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Domingo
Entrada: «Piensa, Señor, en tu alianza, no olvides sin remedio la vida de los pobres. Levántate, oh Dios, defiende tu causa, no olvides las voces de los que acuden a ti» (Sal 73,20.19.22-23).
Colecta (del sacramentario de Bérgamo): «Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre, aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida».
Ofertorio (del Veronense, Gelasiano y Gregoriano): «Acepta, Señor, los dones que has dado a tu Iglesia para que pueda ofrecértelos, y transfórmalos en sacramento de nuestra salvación».
Comunión: «Glorifica al Señor, Jerusalén, que te sacia con flor de harina» (Sal 147,12.14); o bien: «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo, dice el Señor» (Jn 6,52).
Postcomunión (del Misal anterior, antes del Gregoriano, retocada con texto del sacramentario de Bérgamo): «La comunión en tus sacramentos nos salve, Señor, y nos afiance en la luz de tu verdad».
Ciclo A
Se subraya en este Domingo la presencia de Dios, que actúa en medio de los hombres. Esa presencia divina culminó en la encarnación del Verbo, el Emmanuel, Dios con nosotros. Solo con una conciencia viva y constantemente renovada de esta presencia personal divina, el cristiano puede conjurar el mayor riesgo que amenaza al hombre en su paso por la vida: el vacío o la ignorancia de Dios en su quehacer de cada día. Solo la cercanía de Dios, amorosamente vivida en el misterio de Cristo, puede dar trascendencia a nuestra existencia temporal en ruta hacia la eternidad.
El pavor de los discípulos de Jesús al verle andar sobre las aguas del mar es similar al del profeta Elías, en la primera lectura, cuando se encontró con el Señor en el monte santo. San Pablo explica que el pueblo judío, aunque oficialmente no acogió el mensaje de Cristo, es el pueblo que recibió de Dios las promesas y en su seno nació Cristo. Al final de la historia, Israel entrará por la fe en Cristo en el Reino de Dios (cf. Rom 11,5.12.26; Catecismo 674).
–1 Reyes 19,9.11-13: Aguarda al Señor en el monte. Elías, el varón de Dios, en medio de hombres idólatras e increyentes, encarna la semblanza del hombre que busca conscientemente la presencia de Dios y su intimidad amorosa, con humilde y profunda sinceridad. Dios es trascendente: no se encuentra en los elementos de la naturaleza ni en las potencias de la historia, sino más allá del ser. Dios es fiel. No abandona a sí mismo a Elías, cuando todo parece perdido y toda esperanza desaparecida. En el mismo lugar en que se manifestó a Moisés, muestra ahora su continuidad en las promesas y la indefectible estabilidad de sus intenciones. Se da a Elías una misión y una nueva fuerza. Dios sigue actuando en la Iglesia con su poder y sus dones de santificación por medio de los sacramentos instituidos por Cristo y con su asistencia peculiar, con una providencia especial en muchos órdenes. San Jerónimo dice:
«Por eso, de pie, como Elías en el hueco de la peña, podían pasar por el ojo de la aguja (1 Re 19,1ss) y contemplar el dorso del Señor. Nosotros en cambio nos abrasamos de avaricia, y mientras hablamos contra el dinero abrimos el seno al oro y nada nos parece bastante... Obramos así porque no creemos en las palabras del Señor. Y porque la edad que soñamos nos halaga a todos no con la proximidad de la muerte, que por ley de la naturaleza es lo propio de los mortales, sino con la vana esperanza de una larga serie de años» (Carta 125,14, a Geruquia).
–Sigue la misma idea en el Salmo 84: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación... Dios anuncia la paz, la salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra...». La salvación de Cristo está cerca de los que lo temen. Viviendo según la verdad en la caridad, procuremos en todo caso crecer en Él, que es la Cabeza del Cuerpo Místico. «Sed luz en el Señor, el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad» (Ef 5,8-9).
–Romanos 9,1-5: Quisiera ser un proscrito en bien de mis hermanos. Jesús, Hijo de Dios encarnado entre los hombres, fue para su propio pueblo el gran desconocido. Este hecho constituyó la más profunda tragedia para el Pueblo de Dios en la historia de la salvación. San Juan Crisóstomo anima al seguimiento de Dios:
«Acaso te parezca por encima de tus fuerzas el imitar a Dios. A la verdad, para quien vive vigilante, ello no es difícil. Pero en fin, si te parece superior a tus fuerzas, yo te pondré ejemplos de hombres como tú. Ahí tienes a José, ahí tienes a Moisés, ahí tienes a Pablo que, no obstante no poder contar cuánto sufrió de parte de los judíos, aún pedía ser anatema por su salvación (Rom 9,3)... Considerando nosotros estos ejemplos, desechemos de nosotros toda ira, a fin de que también a nosotros nos perdone Dios nuestros pecados» (Homilía 61,5, sobre San Mateo).
–Mateo 14,22-33: Mándame ir a Ti andando sobre las aguas. El Corazón de Jesucristo, presencia viviente y cercanía plena de Dios en medio de los suyos, es siempre la garantía definitiva de salvación para los hombres. Comenta San Agustín:
«Y el Señor dijo: “ven”. Y bajo la palabra del que mandaba, bajo la presencia del que sostenía, bajo la presencia del que disponía, Pedro, sin vacilar y sin demora saltó al agua y comenzó a caminar. Pudo lo mismo que el Señor, no por sí, sino por el Señor. Lo que nadie puede hacer en Pedro, o en Pablo, o en cualquier otro de los Apóstoles, puede hacerlo en el Señor... Pedro caminó sobre las aguas por mandato del Señor, sabiendo que por sí mismo no podía hacerlo. Por la fe pudo lo que la debilidad humana no podía.
