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22ª Semana

Domingo

Entrada: «Piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día; porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan» (Sal 85,3.5).

Colecta: «Dios todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves» (del Misal anterior, y antes del Gelasiano y Gregoriano).

Ofertorio: «Esta ofrenda, Señor, nos atraiga siempre tu bendición salvadora, para que se cumpla por tu poder lo que celebramos en estos misterios» (del Misal anterior, y antes del Gelasiano y Gregoriano).

Comunión: «¡Qué bondad tan grande, Señor, reservas para tus fieles» (Sal 30,20); o bien: «Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “los hijos de Dios”» (Mt 5,9-10).

Postcomunión: «Saciados con el pan del cielo, te pedimos, Señor, que el amor con que nos alimentas fortalezca nuestros corazones y nos mueva a servirte en nuestros hermanos».



Ciclo A

Cristo anuncia su Pasión. Figura de ella fue el profeta Jeremías, con las contradicciones que tuvo que pasar. También nosotros tenemos que sufrir y ese sacrificio hemos de ofrecerlo juntamente con el de Cristo, reactualizado sacramental-mente en la Misa, como una «hostia viva, santa y agradable a Dios».

En la cruz debe morir permanentemente nuestro hombre viejo y renovarse constantemente en Cristo. La urgencia y la teología vivenciada de la cruz de Cristo es siempre un imperativo insoslayable de nuestra vocación de cristianos. Es la garantía evangélica de nuestra incorporación a Cristo.

–Jeremías 20,7-9: La palabra del Señor se volvió oprobio para mí. Entre los profetas mesiánicos, Jeremías fue un símbolo viviente de la contradicción entre los designios de Dios y las posturas pseudo-religiosas e irresponsables de los hombres. Como una figura del misterio de Cristo, signo de contradicción (Lc 2,34).

San Jerónimo expone el sentido espiritual de los serafines que rodeaban el trono alto y sublime y del que con un carbón ardiente toca la boca del profeta Isaías. Y comenta, sobre otro pasaje de Jeremías:

«Parecido a esto es aquello de Jeremías: “Toma de mi mano esta copa de vino espumoso y hazla beber a todas las naciones a las que yo te envíe; beberán hasta vomitar, enloquecerán y caerán ante la espada que voy a soltar entre ellas” (Jer 25,15-16). Al oír esto el profeta, no se negó ni dijo a ejemplo de Moisés: “¡Por favor, Señor! No soy digno. Busca a otro a quien enviar” (Gen 2,24), sino que como amaba a su pueblo, y creía que, si bebían la copa, serían exterminadas y caerían las naciones enemigas, tomó de buena gana la copa de vino espumoso, sin saber que entre todas las naciones también iba incluida Jerusalén.

«...Respecto a esta profecía, y aunque el orden está alterado en la mayoría de los códices, escucha lo que dice en otro pasaje: “Me has seducido, Señor, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido; me he convertido en irrisión y en objeto de burla todo el día” (Jer 20,7). El profeta tiene conciencia de la presencia divina en su vida. Esta presencia lo envuelve completamente. El fuego es una imagen muy apta para indicar la acción: quema, purifica, ilumina y calienta. La palabra de Dios es un impulso irresistible. Quien tiene la experiencia de Dios y de su Palabra no puede guardarla para sí. Tiene que transmitirla, hacerla fructificar y salvar a los hombres por ella, aunque los hombres, como sucedió con Jeremías, no quieran atender y se vuelvan contra el que la anuncia» (Carta 18,A,15, a Dámaso).

–Con el Salmo 62 proclamamos: «Mi alma está sedienta de Ti..., mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin vida... Tu gracia vale más que la vida... Mi alma está unida a Ti y tu diestra me sostiene. Por eso canto con júbilo... Te alabarán mis labios».

–Romanos 12,1-2: Ofreceos vosotros mismos como sacrificio vivo. Un culto de propiciación es bueno, pero puede tener el peligro de ser utilitarístico. El culto cristiano es ante todo acción de gracias a Dios por todo cuanto hemos recibido de Él. Ha de ser también una respuesta de fe a través del empeño de una vida correspondiente. Ofrenda de cuanto tenemos y somos. Es también una súplica, pues nosotros y todos los hombres tenemos muchas necesidades temporales y eternas. San Juan Crisóstomo comenta:

«¿Cómo, dices, puede ser el cuerpo sacrificio? Que tu ojo no mira nada malo, y se hace sacrificio; no hable tu lengua nada torpe y se hace oblación; que tu mano no haga nada inicuo y se convierte en holocausto. Mas no bastan estas cosas; también es necesario que hagamos buenas obras, que tu mano dé limosnas, que tu boca bendiga a los que te injurian, que tus oídos escuchen asiduamente la predicación. La hostia no tiene mancha, la hostia es primicia. Que nosotros ofrezcamos así a Dios las manos, los pies, la boca y todos los otros miembros como primicias. Esa hostia agrada a Dios, no la de los judíos que era inmunda... Aquellos ofrecían muerto lo que era sacrificado; en nuestro caso, lo que se sacrifica se hace viviente. Cuando mortificamos nuestros miembros, entonces podemos vivir. Esta ley del sacrificio es ciertamente nueva» (Comentario a la Carta a los Romanos 20,1).

