II Corintios 11,7-29
La Iglesia es la esposa de Cristo
San Cirilo de Jerusalén
Catequesis 18,26-29
«Católica»: éste es el nombre propio de esta Iglesia santa y madre de todos nosotros; ella es en verdad esposa de nuestro Señor Jesucristo, Hijo unigénito de dios (porque está escrito: Como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a si mismo por ella, y lo que sigue), y es figura y anticipo de la Jerusalén de arriba, que es libre y es nuestra madre, la cual, antes estéril, es ahora madre de una prole numerosa.
En efecto, habiendo sido repudiada la primera, en la segunda Iglesia, esto es, la católica, Dios –como dice Pablo– estableció en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas, y toda clase de virtudes: la sabiduría y la inteligencia, la templanza y la justicia, la misericordia y el amor a los hombres, y una paciencia insuperable en las persecuciones.
Ella
fue la que antes, en tiempo de persecución y de angustia, con armas ofensivas
y defensivas, con honra y deshonra, redimió a los santos mártires con coronas
de paciencia entretejidas de diversas y variadas flores; pero ahora, en este
tiempo de paz, recibe, por gracia de Dios, los honores debidos, de parte de los
reyes, de los hombres constituidos en dignidad y de toda clase de hombres. Y
la potestad de los reyes sobre sus súbditos está limitada por unas fronteras
territoriales; la santa Iglesia católica, en cambio, es la única que goza de una
potestad ilimitada en toda la tierra. Tal como está escrito, Dios ha puesto
paz en sus fronteras.
En esta santa Iglesia católica, instruidos con esclarecidos preceptos y enseñanzas, alcanzaremos el reino de los cielos y heredaremos la vida eterna, por la cual todo lo toleramos, para que podamos alcanzarla del Señor. Porque la meta que se nos ha señalado no consiste en algo de poca monta, sino que nos esforzamos por la posesión de la vida eterna. Por esto, en la profesión de fe, se nos enseña que, después de aquel artículo: La resurrección de los muertos, de la que ya hemos disertado, creamos en la vida del mundo futuro, por la cual luchamos los cristianos
Por tanto, la vida verdadera y auténtica es el Padre, la fuente de la que, por mediación del Hijo, en el Espíritu Santo, manan sus dones para todos, y, por su benignidad, también a nosotros los hombres se nos han prometido verídicamente los bienes de la vida eterna.