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–1– Tiempos recios en la Iglesia

«Los días son malos» (Ef 5,16). «En estos tiempos son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos» (Santa Teresa, Vida 15,5).

–Los pacifistas cristianos
En su actual mayoría, quizá, ignoran y hasta niegan que la Iglesia esté en guerra con el mundo.
Muchos creen que hacerse amigos del mundo es una admirable virtud. Pero «quien pretende ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios» (Sant 4,4). Así dice Santiago como fiel discípulo de Cristo, que dice:
«Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Pero lo ha vencido porque lo ha combatido. «No penséis que he venido a sembrar paz en la tierra; no vine a sembrar paz, sino espada» (Mt 10,34).
Cristo con su Iglesia están en guerra con el mundo para salvarlo de sus gravísimos errores y pecados, y liberarlos de la esclavitud del demonio, pues «el mundo entero yace bajo el poder del Maligno» (1Jn 5,19).
Y estas realidades-verdades no han sido negadas por el concilio Vaticano II, sino por «hombres de poca fe». Atengámonos, pues, a las declaraciones conciliares.
«Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como un combate, y por cierto dramático, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas» (Gaudium et spes 13b). «A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final» (37b).
¡Cuántos hoy se declaran fieles al Concilio, al mismo tiempo que reniegan de él, procurando ante todo que haya una amistad pacífica entre la Iglesia y el mundo!
Cuántos cristianos ignoran o incluso niegan la guerra entre la Iglesia y el mundo, porque ellos, mundanizados, viven en paz con él. Sin embargo el Señor anunció con toda claridad esa batalla permanente, hoy más dura y universal que en toda la historia de la Iglesia.
«Si el mundo os odia, sabed que me odió a mí antes que a vosotros. Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, sino que yo os elegí del mundo, por esto el mundo os odia… Si a mí me persiguieron, también a vosotros os perseguirán» (Jn 15,18-20).
–Muchos males en el mundo
Tiempos recios. La geografía politica cierra la Tierra a Jesucristo más que nunca. No conocemos fases de la historia en las que estuviera el mundo tan herméticamente cerrado a la predicación del Evangelio: en China, en las naciones islámicas o hinduistas, en las naciones laicistas más secularizadas, antes cristianas y hoy apóstatas.
Después de Cristo, quizá, nunca el diablo ha tenido tanto imperio sobre el mundo. Las persecuciones de Roma mataban ante todo los cuerpos de los fieles a Cristo, y hacían mártires. Las de hoy son mucho peores, porque procuran pervertir las almas por la seducción o la amenaza, y hacen apóstatas.
Así las cosas, si Roma era un perro peligroso, el Nuevo Orden Mundial es un león mucho más feroz y poderoso, que pretende, como Roma, la eliminación total del Cristianismo (christiani non sint: Nerón), pero con armas mucho más inteligentes y eficaces.
–Muchos males en la Iglesia
+El ataque más fuerte que hoy sufren los cristianos procede de la falsa Iglesia, mundanizada, sujeta al influjo del diablo, y que permanece aparentemente dentro de la Iglesia. Los Obispos, sacerdotes y teólogos que así malviven, logran con frecuencia, apoyándose entre sí, escalar en la Iglesia a muy altas funciones.
Cristo ya anunció claramente esa lucha dentro de la misma Iglesia. «Se levantarán muchos falsos profetas, que engañarán a muchos» (Mt 24,11). Será la Iglesia como campo de trigo, en la que el diablo siembra con éxito la cizaña (13,25).
Así ha sido siempre. Fueron algunos Pastores y teólogos quienes iniciaron en Occidente la apostasía. Y buena parte de ellos –los que pudieron–, permanecieron dentro de la Iglesia, conservando sus ventajas sociales y económicas, y quedando mejor situados para combatirla desde dentro.

Innumerables fieles laicos les siguieron en la apostasía, «pasándose» al Enemigo. Pero la mayoría abandonaron la Iglesia, alejándose totalmente de ella, para mejor «guardar su vida» de la persecución del mundo. Un buen número de Iglesias locales se vieron reducidas en 50 años a 1/3 o a 1/4 de sus miembros.
«Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros. Si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros» (1Jn 2,19).
