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25ª Semana

Domingo

Entrada: «Yo soy la salvación del pueblo –dice el Señor–. Cuando me llamen desde el peligro, yo les escucharé, y seré para siempre su Señor».

Colecta (del Veronense y de la antigua liturgia hispana o mozárabe): «¡Oh Dios!, que has puesto la plenitud de la ley en el amor a ti y al prójimo; concédenos cumplir tus mandamientos para llegar así a la vida eterna».

Ofertorio (del Veronense): «Acepta propicio, Señor, las ofrendas de tu pueblo, para que alcance en el sacramento eucarístico los bienes en que ha creído por la fe».

Comunión: «Tú, Señor, promulgas tus decretos para que se observen exactamente; ¡ojalá esté firme mi camino para cumplir tus consignas! (Sal 118, 4-5); o bien: «Yo soy el Buen Pastor –dice el Señor–, que conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen» (Jn 10,14).

Postcomunión (del Misal anterior, retocada con textos del Veronense y del Misal de París del año 1738): «Que tu auxilio, Señor, nos acompañe siempre a los que alimentas con tus sacramentos, para que por ellos y en nuestra propia vida recibamos los frutos de la redención».



Ciclo A

A los jornaleros de la viña, llamados por Dios para recompensarlos según su voluntad, corresponde el texto de Isaías que nos manifiesta que los pensamientos del Señor no son como los del hombre (lecturas primera y tercera). San Pablo, en la segunda lectura, nos muestra su intenso amor a Jesucristo y su deseo de que todos lo tengan igual. Esto es, que llevemos una vida digna del Evangelio de Cristo.

Dios es quien tiene derecho absoluto y amoroso a decidir sobre nuestra vida. Es Él quien nos llama y nos indica nuestro quehacer responsable, según su Voluntad, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Por eso, toda actitud irresponsable, engreída o presuntuosa por nuestra parte constituye un riesgo y una infidelidad, que pueden frustrar en nosotros el designio de salvación gratuita por parte de Dios.

–Isaías 55,6-9: Mis planes no son vuestros planes. Nuestra salvación es obra de una amorosa iniciativa divina, pero no excluye nuestra responsabilidad de búsqueda humilde y constante de su Voluntad.

Todos los momentos de la vida son buenos para volver a Dios. Pero indudablemente existen algunas circunstancias en las que la llamada divina es más apremiante y se transforma en una dulce violencia. El Señor, para realizar sus planes, usa medios que, con frecuencia, no corresponden a los proyectados por el hombre. Así aparece muchas veces en la historia de la salvación; por ejemplo: José vendido como esclavo por sus hermanos y que luego fue su salvador; Ciro en la liberación de Israel; nacimiento de Cristo y persecución de Herodes; los apóstoles... Someternos al plan divino que hemos de conocer y profundizar en su Palabra, la predicación, la oración...

–Con el Salmo 144 cantamos: «Cerca está el Señor de los que lo invocan. Bendigamos al Señor por sus justos designios, alabemos su nombre por siempre jamás. Grande es el Señor y merece toda alabanza. Es incalculable su grandeza. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones». Nos abandonamos en sus manos con toda confianza.

–Filipenses 1,20-24.27: Para mí la vida es Cristo. Dios nos ha elegido y nos ha predestinado para Cristo Jesús, sin Él no tendría razón nuestra existencia en condición de criatura humana. La vida consagrada a Cristo no se mide con el reloj; solo la intensidad de la entrega tiene razón de ser como elemento de valoración. San Cipriano escribe:

«Cristo mismo, el maestro de nuestra salvación, enseña cuánto aprovecha dejar esta vida; cuando sus discípulos se entristecían porque Él había dicho que ya se iba a marchar, les habló diciendo: “si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre” (Jn 14,28), enseñándoles y mostrándoles que, cuando las personas queridas salen de este mundo, debemos alegrarnos más que dolernos» (Sobre la mortalidad 7).

San Ignacio de Antioquía escribe:

«De nada me aprovecharán los confines del mundo ni los reinos todos de este siglo. Para mí es mejor morir en Jesucristo (Flp 1,23) que ser rey de los términos de la tierra. A Aquel quiero que murió por nosotros. A Aquel quiero que por nosotros resucitó» (Carta a los Romanos 6,1).

San Juan Crisóstomo predica:

«Pablo, encerrado en la cárcel, habitaba ya en el cielo; recibía los azotes y las heridas con un agrado superior al de los que, en los juegos, ganaban el premio; amaba las fatigas más que las recompensas, las veía como una recompensa y, por eso, las consideraba una gracia.

«Sopesemos lo que significa. El premio consistía en partir para “estar con Cristo” (Flp 1,23-24); en cambio, quedarse en esta vida significaba el combate. Sin embargo, el mismo anhelo de estar con Cristo le movía a diferir el premio, llevado del deseo de combatir, ya que lo consideraba más necesario» (Homilía 2, sobre las alabanzas de Pablo).

–Mateo 20,1-16: ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? En el misterio de nuestra salvación, los criterios de Dios no coinciden a veces con los criterios humanos. La iniciativa es siempre suya, y nosotros hemos de responder con fidelidad. Comenta San Agustín:

«En aquella recompensa seremos todos iguales: los últimos como los primeros y los primeros como los últimos, porque aquel denario es la vida eterna y, en la vida eterna, todos serán iguales. Aunque unos brillarán más y otros menos, según la diversidad de méritos, por lo que respecta a la vida eterna será igual para todos. No será para uno más largo y para otro más corto, lo que en ambos será sempiterno» (Sermón 87,6).

