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Todos los cristianos están llamados a la perfección evangélica, es decir, a la santidad. Y todos están llamados a santificarse por una conformidad amorosa con la voluntad de Dios, afirmada día a día mediante la fidelidad y el abandono. En efecto, en la fidelidad incondicional a lo que Dios quiere -voluntad divina claramente significada por la fe y los mandamientos- y en el abandono confiado a lo que Dios quiera -voluntad divina manifestada en las circunstancias cambiantes de la vida-, el cristiano halla, por las pequeñas cosas de cada día, su camino fundamental hacia la santidad. Y esta vía principal de perfección es común a sacerdotes, religiosos y laicos.
¿Pero en esa fidelidad y abandono a las cosas pequeñas o grandes de la vida ordinaria puede hallarse estrictamente un camino?... Ésta es una cuestión más bien verbal. Pero un «camino» implica unos medios predeterminados, bien conocidos y previsibles, en orden a un fin. Por eso, en este sentido más estricto de la palabra, sólamente suele hablarse de camino de perfección cuando el cristiano -precisamente para santificarse de verdad a través de las cosas de cada día-, asume voluntariamente, y de modo habitual, un conjunto de medios intensos y explícitos de santificación. Así lo hacen los religiosos, y por eso reconoce la Iglesia su vida como un estado de perfección.
En este sentido, desde el principio de nuestro estudio tendré siempre en cuenta el paralelismo fundamental que existe entre los religiosos y los laicos: unos y otros son humanos, unos y otros son cristianos necesitados de ayudas análogas, y todos ellos han de tender, bajo la moción de la gracia, hacia la perfecta santidad.
Los religiosos, para llegar a ella, por gracia especial de Dios, se comprometen con votos a seguir fielmente el camino de perfección trazado por una regla de vida, aprobada por la Iglesia, en obediencia continua a sus superiores y directores.
Y los laicos, a su vez, han de tender hacia la santidad (cap.1), dedicando a Dios todas las obras diversas de la vida ordinaria (cap.2). Ésa es, como he dicho, la vía fundamental de santificación para todos los cristianos, laicos, sacerdotes y religiosos. Pero también es aconsejable para los laicos -así lo quiere Dios muchas veces- que busquen la ayuda de otros medios de perfección, como lo hacen los los religiosos: una consagración personal (cap.3); una regla o plan de vida (cap.4); unos votos u otros compromisos personales semejantes (cap.5), acerca de su vida de oración, ayuno y limosna (cap.6); así como una dirección espiritual (cap.7).
Cuando se asumen todos o algunos de estos elementos, sí que se forma entonces un camino laical de perfección, en su sentido más estricto. Y ello puede, como es obvio, hacerse en forma privada o comunitaria:
-Comunitariamente. No pocas asociaciones cristianas de fieles laicos ofrecen a sus miembros un camino de perfección, que integra todos o varios de esos medios. Y la Iglesia las ha recomendado con frecuencia.
-Individualmente. También estos medios de perfección son muy aconsejables a aquellos laicos que, por una u otra causa, no pueden beneficiarse de esa vida espiritual comunitaria organizada.
Pues bien, de estos temas hablaré en este escrito, sin entrar apenas en otras cuestiones que, sin duda alguna, tienen gran importancia para la santificación de los laicos, como son la vida litúrgica, la educación de los hijos, la actividad social y política, etc.
El título, por tanto, de esta obra expresa con aceptable precisión mi intento. Éstos son caminos laicales de la perfección cristiana.