«Estos son los fuertes en la Iglesia. Atended, escuchad, entended, obrad. Porque no hay que tratar aquí con los fuertes, para que sean débiles, sino con los débiles para que sean fuertes. A muchos les impide ser fuertes su presunción de firmeza. Nadie logra de Dios la firmeza, sino quien en sí mismo reconoce su flaqueza... Contemplad el siglo como un mar, lo que cae bajo tus pies. Si amas al siglo, te engullirá. Sabe devorar a sus amadores, no soportarlos. Pero, cuando tu corazón fluctúa invoca la divinidad de Cristo... Dí: “¡Señor, perezco, sálvame!”. Dí: “perezco”, para que no perezcas. Porque solo te libra de la carne quien murió por ti en la carne» (Sermón 76,5-6).
Iluminados por Dios y vinculados en intimidad con el Corazón de Jesucristo, hemos de tener siempre firme fe en Cristo, nuestra verdadera fortaleza en todas las dificultades de la vida.
Ciclo B
Jesús se nos da como pan de vida en la fe, y sobre todo en la Eucaristía, simbolizada en el pan que alimentó a Elías en el desierto. En la medida en que seamos verdaderos cristianos nos comportaremos como hombres auténticos con todas sus virtudes.
Toda la vida del cristiano es un peregrinar irreversible con vocación de eternidad. Es un «éxodo» permanente que consumará, para la Iglesia y para cada uno de nosotros, el designio de Dios de trasladarnos al Reino del Hijo de su Amor. El Pan de vida que necesitamos en esta peregrinación es la Eucaristía.
–1 Reyes 19,4-8: Con la fuerza de aquel alimento caminó hasta el monte del Señor. Mientras vivimos en el tiempo, nuestra existencia cristiana es una ardua peregrinación hacia la eternidad. Como Elías, camino del Sinaí, nuestra debilidad necesita del alimento eucarístico. San Jerónimo explica:
«Cuando Elías, que iba huyendo de Jezabel, se echó cansado bajo una encina, fue despertado por un ángel que llega hasta él y le dice: “Levántate y come”. Y alzó los ojos y vio a su cabecera una hogaza de trigo y un vaso de agua (1 Re 19, 5-6). ¿No podía Dios mandarle vino oloroso y comidas condimentadas con aceite y carnes picadas?... Son innumerables los textos dispersos en las Escrituras divinas que condenan la gula y proponen comidas sencillas; pero como no es mi intención tratar ahora de los ayunos, por otra parte todas estas cosas pertenecen a título y libro especial, baste lo poco que he dicho de entre lo mucho que se podría decir» (Carta 20,9, a Eustoquia).
–Los versos del Salmo 33 nos sirven de oportuno responsorio: «Gustad y ved qué bueno es el Señor: Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca. Mi alma se gloría en el Señor, que los humildes lo escuchen y se alegren... Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias».
Dice San Agustín que en este Salmo es Cristo mismo el que invita a todos los hombres a alabar al Padre juntamente con Él y nos enseña el santo temor de Dios. El estribillo ha sido interpretado en la tradición cristiana como referido a la Eucaristía, de hecho se ha escogido muchas veces para antífona de la Comunión.
–Efesios 4,30–5,2: Vivid en el amor como Cristo. Ante el Padre, el Corazón redentor de Cristo es quien nos da la vida y el amor que nos hacen dignos del Padre y el que nos lleva por su Espíritu vivificante. Comenta San Agustín:
«El Padre no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros. Él no opuso resistencia, sino que lo quiso igualmente, puesto que la voluntad del Padre y del Hijo es una, conforme a la igualdad de la forma divina, poseyendo la cual, no consideró objeto de rapiña el ser igual a Dios. Al mismo tiempo, su obediencia fue única en cuanto que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo. Pues Él nos amó y se entregó a Sí mismo por nosotros como oblación y víctima a Dios en olor de suavidad (Ef 5,2). Así pues, el Padre no perdonó a su Hijo, sino que lo entregó por nosotros, pero de forma que también el Hijo se entregó por nosotros.
«Fue entregado el Excelso, por quien fueron hechas todas las cosas; fue entregado en su forma de siervo al oprobio de los hombres y al desprecio de la plebe; fue entregado a la afrenta, a la flagelación y a la muerte, y con el ejemplo de su Pasión nos enseñó cuánta paciencia requiere el caminar con Él» (Sermón 157,2-3).
Por medio del bautismo el fiel ha sido insertado en Cristo, viniendo a ser un solo cuerpo, animado por un solo Espíritu que es fuente de gozo y motivo de esperanza para la gloria futura, viviendo en el Amor y siguiendo a Cristo en su entrega para gloria de Dios y salvación de los hombres.
–Juan 6,41-51: Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo. Cristo, el Hijo de Dios vivo, encarnado en nuestra propia carne y sangre, para hacer a los hombres hijos de Dios, se nos ha convertido en Sacramento de Pan de vida al alcance de todos los hombres. San Agustín dice:
«Pan vivo precisamente, porque descendió del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el maná era la sombra, éste es la verdad... ¿Cuándo iba la carne a ser capaz de comprender esto de llamar al pan carne? Se da el nombre de carne a lo que la carne no entiende; y tanto menos comprende la carne, porque se llama carne. Esto fue lo que les horrorizó y dijeron que esto era demasiado y que no podía ser. Mi carne, dice, es la vida del mundo. Los fieles conocen el cuerpo de Cristo si no desdeñan ser el cuerpo de Cristo. Que lleguen a ser cuerpo de Cristo si quieren vivir del Espíritu de Cristo. Del Espíritu de Cristo solamente vive el cuerpo de Cristo.... Mi cuerpo recibe ciertamente de mi espíritu la vida. ¿Quieres tú recibir la vida del Espíritu de Cristo? Incorpórate al Cuerpo de Cristo... El mismo Cuerpo de Cristo no puede vivir sino del Espíritu de Cristo.
«De aquí que el Apóstol Pablo nos hable de este Pan, diciendo: Somos muchos un solo Pan, un solo Cuerpo. ¡Oh qué misterio de amor, y qué símbolo de unidad, y qué vínculo de caridad!. Quien quiere vivir sabe dónde está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque, y que crea, y que se incorpore a este Cuerpo, para que tenga participación de su vida» (Tratado sobre el Evangelio de San Juan 26,13).