Y San Jerónimo:

«Encontramos el mismo sentido en aquella parábola de Lucas, donde el hijo mayor, celoso del menor, no quiere recibirlo arrepentido y acusa a su padre de injusticia (Lc 15,28-30). Y para que sepamos que el sentido es el que hemos expuesto, el título de esta parábola y su conclusión se corresponden. Así, dice, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos; en efecto, muchos son los llamados y pocos los elegidos» (Comentario al Evangelio de Mateo 20,15-16).



Ciclo B

Las lecturas primera y tercera nos hablan de la pasión del Señor. La vida ha de estar fundada sobre la justicia y la paz (segunda lectura). El misterio de la cruz fue consustancial a la Persona y a la obra del Verbo encarnado para nuestra salvación. Lo mismo debe suceder en los que le siguen por la inevitable reacción del mal, del egoísmo y de la degradación humana. Ni la cobardía, ni el disimulo irenista, ni la condescendencia vergonzante o acomodaticia serán jamás actitudes auténticas del verdadero discípulo de Cristo.

–Sabiduría 2,17-20: Lo condenaremos a muerte ignominiosa. La fidelidad insobornable a Dios y a su Voluntad amorosa hará siempre del creyente un proscrito, un ser incómodo en medio del mundo y de los hombres.

El contraste entre la perversidad de los malvados y la mansedumbre de los justos es siempre actual. La mentalidad terrena, cerrada a la trascendencia y ávida solo de éxito y de placer, también hoy actúa y se puede llamar el mito del bienestar y del consumismo.

El hecho de que la vida humilde del justo inquiete la conciencia de los impíos y suscite una rabiosa reacción confirma que el testimonio de una vida recta es de por sí un medio de evangelización, con tal que el justo mantenga la mansedumbre de su carácter y no sea él mismo prepotente con la excusa de imponer el bien. No podemos, no debemos usar las armas de los adversarios.

La protección divina es infalible en esta vida o en la otra. El Evangelio de la Cruz siempre triunfa, aun en la misma debilidad.

–Santiago 3,16-4,3: Los que procuran la paz, están sembrando la paz y su fruto es la justicia. La verdadera sabiduría cristiana supera todas las bajas pasiones de los hombres, respondiendo con el sufrimiento, la paz y la caridad humilde y bienhechora. San Beda comenta:

«Pide mal el que, despreciando los mandamientos del Señor, desea de Él beneficios celestiales. Pide mal también el que, habiendo perdido el amor de las cosas celestiales, solo busca recibir bienes terrenales, y no para el sustento de la fragilidad humana, sino para que redunde en el libre placer» (Exposición sobre la Carta de Santiago 4,3).

Orar mal consiste en ser infiel a la sabiduría de que hemos tratado anteriormente. La oración cristiana es eficaz sólo si está animada de caridad, y el servicio, si no es interesado. Estas dos cosas: sabiduría y oración evocan la ley fundamental de la Cruz. El cristiano verdadero es solo el que está dispuesto al don total de sí mismo, hasta considerar siempre a los demás superiores a él.

–Marcos 9,30-37: El Hijo del Hombre va a ser entregado... El que quiera ser el primero que sea el último de todos. El misterio de la Cruz de Cristo es para el cristiano un imperativo permanente de caridad y humilde servicio, nunca un título de engreimiento o señorío sobre los hermanos. Ante el misterio de la Cruz la sabiduría humana queda descarriada, porque se encuentra con la reprobación y el sufrimiento del justo. Solo el Espíritu puede hacernos entender que la verdadera sabiduría es la locura de la Cruz. Cuando se ha escogido y vivido este mensaje se llega a la paz del alma. San Agustín escribe:

«Cuando mi alma se turba, no tiene otro remedio que la humildad para no presumir de sus fuerzas: se confunde y abate esperando que la levante Dios; nada bueno se atribuye a sí mismo el que quiera recibir de Dios lo que necesita» (Comentario al Salmo 39,57).

«No dice el Señor: “Aprended de Mí a fabricar el mundo, o a resucitar muertos”, sino “que soy manso y humilde de Corazón”... ¿Tan grande cosa es, oh Señor, el Ser humilde y pequeño, que si Tú que eres grande no lo hubieras practicado, no se pudiera aprender?» (Sobre la Santa Virginidad 35, 29).

Y San León Magno:

«La cruz de Jesucristo, instrumento de la redención del género humano, es justamente sacramento y modelo. Es sacramento que nos comunica la gracia y es ejemplo que nos excita a la devoción: porque, libres ya de la cautividad, tenemos la ventaja de poder imitar a nuestro Redentor» (Sermón 72,1).



Ciclo C

La primera y tercera lecturas nos hablan del buen uso de las riquezas. San Pablo, en la segunda lectura, nos exhorta a orar por todos los hombres, especialmente por los que tienen cargos públicos.