–Mateo 16,21-27: El que quiere venirse conmigo que se niegue a sí mismo. La vida y la enseñanza de Cristo nos induce al «radicalismo». No podemos contemporizar con los bienes y criterios de este mundo. Hay que sentirse solidarios con las exigencias de un cristianismo total. El genuino cristiano es siempre un hombre conscientemente crucificado con Cristo en medio de los hombres. En esto consiste su sacerdocio y su sacrificio cristiforme. San Juan Crisóstomo dice:

«“Tome su cruz”. Lo uno se sigue de lo otro. No pensemos que la negación de nosotros mismos ha de llegar solo a las palabras, injurias y agravios. No. El Señor nos señala hasta dónde hemos de negarnos a nosotros mismos: hasta la muerte y la muerte más ignominiosa... “Y sígame”. Cabe padecer y, sin embargo, no seguir al Señor, cuando no se padece por causa suya... Que todo se haga y se sufra por seguirle; que todo se soporte por amor suyo; que juntamente con el sufrimiento se practiquen las otras virtudes» (Homilía 55,2 sobre San Mateo).



Ciclo B

Observar la ley sin glosas. Esto es lo que nos enseñan las lecturas primera y tercera y la segunda explica que el verdadero culto se ha de manifestar en las obras de caridad y en no contaminarse con el mundo.

El ser humano, propenso siempre a la supervaloración de lo externo y socialmente cotizable en su vida y en su conducta, fácilmente se inclina el formalismo religioso. Se ha de insistir en la interiorización de los cultos religiosos, pues la trascendencia de la fe cristiana y del Evangelio radica, fundamentalmente, en la transformación interior del hombre según el diseño y la gracia santificadora del Corazón de Jesucristo.

–Deuteronomio 4,1-2.6-8: No añadáis nada a lo que os mando y así cumpliréis los preceptos del Señor. Ya la Antigua Alianza, fruto de la iniciativa salvífica de Dios, supuso y exigía un compromiso de fidelidad personal y colectivo, suficiente para condicionar la vida del pueblo de Dios. Revelación del amor de Dios, la ley es también revelación y don de sabiduría. La posterior tradición bíblica sapiencial mantuvo este concepto: la sabiduría divina se manifestará a Israel en el don divino de la ley (Prov 1,7; 9,10). Sabiduría práctica y vivida que difunde existencialmente en la vida del fiel la visión que Dios mismo tiene de la historia y del destino del hombre. La Sabiduría de Dios se proyecta sobre los otros pueblos, con unión universalística de la salvación.

–El Salmo 14 nos ayuda a meditar la lectura anterior: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda? El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia, el que no hace mal a su prójimo... Este es el que cumple con la ley del Señor».

–Santiago 1,17-18.21.23-27: Llevad la palabra a la práctica. La fe cristiana es un don de Dios; sus exigencias son siempre de iniciativa divina. La única postura coherente por parte del hombre elegido e iluminado es la de convertirse, de hecho y por sus obras, en una nueva criatura. Comenta San Agustín:

«El bienaventurado Apóstol Santiago amonesta a los oyentes asiduos de la Palabra de Dios, diciéndole: “Sed cumplidores de la palabra y no solo oyentes, engañándoos contra vosotros mismos” (Sant 1,22). A vosotros mismos os engañáis, no al autor de la palabra ni al ministro de la misma. Partiendo de una frase que da la fuente misma de la Verdad a través de la veracísima boca del Apóstol; también yo me atrevo a exhortaros, y mientras os exhorto a vosotros, pongo la mirada en mi mismo. Pierde el tiempo predicando exteriormente la palabra de Dios, quien no es oyente de ella en su interior. Quienes predicamos la palabra de Dios a los pueblos no estamos tan alejados de la condición humana y de la reflexión apoyada en la fe que no advirtamos nuestros peligros.

«Pero nos consuela el que donde está nuestro peligro por causa del ministerio, allí tenemos la ayuda de vuestras oraciones... Debéis orar y levantar a quienes obligáis a ponerse en peligro... Yo que tan frecuentemente os hablo por mandato de mi señor y hermano, vuestro obispo, y porque vosotros me lo pedís, solo disfruto verdaderamente cuando escucho, no cuando predico. Entonces mi gozo carece de temor, pues tal placer no lleva consigo la hinchazón. No hay lugar para temer el precipicio de la soberbia, allí donde está la piedra sólida de la verdad» (Sermón 179,1-2).

–Marcos 7,1-8.14-15.21-23: Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres. Sustituir la fe por ritos convencionales, aun legítimos, la moral por una ética convencional humana, la santidad por una mera educación sociopolítica... es tan antievangélico como lo fuera en tiempo de Cristo el farisaísmo judáico. ¡Una suplantación real de la Voluntad divina en nuestra vida!

La observancia de la pureza legal se sobreponía con rigorismo a la más general y benigna ley mosaica. Los signos externos religiosos son buenos si manifiestan la religiosidad interior del corazón. Cristo no cree en un moralismo que mira superficialmente a algunos resultados sin pasar a través del corazón del hombre para transformarlo radicalmente. A esto tiende todo el mensaje evangélico.

En el cristianismo, toda religiosidad no avalada por una auténtica formación de la conciencia personal degenera normal-mente en farisaísmo, en pietismo subjetivo irresponsable. Esto es lo que condenó el Señor en su tiempo y se hace en nuestros días por el magisterio constante de la Iglesia. Seamos consecuentes con nuestra participación en las acciones litúrgicas, que exigen una voluntad decidida de fe vivida, de caridad afectiva y efectiva, de verdadera santidad en toda nuestra vida.



