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Es humanamente imposible analizar el abismo de dolor dentro del cual pasó Cristo las últimas tres horas de su existencia mortal. En tan dificil postura, entre convulsiones, con los músculos cada vez más debilitados y lleno de dolorosos calambres, hasta la más elemental de nuestras funciones, la de respirar, es un auténtico suplicio. La respiración corta y fatigada sólo consigue introducir una cantidad mínima de oxígeno en los pulmones, en los que se ha concentrado un nivel intolerable de anhídrido carbónico y como consecuencia de ello la sangre está saturada de toxinas. En tales condiciones, su corazón, anteriormente sometido a una dura prueba, no puede resistir más y cede de repente. «Y de nuevo –escriben los evangelistas– dando un fuerte grito, Jesús dice: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu”. Y dicho esto, inclinando la cabeza, expiró».
La medicina ha investigado las causas físicas de aquella muerte. Dalla Nora resume de esta manera las distintas opiniones:
«Según algunos médicos, se debería a los calambres tectánicos. A causa de éstos, los músculos respiratorios, al estar siempre tensos con la espiración, producen la asfixia. Esto explicaría que en la imagen de la Sábana Santa, el pecho está notablemente levantado, en detrimento de la cavidad peritoneal, hundida a causa de la convexidad del diafragma. Para otros, el Señor murió debido a un colapso ortostático, es decir, por la caída de la sangre a las extremidades inferiores por efecto de la gravedad, porque el corazón no podía dar la presión suficiente. Otros consideran que el Señor murió de infarto de miocardio; la hipótesis, del médico ingles Stroud, del siglo pasado, es compartida por algún médico moderno [Ricci]» (G. Dalla Nora, op. cit. 34).
Con la más absoluta certeza podemos afirmar que el Hombre de la Sábana no sólo estaba clínicamente muerto, sino que, si se puede decir, había sido herido como para morir más de una vez.
Ricci, describiendo las investigaciones experimentales escribe precisamente que «en estos casos, la sangre hinchaba la bolsa pericárdica de modo que anulaba el espacio pléurico, y cuando con el bisturí se abría el pericardio, la sangre aparecía ya separada en dos elementos: arriba el plasma, que por peso especifico flotaba encima, y debajo el elemento corpusculado de la sedimentación –incluso después de una hora–. De aquí la hipótesis del médico inglés William Stroud de la muerte de Jesús por una fractura del corazón.
«Clínicamente, esta hipótesis explicaría la salida inmediata y diferenciada de sangre y agua de la que nos habla San Juan. En algunos casos bien diagnosticados, en el momento de morir, a causa de la fractura del corazón, el moribundo daba algunos gritos y después de uno o dos minutos, venía la muerte. En el caso de Jesús, su muerte fue precedida por un gran grito, después inclinó la cabeza y rindió el espíritu. Este gran grito, inconciliable con el estado de asfixia, puede coincidir con la fractura del corazón, mientras que la inclinación de la cabeza sugiere un estado de momentáneo alzamiento de todo el cuerpo, como confirma el estudio geométrico de la Sábana Santa. Si la lanza hubiese golpeado un corazón intacto, la sangre se habría mezclado con el agua del pericardio, inundando el espacio pléurico, para salir después –y no ciertamente “al punto”, como dice San Juan– por el costado abierto. En cambio, en la Sábana Santa, la salida de sangre y agua separadas está bien documentada y se presenta como un conjunto de manchas sanguíneas de intensa coloración, circundadas como de aureolas por el derramamiento final del liquido sueroso» (G. Ricci, L’Uomo della Sindone è Gesù?, Cammino, Milano 1985, 59-60).
A esta hipótesis ya nos habíamos referido, y, una vez más, la Sábana Santa dice su palabra. Al morir, apenas el tórax es desgarrado por el golpe de la lanza, (una herida de 5’5 cm de largo al nivel del quinto-sexto espacio intercostal), sale inmediatamente sangre y agua. Quedan todavía como objeto de discusión las varias tesis acerca del origen del suero observado por Juan –¿sudor pericárdico, hidropericardia, pericardia suerosa, líquido inflamatorio de naturaleza pléurica?– Lo cierto es que la presencia de aquel agua, es indiscutible en la Sábana, y que ha diluido la densa masa de sangre salida de la llaga del costado, difuminando los bordes.
