeza y descalzos los pies...

«Cuando entré en una iglesia, yo no era sino un miserable judío. Esto era en el mes de María... Cantaban santos cánticos... María, la Madre de Jesús, me reveló la Eucaristía, yo conocí la Eucaristía, conocí a Jesús, conocí a mi Dios, y pronto fui cristiano...

«Pedí el santo bautismo, y el agua santa se derramó sobre mí, y al instante todos mis pecados, los horribles pecados de veinticinco años de crímenes, todos mis pecados quedaban borrados. ¡Dios me había perdonado!, y mi alma inmediatamente quedaba pura e inocente... Dios, hermanos míos, Dios me ha perdonado. María me ha perdonado... Hermanos míos, ¿no me perdonaréis vosotros también?...»

Se adivinará la impresión que estas palabras produjeron en el auditorio. Multitud de jóvenes había acudido para oírle, y él se volvió hacía ellos, recordándoles que había vivido como ellos vivían, y les llamó a compartir su felicidad presente:

«He recorrido el mundo, he visto el mundo, he amado al mundo... y he aprendido una cosa en el mundo, y es que nadie goza en él de felicidad.

«¡La felicidad!Yo la he buscado, y, para hallarla, he recorrido las ciudades, he atravesado los reinos, he surcado los mares. ¡La felicidad! La he buscado en las poéticas noches de un clima encantador, sobre las olas límpidas de los lagos de Suiza, en las cimas pintorescas de las más altas montañas, en los espectáculos más grandiosos de la Naturaleza. La he buscado en la vida elegante de los salones, en los festines suntuosos, en el aturdimiento de los saraos y de las fiestas. La he buscado en la posesión del oro, en las emociones del juego, en las ficciones de una literatura romántica, en los azares de una vida aventurera, en la satisfacción de una ambición desmedida. La he buscado en las glorias del artista, en la intimidad de los hombres célebres, en todos los placeres de los sentidos y del espíritu. La he buscado, en fin, en la fe de un amigo, sueño de cada día y de todos los corazones... ¡Ah, Dios mío! ¿dónde no la he buscado?

«Y vosotros, hermanos míos, ¿la habéis hallado? ¿Sois felices? ¿No os falta nada? Pero me parece oír aquí, como en todas partes, un lúgubre concierto de gemidos y de quejas, que se eleva por los aires. Me parece que vuestros corazones hacen resonar también este grito unánime de la humanidad doliente: felicidad, felicidad, ¿dónde estás? ¡Dime dónde te ocultas, e iré, al precio de mi fortuna, de mi salud, de mis días si es preciso, iré a buscarte, a asirte, a poseerte!

«¿Cómo puede explicarse semejante misterio, puesto que el hombre ha nacido para la felicidad? Es porque la mayoría de los hombres se equivocan acerca de la naturaleza misma de la felicidad, y porque la buscan donde no está.

«¡Cierto! ¡Escuchadme! Esta felicidad yo la he hallado, la poseo y gozo de ella tan plenamente, que puedo exclamar con el sublime apóstol: Superabundo gaudio! El corazón se me desborda de felicidad. No puedo contener en mi pecho este volcán de gozo, y me he sentido con prisas de dejar mi soledad para venir a encontraros y a deciros también: Superabundo gaudio. Sí, soy tan feliz que vengo a ofreceros, que vengo a rogaros, a suplicaros que compartáis conmigo este exceso de felicidad».

A continuación explica en qué consiste la felicidad.

«Sólo Dios puede satisfacer esta necesidad del corazón del hombre. Pero, ¿cómo alcanzar a Dios y poseerlo? Dios aparece en sus obras y sobre todo en la obra admirable de la Encarnación y de la Redención. Dios, en la persona de su Hijo, Jesucristo, ha descendido de los cielos, ha venido hasta nosotros, se ha hecho el compañero de nuestro viaje, el pan de nuestra alma. Dar a conocer el nombre de Jesús ha obrado una verdadera revolución en el mundo. "Pero yo no creo en Jesucristo", replicará el incrédulo. "¡Eh!, le responderé yo: yo tampoco creía, y precisamente por eso era desgraciado". Jesucristo se nos da, y para hallarlo es preciso velar y rogar. Jesús está en la Eucaristía, y la Eucaristía es la felicidad, es la vida.