Ciclo C
Vigilar siempre, como los criados que aguardan a su Señor. El «paso» del Señor en la noche para librar a su pueblo y de noche salió del sepulcro Cristo Jesús. En todo momento necesitamos la fe, como lo expone el autor de la Carta a los Hebreos en la segunda lectura.
Todas las lecturas de este Domingo nos ofrecen una meditación seria y serena sobre el problema de nuestra salvación eterna. Es una invitación a hacer una revisión de vida.
–Sabiduría 18,6-9: Castigaste a los enemigos y nos honraste llamándonos a Ti. La noche de la liberación de Egipto y la primera celebración del sacrificio pascual fueron para los israelitas el memorial permanente del amor de Dios, que los puso en camino de salvación.
El pueblo de Dios pasa la noche en vigilia esperando el doble acontecimiento: su salvación y el castigo de sus enemigos. Yahvé con el mismo gesto castiga a los enemigos y salva a los israelitas, haciendo de ellos un pueblo consagrado a su servicio y a su culto. La liberación de Israel es el acto de su glorificación ante las naciones y antes la historia. Su destino al culto del Dios verdadero es su gran vocación.
El culto de Israel comenzó en aquella noche. El hombre, a través de la sabiduría, de la ley y de la fe, es llamado a entrar en comunión con Dios. Ahí está su éxito, su felicidad, su prosperidad; fuera de esto están la ruina y la muerte.
–Por eso cantamos como responsorial el Salmo 32, en el que se invita a los justos a alabar al Señor: «La misericordia de Dios es justicia y derecho, porque todas sus obras son verdad y sinceridad». Pero el derecho y la justicia son en Él misericordia, porque en todas sus obras busca con amor la autenticidad y la verdad de nuestro ser. Si el creyente de todos los tiempos tiene motivo para confiar alegre y esperanzado en la Palabra divina, llena de amor y misericordia, el cristiano sabe que esa misma Palabra se ha hecho hombre (Jn 1,14), para realizar los proyectos del Corazón de Dios: la redención.
–Hebreos 11,1-2.8-19: Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios. La verdadera salvación se realiza en nosotros por la fe en Cristo, nuestra Pascua (1 Cor 5,7) y por la esperanza que nos mantiene fieles a los designios de salvación que el Padre nos ofrece. Comenta San Agustín con gran belleza:
«Es la fe anticipo para los que esperan, prueba de las cosas que no se ven» (Heb 11,1). Si no se ven, ¿cómo persuadirles de su existencia? Y ¿de dónde procede lo que ves sino de un principio invisible? Si, en efecto, tú ves algo para llegar por ahí a creer en algo; la fe en lo invisible se apoya en lo que vemos. No seas desagradecido a quien te dio los ojos, por donde puedes llegar a creer lo que todavía no ves. Dios te puso en la cara los ojos y la razón en el alma; despierta esa razón, despierta al que mora dentro de tus ojos, asómate a esas ventanas y mira por ellas la creación divina. Porque alguien hay que mira por los ojos. ¿No te sucede alguna vez que, ocupado ese que mora dentro de ti en otros pensamientos, no ves lo que tienes delante de los ojos? En vano están de par en par las ventanas si está ausente quien por ellas mira.
«No son, pues, los ojos quienes ven, sino que alguien ve por los ojos; levántale, despiértale. No, no te fue rehusado; hízote Dios animal racional, te antepuso a las bestias, te formó a su imagen. ¡Qué! Esos tus ojos, ¿no van a servirte para ver de hallar, como los animales, cebo para el vientre y nada para la mente? Levanta, pues, la mirada de la razón, usa de los ojos cual hombre, ponlos en el cielo y en la tierra: en las bellezas del firmamento, en la fecundidad del suelo, en el volar de las aves, en el nadar de los peces, en la vitalidad de las semillas, en la ordenada sucesión de los tiempos; pon los ojos en las hechuras y busca al Hacedor; mira lo que ves, y sube por ahí al que no ves» (Sermón 126,3).
–Lucas 12,32-38: Estad preparados. Mientras vivimos en el cuerpo, vamos peregrinando lejos del Señor y caminamos en la fe» (2 Cor 5,6), por ello, el desprendimiento de los bienes perecederos, el corazón fijo en la alegría de la salvación y la vigilancia en estado de alerta permanente constituyen las actitudes de la esperanza constante del cristiano. Comenta San Agustín:
«Tenéis también la advertencia clarísima del Señor que dice: “tened la cintura ceñida y las lámparas encendidas, y sed como siervos que esperan a su señor” (Lc 12,35-36). Estemos a la espera de su llegada; no nos encuentre adormilados. Vergonzoso es para una mujer casada no desear el retorno de su marido. ¡Cuánto más vergonzoso para la Iglesia no desear el de Cristo!... Ha de venir el Esposo de la Iglesia a traer los abrazos eternos, a hacer sus herederos para siempre consigo, ¡y nosotros vivimos de tal manera que no solo no deseamos su venida, sino que hasta la tememos! ¡Cuán verdad es que ha de llegar aquel día, como en los tiempos de Noé! ¡A cuántos ha de hallar así, incluso entre los que se llaman cristianos!» (Sermón 361,19).
El misterio de nuestra salvación es, a diario, problema real para nuestra autenticidad cristiana, vivida no solo en el templo o en el altar, sino en cada momento de nuestra vida y de nuestra conducta ante Dios, ante los hombres y ante nuestra propia conciencia.
Lunes
Años impares
–Deuteronomio 10,12-22: Se invita a Israel a temer a Dios, observando sus mandamientos y amándole. Vida interior. Espiritualidad profunda.
Dios no ama solamente a los patriarcas, sino que incesantemente renueva su amor, y es la situación actual del pueblo la que se hace digna de amor a sus ojos. El amor de Dios no es rechazado ni por la pequeñez ni a causa del pecado.
La elección, revelación del amor de Yahvé a su pueblo, implica la idea de que este último debe testimoniar por su parte su amor y adhesión a Dios. Esta reciprocidad de amor, que no es otra que la Alianza, invita al pueblo a amar a los pobres y a los extranjeros con el mismo amor que Dios siente hacia ellos. Exigencia, tanto más extraordinaria, cuanto que el pueblo marcha incesantemente a la conquista de un país que está en poder de extranjeros. Los profetas, y en esta lectura también, insisten mucho en la interioridad, en la compunción del corazón, del cumplimiento de la voluntad de Dios y del amor con que es cumplida.