Ciclo C

Lección de humildad dada por Jesús en el Evangelio. A ella corresponde también la lectura primera, tomada del libro del Eclesiástico. En la segunda lectura se nos enseña que la vida cristiana supera la del Antiguo Testamento.

La humildad en espíritu y en verdad, para el cristiano, no es solo una instancia moral o ética, sino el fundamento teológico, que hace posible en nuestras vidas la alianza salvadora, nos abre plenamente al misterio de Cristo y nos torna receptivos de las iniciativas y de las gracias divinas. Ante Dios no tenemos otro derecho que el de nuestra propia indigencia y nuestra humilde disponibilidad para recibir el perdón, el amor y la gracia que gratuitamente Dios nos ofrece.

–Eclesiástico 3,19-21.30-31: Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios. Frente a toda presunción humana, la modestia de vida y de pensamiento, la «pobreza de espíritu» (Mt 5,3), o la negación de uno mismo (Mt 16,14), son siempre caminos que conducen a la salvación y evidencian el poder amoroso del Señor sobre sus elegidos.

La humildad consiste en la conciencia del puesto que ocupamos frente a Dios y frente a los hombres, y en la sabia moderación de nuestros deseos de gloria. Nada tiene que ver la humildad con la timidez, la pusilanimidad o la mediocridad. La humildad está en ver y manifestar todo lo bueno que hay en nosotros, en lo natural y en lo sobrenatural, como perteneciente a Dios, como don de Dios y, por lo mismo, a Él debemos agradecerlo. San Gregorio Magno escribe:

«Dígase, pues, a los humildes, que al par que ellos se abajan, aumentan su semejanza con Dios; y dígase a los soberbios que, al par que ellos se engríen, descienden, en imitación del ángel apóstata» (Regla Pastoral 3,18).

Y San Juan Crisóstomo:

«La humildad no debe estar tanto en las palabras cuanto en la mente; debemos estar convencidos en nuestro interior de que somos nada y que nada valemos» (Comentario a Ef 4).

–El Salmo 67 nos ofrece material para meditar según la lectura anterior: «Has preparado, Señor, tu casa a los desvalidos... Padre de huérfanos, protector de viudas... Libera a los cautivos y los enriquece... Su rebaño habitó en la tierra que la bondad de Dios preparó a los pobres».

–Hebreos 12,18-19.22-24: Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo. La salvación temporal en la Antigua Alianza se realizó bajo el signo de una impresionante teofanía. En cambio, la salvación definitiva nos ha llegado por el camino de la humildad, la sencillez y la amorosa mansedumbre del Verbo encarnado, para redimirnos de nuestros engreimientos y soberbias. San León Magno expone:

«Lo mismo que no se puede negar que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14), así tampoco puede negarse que “Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo” (2 Cor 5,19). Sin embargo, ¿qué reconciliación podrá darse, por la que Dios intercediera por el género humano, si el Mediador entre Dios y los hombres no asumiera sobre Sí la culpa de todos. Pero, ¿cómo cumpliría Cristo su realidad de Mediador si Él, que es igual al Padre en su condición divina, no participa, en su condición de siervo, de nuestra naturaleza?

«Así, mediante un solo hombre nuevo se lograría la renovación del hombre viejo y el vínculo de la muerte, contraído por la prevaricación de uno solo, se saldaría con la muerte del único que nada debió a la muerte (cf. Rom 5,15). Pues la efusión de la sangre del justo por los pecadores fue tan poderosa en orden a la exculpación del hombre y tan alto su valor, que si la universalidad de los cautivos creyera en su Redentor, no mantendrían ninguna atadura que les esclavizase, porque, como dice el Apóstol, “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Rom 5,20); y dado que, habiendo nacido bajo el dominio del pecado, han recibido la fuerza para renacer a la justicia, el don de la libertad se ha hecho más fuerte que la deuda de la esclavitud» (Carta 124,3).

–Lucas 14,1.7-14: Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido. Todo el Evangelio es permanente teología de la humildad, como lección primordial del Corazón de Jesucristo y como actitud exigida a las almas que realmente quieren seguirle. San Gregorio Magno comenta:

«Así como por el temor subimos a la piedad, por la piedad somos llevados a la ciencia, por la ciencia subimos a robustecernos con la fortaleza, por la fortaleza ascendemos al consejo, por el consejo nos adelantamos al entendimiento y por el entendimiento llegamos hasta la madurez de la sabiduría, por siete gradas llegamos a la puerta por la que se nos abre la entrada a la vida espiritual. Y se dice bien que había un zaguán delante de ella, porque quien primeramente no tuviera humildad no sube las gradas de estos dones espirituales... En este valle de lágrimas ha dispuesto en su corazón las gradas para subir al lugar santo (Sal 83,6-7). El valle es, en efecto, un lugar humilde y todo pecador que de corazón se aflige y llora humildemente, progresa subiendo de virtud en virtud» (Homilía 7 sobre Ezequiel 7-8).



