fundación GRATIS DATE

Gratis lo recibisteis, dadlo gratis

Otros formatos de texto

epub
mobi
pdf
zip

Descarga Gratis en distintos formatos

8. La obediencia debe apoyarse en la esperanza

Guiada por la fe, nuestra obediencia es sostenida por la esperanza. En rigor, podríamos decir que a ella nos hemos referido en lo que se acaba de exponer, toda vez que la virtud de la esperanza brota necesariamente en un alma informada por la fe perfecta. Nos limitaremos, pues, a pocas palabras acerca de ella. ¿Cuál es su papel en el ejercicio de la obediencia? Redúcese a hacernos confiar plenamente en el auxilio divino, especialmente para vencer los obstáculos que se prevén y que se encontrarán en la ejecución de las obras que se nos mandan. Dios no puede abandonar a sí misma a un alma que confía enteramente en su gracia.
Miremos a Moisés en la montaña de Horeb. El Señor le ordena vaya a librar a los hijos de Israel cautivos en Egipto: «Vete: yo te mando al Faraón para que deje libre a mi pueblo». Moisés, creyéndose incapaz de llevar a cabo tal misión, exclama: «¿Quién soy yo para presentarme al Faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?» Dios le responde: «Yo mismo estaré contigo» (Ex 3,12). Desde ese momento, intrépido, porque confía, se presenta en la corte del Faraón, y Dios multiplica los prodigios que sabemos, hasta libertar a los hebreos. «Yo estoy contigo», son las palabras que frecuentemente leemos en las vidas de los santos.
Nuestro Señor las repetía muchas veces a santa Catalina de Siena y a la beata Bonomo cuando les mandaba algo: «No temas, decía a esta última, yo estaré contigo». Las mismas palabras nos dice cuando se nos imponen obligaciones difíciles o imposibles (Cfr. Gén 26,14).
Con la esperanza nos da también la virtud de la paciencia, sin la cual la obediencia no es perfecta. «La señal de que posees la obediencia –decía el Señor a santa Catalina– es la paciencia; el que se impacienta demuestra que no es obediente. La impaciencia es hermana de la desobediencia y proviene del amor propio. Ambas virtudes son inseparables; y el que se impacienta indica que su obediencia no radica en su corazón» [Diálogo, De la obediencia, c. I y II. Tertuliano decía, por su parte: «Nunca la impaciencia fue fuente de obediencia». De patientia, c. IV. P. L., I, 1255].
La obediencia, animada de esperanza sobrenatural, atrae infaliblemente el auxilio divino. San Benito nos lo dice claramente: si el abad ordena cosas difíciles o «imposibles», aceptemos de buenas a primeras lo mandado; y, «si después nos vemos impotentes para cumplirlo, sometamos al abad, paciente y oportunamente, sin orgullo, ni resistencia, ni contradicción, las causas de nuestra imposibilidad. Pero si el superior insiste en el mandato, el monje –dice san Benito– debe saber que le conviene obedecer y, confiando en el auxilio divino» (RB 68), hágalo por amor.
Esta conclusión del capítulo, de doctrina tan elevada, firme y discreta, nos enseña cómo debemos obedecer en las cosas imposibles. La esperanza de que Dios estará con nosotros nos sostendrá, porque obedeceremos «por amor».