–Bendecimos al Señor con el Salmo 147: «Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión, que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti... Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina, envía su mensaje a la tierra y su palabra corre veloz... Con ninguna nación obró así ni les dio a conocer sus mandatos».
Verdaderamente, si con ninguna nación obró así Dios como con Israel, anunciándole su palabra y dándole a conocer sus decretos y mandatos en la Alianza, ¿quién podrá imaginar la realidad de la Nueva Alianza en la Iglesia, en la que perpetuamente vive Cristo, realmente presente en la Eucaristía? Acercarse a la Eucaristía es acercarse a la Palabra omnipotente de Dios, que hace el mayor milagro: acercarse a los hombres y hacerse una misma cosa con ellos.
Años pares
–Ezequiel 1,2.5.24-2,1: La gloria del Señor. El Señor se muestra bajo la forma de un fuego abrasador. La descripción hace resaltar la trascendencia omnipotente de Dios sobre el universo creado. San Gregorio Magno enseña:
«Del buen fuego está escrito: “Yo vine a traer fuego a la tierra, y ¿qué quiero sino que arda?” (Lc 12, 49). Según esto, se trae fuego a la tierra cuando el alma terrena, inflamada por el ardor del Espíritu Santo, quema totalmente sus deseos carnales. Pero del mal fuego se dice: “el fuego abrasador que ha de consumir a los enemigos” (Heb 10,27), porque el corazón perverso se consume en su malicia; pues como el fuego del amor eleva la mente, así el fuego de la malicia la hace caer por tierra; pues así como el Espíritu Santo eleva el corazón que Él llena, así el ardor de la malicia le inclina siempre a lo bajo...
«No dice la visión de la gloria, sino: una semejanza de la gloria, a saber, para mostrar que, por más atención que ponga la mente humana, aunque rechace del pensamiento todos los fantasmas de imágenes corporales, aunque ya aparte de los ojos del alma todos los espíritus finitos, con todo, mientras permanezca en carne mortal, no puede ver la gloria de Dios tal como es, sino que lo que de ella resplandece en el alma una semejanza es, no ella misma» (Homilía 2 y 8 sobre Ezequiel).
–El Salmo 148 nos ofrece un contenido precioso en relación con la lectura anterior: «Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria... Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto, ángeles, sus ejércitos, jóvenes, doncellas, viejos y niños, el único nombre sublime»... Dios merece toda alabanza por la creación, por sus maravillas en la historia de la salvación y, sobre todo, por la redención realizada por Jesucristo y prolongada en la vida de la Iglesia, especialmente en la sagrada Eucaristía, con todo lo que ésta lleva consigo.
–Mateo 17,21-24: Lo matarán pero resucitará. Luego de haber anunciado por segunda vez su cercana pasión, Jesús responde a la pregunta acerca del impuesto del Templo, volviendo a insistir sobre todo en la libertad de los hijos de Dios ante tal impuesto. Pero Jesús no es ningún revolucionario: quiere evitar el escándalo que provocaría si rechazase pagar el canon, especialmente en favor del Templo. San Jerónimo dice:
«Nuestro Señor era hijo de rey según la carne y según el espíritu, como descendiente de la estirpe de David y como Verbo del Padre omnipotente. Luego como hijo de rey no debía pagar el impuesto pero, dado que ha asumido la debilidad de la carne, ha debido «cumplir toda justicia» (Mt 3,15). Desdichados de nosotros que estamos censados bajo el nombre de Cristo y no hacemos nada digno de tan grande majestad; Él, por nosotros, ha llevado la cruz y ha pagado el impuesto, nosotros no pagamos impuestos en su honor. [Los miembros del clero no pagaban impuestos después que Constantino reconoció el cristianismo] y como si fuéramos hijos de rey, estamos dispensados de los tributos...
«No sé qué admirar primero aquí, si la presciencia del Salvador o su grandeza; la presciencia porque sabía que el pez tenía una moneda en la boca y que era el primero que iba a ser capturado; su grandeza y su poder porque a una palabra suya se formó una moneda en la boca del pez y su palabra realizó lo que iba a suceder.
«En sentido místico me parece que este pez capturado en primer lugar es aquel que estaba en el fondo del mar y moraba en las profundidades saladas y amargas para ser liberado por el segundo Adán, él, el primer Adán, y por lo que se había encontrado en su boca, es decir, su confesión, fue entregado por Pedro al Señor. Y está bien que sea dado precisamente ese precio, pero está dividido en dos partes, por Pedro es entregado como precio por un pecador, en cambio nuestro Señor no había conocido pecado ni se había hallado mentira en su boca (Is 53,9; 1 Pe 1,22)» (Comentario al Evangelio de Mateo 17,25-27).
Martes
Años impares
–Deuteronomio 31,1-8: Sé fuerte y valiente, se dice a Josué. Moisés exhorta a Josué a que cobre ánimo y energías para que sea capaz de hacer penetrar a Israel en la tierra de promisión. De la misma manera que lo hizo con Josué, Dios aportará la salvación a su pueblo por medio de Jesucristo que nos introducirá en el Reino de los cielos. La historia de la salvación continúa. Los hombres se suceden unos a otros. Todos hemos de realizar la misión que nos corresponde.
Dios quiere llevar a los hombres a una vida de comunión con Él. Esta idea fundamental para la doctrina de la salvación es la que expresa el tema de la alianza. En el Antiguo Testamento dirige todo el pensamiento religioso, pero se ve cómo con el tiempo se va profundizando. En el Nuevo Testamento adquiere una plenitud sin igual, pues ahora tiene ya por contenido todo el misterio de Cristo.