Lunes

Años impares

–1 Tesalonicenses 4,13-17: Morir en Cristo para reinar en Cristo. Muchos están preocupados por el momento de la segunda venida de Cristo: ¿Salvación? ¿Condenación? Todos hemos de participar en la gloria de Cristo si hemos participado en su muerte y resurrección. San Juan Crisóstomo enseña:

«Afligirse en exceso por la muerte de los amigos es actuar como un hombre al que no anima la esperanza cristiana. Y, de hecho, quien no tiene fe en la resurrección y mira la muerte como un aniquilamiento total, tiene razón en llorar, lamentarse y gemir por sus gentes, aniquiladas para siempre. Pero vosotros, cristianos, que creéis en la resurrección, que vivís y morís en la esperanza, ¿por qué os lamentáis con exceso?» (Homilía sobre I Tes.).

La idea de San Pablo es que los difuntos no solo estarán en un reino maravilloso, sino que compartirán el Reino con el Señor. Cristo ha asumido la condición humilde y mortal de los hombres y a cambio de esto dará a los resucitados su gloria y la participación de su señorío. Es lo que manifiestan elocuentemente las fórmulas paulinas: «si padecemos con Él seremos con Él glorificados».

–El Salmo 95 nos ofrece temas para la reflexión espiritual con respecto a la lectura anterior: «El Señor llega a regir la tierra, cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra. Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones. Porque grande es el Señor, y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo. Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena, vitoreen los campos y cuanto hay en ellos. Aclamen los árboles del bosque delante del Señor que ya llega, ya llega a regir la tierra: regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad».

Años pares

–1 Corintios 2,1-5: Anuncio de Cristo crucificado. Es el tema de la predicación paulina. San Pablo ha llegado al conocimiento y al amor de la Cruz de Cristo, después de largos años de incomprensión en el judaísmo. Como sus contemporáneos judíos, no podía ni imaginar un Mesías crucificado. Escribe Orígenes:

«Y es así que la palabra de los que a los comienzos predicaron la religión cristiana, y trabajaron en la fundación de las Iglesia de Dios y, por tanto, su enseñanza tuvo ciertamente fuerza persuasiva, pero no como la que se estila en los que profesan la sabiduría de Platón o de cualquier otro filósofo, hombres al cabo y que nada tienen fuera de la naturaleza humana. La demostración, empero, de los apóstoles de Jesús era dada por Dios y tomaba su fuerza persuasiva del espíritu y del poder (1 Cor 2,4). Así se explica que su palabra corriera rápida y agudísimamente (Sal 147,4) o, por mejor decir, la palabra de Dios, que por su medio convertía a muchos que pecaban por natural tendencia y por costumbre; a los que nadie, ni a fuerza de castigos, hubiera hecho mudar de vida, los cambió la palabra viva, formándolos y moldeándolos a su talante» (Contra Celso 3,68).

Es lo mismo que afirma San Pablo: «no me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado».

–Con esta ciencia de la Cruz, San Pablo hace suya, y nosotros también, la doctrina de esos versos del Salmo 118: «¡Cuánto amo tu voluntad, Señor! Todo el día la estoy meditando. Tu mandato me hace más sabio que mis enemigos, siempre me acompaña. Soy más docto que todos mis maestros, más sagaz que los ancianos... no me aparto de tus mandamientos, porque Tú me has instruido».

–Lucas 4,15-30: Evangelización de los pobres. Lectura en la sinagoga de Nazaret del pasaje de Isaías 58,6; 61,1-2. Comenta San Ambrosio:

«Ve aquí la Trinidad perfecta y coeterna. La escritura nos afirma que Jesús es Dios y hombre, perfecto en lo uno y en lo otro; también nos habla del Padre y del Espíritu Santo. Pues el Espíritu Santo nos ha sido mostrado cooperando, cuando en la apariencia corporal de una paloma descendió sobre Cristo en el momento en el que el Hijo de Dios era bautizado en el río y el Padre habló desde el cielo. ¿Qué testimonio podemos encontrar más grande que el de Él mismo, que afirma haber hablado en los profetas? El fue ungido con un óleo espiritual y una fuerza celestial, a fin de inundar la pobreza de la naturaleza humana con el tesoro eterno de su resurrección, de eliminar la cautividad del alma, iluminar la ceguera espiritual, proclamar el año del Señor, que se extiende sobre los tiempos sin fin y no conoce las jornadas del trabajo, sino que concede a los hombres frutos y descanso continuos. Él se ha entregado a todas las tareas, incluso no ha desdeñado el oficio de lector, mientras que nosotros, impíos, contemplamos su cuerpo y rehusamos creer en su divinidad que se deduce de sus milagros» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. IV,45).



Martes

Años impares

–1 Tesalonicenses 5,1-6.9-11: Murió por nosotros, para que vivamos por Él. No sabemos el día ni la hora de su segunda venida. Por eso hay que velar y estar alerta en el tiempo presente. Explica San Juan Crisóstomo:

«La embriaguez de que habla aquí el Apóstol no es solamente la que resulta del vino, sino la que resulta del pecado. La riqueza, la ambición, la codicia y todo su cortejo de pasiones, esto es lo que causa la borrachera del alma. Pero, ¿por qué se da al pecado el nombre de sueño? Porque el esclavo del pecado se encuentra sin energía, sin acción para las obras de virtud. Sumergido en las ilusiones y el encanto delirante del mal, sus obras no tienen nada de real, nada de sólido; se limita a correr tras unos fantasmas» (Homilía sobre I Tes. 4,2).

–Con el Salmo 26 decimos muy adecuadamente: «Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida... El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la Casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo. Espero gozar de la dicha del Señor».

