fundación GRATIS DATE

Gratis lo recibisteis, dadlo gratis

Otros formatos de texto

epub
mobi
pdf
zip

Descarga Gratis en distintos formatos

Celebraciones del Señor, de la Virgen y de los Santos

1 de enero. Santa María Madre de Dios

Nacido de mujer

Nm 6,22-27; Sal 66; Gal 4,4-7; Lc 2,16-21

«Nacido de una mujer». El Hijo de Dios es verdaderamente hombre porque ha nacido de María. Por eso María es Madre de Dios. Y por eso ocupa un lugar central en la fe y en la espiritualidad cristianas. Para toda la eternidad Jesús será el nacido de mujer, el hijo de María. Este es el designio providencial de Dios. Ella es la colaboradora de Dios para entregar a su Hijo al mundo. Y esto que realizó una vez por todos lo sigue realizando en cada persona.

«Encontraron a María y a José y al niño». No podemos separar lo que Dios ha unido. Ni María sin Jesús, ni Jesús sin María. Ni ellos sin José. No se trata de lo que los hombres queramos pensar o imaginar, sino de cómo Dios ha hecho las cosas en su plan de salvación. Nuestra espiritualidad personal subjetiva ha de adecuarse a la objetividad del proyecto de Dios.

«El Señor te bendiga y te proteja». La primera lectura hace alusión a la circunstancia del inicio del año civil. Sólo podemos comenzar una nueva etapa de nuestra vida y de la historia del mundo implorando la bendición de Dios. Sólo apoyados en esta bendición podemos mirar el futuro con esperanza. Sólo sostenidos por ella podremos afrontar luchas y dificultades. Acojamos hoy y siempre esta bendición y procuremos caminar en su presencia.


2 de febrero. Presentación del Señor

Nos presenta a su Hijo

Lc 2, 22-40

A los cuarenta días del nacimiento, Jesús es presentado en el templo. El texto evangélico subraya que ello sucede para cumplir la Ley de Moisés, que es asimismo la Ley del Señor. Es un detalle que manifiesta el realismo de la encarnación del Hijo de Dios: hecho hombre, se hace en todo igual a nosotros menos en el pecado, y actúa como uno de tantos, como un hombre cualquiera, sometiéndose a las más mínimas prescripciones de la Ley. Profunda obediencia y humildad del Hijo de Dios.

La presentación significa también que Dios nos presenta a su Hijo, como lo reflejan las palabras de Simeón: «Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos». Dios Padre nos manifiesta y da a conocer a su Hijo. Y nosotros, por la eficacia y la gracia de la liturgia, podemos conocer y tener experiencia de Cristo. La experiencia de ver, oír y tocar a Cristo (1 Jn 1,1) no es exclusiva de los apóstoles. También a nosotros se nos concede hoy. Dios Padre nos presenta a su Hijo para que también nuestros ojos vean al Salvador. La única condición es que salgamos decididos al encuentro de Cristo.

María ofrece a su Hijo a Dios para significar que pertenece. Todo primogénito es ofrecido a Dios porque la vida es de Dios y viene de Él. Pero Jesús es el Primogénito de toda criatura y pertenece a Dios más que nadie. Desde el principio de su vida humana, Cristo se manifiesta con-sagrado, dedicado al Señor, y toda su existencia testimoniará de mil maneras –viviendo para el Padre, agradándole en todo, dedicándose a sus cosas...– esa total pertenencia al Padre.


19 de marzo. San José, esposo de la Virgen María

Padre de todos nosotros

2Sam 7,4-16; Sal 88; Rm 4,13-22; Lc 2,41-51

«Un descendiente tuyo, un hijo de tus entrañas». Para resaltar la concepción virginal de Jesús hay muchos reparos en llamar a san José padre de Jesús. Sin embargo, sin haberle engendrado físicamente, es realmente padre. Paternidad espiritual no quiere decir ficticia o irreal. José ha influido decisivamente en la educación humana del Hijo de Dios. Y su paternidad se prolonga en la Iglesia y en cada miembro del Cuerpo de Cristo alcanzando unas dimensiones inimaginables.

«¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?» Y sin embargo la paternidad de José no es determinante: remite a la paternidad de Dios, la única fontal y fundante. Estas palabras se dirigen también a María, que sí ha engendrado físicamente a Jesús. Y es que toda paternidad y maternidad tiene carácter sacramental: tienen el sentido de ser signo e instrumento de la paternidad de Dios. Por eso, han de ser vividas con absoluta desapropiación, intentando transparentar el amor de Dios y canalizar su acción.

«Te hago padre de muchos pueblos». Como Abraham y más que él, José ha sido el hombre de la fe. Ha vivido de la fe, esperando contra toda esperanza, a veces en total oscuridad. Y esa fe ha sido inmensamente fecunda. La fe ha ensanchado interiormente a José, le ha dilatado haciéndole capaz de una paternidad universal en el tiempo y en el espacio.


25 de marzo. Anunciación del Señor

La señal de Dios

Is 7,10-14; Sal 39; Hb 10,4-10; Lc 1,26-38

«El Señor, por su cuenta, os dará una señal». La encarnación del Hijo de Dios es una iniciativa divina. Por ella, Dios –que nunca ha dejado de ser «Emmanuel», o sea, «Dios con nosotros»– se hace máximamente presente y cercano. Sin dejar de ser Dios, se hace uno de nosotros y camina a nuestro lado. Esta es la señal que Dios da: no una señal estruendosa, sino discreta y sencilla, pues el Hijo de Dios entra en el mundo descendiendo suave e imperceptiblemente, como el rocío sobre el vellón.

«Aquí estoy para hacer tu voluntad». Desde el momento de la encarnación hay una voluntad humana –la del Hijo de Dios– en total sintonía y obediencia a la voluntad del Padre. De ese modo redime la desobediencia de Adán y rescata a la humanidad entera que se encontraba a la deriva. Y así no sólo facilita el acercamiento de Dios, sino que hace posible una humanidad nueva.

«Aquí está la esclava del Señor». En este misterio tiene un papel central María. Hay una maravillosa sintonía entre la obediencia del Hijo y la de la Madre. Gracias a esta doble obediencia se cumplen los planes del Padre y se realiza la salvación del mundo. Porque el «aquí estoy» de Jesús y María no es sólo obediencia: es disponibilidad, ofrenda, donación libre y entera al amor del Padre y a sus planes de salvación.


24 de junio. Natividad de San Juan Bautista

El último de los profetas

El nacimiento de Juan fue motivo de alegría para muchos, porque era el precursor del Salvador. ¿Soy yo motivo de alegría para la gente que me ve o me conoce?. Viéndome vivir y actuar, ¿se sienten un poco más cerca de Dios?. Ante mi manera de plantear las cosas, ¿experimentan el gozo de la salvación, de Cristo Salvador que se acerca a ellos? ¿o, por el contrario paso sin pena ni gloria?

Juan ha pasado toda su vida señalando al Cordero que quita los pecados del mundo. Todo él es una pura referencia a Cristo: cada una de sus palabras, cada uno de sus actos, su ser entero... Su vida no se explica ni se entiende sin Cristo. ¿Y nosotros?. A veces pienso que si no fuéramos cristianos seguiríamos pensando igual, haciendo las mismas cosas, planteando todo de la misma manera, deseando las mismas cosas, temiendo las mismas cosas... ¿Qué influjo real tiene Cristo en mi vida?

Juan Bautista es el último de los profetas. También él, como todos los profetas, ha sido perseguido por dar testimonio de la verdad, es decir, de Cristo. Esa es la marca de todos los profetas del Antiguo Testamento y, por supuesto, del gran Profeta, Cristo, que murió por ser fiel a la Verdad del Padre. También nosotros somos por el bautismo profetas: ¿por qué no nos persiguen?