–Como salmo responsorial se han escogido unos versos del Deuteronomio 32: «La porción del Señor fue su pueblo». El tema del pueblo de Dios, en el que se organizan en síntesis todos los aspectos de la vida de Israel, es tan central en el Antiguo Testamento, como lo será en el Nuevo, el tema de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, pero también cuerpo de Cristo. Entre los dos sirve de enlace la escatología profética: en el marco de la antigua alianza, anuncia y describe anticipadamente al pueblo de la Nueva Alianza, aguardado para el fin de los tiempos.
Años pares
–Ezequiel 2,8–3,4: Comió el volumen y le supo dulce como la miel. Dios presenta al profeta Ezequiel un libro para que se lo coma. Contiene ese libro la revelación del Señor. La imagen expresa la identificación de la voz del profeta con la palabra de Dios. San Gregorio Magno dice:
«El libro que llenó las entrañas se ha hecho en la boca dulce como la miel, porque los que de veras han aprendido a amarle en las entrañas de su corazón, ésos saben hablar dulcemente del Señor omnipotente. Si la Sagrada Escritura es dulce al paladar de éstos, cuyas vísceras vitales están llenas de los mandatos de Él, porque a quien los lleva impresos interiormente para vivir, a ése le es agradable hablar de ellos. En cambio, no resulta dulce el sermón a quien una vida réproba está remordiendo dentro de la conciencia.
«De ahí la necesidad de que quien predica la palabra de Dios considere primero cómo debe vivir, para que luego, de su vida, deduzca qué y cómo debe predicar; porque en la predicación, la conciencia enamorada de Dios edifica más que el arte de hablar; pues amando lo celestial, dentro de sí mismo lee el predicador el modo de persuadir cómo deben despreciarse las cosas terrenas» (Homilía 10, 13 sobre Ezequiel).
–Con unos versos del Salmo 118 oramos: «Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas las riquezas. Tus preceptos son mi delicia, tus decretos mis consejeros. Más estimo yo los preceptos de tu boca, que miles de monedas de oro y plata. ¡Qué dulce al paladar tu promesa! más que miel en la boca. Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Abro la boca y respiro, ansiando tus mandamientos».
–Mateo 18,1-5.10.12-14: Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños. Esta es una de las reglas que se han de seguir en la vida comunitaria de la Iglesia: es necesaria la sencillez para entrar en el Reino de los cielos. San Jerónimo enseña:
«Si alguno fuere tal que imita a Cristo en su humildad, en él se recibe a Cristo. Y, para que cuando les suceda esto a los apóstoles no lo consideren una gloria personal, prudentemente añade que deberán ser recibidos no por sus méritos, sino en honor a su Maestro. Pero el que escandalice... Aunque ésta pueda ser una condenación general de los que provocan escándalos, sin embargo, según el contexto, también se puede ver en ella una crítica de los apóstoles quienes, al preguntarle quién era el mayor en el Reino de los cielos, parecían disputarse los honores. Si hubieran perseverado en ese defecto, podían perder a aquéllos que llamaban a la fe por causa del escándalo, al ver que los apóstoles se disputaban los honores.
«Sus palabras: “sería preferible para él que le atasen al cuello una piedra de moler”, se refieren a una costumbre del país. Éste era entre los antiguos judíos el castigo de los grandes criminales: se los arrojaba al fondo del mar con una piedra atada al cuello. Es preferible, sin embargo, para él, porque es mucho mejor recibir el castigo inmediato que ser reservado para los tormentos eternos (2Pe 2,9)... Cada uno de los fieles sabe lo que le hace daño o turba su corazón y lo somete a menudo a tentación. Es preferible una vida solitaria que perder la vida eterna por las necesidades de la vida presente» (Comentario al Evangelio de Mateo 18,5.6.8).
Miércoles
Años impares
–Deuteronomio 34,1-12: No surgió otro profeta como Moisés. Moisés sube al monte Nebo, desde donde el Señor le hace ver la tierra prometida. Después de la muerte de aquél, le sucedió Josué, ya que por la imposición de las manos había recibido el espíritu de sabiduría (Num 27,18-23).
Para Israel es Moisés el profeta sin igual (Dt 34,10ss), por el que Dios liberó a su pueblo, selló con él su alianza, le reveló su ley. Es el único al que, juntamente con Cristo da el Nuevo Testamento el nombre de «mediador». Pero, al paso que por la mediación de Moisés (Gal 3,19), su siervo fiel (Heb 3,5), dio Dios la ley al solo pueblo de Israel, a todos los hombres los salva por la mediación de Cristo (1 Tim 2,4ss), su Hijo (Heb 3,6); «la ley nos fue dada por Moisés; la gracia y la verdad nos han venido por Jesucristo» (Jn 1,17). Este paralelismo entre Moisés y Jesucristo pone en evidencia la diferencia de los dos Testamentos.
–Con el Salmo 65 cantamos un himno de acción de gracias por la liberación: «Bendito sea Dios, que nos ha devuelto la vida». Por eso se invita a toda la tierra a cantar a Dios, a tocar para su nombre, a ver las obras de Dios, sus proezas en favor de los hombres. «Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, haced resonar sus alabanzas...»
Las liberaciones que tuvieron lugar en el pueblo de Israel eran figuras y señales de una liberación más completa, que se llevaría a cabo con Cristo Redentor. Por eso también nosotros cantamos y nos llenamos de júbilo y queremos que todos los pueblos aclamen al Señor. Para todos ha venido la liberación, con la Encarnación de Cristo. Son muchos los beneficios que debemos a Dios, tanto en el orden de la naturaleza, como en el orden sobrenatural. Bien podemos decir también nosotros: «Fieles de Dios, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo: a Él gritó mi boca y lo ensalzó mi lengua».
Años pares
–Ezequiel 9,1-7.10.18-22: Ezequiel ve abatirse el castigo sobre el templo mancillado con todo género de ídolos. Son asolados los moradores de Jerusalén, mas gracias a la intervención de Ezequiel, queda perdonado un «resto»: aquéllos que permanecieron fieles y fueron marcados con el sello de Dios. La gloria del Señor abandona luego el templo para dirigirse a Oriente. Comenta San Agustín:
«Interesa sobremanera saber dónde lleva el hombre la señal de Cristo, si solo en la frente o en la frente y en el corazón. Oísteis lo que decía hoy el santo profeta Ezequiel; cómo Dios, antes de enviar al exterminador del pueblo malvado, mandó delante a quien había de sellar diciéndole: “Vete y señala en la frente a quienes gimen y se afligen por los pecados de mi pueblo que se cometen en medio de ellos ”[contra los donatistas]. Pero gimen y se duelen y por ello son señalados en la frente, en la frente del hombre interior, no en la del exterior. Pues hay una frente en el rostro y otra en la conciencia.