Quien recibe el bautismo puede decir con toda verdad: «El Señor es mi Luz y mi salvación y la defensa de mi vida; el bautizado es conciudadano de los Santos y familiar de Dios» (Ef 2,19). Pertenece a la Iglesia y puede ofrecer a Dios, juntamente con Cristo, el sacrificio más agradable a Dios, que es la sagrada Eucaristía. La fe ayuda a la Iglesia a reconocer el rostro de Cristo en la Escritura, en las celebraciones litúrgicas, en los pobres y perseguidos y luego en la visión beatífica.



Años pares

–1 Corintios 2,10-16: Solo el hombre espiritual puede captar lo que es propio del Espíritu. Comenta San Agustín:

«El Espíritu de Dios es el Espíritu de caridad, mientras que el espíritu de este mundo es soberbio e ingrato para Dios» (Sermón 283,3).

El Espíritu de Dios proporciona el pensamiento y el vocabulario que permiten hablar de Dios como conviene. El Espíritu de Dios en el corazón del cristiano es la facilidad que da para juzgar todas las cosas desde un punto más elevado, pero hace falta aún una seria voluntad de humildad y de apertura a Dios para ser capaz de acceder a ello. San Juan Crisóstomo lo expone adecuadamente en su Homilía sobre este pasaje paulino:

«El que ve claro, ve todo, incluso al que no ve; en cambio, el que no ve no puede ver lo que hace referencia al que ve claro. Nosotros, los cristianos, comprendemos nuestra condición y la situación de los infieles; los infieles, sin embargo, no entienden la nuestra. Nosotros sabemos como ellos y mejor que ellos cuál es la naturaleza de las cosas presentes; los infieles no conocerán sino un día las excelencias de las cosas futuras, mientras que nosotros vemos desde ahora los sufrimientos de los malvados y las coronas destinadas a los buenos».

–Por eso cantamos jubilosos con el Salmo 144: «El Señor es justo en todos sus caminos. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas... Es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. Su reinado es un reinado perpetuo y su gobierno va de edad en edad». Toda la grandeza de Dios, su majestad inconmensurable está al servicio de su bondad. Esto debe llenarnos de alegría y de generosidad para corresponder a Él con gran amor.

–Lucas 4,31-37: Cristo es el Santo de Dios. Hasta los demonios lo reconocen. San Ambrosio comenta:

«¿Quién es el que en la sinagoga estaba poseído de un espíritu inmundo? ¿No es el pueblo judío? Como atrapado por los anillos de una serpiente y cogido por las redes del diablo, manchaba su pretendida pureza corporal por las inmundicias interiores del alma. Con razón había en la sinagoga un hombre poseído del espíritu inmundo, porque había perdido el Espíritu Santo. El diablo había entrado en el lugar de donde había salido Cristo. Al mismo tiempo se nos muestra que la naturaleza del diablo no es mala y que sus obras son inicuas: pues el que en virtud de su naturaleza superior reconocía como Señor, por sus obras lo reniega.

«Esto significa la malicia y depravación de los judíos, que ha esparcido por este pueblo una tan gran ceguera y tan gran raquitismo espiritual, que niega lo que los mismo demonios reconocían. ¡Oh herencia de discípulos peores que el maestro! Él tienta al Señor con la palabra, estos con los hechos; él dice: Échate, ellos intentan precipitarlo. No obstante estas cosas, desde un punto de vista más profundo, debemos entender aquí la salud del alma y del cuerpo...» (Tratado sobre San Lucas lib. IV,61-62).



Miércoles
Años impares

–Colosenses 1,1-8: El mensaje de la verdad ha llegado al mundo entero. San Pablo agradece a Dios la fe, el amor y la esperanza de los colosenses. El Apóstol exalta la esperanza de lo que Dios les tiene reservado en el cielo. Cristo nos anuncia en cada página del Evangelio un mensaje de esperanza; más aún, Él mismo es nuestra esperanza. El objeto de la esperanza es la herencia incorruptible (1 Pe 1,4). Oigamos a San Basilio:

«El único motivo que te queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en Cristo» (Homilía 20 sobre la humildad).

Dice San León Magno:

«El pueblo cristiano es invitado a gozar de las riquezas del paraíso, y a todos los regenerados les ha quedado abierto el regreso a la patria perdida, a no ser que ellos mismos se cierren aquel camino que puede ser abierto por la fe de un ladrón» (Sermón 15 sobre la Pasión).

San Cirilo de Jerusalén enseña:

«La esperanza del premio conforta al alma para realizar las buenas obras» (Catequesis 48,18).

–A esta esperanza nos lleva el Salmo 51: «Confío en tu misericordia por siempre jamás... Te daré siempre gracias, porque has actuado. La obra de Dios en el universo, en la redención y en la santificación de las almas debe llenarnos de confianza en Él. Junto a Dios tenemos seguridad en todo. La inseguridad nace cuando se debilita la fe. Recordemos a San Pedro andando sobre el agua... «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada...? En todo esto vencemos por aquel que nos amó. Ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios» (Rom 8,31ss).

Años pares

–1 Corintios 3,1-9: Colaborar con Dios en el apostolado. Divisiones entre los corintios por su apego a las cosa de aquí abajo. Los predicadores son los siervos y colaboradores de Dios. No actúan en su propio nombre; hablan porque han sido llamados y porque tendrán que rendir cuentas a Dios. San Juan Crisóstomo advierte:

«El mal comportamiento es un obstáculo para conocer la verdad. Lo mismo que un hombre obcecado en el error no puede perseverar largo tiempo en el camino recto, también es muy difícil que quien vive mal acepte el yugo de nuestros sublimes misterios. Para abrazar la verdad hay que estar desprendido de todas las pasiones... Esta libertad del alma ha de ser completa, para alcanzar la verdad» (Homilía sobre I Cor 3,5).