A la luz de la revelación divina vemos el riesgo que, para nuestra condición de peregrinos hacia la eternidad, supone el uso de los bienes temporales, que están al alcance de nuestras manos y que a diario condicionan nuestra vida. El materialismo o la frivolidad irresponsable no son un peligro puramente imaginario para nuestra salvación. Cada acción u omisión de nuestra vida en el uso de los bienes temporales cuenta para la eternidad.

–Amós 8,4-7: Contra los que compran por dinero al pobre. El profeta Amós nos alerta contra la injusticia y el egoísmo, que son incompatibles con la vida de la piedad y el servicio a Dios. El profeta se dirige a una categoría de personas que califica por sus acción opresora con respecto a los otros hombres. Son los que «pisan al pobre» y hacen todo lo posible por aniquilar a los humildes del país. Es el pecado socialmente más grave: hacer imposible la subsistencia de los oprimidos. Los Santos Padres han insistido mucho en estas enseñanzas. Así San Gregorio de Nisa:

«No despreciéis a esos pobres que veis echados en el suelo: considerad lo que son y conoceréis su dignidad. Esos están representando la persona de nuestro Salvador... Los pobres son los dispensadores de los bienes que esperamos, son los porteros del Reino de los cielos, para abrir la entrada a los misericordiosos y cerrarla a los despiadados. Son los pobres vehementísimos acusadores, pero intercesores muy poderosos y favorables... Usad de vuestros bienes. No pretendo impediros su uso. Pero cuidado con abusar de ellos... Es un delito igual, con corta diferencia, el de no prestar al pobre o el de prestarle con usura; porque lo uno es inhumanidad, lo otro es una ganancia sórdida e ilegítima» (De pro amand. 22-25).

–Con el Salmo 112 decimos: «Alabad al Señor que ensalza al pobre... Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo».

–2 Timoteo 2,1-8: Pedid por todos los hombres a Dios, que quiere que todos se salven. Los Padres enseñan con frecuencia esa voluntad salvífica de Dios. Así, San Gregorio de Nisa:

«Nosotros le servimos [al Señor] de alimento la salvación de nuestra alma, como dijo Él: “mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre” (Jn 4, 34). Es manifiesto el empeño de la voluntad divina: “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). Esta es la comida [del Señor], nuestra salvación» (Homilía 10 sobre el Cantar de los Cantares).

«¿Cuál es el alimento deseado por Jesús? Después de su diálogo con la Samaritana, dice a sus discípulos: «mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre» (Jn 4,34). Y la voluntad del Padre es bien conocida: quiere que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2,4). Luego si Él quiere que nosotros seamos salvos y nuestra salvación es su alimento, aprendamos cuál sea el comportamiento de la voluntad y el afecto de nuestra alma. ¿Cuál? Tengamos hambre de la salvación de nosotros mismos, tengamos sed de la voluntad de Dios, que es que nosotros la cumplamos» (Homilía 4 sobre las Bienaventuranzas).

Y San Agustín:

«Aquel huerto del Señor, hermanos –y lo repito una y tres veces– se compone no solo de las rosas de los mártires, sino también de los lirios de las vírgenes, de la hiedra del matrimonio y de las violetas de las viudas. En ningún modo, amadísimos, tiene que perder la esperanza de su vocación ninguna clase de hombre. Cristo padeció por todos. Con toda verdad está escrito de Él: “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4)» (Sermón 304, 2).

–Lucas 16,1-13: No podéis servir a Dios y al dinero. A la hora del encuentro definitivo con el Señor también cuenta el amor o el egoísmo con que hayamos administrado los bienes de la tierra. ¿De qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si puede su alma? Comenta San Agustín:

«De cualquier forma que se acumulen son riquezas de iniquidad. ¿Qué significa que son riquezas de iniquidad? Es al dinero a lo que la iniquidad llama con el nombre de riquezas. Si buscas las verdaderas riquezas, son otras. En ellas abundaba Job, aunque estaba desnudo, cuando tenía el corazón lleno de Dios y, perdido todo, profería alabanzas a Dios cual piedras preciosas. ¿De qué tesoro si nada poseía? Esas son las verdaderas riquezas. A las otras solo la iniquidad las denomina así. Si las tienes no te lo reprocho: llegó una herencia, tu padre fue rico y te las legó. Las adquiriste honestamente. Tienes tu casa llena como fruto de tus sudores; no te lo reprocho.

«Con todo, no las llames riquezas, porque si así lo haces, las amarás y, si las amas, perecerás con ellas; siémbralas para cosecharlas. No las llames riquezas, porque no son las verdaderas. Están llenas de pobrezas y siempre sometidas al infortunio. ¿Cómo llamar riquezas a lo que hace temer al ladrón, te lleva a sentir temor de tu siervo, temor de que te dé muerte, las coja y huya? Si fueran verdaderas riquezas, te darían seguridad. Por tanto, son auténticas riquezas aquellas que una vez poseídas, no podemos perder: ponedlas en el cielo» (Sermón 113,4-5).

El dinero es necesario en este mundo, pero no podemos, no debemos estar apegados a él, sino emplearlo honestamente, caritativamente. De tal modo utilicemos las cosas temporales para que no perdamos las eternas. Todo para vosotros, pero vosotros para Cristo y Cristo para Dios, como decía San Pablo.