«A veces cuando se toca la frente interior, se ruboriza la exterior; en ella fueron sellados los elegidos para evitar el exterminio, pues aunque no corregían los pecados que se cometían en medio de ellos, se dolían y ese mismo dolor los separaba de los culpables. Estaban separados a los ojos de Dios y mezclados a los de los culpables. Son señalados ocultamente para no ser dañados abiertamente... ¡Cuán gran seguridad se os ha dado, hermanos míos, a vosotros que gemís en este pueblo y os doléis de las iniquidades que se comenten en medio de vosotros, sin cometerlas vosotros!» (Sermón 107,7).
–Con el Salmo 112 decimos: «La gloria del Señor se eleva sobre el cielo». Es muy adecuado a la lectura anterior, pues con él se comienza los Salmos del Hallel o de la alabanza y se cantaba durante la Pascua. El motivo de esta alabanza es la trascendencia de Dios sobre la naturaleza y sobre la historia humana. Yahvé sobrepasa en grandeza a todos los pueblos. Pero lo más admirable es que este Dios sublime no se digna comprometerse con los más humildes, que parecen sus favoritos. Dios baja hasta lo más profundo de la mi-seria humana, sin que por eso pierda su transcendencia. «¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra? El Señor se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre el cielo... Bendito el nombre del Señor ahora y por siempre».
Tenemos nosotros más motivos para alabar al Señor que los israelitas, por las inmensas maravillas que ha realizado con nosotros: la redención, los sacramentos, la doctrina de Jesucristo, la Iglesia y, sobre todo, la Eucaristía...
–Mateo 18,15-20: Si te hace caso has salvado a tu hermano. La paz entre todos los miembros de la comunidad. El tema importante de este pasaje evangélico es el perdón. San Jerónimo escribe:
«Si nuestro hermano ha pecado contra nosotros y nos ha perjudicado en algo, tenemos la posibilidad, más bien la obligación, de perdonarlo, porque se nos ha prescrito que perdonemos sus deudas a nuestros deudores (Mt 6,12); pero si alguien hubiera pecado contra Dios, no depende de nosotros... Nosotros, indulgentes con las injurias que se hacen a Dios, manifestamos odio por las ofensas que nos hacen. Y debemos corregir al hermano en privado, no sea que, si ha perdido una vez el pudor y la vergüenza, permanezca en pecado.
«Y, si nos escucha, ganamos su alma y por la salud de otro procuramos también la nuestra. Pero si se niega a escucharnos, que se llame a un hermano; si se niega a escuchar a éste, llámese a un tercero, ya sea para tratar de corregirlo ya para amonestarlo delante de testigos. Pero si tampoco a ellos quisiere escucharlos, entonces hay que decirlo a muchos para que lo detesten y el que no pudo ser salvado por la vergüenza se salve por las afrentas» (Comentario al Evangelio de Mateo 18,17).
San Agustín comenta:
«Debemos reprender con amor; no con deseo de dañar, sino con afán de corregir... Si corriges por amor propio nada haces. Si lo haces por amor hacia él, obras excelentemente... Considera por las mismas palabras por amor de quien debes hacerlo, si por el tuyo o por el de él... ¿Cómo no vas a pecar contra Cristo, si pecas contra un miembro de Cristo?» (Sermón 82,1-5).
Jueves
Años impares
–Josué 3,7-10.11.13-17: Lo mismo que en el mar Rojo sucede ahora en el Jordán. Lo atravesaron a pie enjuto. La travesía del Jordán se presenta como una procesión litúrgica. Se diría que el paso del río se reduce a llevar el arca de una orilla a otra del río. No se presta atención más que a ello.
En ese capítulo se le menciona diecisiete veces y el pueblo recibe órdenes precisas para ir delante de ella en señal de veneración. Es como si el mismo Yahvé entrase solemnemente en el país prometido. Gran sentido de lo sagrado. Las aguas se detienen. Resplandece aquí de modo especial la presencia de Dios en medio de su pueblo. En medio de nosotros está Cristo en la Eucaristía. Hemos de ser conscientes de esa verdad y actuar en consecuencia.
–Rezamos con el Salmo 113: «Cuando Israel salió de Egipto, los hijos de Jacob, de un pueblo balbuciente, Judá fue su santuario, Israel fue su dominio. El mar al verlos huyó, el Jordán se echó atrás... ¿Qué te pasa, mar, que huyes, a ti, Jordán, que te echas atrás?» Las maravillas de Dios obradas en el Antiguo Testamento se renuevan y aventajan en el Nuevo Testamento, y en el tiempo de la Iglesia son realizadas por Dios en cada una de las almas, que son otros tantos santuarios en los que Dios habita.
Cristo enseña a los hombres a confiar en el Padre celestial y otorga a todos una bendición sobreabundante, comunicando a los hombres su misma vida divina.
Años pares
–Ezequiel 12,1-12: Emigra a la luz del día, a la vista de todos: Dios invita al profeta a que imite la emigración a fin de anunciar la futura deportación y el destierro, y de modo especial el ocaso del reinado de Sedecías, el último rey de Judá. Es el castigo de aquellos que «tienen ojos para ver y no ven; y oídos para oír y no oyen». Con estas palabras repetidas varias veces, reprocha Cristo el desinterés de algunos de sus oyentes ante las realidades de lo alto que les enseña.