Es muy lamentable que por dejarnos llevar de principios humanos permanezcamos aún en una fase de embotamiento. Esto es lo que hace que no acojamos al predicador en todo lo que él es, por antipatías humanas, con lo cual se crean divisiones en la Iglesia. No estamos preparados para tomar los alimentos sólidos de que habla el Apóstol.

–Con el Salmo 32 proclamamos: «Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad... Él modeló cada corazón y comprende todas sus acciones... Nosotros aguardamos al Señor, Él es nuestro auxilio y escudo, con Él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos». A nosotros nos ha confiado el Señor la misión de realizar su palabra. Hemos conocido el plan de Dios como un bien inmenso, por eso hemos de difundirlo por doquier con todos los medios puestos a nuestro alcance, especialmente con la oración, el sacrificio, las obras buenas y nuestro ejemplo, si no podemos comunicarlo con nuestra palabra. Todo lo esperamos de Él.

–Lucas 4,38-44: Tiene la misión de proclamar la buena nueva en todas partes. Cristo nos da ejemplo de la misión universal de su mensaje. Todos los hombres están llamados a formar parte del Pueblo de Dios, que ha de extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos. Comenta San Ambrosio:

«Tal vez, en esta mujer, suegra de Simón estaba figurada nuestra carne, enferma con diversas fiebres de pecados y que ardía en transportamientos desmesurados de diversas codicias... Nuestra fiebre es la lujuria, nuestra fiebre es la cólera; que, aunque sean vicios de la carne hacen penetrar su fuego en los huesos, afectan al espíritu, al alma y a los sentidos» (Comentario a San Lucas 4,63).

Para esto envió Dios a su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, para que sea Maestro, Rey y Sacerdote de todo, Cabeza del pueblo nuevo y universal de los hijos de Dios. Para esto envió Dios el Espíritu de su Hijo, Señor y vivificador, quien es para toda la Iglesia y para todos y cada uno de los creyentes el principio de su asociación y unidad en la doctrina de los apóstoles, en la mutua unión, en la fracción del pan y en la oraciones. Todo esto debe llevarnos a una íntima comunión con Cristo y su mensaje.



Jueves

Años impares

–Colosenses 1,9-14: Salidos de las tinieblas e introducidos en el Reino de la Luz. Progreso espiritual incesante en la luz en que estamos. Es un don de Dios que hemos de agradecer. Comenta San Juan Crisóstomo:

«Como en las carreras del hipódromo se redoblan los gritos de ánimo para el jinete conforme se va acercando al término de la carrera, así el Apóstol estimula con toda su energía a los fieles más avanzados en la perfección... Además del propio don con que nos gratifica, nos da también la virtud necesaria para recibirlo... Dios no solo nos ha honrado haciéndonos partícipes de la herencia, sino que nos ha hecho dignos de poseerla. Es doble, pues, el honor que recibimos de Dios: primero, el puesto, y segundo, el mérito de desempeñarlo bien» (Homilía sobre la Carta a los Colosenses).

–Con el Salmo 97 cantamos las maravillas del Señor que nos ha introducido en el Reino de la Luz: «Revela su justicia a todas las naciones... Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios sobre el pecado, el demonio, la esclavitud, las tinieblas. Por eso invitamos a toda la tierra a que aclame al Señor, lo vitoree y lo aplauda. Es un gran gozo el que nos invade por la Luz esplendorosa en que nos encontramos. Decimos con el salmista: «Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos; con clarines y al son de trompetas aclamad al Rey y Señor».

Años pares

–1 Corintios 3,18-23: Todo para vosotros, pero vosotros para Cristo y Cristo para Dios. No podemos gloriarnos en nosotros mismos, pues la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios. Dice Casiano:

«Esforcémonos también nosotros en subir, con la gracia de una caridad indisoluble, a este tercer grado de los hijos, que miran como suyo lo que es de su Padre; merezcamos recibir la imagen y semejanza de nuestro Padre celestial. Imitando al Hijo verdadero, podemos decir también: Todo lo que el Padre tiene es mío (Jn 16,15). De lo que se hizo eco el bienaventurado San Pablo al decir: Todas las cosas son vuestras, ya sea Pablo o Apolo o Cefas, sea el mundo, o la vida o la muerte, el presente o el futuro, todo es vuestro» (1 Cor 3,22)» (Colaciones 11,7).

–El Salmo 23 expresa las condiciones para intimar con Dios en el templo o fuera de él: «¿Quien puede entrar en el recinto sagrado... El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos. Este es el que recibirá la bendición del Señor y le hará justicia». La Iglesia, pueblo de Dios, es la tierra que pertenece a Cristo y le ha dado un fundamento sólido de vida sobrenatural. Es el auténtico monte santo, en el que confluyen todos los pueblos de la tierra.