Lunes

Años impares

–Esdras 1,1-6: Reedificad el templo del Señor. Vuelven los desterrados para sacrificar en el templo del Señor. El templo de Jerusalén, mandado construir por Salomón, sin hacer caducos los demás santuarios, será el centro del culto de Yahvé. A él se acude desde todo el país para «contemplar el rostro de Dios» (Sal 42,3) y es para todos los fieles objeto de un amor conmovedor (Sal 84, 12). Se sabe que la sede de Dios es el cielo (Sal 2,4; 103,19; 115,3). Pero el templo es como una réplica de su sede celestial, a la que en cierto modo hace presente aquí en la tierra. Sin embargo, no todos tienen un sentido adecuado del culto en el templo: sus vidas no responden al culto. Por eso los profetas fustigan ese culto suyo y esa confianza supersticiosa (Jer 7,4; Is 1,11-17; Jer 6,20; Ez 8,7-18). Con la purificación del pueblo en el destierro, Dios quiere la reconstrucción del templo (Esd 3-6), como centro del judaísmo.

Jesús tiene un respeto profundo al templo, pero con su muerte termina su función de signo de la presencia divina. El mismo Cristo es el templo por antonomasia y también los que lo siguen (Jn 2, 21ss; Hch 7,48ss; 1 Cor 3,10-17; 2 Cor 6,16ss; Ef 2,20ss). Todo será finalmente sublimado con las iglesias, en donde se celebra y se guarda la sagrada Eucaristía.

–El Salmo 125 canta la alegría del volver del destierro y la reconstrucción de Jerusalén y del templo: «El Señor ha estado grande con nosotros. Cuando el Señor cambió la suerte de Sión nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas y la lengua de cantares. Hasta los gentiles decían: “el Señor ha estado grande con ellos”. Los que sembraron con lágrimas, camino del destierro, cosechan entre cantares al volver a la patria. Al ir iban llorando; al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas».

Años pares

–Proverbios 3,27-34: El Señor aborrece al perverso. Hay una lucha. Querer el bien está al alcance del hombre, pero no el realizarlo: no hace el bien que quiere sino el mal que no quiere (Rom 7,18ss). La concupiscencia le arrastra como contra su voluntad. El hombre que sigue las enseñanzas de la sabiduría halla su gozo en hacer el bien en torno de sí. Sólo Jesucristo puede atacar el mal en su raíz (Rom 7,25), triunfando en el mismo corazón del hombre. Escogiendo el cristiano vivir así con Cristo para obedecer a los impulsos del Espíritu Santo, se desolidariza de la opción de Adán. Así, el mal moral queda verdaderamente vencido en él.

Los hombres, criaturas inteligentes y libres, han de caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por eso pueden desviarse y de hecho se desviaron y se desvían. Dios lo permite, porque respeta su libertad y, misteriosamente, sabe hacer bienes de los males. Dice San Agustín:

«Porque el Dios todopoderoso... por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir bien del mismo mal» (Enchiridion 11,3).

–El Salmo 14 nos ayuda a meditar en esta ocasión con estas palabras: «El justo habitará en tu monte santo, Señor... El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. El que no hace mal al prójimo ni difama al vecino, el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor. El que no presta dinero a usura, ni acepta soborno contra el inocente, el que así obra nunca fallará». Es como el decálogo del que sirve al Señor no solo en su templo santo, sino en toda su vida. Dios está presente en toda la nación. «Así pues, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios» (Ef 2,19).

–Lucas 8,16-18: La luz se coloca sobre el candelero, para iluminar a los hombres. Orígenes afirma:

«Que Cristo trata aquí de la luz espiritual. La lámpara tiene un gran significado en la Sagrada Escritura. Israel para significar la fidelidad a Dios y la continuidad de la oración, hace arder perpetuamente una lámpara en el santuario (Ex 27,20ss); dejar que se extinga sería dar a entender a Dios que se le abandona (2 Par 29,7). Viceversa, dichosos los que velan en espera del Señor, como las vírgenes sensatas (Mt 25,1-8) o el servidor fiel (Lc 12,35), cuyas lámparas se mantienen encendidas. Dios aguarda todavía más de su fiel: en lugar de dejar la lámpara bajo el celemín o la cama (Mt 5,15ss; Lc 8,16-18), él mismo debe brillar como un foco de luz en medio de un mundo perverso en tinieblas (Flp 2,15), como en otro tiempo Elías, ‘‘cuya palabra ardía como una antorcha’’ (Eclo 48,1) o como Juan Bautista: ‘‘lámpara que ardía y lucía’’ (Jn 5,35), para dar testimonio de la verdadera Luz, que es Cristo. Así la Iglesia, sobre Pedro y Pablo, los dos olivos y los dos candeleros que están delante del Señor de la tierra (Ap 11,4), debe hacer irradiar hasta el fin de los tiempos la gloria del Hijo del Hombre (Comentario a San Lucas 1,12ss).