29 de junio. San Pedro y San Pablo

En nombre de Jesucristo

Hch 3,1-10; Sal 18; Gál 1,11-20; Jn 21,15-19

«No tengo plata ni oro». La fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo nos trae a la memoria los inicios de la Iglesia. Sin medios, sin poder, en total debilidad, realizaron grandes cosas. ¿El secreto? Precisamente su pobreza y su inmensa fe en Dios: «Te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo nazareno echa a andar». Cristo, y sólo Él, es la riqueza de la Iglesia, la fuerza de la Iglesia. Buscar apoyo, fuerza y seguridad fuera de Él es condenarse al fracaso y a la esterilidad.

«Se dignó revelar a su Hijo en mí». Lo que constituye apóstoles a Pedro y a Pablo es esta revelación, este «conocimiento interno», esta experiencia. No bastan los conocimientos externos, los datos, la erudición. Sólo si Dios nos revela interiormente a su Hijo podemos ser testigos convencidos y apóstoles audaces; de lo contrario, nos limitaremos a repetir lo que otros dicen y nuestro mensaje sonará a palabrería poco creíble...

«¿Me amas?» Tanto Pedro como Pablo han vibrado con un amor tierno y apasionado a Cristo. Apóstol no es el que sabe muchas cosas, sino el que ama a Cristo apasionadamente, hasta el punto de estar dispuesto a perderlo todo por Él (cf. Fil 3,8). Pedro y Pablo se desgastaron predicando el Evangelio, y al final perdieron por Cristo la vida. Así plantaron la Iglesia. Y sólo así puede seguir siendo edificada...


25 de julio. Santiago Apóstol

Creí, por eso hablé

Sal 125; 2Cor 4,7-15; Mt 20,20-28

«¡Oh Dios!, que todos los pueblos te alaben». Esta respuesta al salmo responsorial describe sin duda un rasgo esencial del alma del apóstol Santiago. Como los demás apóstoles, se ha sentido impulsado por el deseo de que todos los pueblos conozcan a Cristo y le glorifiquen. Y nosotros somos fruto de ese deseo. Gracias al celo misionero de este apóstol, nosotros hemos recibido el anuncio del evangelio ya desde el inicio mismo del cristianismo. Gracias a él nuestro pueblo alaba a Dios.

Hoy, sin embargo, muchos de nuestros compatriotas no experimentan la alegría de alabar a Dios, no conocen a Cristo ni su evangelio. En nombre de Cristo, el Papa nos llama a una nueva evangelización de los pueblos de España. Depende de nosotros el que nuestros contemporáneos conozcan a Cristo. Depende de nuestro fervor evangelizador el que las generaciones siguientes sean cristianas o no. Si tenemos verdadera fe, evangelizaremos: «Creí, por eso hablé» (segunda lectura). Si tenemos verdadero amor a Cristo y a los hermanos, evangelizaremos: «Cuantos más reciban la gracia, mayor será el agradecimiento para gloria de Dios».

«En toda ocasión y por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús» (segunda lectura). Ciertamente Santiago murió mártir. Pero su vida fue un martirio continuo. Si nos trajo el evangelio a España fue a costa de grandes sacrificios. Como los demás apóstoles, había decidido, a imitación de Cristo, hacerse esclavo de todos y dar su vida en rescate por muchos (evangelio). ¿Será mucho pedirnos nuestra entrega generosa y sacrificada ante la necesidad de tantos que a nuestro alrededor no conocen a Cristo? ¿Será mucho pedirnos «gastarnos y desgastarnos» ante la urgencia de la nueva evangelización?


6 de agosto. Transfiguración del Señor

Contemplar la gloria de Cristo

Mt 17,1-9; Mc 9,1-9; Lc 9,28-36

La fiesta y el misterio de la transfiguración son una llamada a la contemplación. Como el profeta, estamos llamados a «mirar y ver». Como Pedro, estamos invitados a ser «testigos oculares de su grandeza». Como Pedro, Santiago y Juan, somos atraídos a «ver la gloria» de Cristo. La contemplación es esencial en la vida del cristiano. Sin ella no hay verdadero conocimiento de Cristo. Sin ella no es posible ser testigo.

