fundación GRATIS DATE

Gratis lo recibisteis, dadlo gratis

Otros formatos de texto

epub
mobi
pdf
zip

Descarga Gratis en distintos formatos

2. Nos hace practicar muchas virtudes

No solamente el oficio divino es un medio directo de santificación, sino también una ocasión de practicar muchas virtudes cada día. Ahora bien: esta práctica, como enseña el Concilio de Trento [Sess., VI, c. 10-11], es fuente de unión con Dios y de progresos en la perfección.
Para el alma amiga de Dios, cada acto de virtud supone un aumento de gracia, y esto ocurre especialmente con la caridad, que es la reina de las virtudes. Pues bien; el oficio divino, recitado con fervor, es un continuo ejercicio de las más diversas virtudes, especialmente de la fe, de la esperanza y de la caridad, como hemos visto en la precedente conferencia. La caridad, sobre todo, se manifiesta en el opus Dei; en él encuentra su expresión más pura y perfecta: la complacencia en Dios, que se manifiesta allí a cada instante expresada en acentos de admiración y de gozo. Cuando, por ejemplo, recitamos Maitines y Laudes devotamente hacemos muchos actos de perfecto amor.
[«Nos engañaríamos grandemente si creyésemos que un sacrificio tiene valor y es grato a Dios sólo cuando todo en él es triste y mortificante para la naturaleza. La santa Biblia atestigua que Dios acepta lo mismo el don de las flores y frutos que el de la sangre; el gozo y las lágrimas. Ciertamente, en el sacrificio de alabanza que llamamos salterio abundan las lágrimas; mas ¡cuánta alegría desborda de sus páginas y cuántas veces se siente en él un alma jubilosa y enajenada de gozo!». Mons. Gay, Entretiens sur les mystéres du Rosaire, I, pgs. 80-81].
A las virtudes teologales, específicas de los hijos de Dios, hay que añadir la virtud de religión. La manifestación más genuina de la religión es el oficio divino gravitando en torno del sacrificio eucarístico. La alabanza divina, teniendo como centro el altar donde se ofrece la oblación santa, es la expresión más sublime de la virtud de la religión; es también la más grata a Dios, como determinada por el Espíritu Santo y por la Iglesia Esposa de Cristo; el culto divino tiene su plenitud en el oficio canónico [Dom Lottin, L’âme du culte, la vertu de religion].
En el oficio divino aprendemos además la reverencia a Dios; porque la mejor escuela del respeto es la liturgia: todo está en ella ordenado por la misma Iglesia para glorificar a la soberana Majestad. Si se cumplen con exactitud y amor todas las ceremonias, aun las más insignificantes, nos vamos formando poco a poco en la reverencia interior, que, como hemos visto, es la raíz de la humildad. Un monje asiduo a la obra de Dios, no puede menos de adquirir en poco tiempo un gran conocimiento de las divinas perfecciones, por las cuales su alma se llena de aquel respeto sin el cual la humildad no es concebible.
También hemos visto cómo el oficio divino es una escuela donde puede practicarse la paciencia, a causa de la recitación en común. De este modo las virtudes que más necesitamos en nuestro estado de hijos de Dios: la fe, la esperanza, la humildad, el amor, la religión, las ejercitamos todos los días, las mantenemos y las fortalecemos y es, por ende, el oficio divino la fuente abundante en donde bebemos la santidad.