«En una noche de tormenta, sigue diciendo, me había internado en una cadena de montañas escarpadas, rodeadas por todas partes de horribles precipicios.

«Trepaba a duras penas por un sendero trazado por el paso de los malhechores, y hecho casi impracticable a causa de los peñascos, que los torrentes engendrados por las lluvias furiosas habían arrancado de la montaña y arrastrado con fuerza hacia el abismo.

«El trueno retumbaba una y otra vez, ininterrumpidamente. El viento, desgajando y desarraigando los árboles seculares, me derribó con violencia en el suelo, y me vi obligado a continuar la ruta arrastrándome sobre las manos y las rodillas, ensangrentadas por las piedras del camino. Me arrastraba con esfuerzo, pegado a la montaña, porque a cada instante espantosos relámpagos, al hendir las nubes y disipar la oscuridad, me mostraban la sima abierta que, con pavoroso ruido, devoraba los árboles y las rocas que el huracán le lanzaba... Mi pérdida me parecía segura...

«De pronto, una estela de luz, que partía de la nube, fue a dar en el flanco de una montaña vecina, y en una hondura del granito me descubrió una puertecita dorada...

«Al verla se me reconforta el ánimo, con la esperanza de hallar habitación o socorro... y me arrastro jadeante, a través de los abrojos y las aguas del camino, y llego con los vestidos desgarrados, desfallecido, ante la puertecita a la que me pongo a llamar pidiendo socorro... Apenas he llamado cuando la puerta se abre, y un hermoso joven, de resplandeciente majestad, con la gracia en los labios, aparece en el umbral, me toma de la mano y me introduce en la misteriosa morada.

«En el mismo instante el ruido de la tempestad cesó de resonar en mis oídos, la calma me volvió al alma, y me sentí conducido suavemente por una mano invisible, que me despojó de los vestidos manchados de barro, para sumergirme en delicioso baño, en el que recobré la fuerza y la salud.

«Este baño no sólo borró hasta las mínimas manchas recogidas en el camino, sino que además cicatrizó todas mis heridas, me infiltró en las venas una vida nueva, devolvio a mi alma su antigua juventud, y exhalaba tan exquisita fragancia que quise conocer su naturaleza.

«¡Cuál no sería mi asombro cuando advertí a mi lado al hermoso joven que me había abierto la puerta! Tenía ambas manos extendidas por encima de la piscina, y de cada una de ellas, por ancha herida, salía en abundancia la sangre a borbotones... y yo miraba la piscina, y a mí mismo me miraba... ¡y vi que me hallaba inundado por la sangre del hermoso joven!Y esta sangre me comunicaba vigor tan grande que me sentía con fuerzas capaces para afrontar mil tempestades más furiosas aún que la que acababa de soportar. Pero mi asombro llegó al colmo al reparar que aquel raudal de sangre, lejos de teñirme de rojo, me daba una blancura más brillante e inmaculada que la de la nieve, y empezaban a brotarme en el corazón el agradecimiento y el amor...

«Yo tenía hambre, tenía sed... La fatiga y las luchas del viaje me habían agotado. Él me hizo sentar a un banquete en que una luz esplendorosa iluminaba la sala del festín, donde, sin embargo, no había lámparas... El joven mismo era la luz y de su semblante irradiaban rayos deslumbradores...

«Yo tenía hambre, tenía sed... Él me presentó un pan y me dijo: "come". Me ofreció una copa diciéndome: "bebe". Bendijo el pan, luego acercó la copa a una herida que tenía en el pecho, e inmediatamente se llenó de un vino maravilloso. Y así que hube comido y en cuanto hube bebido, comprendí que semejante alimento no era ordinario, sino más bien un alimento que me transformaba y me llenaba de inefable alegría y de indecibles delicias...