–Lucas 5,1-11: Dejarlo todo por seguir a Cristo. Ser pescadores de hombres es participar en el apostolado de Cristo y en la expansión de la Buena Nueva. Comenta San Jerónimo:

«Quiénes son estos que deben cantar el cántico nuevo lo dicen las palabras que siguen: Los que descendéis, dice, hasta el mar. Jesús viendo a los apóstoles en la orilla remendando sus redes junto al mar de Genesaret, los envió a alta mar (Lc 5,4), para hacerlos, de pescadores de peces, pescadores de hombres. Ellos predicaron el Evangelio hasta el Ilírico y España, dominando también, en breve tiempo, el poder inmenso de la ciudad de Roma. Ciertamente, descendieron al mar y lo traspasaron, soportando las tormentas y las persecuciones de este mundo. También las islas y sus habitantes, la diversidad de las gentes y la multitud de las Iglesias» (Comentario sobre el profeta Isaías 42,11).



Viernes

Años impares

–Colosenses 1,15-20: Todo fue creado por Él y para Él. Himno a Cristo, primogénito de toda criatura. Es la cabeza de la Iglesia. Comenta San Agustín:

«Fue entregado a la afrenta, a la flagelación y a la muerte, y con el ejemplo de su pasión nos enseñó cuánta paciencia requiere el caminar con Él. A su vez, con el ejemplo de su resurrección nos afianzó en aquello que debemos esperar de Él mediante la paciencia... Somos el Cuerpo de aquella Cabeza, en la que se ha realizado ya el objeto de nuestra esperanza. De Él se ha dicho que es la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia, el primogénito, el que tiene la primacía (Col 1,18)... Y, dado que antes de resucitar nuestra Cabeza recibió el tormento de la flagelación, afianzó también nuestra paciencia... No decaigamos ante el azote, para gozarnos en la resurrección... Aunque no haya llegado la plenitud de nuestro gozo, no por eso nos ha dejado ahora sin gozo alguno, puesto que estamos salvados en esperanza» (Sermón 157,3-4).

–Con el Salmo 99 decimos: «Entrad en la presencia del Señor con vítores». Esto es lo que hemos de hacer al considerar que en Cristo reside toda la plenitud y que nos reconcilió por su sangre en la cruz. Por eso aclamamos al Señor en toda la tierra, le servimos con alegría, entramos con vítores en su presencia. Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño, le damos gracias y bendecimos su nombre. El Señor es bueno, su misericordia es eterna y su fidelidad por todas las edades». Si todo esto es integrado en nuestra vida, sabremos que el servicio del Dios vivo es la suprema alegría y felicidad; más aún, que la alegría es una forma de servicio: un medio por el cual podemos ser sacrificios vivientes de acción de gracias.

Años pares

–1 Corintios 4,1-5: El Señor pondrá al descubierto los designios del corazón. Los apóstoles han de ser fieles a su misión. Hemos de dar cuenta al Señor. Comenta San Agustín:

«Ver el corazón es propio de Dios; propio del hombre no es más que juzgar las cosas externas. “No juzguéis, pues, antes de tiempo”. ¿Qué significa antes de tiempo? Lo dice a continuación: “Hasta que venga el Señor e ilumine lo que se oculta en las tinieblas”. ¿De qué está hablando? Escucha lo que sigue: “Y manifestará los pensamientos del corazón” (1 Cor 4,5). Esto es iluminar lo que se oculta en las tinieblas: manifestar los pensamientos del corazón. Ahora nuestros pensamientos son luminosos para nosotros mismos, para cada uno en particular; mas para nuestros prójimos están en las tinieblas, puesto que no los ven. Allí también Él ha de conocer lo que tú sabes que estás pensando. ¿Por qué temes? Ahora quieres ocultar tus pensamientos, tienes miedo a que se conozcan, quizá en alguna ocasión piensas algo malo, quizá algo torpe o algo vanidoso; allí no pensarás nada que no sea bueno, honesto, verdadero, puro, sincero. Pero esto cuando estés allí. Como ahora quieres que se vea tu rostro, así querrás entonces que se vea tu conciencia» (Sermón 243,5).

–Con el Salmo 36 proclamamos: «El Señor es el que salva a los justos». Confiemos en el Señor. Él será nuestro juez, hagamos el bien, practiquemos la lealtad, que el Señor será nuestra delicia y Él nos dará lo que pide nuestro corazón. No temamos, encomendemos nuestro camino al Señor, confiemos en Él y Él actuará, hagamos su justicia, es decir, cumplamos sus mandamientos y Él nos presentará radiantes. Apartémonos del mal y hagamos el bien. El Señor ama la justicia. En realidad el justo verdadero es solo Cristo. Nosotros hemos de seguirlo, imitarlo, siguiendo en todo sus enseñanzas. Así no temeremos que se vea nuestra conciencia. Pero, además, Él es infinitamente misericordioso.

–Lucas 5,33-39: Solo ayunarán en los días ausentes de Cristo. Es lo que hizo la primitiva Iglesia en los días anteriores a la Pascua, es decir, el Viernes y Sábado Santos. Luego se fue alargando más, hasta llegar a la Cuaresma en el siglo IV. Escribe San Ambrosio:

«¿Qué días son estos en que nos será arrebatado Cristo, siendo así que Él ha dicho: “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos” (Mt 28,30) y : “Yo no os dejaré huérfanos” (Jn 14,18). Pues es cierto que si Él nos abandonase no podríamos ser salvados. Nada puede arrebatarte a Cristo si tú no quieres. Que no te lo arrebate ni tu vanidad, ni tu presunción, ni presumas de la ley; pues no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores... Los hijos del Esposo, es decir, los hijos del Verbo, elevados por la regeneración del bautismo a la condición de la naturaleza divina, mientras el Esposo estuviera con ellos no podían ayunar.