La emigración es constante en nuestros tiempos: campos absorbidos por las ciudades; países pobres por los ricos; ciudades en paro por las de mucho trabajo... Es un signo de las limitaciones del hombre. Todo desplazamiento viene a ser como un desarraigo de la persona. El cristiano debe ver todo esto con un criterio sobrenatural: llevar la cruz, acogida al hermano, caridad constante en unos y en otros... Así contribuimos a hacer una humanidad más conforme a los mandatos de Dios y a Dios mismo. Se ha de dar en la Iglesia una preocupación grande para que la vida espiritual y la práctica religiosa de los emigrantes no decaigan, sino que se vivifiquen.
–Con el Salmo 77 proclamamos: «No olvidéis las acciones de Dios... Tentaron a Dios Altísimo y se rebelaron, desertaron y traicionaron... Dios los oyó y se indignó... entregó su pueblo a la espada»... La historia de Israel, resumida en este Salmo, es una historia de Alianza de Dios con su pueblo, marcada por la fidelidad inquebrantable de Dios y por las infidelidades humanas. Es ocasión de hacer una gran revisión de vida. ¿hay en nosotros infidelidades? Volvámonos a Dios, que es un Padre misericordioso y nos perdona siempre. Es San Pablo quien nos dice que todo lo del Antiguo Testamento sucedió como ejemplo para nosotros, para nuestra vida de cristianos (1 Cor 10,11-13). Aceptemos con humildad esas lecciones y actuemos en consecuencia: correspondamos con un mayor amor a los beneficios inmensos que Dios nos otorga.
–Mateo 18,21–19,1: Perdón constante. Jesucristo indica a Pedro que se ha de perdonar sin límites, sin medida y eso mismo enseña con la parábola del rey que quiso ajustar las cuentas. Comenta San Agustín:
«Ved, hermanos, que la cosa está clara y que la amonestación es útil. Se debe, pues, la obediencia realmente salutífera para cumplir lo mandado. En efecto, todo hombre al mismo tiempo que es deudor ante Dios tiene a su hermano por deudor... Se queremos que se nos perdone a nosotros, hemos de estar dispuestos a perdonar todas las culpas que se cometan contra nosotros» (Sermón 83,2 y 4).
San Jerónimo comenta:
«Sentencia temible si el juicio de Dios se acomoda y cambia de acuerdo a las disposiciones de nuestro espíritu. Si no perdonamos una pequeñez a nuestros hermanos, las cosas grandes no nos serán perdonadas por Dios. Como cada uno puede decir: “Yo no tengo nada contra él, él sabe, tiene a Dios por juez, no me importa lo que quiere hacer, yo le he perdonado”, el Señor confirma su sentencia y destruye totalmente la simulación de una paz fingida diciendo: “Si cada uno no perdona de corazón a su hermano”» (Comentario al Evangelio de Mateo 18,35).
Viernes
Años impares
–Josué 24,1-3: Os saqué de Egipto. Os dí una tierra. El Señor habla al pueblo por boca de Josué y le recuerda las maravillas obradas en su favor.
El relato de la asamblea de Siquem ilustra de forma interesante el contenido de la Alianza, que no se reduce, en primer término, al hecho de Dios que reconoce a su pueblo. Es ante todo, la constitución de un pueblo en torno a una fe común y a un culto común. Israel reconoció a su Dios. Nacionalidad y religión son inseparables en Israel. Todo es comunitario. Dios no quiso la santificación ni la salvación de unos cuantos individuos considerados aisladamente, sino la constitución de un pueblo, de un reino, de una nación, donde se santifiquen y se salven los individuos. Esto en el Antiguo Testamento, en el Nuevo y en la vida de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. De ahí el sentido comunitario de la liturgia que no parte del «yo» sino del «nosotros».‘
–Esto da ocasión para que, con el Salmo 135, demos gracias al Señor, «porque es eterna su misericordia; dio su tierra en heredad, en heredad a Israel, su siervo y lo libró de sus opresores». En este salmo se desarrolla el tema en forma de grandiosa letanía que, a través de las obras de Dios que se conmemoran, dejada grabada en el corazón una sola idea: que la misericordia de Dios es eterna, cosa que se repite veintiséis veces.
Recordando que este salmo lo recitó Cristo después de la institución de la Eucaristía, es un buen momento para agradecer a Dios tan inmenso don en el que se manifestó su misericordia, como en ninguna otra obra suya. Este Salmo es llamado el Gran Hallel, o la Gran Alabanza. La obra de la creación y toda la historia de la salvación no es más que una sola y grande manifestación del inmenso amor de Dios para con los hombres. Esto exige de nosotros una incesante correspondencia de amor.
Años pares
–Ezequiel 16,1-15.60.63: Dios bondadoso otorga sus bienes, pero el hombre los rechaza. Resumen de la historia de Israel, que es mimado por Dios, pero él no le corresponde. Castigo y perdón, pues Dios, que es infinito en todo, lo es también en su amor misericordioso.
El amor de Yahvé por Jerusalén se manifiesta como una elección personal, como un don del corazón, como instituciones, culto... Se trata de una comunión total, y nada en la vida de la ciudad es ignorado por el amor y la gracia divina. Por todo esto, la infidelidad de Jerusalén es particularmente grave. Ningún pueblo ha sido tan favorecido por Dios, por lo cual son menos culpables que Jerusalén. ¿Qué decir de la vida cristiana, de nuestra elección a la vida de la gracia, a la íntima unión con Dios, a pertenecer al Cuerpo Místico de Cristo? Nuestras infidelidades son más graves que las de Jerusalén.
–Como Salmo responsorial se han escogido algunos versos de Isaías 12: «Ha cesado tu ira y me has consolado». Por eso el piadoso profeta exulta de gozo: «El Señor es mi Dios y Salvador; en Él confío y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor. Él fue mi salvación. De la Fuente de la Salvación saco agua, es decir, de su Sagrado Corazón. Doy gracias, invoco su nombre, cuento a los pueblos sus hazañas, proclamo que su nombre es excelso...¡Qué grande es el Señor en medio de nosotros!».