Martes

Años impares

–Esdras 6,7-8.12.14-20: Terminaron la reconstrucción del templo y celebraron la Pascua, pero antes la dedicación. En todas las religiones es la fiesta un elemento esencial del culto: con ciertos ritos asignados a ciertos tiempos, la asamblea rinde homenaje, ordinariamente en medio del gozo y regocijo de tal o cual aspecto de la vida humana; da gracias e implora el favor de la divinidad. Lo que caracteriza a la fiesta en la Biblia es su conexión con la historia sagrada, pues pone en contacto con Dios, que actúa sin cesar en favor de sus elegidos. La fiesta actualiza una esperanza auténtica al término de la salvación: el pasado de Dios asegura el provenir del pueblo. El Éxodo conmemorado anuncia y garantiza un nuevo éxodo: Israel será un día definitivamente liberado, el reinado de Yahvé se extenderá a todas las naciones.

Cristo practicó sin duda las fiestas judías de su tiempo, pero mostraba ya que solo su persona y su obra les daban pleno significado. Así, tratándose de la fiesta de los Tabernáculos (Jn 7,37ss; 8,12; Mt 21,1-10), o de la Dedicación (Jn 10,22-38). Sobre todo, señaló deliberadamente una nueva alianza con su sacrificio en un sentido pascual (Mt 26,2.17-28; Jn 13,1; 19,36; 1 Cor 5,7ss). La fiesta de Pascua ha venido a ser la fiesta eterna del cielo.

–El Salmo 121 nos conduce a una meditación adecuada con respecto a la lectura anterior: «Llenos de alegría vamos a la Casa del Señor». Estamos en ella. Toda Misa es una gran fiesta como no podían imaginar los judíos. «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor»... La nueva Jerusalén es la Iglesia, extensión espacial y temporal del verdadero templo de Dios, que es Cristo resucitado.

Años pares

–Proverbios 21,1-6.10-13: Un programa de vida espiritual. El culto auténtico lleva a obras de caridad y de justicia para con el prójimo. El culto bíblico ha evolucionado mucho: lugares, objetos y personas sagrados (santuario, arca, altares, sacerdote), tiempos sagrados (fiestas, sábados), actos cultuales (purificaciones, consagraciones, sacrificios, oraciones...), normas y prescripciones (ayunos, entredichos...).

El culto de Israel vendrá a ser espiritual en la medida en que él adquiera conciencia, gracias a los profetas, del carácter interior de las exigencias de la alianza. Esta fidelidad del corazón es la condición de un culto auténtico y la prueba de que Israel no tiene más dios que Yahvé. Todo esto quedará sublimado en el Nuevo Testamento, sobre todo con la Eucaristía.

–El Salmo 118 nos ayuda a contemplar la vida espiritual como un camino, como un programa de vida: «Guíame, Señor, por la senda de tus mandatos. Dichoso el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor». Pidamos al Señor que nos instruya en el camino de sus decretos y meditemos sus maravillas; escojamos el camino verdadero, deseemos sus mandamientos; que el Señor nos enseñe a cumplir su voluntad y a guardarla de todo corazón, que Él nos guíe por la senda de sus mandatos, porque ahí está nuestro gozo. Cumplamos sin cesar su Voluntad por siempre jamás. Guardar la palabra del Señor es garantía para que seamos amados por Él y habite en nuestra alma con el Padre y el Espíritu Santo (Jn 14,23). Así le daremos un culto digno de Él, en espíritu y en verdad, con la participación nuestra en la liturgia de la Iglesia, de modo especial en la Eucaristía.

–Lucas 8,19-21: Los que escuchan la palabra del Señor y la cumplen son su madre y sus hermanos. Esta es la familia auténtica del Señor. Oigamos a San Ambrosio:

«Es propio del maestro ofrecer en su persona un ejemplo a los demás, y, al dictar sus preceptos, él mismo comienza por cumplirlos. Antes de prescribir a otros que quien no deja a su padre y a su madre no es digno del Hijo de Dios (Mt 10,37; Lc 14,26), Él se somete primero a esta sentencia: no condena la piedad filial con respecto a una madre; pues de Él viene el precepto «Quien no honra a su padre y a su madre, reo es de muerte» (Ex 20,12; Dt 27,16). Pero Él sabe que se debe a los ministerios de su Padre más que a los piadosos sentimientos para con su Madre. Los padres no son injustamente descartados, sino que Él enseña que la unión de las almas es más sagrada que la de los cuerpos» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VI,34-38).

Nadie mejor que la Madre de Jesús ha cumplido la Voluntad divina, fuera de su propio Hijo. Así lo afirma el Concilio Vaticano II:

«A lo largo de su predicación acogió las palabras con las que su Hijo, exaltando el Reino por encima de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que escuchan y guardan la Palabra de Dios, como Ella lo hacía fielmente (cf. Lc 2,19 y 51). Así avanzó la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jn 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de Madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado» (LG 58).



Miércoles

Años impares

–Esdras 9,5-9: Dios no nos abandonó en la esclavitud. Esdras implora el perdón de las faltas de Israel en una plegaria que demuestra una piedad ardiente y da gracias por el retorno del «resto» vaticinado por los profetas. El poder de la oración es grande. Dios está siempre atento a nuestra oración. Los Santos Padres han tratado muchas veces de la oración. Así, Clemente de Alejandría:

«La oración es una conversación con Dios. Sin que se oiga la voz y aun sin mover los labios estamos clamando en el fondo de nuestro corazón; el Señor oye las súplicas que le dirige nuestro corazón. Para orar, levantamos la cabeza y las manos al cielo, nos esforzamos a arrancar de la tierra nuestro cuerpo, elevando nuestra alma con las alas del deseo de los bienes eternos hasta el santuario de Dios; y mirando con los ojos de un espíritu sublime, consideramos como inferiores a Él los lazos de nuestra carne; como dignos de desprecio siempre que se opongan a la vida eterna» (Pedagogo 17).