Las herejías impunes
Sin duda alguna, los mayores males que hoy sufre el pueblo cristiano tienen por causa la tolerancia frecuente de graves herejías. San Juan Pablo II así lo reconocía:
«Es necesario admitir con realismo, y con profunda y atormentada sensibilidad, que los cristianos de hoy, en gran parte, se sienten extraviados, confusos, perplejos, e incluso desilusionados. Se han esparcido a manos llenas ideas contrarias a la verdad revelada y enseñada desde siempre. Se han propalado verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones, rebeliones. Se ha manipulado incluso la liturgia.
«Inmersos en el relativismo intelectual y moral, y por tanto en el permisivismo, los cristianos se ven tentados por el ateísmo, el agnosticismo, el iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva» (disc. 6-II-1981)… «Los cristianos de hoy, en gran parte» [sic]. Se dice pronto…
Parece inexplicable. Nunca ha habido en la Iglesia un corpus doctrinal tan amplio y perfecto como en el tiempo actual; y nunca han proliferado tanto dentro de ella las herejías. Prácticamente no hay actualmente ninguna verdad católica de la fe que no se haya puesto en duda o negada impunemente, al no haber sido los errores suficientemente combatidos, pronta y severamente, por la Autoridad apostólica y por los teólogos ortodoxos.
Recuerdo de nuevo la parábola del hombre que sembró en su tierra semilla buena: « vino el Enemigo y sembró cizaña en el trigo y se fue… Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?… Él les respondió: un Enemigo ha hecho esto» (Mt 13,24-30). Y lo ha hecho mientras la gente de Cristo dormía en el pestilente triunfalismo post-conciliar.
La doxología disminuida
La glorificación de Dios (doxología), ha disminuído enormemente, sustituida por un moralismo horizontal y pelagiano. El celo por la gloria de Dios, apenas está presente en las Iglesias descristianizadas. Falta el espíritu gozoso de gratitud y de alabanza, la admiración por su bondad, su misericordia y su belleza, el dolor por el pecado, el espíritu evangelizador de las misiones: «Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben» (Sal 66).
Felizmente, en los textos bíblicos de la Liturgia, de modo necesario, se sigue expresando y causando la glorificación de Dios y de su Cristo.
«Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador; Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos» (Sal 17,2-4).
Ésa es el alma del AT y aún más del NT, como lo vemos en el prólogo del Evangelio de San Juan, en los himnos doxológicos de San Pablo (p. ej., Ef 1; Col 1,13-20). En toda la tradición espiritual de la Iglesia, y especialmente en su Liturgia, vibra el entusiasmo por Dios (enthusiasmós: éxtasis, arrobamiento divino).
Por el contrario, hoy son frecuentes prédicas, catequesis, cantorales, Obras católicas misioneras, caritativas, etc. que apenas mencionan a Dios. De tal modo se ha horizontalizado y seculari-zado el cristianismo en las Iglesias locales agonizantes, suprimiendo prácticamente en sus vidas la dimensión doxológica y teocéntrica, que parecen profesar «otra religión».
La soteriología eliminada
La disminución de la doxología es hoy muy frecuente, pero el silenciamiento del misterio de la salvación o de la condenación (soteriología) viene a ser total. Parece increíble que se produzca una falsificación de los Evangelios tan contraria a ellos. La predicación de Cristo tenía siempre un fondo soteriológico. El Salvador anuncia explícitamente la salvación y la condenación en 51 ocasiones distintas.
¿Será posible que alguien de buena fe crea que es posible evangelizar omitiendo sistemáticamente el tema de la salvación eterna? ¿Para qué valen en la Iglesia predicaciones, reuniones, parroquias, congresos, Sínodos, Misiones, Facultades eclesiásticas, ejercicios espirituales, movimientos laicos, colegios y Universidades católicas, presbiterios, planes pastorales, congregaciones religiosas, etc. si en sus ámbitos propios silencian el misterio de la salvación?
La insistencia de Cristo en la predicación de la salvación o condenación viene ya exigida por su propio nombre, pues recibió del cielo el nombre de «Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21). El es presentado al pueblo por el Bautista como «el que quita el pecado del mundo» (Jn 1,30). San Juan apóstol afirma que es el «el Salvador del mundo» (1Jn 4,14). Lo mismo San Pablo: «Es palabra digna de crédito y merecedora de total aceptación, que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores» (1Tim 1,15).
