fundación GRATIS DATE

Gratis lo recibisteis, dadlo gratis

Otros formatos de texto

epub
mobi
pdf
zip

Descarga Gratis en distintos formatos

X. La pobreza

El alma que busca a Dios debe necesariamente renunciar a toda criatura y ante todo a los bienes materiales
En nuestra búsqueda de Dios encontramos, ya en nosotros, ya fuera de nosotros, obstáculos que nos detienen en el camino. Para buscar a Dios perfectamente, hay primero que desasirse de toda criatura, porque nos aleja del camino de la perfección. Al joven del Evangelio, que se presentó a nuestro Señor inquiriendo lo que debía hacer para asegurar la vida eterna, se le respondió: «Observa los mandamientos». «Los he observado todos desde mi niñez», contestó él. Entonces nuestro divino Salvador dice: «Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y ven y sígueme». Ante estas palabras se alejó triste el joven: porque, dice el Evangelio, «poseía muchas riquezas» (Mt 19,16-22). Éstas se habían enseñoreado de su corazón, y por causa de ellas desistió de seguir a Jesús.
Nuestro Señor nos concedió la gracia inmensa de hacernos oír su voz llamándonos a la perfección, y la de obedecerle: «Venid en pos de mí» (Mc 1,17). Y con un acto de fe en su palabra y en su divinidad fuimos a Él y le dijimos con san Pedro: «He aquí que lo hemos dejado todo por seguiros» (Mt 19,27). Nos hemos desprendido de los bienes materiales para que, haciéndonos pobres voluntarios, sin nada que nos detenga, podamos consagrarnos enteramente a buscar el único bien inmutable.
Si perseveramos en estas disposiciones de fervor que determinaron este abandono total de los bienes terrenos, encontraremos ciertamente el Bien infinito, aun acá en la tierra. «¿Qué nos daréis, Señor?», preguntaba san Pedro. Y Cristo le respondió: «Recibiréis el ciento por uno y después la vida eterna» (Mt 19,29). Dios es tan generoso para nosotros que, a cambio de los bienes abandonados, se nos da a sí mismo con un desinterés ilimitado: «En verdad os digo que si alguno deja su casa… por mí… lo recibirá todo centuplicado ya en este mundo» (Mc 10,29-30). No pone límites a sus comunicaciones divinas, y en esto está la sola causa de nuestra verdadera felicidad:
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3).
Conviene, sin embargo, mantener estas disposiciones de fe, esperanza y amor, por las cuales todo lo dejamos, poniendo en sólo Dios nuestra felicidad. No debemos aficionarnos a lo que abandonaremos para siempre; ya en esto está la máxima dificultad, porque, advierte santa Teresa, nuestra naturaleza es tan sutil que trata de recuperar lo que de una manera o de otra, ya ha dado.
«Determinémonos a ser pobres, y es gran merecimiento; mas muchas veces tornamos a tener cuidado y diligencia, para que no nos falte, no sólo lo necesario, sino lo superfluo, y a granjear los amigos que nos lo den, y ponernos en mayor cuidado, y, por ventura peligro, porque no nos falte, que antes teníamos en poseer la hacienda». Y la gran santa añade estas palabras ya citadas, pero que conviene repetir: «¡Donosa manera de buscar amor de Dios! Y luego le queremos a manos llenas, a manera de decir. Tenemos nuestras afecciones… No viene bien, ni me parece se compadece esto con estotro». [Vida, cap. XI, 2, 3.]
Naturalmente, si la pobreza voluntaria es condición indispensable para encontrar a Dios plenamente, para ser perfectos discípulos de Jesucristo, conviene tener muy presente que durante nuestra vida monástica no debemos caer en el relajamiento en materia de renuncia a los bienes exteriores. Veamos, pues, lo que importa esta renuncia, hasta dónde se extiende, y a qué virtud debemos referirla, para practicarla con toda perfección. Veremos que san Benito insiste mucho en esto de la pobreza individual, y que la práctica de esta renuncia es un acto nobilísimo de la esperanza, virtud teologal.