Zacarías 12,9-12a; 13,1-9
El misterio de Cristo en nosotros y en la Iglesia
San Juan Eudes
Tratado sobre el reino de Jesús, parte 3,4
Debemos continuar y completar en nosotros los estados y misterios de la vida de Cristo, y suplicarle con frecuencia que los consume v complete en nosotros y en toda su Iglesia.
Porque los misterios de Jesús no han llegado todavía a su total perfección y plenitud. Han llegado, ciertamente, a su perfección y plenitud en la persona de Jesús, pero no en nosotros, que somos sus miembros, ni en su Iglesia, que es su cuerpo místico. El Hijo de Dios quiere comunicar y extender en cierto modo y continuar sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia, ya sea mediante las gracias que ha determinado otorgarnos, ya mediante los efectos que quiere producir en nosotros a través de estos misterios. En este sentido, quiere completarlos en nosotros.
Por
esto, san Pablo dice que Cristo halla su plenitud en la Iglesia y que todos
nosotros contribuimos a su edificación y a la medida de Cristo en su
plenitud, es decir, a aquella edad mística que él tiene en su cuerpo
místico, y que no llegará a su plenitud hasta el día del juicio. El mismo
apóstol dice, en otro lugar, que él completa en su carne los dolores de
Cristo.
De este modo, el Hijo de Dios ha determinado consumar y completar en
nosotros todos los estados y misterios de su vida. Quiere llevar a término en
nosotros los misterios de su encarnación, de su nacimiento, de su vida oculta,
formándose en nosotros y volviendo a nacer en nuestras almas por los santos
sacramentos del bautismo y de la sagrada eucaristía, y haciendo que llevemos
una vida espiritual e interior, escondida con él en Dios.
Quiere completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo que suframos, muramos y resucitemos con él y en él. Finalmente, completará en nosotros su estado de vida gloriosa e inmortal, cuando haga que vivamos, con él y en él, una vida gloriosa y eterna en el cielo. Del mismo modo, quiere consumar y completar los demás estados y misterios de su vida en nosotros y en su Iglesia, haciendo que nosotros los compartamos y participemos de ellos, y que en nosotros sean continuados y prolongados.
Según esto, los misterios de Cristo no estarán completos hasta el final de aquel tiempo que él ha destinado para la plena realización de sus misterios en nosotros y en la Iglesia, es decir, hasta el fin del mundo.