Y San Cipriano:

«Sea nuestra ocupación un continuo llanto y una continua oración: estas son las armas celestiales con que perseveran y se defienden nuestras almas. Ayudémonos unos a otros con oraciones, y consolémonos con recíproca caridad en nuestro trabajo. Aquel que por la misericordia de Dios mereciere ir primero, conserve siempre en la presencia de Dios su caridad para con sus hermanos, para implorar la clemencia divina a favor de los fieles que dejó en el mundo» (Carta 56,a Cornelio).

«Cuando oramos para conseguir el perdón de nuestras culpas, tenemos las mismas palabras de Aquél que es nuestro Mediador y Abogado. Y pues nos asegura que el Padre celestial nos concederá cuanto le pidamos en su nombre: ¿con cuánta mayor prontitud nos lo concederá, si no solamente en su nombre le suplicamos, sino que oramos con sus mismas palabras?» (Sobre la oración dominical 18).

San Gregorio Nacianceno enseña:

«Admirad la grande bondad de Dios: pues recibe nuestro deseo como si fuera una cosa preciosísima. Se abrasa en deseos de que nosotros nos abrasemos en su amor. Recibe como beneficio el que nosotros le pidamos sus favores; más gusto tiene Dios en dar, que nosotros en recibir lo que Él nos da. No tengamos otro cuidado que el no ser indiferentes ni cortos en nuestras pretensiones con el Señor; jamás le pidamos cosas pequeñas o indignas de la divina magnificencia» (Sermón 40).

–Como Salmo responsorial se nos ofrece la oración de Tobías 13: «Bendito sea Dios que vive eternamente. Él azota y se compadece, hunde hasta el abismo y saca de él. No hay quien escape de su mano». En medio de nuestras dificultades y amarguras debemos darle gracias, proclamar su grandeza. Él es nuestro Dios y Señor, nuestro Padre por los siglos de los siglos... Anunciamos su grandeza y su poder. Convirtámonos y obremos rectamente en su presencia. Él nos muestra siempre su benevolencia y tiene constantemente compasión de nosotros. Oremos con fe, con humildad, con entera confianza.

Años pares

–Proverbios 30,5-9: El Señor nos da lo que necesitamos. Pidamos continuar firmemente en el recto camino de la virtud. Ni riqueza ni pobreza. Lo que necesitamos. Para esto tener confianza en Dios. La inseguridad nace cuando se debilita nuestra fe, y con la debilitación de la fe llega la desconfianza. Jesucristo es siempre nuestra seguridad. San Gregorio Magno dice:

«La confianza que el apóstol ha de poner en Dios debe ser tan grande que, aunque no sea necesario para esta vida, tenga por cierto que nada le ha de faltar.

«De la miseria del hombre está llena toda la tierra, y de la misericordia de Dios está llena toda la tierra. Todos necesitan de Dios: lo mismo los desventurados que los felices» (Homilía 17 sobre los Evangelios).

–El Salmo 118 nos alienta para alabar a Dios: «Apártate del camino falso y dame la gracia de tu voluntad». Estimemos más los preceptos de la boca del Señor mucho más que el oro y la plata, porque la palabra del Señor es eterna, más estable que el cielo. Consideremos los decretos del Señor y odiemos el camino de la mentira, amemos la voluntad del Señor que diariamente nos da lo que necesitamos.

–Lucas 9,1-6: Envía sus discípulos a proclamar el Reino de Dios. Escuchemos a San Ambrosio:

«Si se quiere puede entenderse esto en el sentido siguiente: este pasaje parece tener por fin formar un estado de alma enteramente espiritual, que parece se ha despojado del cuerpo, como de un vestido, no solo renunciando al poder y despreciando las riquezas, sino también apartando incluso los atractivos de la carne» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VI,65).

Avancemos superando todo obstáculo en el camino de la santificación, con la mirada fija en Dios, que cuida de nosotros como un Padre amoroso.



Jueves

Años impares

–Ageo 1,1-8: Construid el templo, para que pueda complacerme. El profeta se dirige a dos autoridades: civil y religiosa, como responsables principales de la incuria por no continuar las obras del templo, comenzadas quince años antes (537 antes de Cristo), a raíz del retorno del destierro. Esto fue debido a manejos de gentes hostiles, sin religiosidad. El profeta lo echa en cara, pues se han preocupado más de sus casas que de la del Señor. De ahí el castigo de las malas conductas. Una lección para nosotros: primero lo de Dios, luego lo nuestro. Entonces Dios nos mostrará su gloria.

–El Salmo 149 es el escogido como responsorial: «El Señor ama a su pueblo, por eso le cantamos un cántico nuevo; que resuene su alabanza en la asamblea de sus fieles, que se alegre Israel, la Iglesia santa, por su Creador, los hijos de Sión, la celeste, por su Rey... que los fieles festejen su gloria, y canten jubilosos en la asamblea litúrgica, con vítores a Dios en la boca. Esto es un honor para todos sus fieles».

