Descarga Gratis en distintos formatos
Misa del día.
Entrada: «El Espíritu llena el mundo, y Él, que mantiene todo unido, habla con sabiduría. Aleluya» (Sab 1,7). O bien: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu que se nos ha dado. Aleluya» (ROM 5,5).
Colecta (del Gelasiano y Gregoriano): «¡Oh Dios!, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia extendida por todas las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y no dejes de realizar hoy, en el corazón de los fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica».
Ofertorio (del Sacramentario de Bérgamo): «Te pedimos, Señor, que según la promesa de tu Hijo, el Espíritu Santo nos haga comprender la realidad misteriosa de este sacrificio y nos lleve al conocimiento pleno de toda la verdad revelada».
Comunión: «Se llenaron todos del Espíritu Santo y cada uno hablaba de las maravillas de Dios. Aleluya» (Hch 2,4.11).
Postcomunión (con textos del Veronense y de la antigua liturgia hispana o mozárabe): «¡Oh Dios!, que has comunicado a tu Iglesia los bienes del cielo, haz que el Espíritu Santo sea siempre nuestra fuerza y la Eucaristía que acabamos de recibir acreciente en nosotros la salvación».
Con la donación solemne del Espíritu Santo, el Padre vinculó definitivamente la persona y la obra de su Verbo encarnado, muerto y resucitado a la realidad visible e histórica de su Iglesia, realizando así el misterio del Cristo histórico y Cristo total: Cabeza y Miembros vivificados por el mismo Espíritu de Cristo, que Él envió con el Padre, hasta la consumación de los siglos.
–Hechos 2,1-11: Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar. La venida del Espíritu Santo es, en la historia de la salvación, un acontecimiento paralelo a la Encarnación del Verbo.
–1 Corintios 12,3-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo Cuerpo. El Espíritu es el que da vida y sostiene la unidad en el seno de la Iglesia. Nos hace sintonizar misteriosamente con el Corazón de Jesucristo.
–Juan 20,19-23: Como el Padre me ha enviado así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo. En virtud de la acción iluminadora y santificadora del Espíritu Santo, se realiza nuestra reconciliación con Dios en el misterio de Cristo. Oigamos a San Ireneo:
«Dios había prometido por boca de sus profetas que en los últimos días derramaría su Espíritu sobre sus siervos y siervas y que éstos profetizarían. Por esto descendió el Espíritu Santo sobre el Hijo de Dios que se había hecho Hijo del Hombre, para así, permaneciendo en Él, habitar en el género humano, reposar sobre los hombres y residir en la obra plasmada por manos de Dios, realizando así en el hombre la voluntad del Padre y renovándolo de la antigua condición a la nueva, creada en Cristo.
«San Lucas nos narra cómo después de la Ascensión del Señor, descendió sobre los discípulos, el día de Pentecostés, el Espíritu Santo, con el poder de dar a todos los hombres entrada en la vida y dar su plenitud a la nueva alianza. Todos a una los discípulos alaban a Dios en todas las lenguas, al reducir el Espíritu a la unidad a los pueblos distantes y ofrecer al Padre las primicias de todas las naciones.
«Por esto el Señor había prometido que nos enviaría aquel Defensor que nos haría capaces de Dios: del mismo modo que el trigo seco no puede convertirse en una masa compacta y en un solo pan, si antes no es humedecido, así también nosotros, que éramos antes como un leño árido, nunca hubiésemos dado el fruto de vida, sin esta gratuita lluvia de lo alto. Nuestros cuerpos, en efecto, recibieron por el baño bautismal la unidad destinada a la incorrupción, pero nuestras almas, pero nuestras almas la recibieron por el Espíritu.
«El Espíritu de Dios descendió sobre el Señor: Espíritu de prudencia y de sabiduría, Espíritu de consejo y de valentía, Espíritu de ciencia y de temor del Señor; y el Señor, a su vez, lo dio a la Iglesia, enviando al Defensor sobre toda la tierra desde el cielo... Recibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo hagamos fructificar el denario que se nos ha confiado, retornándolo al Señor con intereses» (Contra las herejías 3,17,1-3).
San Basilio dice a su vez:
«Ante todo, ¿quién habiendo oído los nombres que se dan al Espíritu, no siente levantado su ánimo y no eleva su pensamiento hacia la naturaleza divina? Ya que es llamado Espíritu de Dios y Espíritu de Verdad, que procede del Padre. Espíritu firme. Espíritu generoso. Espíritu Santo es su nombre propio y peculiar... Hacia Él dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de santificación; hacia Él tiende el deseo de todos los que llevan una vida virtuosa y su soplo es para ellos a manera de riego que les ayuda en la consecución de su fin propio y natural. Capaz de perfeccionar a los otros, Él no tiene falta de nada...Él no crece por adiciones, sino que está constantemente en plenitud; sólido en Sí mismo, está en todas partes. Él es fuente de santidad, Luz para la inteligencia; Él da a todo ser racional como una Luz para entender la verdad.
«Aunque inaccesible por naturaleza, se deja comprender por su bondad; con su acción lo llena todo, pero se comunica solamente a los que encuentra dignos, no ciertamente de manera idéntica ni con la misma plenitud, sino distribuyendo su energía según la proporción de su fe. Simple en su esencia y variado en sus dones, está íntegro en cada uno e íntegro en todas partes. Se reparte sin sufrir división, deja que participen de Él, pero Él permanece íntegro, a semejanza del rayo del sol, cuyos beneficios llegan a quien disfrute de él como si fuera único, pero, mezclado con el aire, ilumina la tierra entera y el mar... Por Él se elevan a lo alto los corazones; por su mano son conducidos los débiles; por Él los que caminan tras la virtud llegan a la perfección. Es Él quien ilumina a los que se han purificado de sus culpas y, al comunicarse a ellos, los vuelve espirituales...» (Tratado sobre el Espíritu Santo 9).