–Mateo 19,3-12: Matrimonio indisoluble y exaltación del celibato. Dios quiere que marido y mujer estén unidos como una sola carne. Nadie es quien para cambiar el sentido de unas palabras tan claramente enunciadas: «lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre», aunque este hombre fuese Moisés. San Juan Crisóstomo dice:
«Mirad la sabiduría del Maestro. Preguntado si es lícito abandonar a la mujer, no responde a bocajarro: “No, no es lícito”, con lo que podían alborotarse y turbarse sus preguntantes. No; antes de pronunciar su sentencia, pone la cuestión en evidencia por el hecho mismo de la Creación, haciendo así ver que el mandato venía también de su Padre, y que, si Él mandaba aquello, no era por oponerse a Moisés. Pero mirad cómo no lo afirma solo por el hecho mismo de la Creación, sino por el mandamiento mismo de su Padre. Porque no solo dijo que Dios hizo un solo hombre y una sola mujer, sino que mandó también que uno solo se uniera con una sola. Si Dios, en cambio, hubiera querido que el hombre pudiera dejar a una y tomar a otra, después de hacer un solo varón, hubiera formado muchas mujeres. Pero, la verdad es que tanto por el modo de la Creación como por los términos de su Ley, Dios demostró que uno solo ha de convivir con una sola para siempre y que jamás puede romperse la unión» (Homilía 62,1, sobre San Mateo).
Sábado
Años impares
–Josué 24,14-29: Elección por el Señor. Josué propone a la asamblea que concluya un pacto con el Señor, cosa que aceptó el pueblo afirmando ardorosamente su decisión de servir a Dios y de obedecerle. Es un ejemplo siempre actual y siempre necesario: elegir a Dios, servir a Dios, aunque Él no lo necesite. Oigamos a San Ireneo:
«Así acontece en el servicio de Dios: a Dios no le aporta nada, pues Dios no tiene necesidad del servicio de los hombres; mas a aquellos que le sirven y le siguen, Dios les da la vida, la incorruptibilidad y la gloria eterna. Él concede su benevolencia a los que le sirven por el hecho de servirle, y a los que le siguen por el hecho de seguirle, pero no recibe de ellos beneficio alguno, porque es perfecto y no tiene ninguna necesidad. Si Dios solicita el servicio de los hombres es para poder, siendo bueno y misericordioso, otorgar sus beneficios a aquellos que perseveran en su servicio; porque, del mismo modo que Dios no tiene necesidad de nada, el hombre tiene necesidad de la comunión con Dios, pues la gloria del hombre está en perseverar en el servicio de Dios» (Tratado contra las herejías 4,3).
–El Salmo 15 es un poema de oro, que hace una opción absoluta por Dios; un poema precioso, que convierte la fe en un manantial inagotable de amor: «Tú eres, Señor, mi heredad... El Señor es el lote de mi heredad y mi cáliz, mi suerte está en su mano... Bendigo al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré».
Nuestro ejemplo y modelo es Cristo, que hizo siempre la voluntad del Padre (Mt 26,39; Lc 2,49). Donde está la Cabeza allí ha de estar el Cuerpo. Somos coherederos con Cristo (Rom 8,16-17). Para todo cristiano Dios es el único y sumo Bien. Todo «ídolo» que se introduce en la vida cristiana la empobrece hasta destruirla, porque quita a Dios sus derechos y seca la fuente vital de la existencia humana hecha a imagen y semejanza de Dios. Solamente en Dios podemos encontrar la fuente de la alegría, de la paz y la promesa segura de una vida eterna feliz. Hemos optado por Dios. Ahí está nuestra verdadera felicidad y victoria.
Años pares
–Ezequiel 18,1-10.13.30-32: Os juzgué a cada uno según su conducta. Dios da cuenta, por medio del profeta, de la responsabilidad de cada uno de cara al juicio divino: es un llamamiento a la conversión del corazón y al cambio de vida. San Cipriano escribe:
«Cuál y cuánta es la paciencia de Dios se ve en que aguanta con toda calma la afrenta que hacen a su soberanía y dignidad los hombres, levantando templos idolátricos, fabricando estatuas, practicando sacrificios sacrílegos. Se ve en que hace nacer el día y el sol lo mismo sobre los buenos que sobre los malos, y riega la tierra con lluvias, sin quedar nadie excluido de sus beneficios, porque no discrimina entre justos y malvados. Vemos que, por una equidad inseparable de la paciencia, lo mismo a los inocentes que a los culpables, a los piadosos que a los impíos, a los agradecidos que a los ingratos sirven por disposición de Dios las estaciones, favorecen los elementos, soplan los vientos, corren las fuentes, crecen las mieses, maduran las uvas, florecen los prados.
«Y a pesar de provocar continuamente con ofensas la ira de Dios, sin embargo contiene su cólera y aguarda con calma el día prescrito para la sanción; aunque tiene en sus manos la venganza, prefiere dar tiempo con su clemencia y demora para ofrecer la posibilidad de que ceda alguna vez la prolongada malicia, y los hombres encenagados en errores y crímenes, al menos al final, se vuelvan a Dios, ya que dirige estas advertencias: “No quiero la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva” (Ez 18,32)» (De los bienes de la paciencia 3-4).
–Ese espíritu de conversión lo hacemos oración con el Salmo 50: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu, devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso... un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias, Señor». Hasta el fin de los tiempos este Salmo será la plegaria de todo hombre que busca el camino de la salvación y que lucha contra el mal que se anida en su corazón.
–Mateo 19,13-15: No impidáis a los niños que se acerquen a Mí, de ellos es el Reino de los cielos. Oigamos a San Agustín, que en una octava de la Pascua predica:
«De los tales es el Reino de los cielos (Mt 19,14), es decir, de los humildes, de los párvulos en el espíritu. No los despreciéis; no los aborrezcáis. Esta sencillez es propia de los grandes; la soberbia, en cambio, es la falsa grandeza de los débiles, que, cuando se adueña de la mente, levantándola, la derriba; inflándola, la vacía; y de tanto extenderla, la rompe. Él humilde no puede dañar; el soberbio no puede no dañar... Así, pues, si guardáis esta piadosa humildad que la Escritura Sagrada muestra ser una infancia santa, estáis seguros de alcanzar la inmortalidad de los bienaventurados: de los tales es el Reino de los cielos» (Sermón 353,1).