Contemplar a Cristo es un don. No es fruto de nuestros esfuerzos y razonamientos. Es Cristo mismo quien resplandece, quien hace brillar su gloria, quien se da a conocer. Es Dios mismo quien irradia su luz en nuestros corazones para iluminarnos con el conocimiento de la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo (2Cor 4,6). A nosotros nos toca acoger esa luz en fe y oración.

La versión de san Lucas indica que Jesús se transfiguró «mientras oraba». Con ello sugiere que también nosotros somos transfigurados mediante la oración. En ella penetra en nosotros la gloria de Cristo que nos purifica y nos hace luminosos. En muchos santos su vida transfigurada se transparentaba incluso en su rostro, lleno de belleza sobrenatural. El que ora refleja el rostro de Cristo; quien no ora sólo se refleja a sí mismo.


15 de agosto. Asunción de Nuestra Señora

María, victoria de Cristo

1 Cor 15,54-57; Lc 11,27-28

«Ya llega la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios». La fiesta de hoy resalta el triunfo de María. O mejor, el triunfo de Dios en ella. Jesús había comenzado su predicación diciendo: «El reino de Dios está aquí». Pues bien, en la Virgen de Nazaret se cumplen las palabras del Apocalipsis : en ella Dios reina totalmente; el influjo de Dios ha alcanzado incluso a su cuerpo, que queda inundado por la gloria de Dios. En ella Dios ha vencido definitivamente el mal, el pecado, la muerte. Por eso esta fiesta es también motivo de esperanza para nosotros: el triunfo de María es prenda de nuestro propio triunfo total y definitivo.

«Por Cristo todos volverán a la vida». Toda la acción vivificadora de Dios se realiza «por Cristo, con Él y en Él». El triunfo de María testimonia esta solidaridad con Cristo, esta unión profunda con Él. Unida a todo su misterio, unida a su cruz y a su sufrimiento, partícipe de su humillación, es también arrastrada por Él en su victoria. Igual para nosotros: la garantía de nuestro triunfo es la unión con Cristo, y sólo ella, pues no podemos vencer el mal, el pecado y la muerte por nuestras propias fuerzas. «Si morimos con Él, viviremos con Él. Si sufrimos con Él, reinaremos con Él» (2 Tim 2,11-12).

«Dichosa tú que has creído». La asunción de María testimonia igualmente el alcance de su fe. Testimonia que su fe no ha quedado sin fruto, que «los que confían en el Señor no quedan defraudados» (Dan 3,40). Un día se confió al Señor; durante toda su vida mantuvo esta entrega en la oscuridad de la fe; y ahora contemplamos el resultado de su confianza. El Señor no ha fallado nunca ni fallará jamás. Sí, dichosa tú, porque te has fiado de Él.


14 de septiembre. Exaltación de la Santa Cruz

La fuerza de la cruz

Nm 21,4-9; Fil 2,6-11; Jn 3,13-17

Para los cristianos la cruz es un símbolo frecuente. Más aún, es nuestro signo de identidad. Sin embargo, esto es algo paradójico, Para los romanos era instrumento de suplicio; más aún, de humillación, pues en ella morían los esclavos condenados. Y para los judíos era signo de maldición: «Maldito todo el que sea colgado en un madero» (Gal 3,13; Dt 21,23).

¿Qué ha ocurrido para que la maldición se trastoque en bendición? ¿A qué se debe que la humillación sea lugar de exaltación? El Hijo de Dios se ha dejado clavar en ella. En el patíbulo de la cruz se ha volcado tal torrente de amor («tanto amó Dios al mundo…») que ella será hasta el fin de los tiempos instrumento y causa de redención para todo hombre.

En la cruz Jesús está venciendo al maligno. En ella se destruye todo el pecado del mundo. Desde ella el Hijo de Dios atrae a todo hombre con la fuerza de su amor infinito. Por eso, lo que nos corresponde es mirar a Jesús crucificado y dejarnos mirar por El; creer en El para tener vida eterna; dejarnos amar por El para ser sanados; acoger el torrente de salvación brota de su cruz.