Hace algunas horas que el sol se ha escondido detrás de las nubes densas que oscurecen el cielo, y se encontrará ya cerca de la línea del horizonte. Faltará poco para las seis de la tarde, y los escasos testigos cristianos de aquél increíble drama que han permanecido cerca del Crucificado, se mueven sólo atendiendo a la invitación apremiante de Nicodemo y de José de Arimatea. Los dos tienen razón: hay que darse prisa, porque las trompetas de plata que tocan en la explanada del templo no tardarán en repetir en el valle el aviso de que comienza el séptimo día, es decir el día consagrado al reposo sabático. Al tercer sonido, cualquier actividad laboral, incluida la sepultura de un cadáver, tendrá que cesar.
Obtenido el permiso, se procede diligentemente a separar de la Cruz el cuerpo inerte de Jesús. Se le lleva en brazos delante de la tumba nueva que José había hecho excavar para él en las cercanías del Calvario. No hay tiempo en absoluto para lavar el cadáver, reducido a una llaga, y completamente empastado de grumos de sangre y polvo. Mientras que José va corriendo a comprar al artesano más próximo una sábana, regresa Nicodemo cargado con cien libras –treinta kilos abundantes– de una mezcla de aromas.
Después, encima de una gran losa de roca, en el interior del sepulcro, extienden la Sábana y esparcen una capa de polvos resinosos y aromáticos. Después apoyan los restos mortales, que son también cuidadosamente cubiertos de mirra y áloe. La parte superior de la Sábana se dobla, siguiendo la costumbre hebráica, sobre la cabeza, el rostro y después hacia abajo a todo lo largo del cuerpo, hasta los pies de Jesús.
Alguno de los presentes, en atención a una antigua tradición medio-oriental, deposita dos monedas en los párpados. De nuevo la Sábana nos revela este pequeño secreto: aparece encima de los párpados cerrados la huella de las dos monedas. Los últimos estudios realizados revelan que se trata de monedas acuñadas precisamente en tiempos del procurador romano que ha instruido el proceso a Jesús. Un elemento más a favor de la autenticidad de la Sábana Santa de Turín.
A continuación realizan un vendaje lateral en espiral, mediante tiras de tela, lo que permite que el tejido se adhiera mejor a los restos mortales, y envuelven la cabeza con un sudarium anudado detrás de la nuca. También esparcen el resto de los aromas por el sepulcro.
Un último saludo, con los ojos llenos de lágrimas. Y finalmente, empujada por los brazos robustos de los hombres, la gruesa piedra circular rueda dentro de su hendidura, sellando la tumba. Poco después, por orden de la autoridad, será asegurada mejor a la roca con fuertes fijaciones de hierro.
Regresan a casa rápidamente, porque ya es noche entrada. Durante todo el día, el viento del este, el hamsin o siroco no ha dejado de soplar, plegando la hierba alta de los prados, los campos cultivados de trigo y avena y moviendo ligeramente las ramas de los grandes árboles en plena floración. Así, junto a las nubecillas de arena fina y rosácea se mezcla otro polvo impalpable y perfumado, el de cien variedades de polen. El viento los transporta por el aire en torbellinos breves e irregulares. Se posan en el suelo por unos momentos y vuelven a volar. Una parte desciende sobre la superficie ondulada del Jordan y sobre las claras aguas del Lago Tiberíades. Lentamente, miles de granos de polen y arena confundidos entre sí se hundirán hasta depositarse en el fondo.
Puede parecer un detalle curioso y a lo mejor fuera de lugar esta historia del polen, que ha perfumado e invadido el aire, como cada primavera, en aquellos días de abril del año 30 d. C. Lo han respirado todos los participantes al proceso, a la condena y a la ejecución. Se ha infiltrado por todas partes, en los pliegues, en las fibras del tejido de lino que José ha llevado hace poco al sepulcro. En esta historia única y maravillosa, todo puede tener y tiene su importancia. Puede ser que una gran importancia.