«Y yo miraba al hermoso joven, y le vi dentro de mí mismo, sentado sobre un trono, adorado por los ángeles. Coros de serafines balanceaban incensarios de oro ante su presencia, y falanges de querubines quemaban ante su trono un precioso incienso que ascendía hacia él.

«Y entonces el joven me habló, y su palabra era una armonía celestial, música divina que me encantaba y me hacía derramar lágrimas de amor y me embriagaba con desconocida sensación.

«Y luego me atrajo hacia sí, me abrazó, me estrechó sobre su corazón, me cubrió de caricias y me meció dulcemente al son de una melodía que de sus labios venía. Y yo apoyé la cabeza en su pecho, y mi felicidad fue tan grande, que mi inteligencia cesó de pensar, y me dormí sobre el corazón de este amigo tan benéfico, y así dormí mucho tiempo y durante mi sueño me hizo soñar en el cielo... ¡Oh sueño de amor, imposible de contar!

«Me tocó los párpados con los dedos, y me desperté en seguida lleno de inextinguible amor, y postrándome a sus pies le agradecí la hospitalidad que me había concedido. Y Él me dijo: "Quédate, si quieres. Cada día te bañaré en mi sangre, cada día te calentaré en mi hogar, te iluminaré con mi luz y de nuevo te haré sentar a mi mesa... Pero si me dejas, ¡cuidado!, la tempestad se reanudará pronto.

«Que otros, exclamé yo entonces, arrostren las tempestades, que se arrastren en el barro del camino. En cuanto a mí, puesto que permites que me quede contigo, quiero vivir aquí, aquí quiero morir. Sí, cada día beberé en el torrente de gozo que se derrama de tu costado abierto. Pero dime tu nombre para que lo bendiga con los ángeles.

«Y él me respondio: Me llamo... amor. Me llamo... Eucaristía. ¡Me llamo Jesús!»

Tal es el secreto de la felicidad de que goza el padre Hermann, y a todos los hombres convida a compartirla con él en el amor de Jesús.

«¡Amemos a Jesús! No hay más que una felicidad: la de amar a Jesucristo y la de ser amado por él».

Cuando salió de la iglesia de San Sulpicio, se acercó al padre Hermann un joven de noble aspecto. Era Bernardo B***, judío y artista, bautizado hacía dos años apenas, cuya vida y conversión ofrecían mucha semejanza con las del padre Hermann. Profundamente conmovido por las palabras de éste, quería también pedir al Carmen la felicidad que necesitaba, y que no supo, por desgracia, conservar.

La Adoración en París

Una gran alegría esperaba en París al padre Hermann.

«Ha habido, escribe a su amigo (29-VI-1854), una reunión general de la Adoración Nocturna de los hombres en Nuestra Señora de las Victorias, en la misma capilla de la Archicofradía en que Jesús fue adorado por primera vez durante la noche. La reunión era numerosa, presidida por monseñor de la Bouillerie, el sacerdote Desgenettes y por su Fray Agustín-María del Santísimo Sacramento. He dado cuenta de lo que sucede en provincias con respecto a la Adoración Nocturna. En esta reunión de Nuestra Señora de las Victorias, he hablado de un proyecto de reunión para sacerdotes y seglares, que se consagrarían a la obra de la divina Eucaristía, y el proyecto ha sido acogido con entusiasmo y fortuna. Monseñor de la Bouillerie, sobre todo, estaba en extremo gozoso y no se cansaba de bendecir a Dios por este hermoso proyecto. He encontrado a monseñor de la Bouillerie tan ferviente como siempre, lleno de celo, de vigor y animoso como ninguno... La Adoración por la noche se celebra casi sin interrupción en París, de parroquia en parroquia».

Si su alma desbordaba de júbilo, su cuerpo sucumbía bajo el peso del cansancio, de los viajes y de las emociones.

«Después de haber predicado, añade, en Tolosa, Pamiers, Lión, París, Burdeos, Agen, etc., me he visto precisado a envainar la espada y entregarme aquí, en Bagnères, a los remedios y a los cuidados, y ya no podré predicar más hasta diciembre».

Pero en Bagnères, donde le encontraremos de nuevo, estará lejos de permanecer inactivo.