Años pares

–Eclesiástico 1,2-11: Nada nuevo bajo el sol. Todo es pasajero. Hemos de estar desprendidos de todo lo caduco y poner los ojos en la eternidad. Todo es vano. Utilizarlo para nuestra ayuda, para nuestra utilidad, pero no quedar aprisionados por lo puramente cuantitativo. Para corresponder a la gracia hemos estar libres de esas ataduras. Esto no es desprecio de los bienes terrenos, sino apreciarlos en su justo valor. De tal modo utilicemos las cosas temporales que no perdamos las eternas, como tantas veces lo hemos manifestado. Lo dijo el Señor: «buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6,33).

Los Santos Padres lo han expuesto muchas veces, con expresiones muy elocuentes y precisas. San Ignacio de Antioquía escribe:

«No os doy mandatos, como Pedro y Pablo. Ellos eran Apóstoles, yo no soy más que un condenado a muerte... Pero si logro sufrir el martirio, entonces seré liberto de Jesucristo y resucitaré libre con Él. Ahora, en medio de mis cadenas es cuando aprendo a no desear nada» (Carta a los Romanos 3,1-2).

Y San Gregorio Magno:

«Considerad bien qué poco valor tienen las cosas que pasan con el tiempo. El fin que tienen todas las cosas temporales nos manifiestan cuán poco vale lo que ha podido pasar. Fijad vuestro amor en el amor de las cosas que perduran» (Homilia 14 sobre los Evangelios).

–La brevedad de nuestra vida debe hacernos anhelar y estimar la vida eterna. Esto es lo que nos sugiere el Salmo 89 escogido como responsorial de la lectura anterior: «Tú reduces el hombre a polvo... Mil años en tu presencia son un ayer que pasó, una vela nocturna. Los siembras año por año, como hierba que se renueva; que florece y se renueva por la mañana y por la tarde la siegan y se seca. Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato»... Por eso anhelamos los bienes eternos. «Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos».

–Lucas 9,7-9: Admiración por los prodigios de Cristo. Se fijan en las cosas maravillosas, que no son un fin, sino un medio, y descuidan lo principal de la misión del Salvador, que predica para realizar la conversión de los oyentes y de todo el mundo. No invertir el orden. Sigamos el mensaje salvífico de Cristo, busquemos primero el reino de Dios. Lo demás ya vendrá, cuando el Señor lo quiera, pues Él tiene más deseos de hacernos bien que nosotros de recibirlo.



Viernes

Años impares

–Ageo 3,1-10: Dios llena de su gloria el templo. El profeta anuncia que la gloria del futuro templo superará a la del antiguo de Salomón, a pesar de su aparente modestia. Se refiere a la grandeza moral que le está reservada. Será el centro religioso del mundo. En lontananza ve el profeta la era mesiánica, que será interpretada de un modo diferente al que en realidad fue. Dios transformará el mundo totalmente hasta que sea reducido al Reino de Jesucristo. No nos dejemos captar por las apariencias. La grandeza de Dios estará firme en lo interior, en la humildad. Por eso muchos no entendieron a Cristo, ni lo entienden todavía.

–El Salmo 42 nos ayuda a entender el mensaje salvífico del Señor: «espera en el Señor que volverás a alabarlo; salud de mi rostro, Dios mío». La confianza en Dios nos hace gritar: «hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad, sálvame del hombre traidor y malvado; Tú eres mi Dios y protector... Envía tu luz y tu verdad; que ellas me guíen, y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada», en la Jerusalén celeste, llamada visión de paz. Que me acerque ahora al altar de Dios, a la celebración de la Eucaristía, lleno de alegría y júbilo, para darte gracias por tus inmensos beneficios.

Años pares

–Eclesiástico 3,1-11: Todo tiene su momento, pero es un momento lleno de vaciedad. Aquí nos viene bien reflexionar sobre el principio y fundamento de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola:

«El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salva el alma. Y las otras cosas sobre la haz de la tierra son creadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para el que fue creado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar de ellas cuanto le ayudan para su fin y tanto debe quitarse de ellas cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y que no le está prohibido; en tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce hacia el fin para el que somos creados».

–Fuera del Señor todo es vacío, por eso cantamos con el Salmo 143: «Bendito el Señor, mi Roca, mi bienhechor, mi alcázar, baluarte donde me pongo a salvo, mi escudo y mi refugio. Señor, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él? ¿Qué los hijos de Adán para que te fijes en ellos? El hombre es igual que un soplo, sus días una sombra que pasa». Tener fe para buscar primero el Reino de Dios y su justicia. Todo lo demás vendrá después.

–Lucas 9,18-22: Tú eres el Mesías de Dios. Pedro responde así a Cristo, que les pregunta acerca de su persona, y habla en nombre de todos los apóstoles. La opinión de las masas tiene su interés. Dice San Ambrosio:

«Aunque los demás apóstoles lo conocen, sin embargo, Pedro responde por los demás: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”... Cree, pues, de la manera en que ha creído Pedro a fin de ser feliz tú también, para oír tú también: “no ha sido la carne ni la sangre la que te lo ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos”. Efectivamente, la carne y la sangre no pueden revelar más que lo terreno; por el contrario, el que habla de los misterios en espíritu no se apoya sobre las enseñanzas de la carne ni de la sangre, sino sobre la inspiración divina... El que ha vencido a la carne es un fundamento de la Iglesia y, si no puede igualar a Pedro, al menos puede imitarlo. Pues los dones de Dios son grandes: no solo ha restaurado lo que era nuestro, sino que nos ha concedido lo que era suyo (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VI,93-95).