1 de noviembre. Solemnidad de todos los Santos

Santidad para todos

Ap 7,2-4.9-14; Sal 23; 1Jn 3,1-3; Mt 5,1-12a

Hoy es una fiesta de inmenso gozo, pues celebramos a todos los santos, que no son pocos, sino «una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas». Hemos de dejarnos arrebatar por este espectáculo maravilloso que nos presenta el libro del Apocalipsis: La multitud de santos, conocidos y desconocidos, de todas las épocas, hermanos nuestros, que ya han alcanzado la plenitud de hijos de Dios, que son semejantes a Dios porque le ven «tal cual es», que han recogido plenamente el fruto de haber vivido las bienaventuranzas en la tierra.

Como siempre, la liturgia centra nuestra atención en Cristo. Es a él a quien celebramos, pues toda esta multitud de santos son fruto de la redención de Cristo, son los que «han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero». Lejos de distraer de Cristo, los santos nos hacen comprender mejor la grandeza del Redentor y la fecundidad de su sangre. Por eso es a él a quien cantamos: «¡La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!»

Por eso, esta fiesta llena de gozo lo es también de esperanza. Lo que Cristo ha hecho con ellos lo puede hacer y lo quiere hacer también en nosotros. La santidad se ofrece a todos, porque la misma sangre redentora que les ha lavado a ellos nos quiere lavar también a nosotros. Por eso, pedimos a Dios para nosotros la abundancia de su misericordia y su perdón. Contamos, además, con la intercesión y ayuda de esta multitud de hermanos nuestros.


2 de noviembre. Conmemoración de todos los fieles difuntos

De ti procede el perdón

La Iglesia dedica este día anual a orar por todos los difuntos, del mismo modo que lo hace diariamente en todas las misas y en la oración de vísperas. Con ello expresa que no olvida a ninguno de sus hijos que ya han salido de este mundo. La Iglesia madre abraza a todos. Y también cada uno de nosotros debe interesarse por todos los difuntos, pues son hermanos nuestros. Orar por los difuntos es un precioso acto de caridad.

Esta oración por los difuntos se apoya en nuestra fe en la vida eterna y –más concretamente– en la Resurrección de Cristo. La muerte no es el final. La vida perdura después de la muerte. Para Dios todos están vivos y desea asociarlos a la resurrección de su Hijo en el último día. Oramos para que sean arrastrados y poseídos por la victoria del Señor sobre la muerte y el pecado.

Y se apoya esta oración en la misericordia de Dios. La Iglesia sabe que todos somos pecadores y pecamos de hecho. Por eso no esgrime ante Dios los méritos de sus hijos difuntos, sino los de Cristo. Por eso implora humildemente para los difuntos el perdón, apoyada en el amor misericordioso de Dios que se ha manifestado máximamente en la cruz de Cristo.


8 de diciembre. La Inmaculada concepción de María

Llena de gracia

Lc 1,26-38

Celebrar la Inmaculada Concepción es celebrar el triunfo de la gracia. Eva fue derrotada por el tentador y, desde entonces, el pecado llenó la historia humana. Con María la gracia irrumpe de nuevo con toda su fuerza: «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rom 5,20). Inmaculada no significa sólo «sin pecado», sino «llena de gracia». Más aún, éste es el nombre propio de María: «La-llena-de-gracia».

Por eso la liturgia de hoy tiene un tono exultante, como nos recuerda el salmo: «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas». La plenitud de gracia que contemplamos en María es la gran maravilla que Dios ha realizado y tenemos que admirarnos de esta obra maestra de Dios. Hoy debemos dejarnos inundar por el gozo, ya que con María a entrado en la historia la victoria de la gracia sobre el pecado: «los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios».

En el contexto del Adviento, la celebración de la Inmaculada nos centra más en la verdadera esperanza. Lo que María es –llena de gracia– está llamada a serlo toda la Iglesia. Por ello, la Inmaculada es signo de esperanza. La segunda lectura proclama «el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante». No esperamos algo utópico. Lo que esperamos es ya realidad en María. Con ella se ha inaugurada la humanidad nueva.