Isaías 2,6-22; 4,2-6
¡Qué admirable intercambio!
San Gregorio Nacianceno.
Sermón 5,9.22.26.28
El Hijo de Dios en persona, aquel que existe desde toda la
eternidad, aquel que es invisible, incomprensible, incorpóreo, principio de
principio, luz de luz, fuente de vida e inmortalidad expresión del supremo
arquetipo, sello inmutable, imagen fidelísima, palabra y pensamiento del Padre,
él mismo viene en ayuda de la criatura, que es su imagen: por amor del hombre se
hace hombre, por amor a mi alma se une a un alma intelectual, para purificar a
aquellos a quienes se ha hecho semejante, asumiendo todo lo humano, excepto el
pecado. Fue concebido en el seno de la Virgen, previamente purificada en su
cuerpo y en su alma por el Espíritu (ya que convenía honrar el hecho de la
generación, destacando al mismo tiempo la preeminencia de la virginidad); y
así, siendo Dios, nació con la naturaleza humana que había asumido, y unió en su
persona dos cosas entre sí contrarias, a saber, la carne y el espíritu, de las
cuales una confirió la divinidad, otra la recibió
Enriquece
a los demás, haciéndose pobre él mismo, ya que acepta la pobreza de mi condición
humana para que yo pueda conseguir las riquezas de su divinidad.
Él,
que posee en todo la plenitud, se anonada a sí mismo, ya que, por un tiempo, se
priva de su gloria, para que yo pueda ser partícipe de su plenitud.
¿Qué
son estas riquezas de su bondad? ¿Qué es este misterio en favor mío? Yo recibí
la imagen divina, mas no supe conservarla. Ahora él asume mi condición humana,
para salvar aquella imagen y dar la inmortalidad a esta condición mía; establece
con nosotros un segundo consorcio mucho más admirable que el primero.
Convenía
que la naturaleza humana fuera santificada mediante la asunción de esta
humanidad por Dios; así, superado el tirano por una fuerza superior, el mismo
Dios nos concedería de nuevo la liberación y nos llamaría a sí por mediación del
Hijo. Todo ello para gloria del Padre, a la cual vemos que subordina siempre el
Hijo toda su actuación.
El
buen Pastor que dio su vida por las ovejas salió en busca de la oveja
descarriada, por los montes y collados donde sacrificábamos a los ídolos; halló
a la oveja descarriada y, una vez hallada, la tomó sobre sus hombros, los
mismos que cargaron con la cruz, y la condujo así a la vida celestial.
A aquella primera lámpara, que fue el Precursor, sigue
esta luz clarísima; a la voz, sigue la Palabra; al amigo del esposo, el esposo
mismo, que prepara para el Señor un pueblo bien dispuesto, predisponiéndolo para
el Espíritu con la previa purificación del agua.
Fue
necesario que Dios se hiciera hombre y muriera, para que nosotros tuviéramos
vida. Hemos muerto con él, para ser purificados; hemos resucitado con él, porque
con él hemos muerto; hemos sido glorificados con él, porque con él hemos
resucitado.