Los Apóstoles prolongan la misma predicación soteriológica del Maestro, en fondo y forma. Ellos creen que «todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios» (Rm 3,23). Y que por tanto todos necesitan la salvación de Cristo, una salvación por gracia. Ninguno puede salvarse a sí mismo.
Dios, «por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por nuestros pecados, nos dio vida por Cristo: de gracia habéis sido salvados» (Ef 2,4-5).
+Las Iglesias locales que están muy débiles en doxología, y vacías de espíritu soteriológico, disminuyen más y más rápidamente, y van en camino de desaparición. Cesan sus actividades, o bien se multiplican en vano morbosamente, como ya he dicho.
Centenarios, jornadas, años, jubileos, planes pastorales, sínodos, consejos, organismos, delegaciones, vicarías, departamentos, campañas, centros, programas, etc. dan una apariencia de vida: «hacemos todo lo posible». Pero la extrema escasez de doxología y la ausencia total de soteriología hacen que año tras año los males vayan creciendo en esas Iglesias inexorablemente, pues esas dos son las coordenadas fundamentales del Evangelio.
Se venden templos, que desacralizados, vendrán a ser biblioteca, centro de congresos y eventos, piscina cubierta, centro para reuniones o cualquier otra cosa rentable. Proceso semejante se da en los conventos religiosos y casas parroquiales.Un sufrimiento para el pequeño Resto fiel.
Persiste ya durante medio siglo la ausencia de vocaciones
Y quedan pocos sacerdotes, los más de mucha edad. La llama de la Santa Misa se apaga en muchas iglesias. Y donde se celebra todavía, son diez veces más los bautizados ausentes que los asistentes. Hay campañas vocacionales que no mencionan el sacramento del Orden ni la Eucaristía.
«Irlanda, antaño reserva católica de Europa, va camino de quedarse sin clero» (infocatólica.com 17-01-22). «Heriré al pastor y se dispersarán la ovejas del rebaño» (Zac 13,7; Mt 26,31).
Al verse ignorada o negada la condición esencialmente sacramental de la vida cristiana, se acaban necesariamente las vocaciones sacerdotales y los sacramentos. En no pocas parroquias ya no hay vocaciones al Orden sagrado. La asistencia a la Eucaristía dominical ha pasado en unos decenios del 80% al 8%. Desaparece prácticamente la confirmación y casi totalmente el sacramento de la penitencia, los matrimonios sacramentales son ya los menos, va reduciéndose a mínimos la unción de los enfermos, y disminuyen notablemente los bautismos.
El obispo de Essen (Alemania), Franz-Josef Overbeck, señalando la suma escasez de sacerdotes, escribe a sus diocesanos que, «si esto continúa, la estructura sacramental de nuestra Iglesia se derrumbará: ya está bajo una amenaza real» en Alemania (14-01-22).
Destrucción del matrimonio
El matrimonio y la familia con frecuencia han roto con su tradición cristiana. Han disminuido rápidamente los matrimonios sacramentales, que son menos que los civiles o las uniones simples. Se impone como un progreso la práctica sistemática de la anticoncepción. Apenas tienen hijos. Se rompen por el divorcio muchos matrimonios. Y el «segundo matrimonio» (sic), es decir, el adulterio, se va viendo como un suceso natural y aceptable. Incluso en ciertos casos, estiman algunos, no impide la comunión eucarística.
A la aceptación «benigna» del adulterio y de la anticoncepción ha de añadirse la tolerancia pasiva y aún activa del aborto, las uniones homosexuales –«también los homosexuales tienen derecho al sexo y a formar una familia»–, la transexualidad, el suicidio asistido, la eutanasia. Vale todo.
Las Misiones
Disminuye grandemente el número de los misioneros. Pero lo más grave es que con frecuencia ha disminuido mucho la predicación del Evangelio. Realizan con abnegada entrega labores asistenciales y sanitarias muy valiosas, pero no pocos, por convicción –«respetando» las religiosidades indígenas–, por imposibilidad o carentes de celo por la gloria de Dios y por la salvación eterna de los hombres, han cesado la acción evangelizadora.Y algunos «misioneros» lo consideran un progreso.
Esa misma mentalidad actúa en escuelas, colegios y Universidades católicas. Admiten con frecuencia a cristianos no practicantes como catequistas y profesores de religión. No sean pocos los centros católicos que son camino probable a la apostasía.