«Ciertamente no se trata de una prohibición del ayuno con el cual se mortifica la carne y se debilita la sensualidad; pues este ayuno nos lo recomienda Dios. ¿Cómo había de prohibir el Señor el ayuno a sus discípulos, cuando Él mismo ayunaba y cuando les decía que los malísimos espíritus no podían ser superados sino con la oración y el ayuno? (Mt 17,20). También en este lugar llamó al ayuno vestido viejo, que el Apóstol ha estimado se ha de desechar (Gal 3,9.10), para revestirnos el que ha sido renovado por la santificación del Bautismo» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. V, 20.23).



Sábado

Años impares

–Colosenses 1,21-23: Reconciliados por Cristo, podemos presentarnos ante Dios santos y sin mancha. Por sí mismo el hombre es incapaz de reconciliarse con Dios, al que ha ofendido con su pecado. La acción de Dios es aquí primera y decisiva. Él no dejó nunca de amarnos y por eso envió a su Hijo para reconciliarnos. El misterio de nuestra reconciliación empalma con el de la Cruz y del gran amor con hemos sido amados (Ef 2,4).

Toda la obra de la salvación está ya realizada por parte de Dios, pero se continúa aplicando a los hombres hasta la parusía final. San Pablo define su misión apostólica como el ministerio de la reconciliación (2 Cor 5,18). Pero hemos de tener presentes que la acción divina no ejerce su eficacia sino para los que están dispuestos a aceptarla por la fe. Por eso dice San Pablo: «Os suplicamos en nombre de Cristo: dejaos reconciliar con Dios» (2 Cor 5,20).

–Con el Salmo 53 decimos: «Ved que Dios es mi auxilio» Le suplicamos ardientemente dentro de nuestra propia miseria: «Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder, oh Dios, escucha mi súplica, atiende a mis palabras». Vemos que el Señor nos escucha y vemos su actuación: «Pero el Señor es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida». Le ofrecemos el sacrificio de acción de gracias. El Señor nos ha reconciliado.

Años pares

–1 Corintios 4,6-15: Penalidades del Apóstol en la predicación del Evangelio. La vida del apóstol se desarrolla en el seno de las paradojas: aporta la bendición del Evangelio al precio de las maldiciones de que es objeto; anuncia la consolación y sufre la calumnia; inicia la verdadera sabiduría y se hace tratar de loco. Es la lección saludable de la cruz de Cristo. San Juan Crisóstomo explica:

«El tiempo que ha precedido al bautismo era un tiempo de entrenamiento y de ejercicios, donde las caídas encontraban su perdón. A partir de hoy, la arena está abierta para vosotros, el combate tiene lugar, estáis bajo la mirada pública, y no solo los hombres, también el pueblo de los ángeles contemplan vuestros combates. Pablo grita en su Carta a los Corintios: “Nosotros hemos sido presentados como espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres ”(1 Cor 4,9). Los ángeles nos contemplan y el Señor de los ángeles es el que preside el combate. Para nosotros es no solo un honor, sino también una seguridad. Cuando, en efecto, aquel que ha entregado su vida por nosotros es juez de estos asaltos, ¿qué honor y qué seguridad no es para nosotros?» (Ocho Catequesis bautismales 3,8),

–El Salmo 144 proclama: «Cerca está el Señor de los que lo invocan». A pesar de las dificultades el Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones... satisface el deseo de sus fieles, escucha sus gritos y los salva. El Señor guarda a los que lo aman, pero destruye a los malvados. En todo momento hemos de alabar al Señor, Él nos libra de nuestros opresores. Pasan los perseguidores y la Iglesia sigue pujante. La victoria es de nuestro Dios y de Nuestro Señor Jesucristo.

–Lucas 6,1-5: El Hijo del Hombre es también Señor del sábado. Esto es una manifestación de su divinidad, tantas veces proclamada en los evangelios, con sus palabras, con sus obras y con su propia vida. San Ambrosio escribe:

«No solo por la ternura de sus palabras, sino por la misma práctica y por el ejemplo de sus actos, el Señor Jesús comenzó a despojar al hombre de la observancia de la Ley antigua y a revestirlo del vestido nuevo de la gracia. Así lo conduce ya en día de sábado por los sembrados, es decir, que lo aplica a obras fructuosas. ¿Qué quiere decir sábado, mies, espigas? No se trata de un misterio sin importancia. El campo es todo el mundo presente; la mies del campo es, por la semilla del género humano, la cosecha abundante de los santos; las espigas del campo, los frutos de la Iglesia, que los apóstoles remueven por su actividad, nutriéndose y alimentándose de nuestros progresos. Se levantaba ya la mies fecunda de virtudes, con muchas espigas, a las cuales son comparados los frutos de nuestros méritos...

«En adelante, sobre la Ley está la doctrina de Cristo, que no destruye la Ley, sino que la cumple, pues ni siquiera destruye el sábado. Si el sábado ha sido hecho para el hombre, y la utilidad del hombre pedía que el hombre hambriento, que hacía tiempo había sido privado de los frutos de la tierra, evitase el ayuno del hambre antigua, cierto no hay destrucción de la Ley, sino su cumplimiento» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. V,28-29.34).