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Hemos hablado de relación esponsal. Pero en cierto sentido la relación con Cristo en este mundo permanece en el plano del noviazgo. De hecho, algunos de los textos citados del NT habría que traducirlos por «novia» o «prometida» más que por «esposa» (p. ej. Ap 21,9). Está a la espera de su consumación en el «cara a cara» del cielo.
Por eso el Concilio Vaticano II habla de la «índole escatológica de la Iglesia» (CONCILIO VATICANO II, Lumen Gentium, capítulo VII) y de la vida cristiana. Por eso el Espíritu suscita constantemente en la Esposa el deseo de ese encuentro total y definitivo: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22,17.20).
Se comprende entonces que la plenitud no se dé en este mundo, en el que permanece una cierta insatisfacción. Solo en el cielo se dará la saciedad total. Allí desaparecerá toda mediación («ni ellos ni ellas se casarán»: Lc 20,34-36), porque «seremos como ángeles», no en el sentido de que se desprecie el cuerpo, sino en cuanto que contemplaremos abierta e inmediatamente el rostro de Cristo (Mt 18,10). Entonces «seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es» (1Jn 3,2).