Falta la acción política cristiana
Falta la acción política cristiana, lógicamente, en las Iglesias locales descristianizadas por la vía de la mundanización mental, que acepta sin mayor repugnancia las leyes impulsadas «contra naturam» por los Gobiernos, es decir, las leyes contra-Dios. El fuego de estas leyes infernales –como el «derecho al aborto»–, en unos pocos decenios, ha incendiado sin mayores resistencias a casi todas las naciones más «desarrolladas».
La pornografía
Todo lo invade. Es hoy una de las más poderosas armas del Maligno, que le aseguran ser el «dios de este mundo» (2Cor 4,4). Actúa en los malos y también en los buenos, aunque éstos acepten la pornografía en sus formas atenuadas. Es verdad que hay grados mayores y menores de pornografía, pero también los menores son pornografía.
Ésta actúa a través de los medios de comunicación, la publicidad, la literatura, las artes gráficas, espectáculos, comercios, modas, playas y gimnasios, deportes, etc., por todos los medios posibles. Y su acción más perversa, más temprana y más universal se da, sobre todo por medios informáticos, ya, por medio de los móviles, en la mayoría de los niños y adolescentes.

* * *
–Las naciones que abandonan la fe pierden en parte el uso de razón
Esta observación es importante. Muchas mentiras y barbaridades actuales apenas tienen antecedentes en los pueblos paganos, ignorantes de Cristo. Y es lógico que las más hondas miserias y más profundas mentiras sean producidas por cristianos apóstatas. Las naciones que por las misiones llevaron el Evangelio a todo el mundo, son hay las más empeñadas en procurar su eliminación universal. Corruptio optimi pessima.
El «derecho al aborto», el «derecho al «matrimonio» homosexual» y a la «transexualidad», la afirmación extrema de la libertad de expresión –la misma que, condena a multa, cárcel o destitución, a quien libremente expresa su oposición al aborto o la «ideología del género»–, etc., construyen un mundo falso, fundamentado en la mentira, esencialmente contradictorio, que centra su atención en lo menor, lo peor y más efímero, y la cierra a lo mayor, mejor y más importante. Todo esto nos demuestra que, en ciertas cuestiones fundamentales, los pueblos que han abandonado la fe, han perdido en gran parte el uso de razón.
Como digo, es lógico que los que rechazan a Cristo, después de haber creído en él, o incluso después de haber recibido en el segundo nacimiento del Bautismo el hábito ontológico [el hábito, la virtud] de la fe, vengan a quedar atontados, capaces de tragarse las más horribles mentiras.
Una hipótesis loca: si a un perro se le infundiera un alma humana, con su correspondiente facultad racional, y llegara un día a abominar de la condición humana y al uso de la razón, volvería a vivir como perro, pero sus facultades animales habrían quedado disminuidas o perdidas –olfato, orientación de lugares, etc.–. Análogamente, el bautizado que se abaja en la apostasía abandonando la fe, se queda atontado, porque lo suyo propiamente es «vivir de la fe» (Rm 1,17). La hipótesis de la que he partido es loca; pero es real y verdadera la máxima degradación humana que causa la apostasía.
No sigo en la descripción de los males, porque son tantos que su conjunto resulta indescriptible.
Ya señalé más largamente hace unos años los males de la Iglesia en la obra Infidelidades en la Iglesia (Fund. GRATIS DATE, Pamplona 2005, 93 pgs.).
El rechazo de la Cruz de Cristo
El desprecio, la aversión a la Cruz, causa y expresa la negación de la doxología y de la soteriología. Los «enemigos de la Cruz de Cristo tienen por su Dios al vientre» (Flp 3,18-19). No pueden seguir a Cristo, porque se niegan a «tomar cada día su cruz» (Lc 9,23). Ellos pretenden ante todo «guardar su vida» (9,24). Es evidente que rechazar la Cruz equivale a eliminar de la propia vida la glorificación de Dios, significada en el palo vertical de la cruz, y negar el misterio de la salvación eterna, significado en el palo horizontal.
Ésa es la causa de todos los males diabólicos que sumen en tinieblas de pecado al mundo y también a la parte mundanizada de la Iglesia, que en realidad ya no es parte de la Iglesia, sino falsa y engañosa apariencia, terriblemente dañosa.