Sábado

Años impares

–Zacarías 2,1-5.10-11: Yo vengo a habitar dentro de ti. Un ángel mide la nueva Jerusalén: tendrá fortificaciones y murallas de fuego, símbolo de la gloria de Dios. Todos los pueblos acudirán allí para adorar al Señor. San Juan aplica esto a la Jerusalén celeste en el Apocalipsis. Zacarías no podía presentar a sus compatriotas, que se preocupaban afanosamente en reconstruir la ciudad de Jerusalén, un horizonte más optimista.

La ciudad superará el esplendor antiguo y estará bajo la especialísima y personal protección de Dios. Como siempre, los profetas proyectan su mirada hacia los tiempos mesiánicos y esto de un modo espiritual». Cristo, la Iglesia, las almas, la gloria futura. Vivamos nosotros esas realidades con gran espíritu de fe. Solo así podemos ver y gozar de esas realidades en toda su plenitud.

–Como Salmo responsorial se ha escogido un pasaje de Jeremías 31, ya expuesto en otra ocasión: «El Señor nos guardará como Pastor a su rebaño. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla en las islas remotas. El que dispersó a Israel lo reunirá, lo guardará como pastor a su rebaño. Porque el Señor redimió a Jacob, a la humanidad, a nosotros mismos, nos rescató con mano fuerte». Por eso acudamos a la celebración litúrgica con aclamaciones, pues allí encontramos los bienes del Señor. Todos nos alegramos, porque el Señor ha hecho grandes maravillas con toda la humanidad, aunque ésta en gran parte no lo conozca o se olvide de ello y ofenda al Señor. Nuestra misión es proclamar esas maravillas por doquier y reparar las ofensas de los hombres.

Años pares

–Eclesiástico 11,9–12,8: Acuérdate de tu Creador, ahora que vives, antes de que el polvo vuelva a la tierra y el espíritu vuelva a Dios que lo dio. Dios te llamará a juicio para dar cuenta. El fin del mundo sorprenderá a los hombres, ocupados en sus negocios, sin advertir la inminencia de la llegada de Cristo. Vendrá como Redentor del mundo, como Rey, Juez y Señor de todo el universo, pero también como Padre misericordioso, pues Él es esencialmente Amor. «Cuando venga el Hijo del Hombre... hará comparecer ante Él a todas las naciones y separará a uno de otros» (Mt 25,31-32; Mc 13,26-27; Lc 21,36). San Juan Crisóstomo dice:

«Aunque tengas padres o hijos o amigos o alguien que pudiera interceder por ti, solo te aprovechan tus hechos. Así es este juicio; se juzga solo lo que has hecho» (Homilía sobre la Carta a los Gálatas 2-8).

Y San Gregorio Magno:

«En la vida presente puede ocultarse a los hombres lo que se hace interiormente; pero vendrá ciertamente el Juez a quien no podrá ocultarse nada con callar, a quien no podrá engañarse negando» (Homilía 17 sobre los Evangelios).

–Acudimos al Señor misericordioso con el Salmo 89: «Señor, Tú has sido nuestro refugio de generación en generación. Tú reduces el hombre a polvo». Ante la eternidad de Dios, el hombre, todo él caduco, se refugia en el Infinito, al que camina sin cesar. Recurre a la Fuente de la Vida. El hombre, miserable, pide misericordia y piedad, el afligido implora el consuelo de la gloria de Dios y Este no lo defrauda. Ahí está nuestra salvación.

–Lucas 9,44-45: Nuevo anuncio de la Pasión. Pero los discípulos no lo entendieron. Tan asimilada tenían todos, incluso los apóstoles, una idea radiante del Mesías, que no podían ni imaginar la realidad de la Pasión y de la muerte en cruz del mismo. Era algo inconcebible. ¿Lo es para nosotros? San Juan Crisóstomo dice:

«Oigan los que se avergüenzan de la Pasión y de la Cruz de Cristo... ¿Qué perdón pueden tener aquellos que, después de tan manifiesta demostración, niegan la economía de la Cruz?... Considerad lo que habrán de sufrir los que, después de todo eso, destruyen y anulan el misterio de la Cruz» (Homilía 54 sobre San Mateo).

San Agustín comenta:

«¿De donde nos viene la vida? ¿De dónde le vino a él la muerte? Centra tu atención: “en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios” (Jn 1,1). Busca allí la muerte. ¿Dónde se la encuentra? ¿De dónde le viene? ¿Cómo era la Palabra? “La Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios”. Si encuentras en ella carne y sangre, encuentras también la muerte. Por tanto, ¿de dónde le vino la muerte a aquella Palabra? ¿de dónde nos vino la vida a nosotros, hombre moradores de la tierra, mortales corruptibles y pecadores? Nada había en ella de donde pudiera surgir la muerte y nada teníamos nosotros de donde poder estar en la vida. De nuestro haber, él tomó la muerte, para darnos del suyo la vida» (Sermón 232,5).