El Cardenal Sarah ve el mundo actual a la luz de la fe
Su diagnóstico sobre el estado de Europa [y de Occidente], concretamente, es verdadero y extremadamente grave. Pero es muy solitario. Predominan, al menos en los niveles más altos de la Iglesia, los optimismos «reformistas» en la doctrina y la moral, la reforma de la Curia, la Sínodalidad, la institución de nuevos «ministerios», etc.
«El rechazo moderno de Dios nos encierra en un nuevo totalitarismo: el del relativismo y del liberalismo absoluto, que no obedece ninguna ley, si no es la del lucro. El sacerdocio mismo ha entrado en una crisis inédita y única en [la historia de] la Iglesia… En la historia del mundo y de la Iglesia, no parece que haya existido una civilización donde se legalizara el aborto, donde homosexualidad y eutanasia hayan demolido la familia y destruido el matrimonio… Estamos en una situación difícil, y la crisis es profunda, grave y peligrosa para la supervivencia de la humanidad… La ideología del género… ¡Jamás en la historia de la humanidad se ha visto una tal degradación del hombre!…
«¿Cómo hemos podido llegar a una demencia tal, a una tal crisis? Es porque masivamente hemos rechazado a Dios» (El futuro de la Iglesia en Europa, conferencia en Draguignan, 18-09-2021).
El rechazo de Cristo y de la Civilización Cristiana destroza al mundo
No ha producido un mundo libre y superior, enseñado y prometido por la Ilustración, sino profundamente degradado, esclavizado e irracional.
Ya he señalado que la humanidad que abandona la fe, pierde en parte o en todo lo más importante: el uso de razón.
Podemos comprobarlo en la literatura y la filosofía del absurdo; en las artes que dan culto a la fealdad; en las guerras millonarias en muertos; en el tipo de nación partida en partidos numerosos, todos hostiles entre sí; en la educación anómica, cultivadora del odio a la autoridad, a la ley, al estudio, a la tradición; en el favorecimiento de tantas corrupciones, especialmente en la putrefacción de la vida sexual; en la indecible multiplicación del aborto, de los divorcios, adulterios, suicidios, enfermedades mentales, injusticias, eutanasias, etc. Es muy de notar que se acrecientan enormente las fuerzas policiales, en paralelo al número de los delitos.
Pero sobre todo en el orden mental, el rechazo de Cristo, que ha sido el rechazo de la Verdad, ha llevado al predominio de la experiencia y el sentimiento –y la sensualidad–, a un irracionalismo que hace imposible el pensamiento filosófico. Dicen que «Dios ha muerto». Pero es la filosofía la que ha muerto, la que ha destrozado con saña el contenido de su propio nombre.
Da vergüenza leer las producciones de las filosofías actuales: la mayoría ni siquiera son filosóficas. Hacen a veces valiosos análisis filológicos, estudios psicológicos, muy interesantes experimentos de psicología social o descripciones de antropologías de culturas diversas, etc. Pero no son son capaces de dar respuesta a los grandes interrogantes que se plantean los hombres conscientes, y que la historia de la filosofía ha ido contestando mejor o peor. Ni lo intentan: no saben, no contestan.
¿Queda algo bueno en el mundo actual?
Por supuesto que sí, y a veces se afirman bienes muy grandes. El mal no puede existir solo en sí mismo; necesita subsistir parasitando en el bien. Y los males mayores necesitan bienes mayores en los que subsistir. Permanecen, pues, y mejoran ciertos bienes en este mundo malo: la medicina, la farmacia, la investigación científica, los perfeccionamientos de la técnica y de las empresas productoras, los medios de movilización y de comunicación, el descubrimiento y desarrollo del mundo digital, ciertos aspectos de la organización social y laboral, y tantas realidades más.
Dios impulsa todos esos progresos, para proteger su creación y su Iglesia, para evitar el hundimiento universal del mundo. Él es el Protagonista causal de todo bien, de todo progreso auténtico. Permite los males en vista a mayores bienes. Su providencia protege el árbol bueno, y con medida totalmente dominada «lo poda, para que dé más fruto» (Jn 15,2). No tala los árboles nuevos, sino que los poda.
Y el diablo se abstiene de destruir en el mundo aquellos bienes en los que tiene arraigados sus males, porque éstos, en los que domina, desaparecerían, y perdería él su poder.
* * *
Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado, para que anduvieran según sus antojos… ¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino!: en un momento humillaría a sus enemigos y volvería mi mano contra sus adversarios (Sal 80,12-15).