fundación GRATIS DATE

Gratis lo recibisteis, dadlo gratis

Otros formatos de texto

epub
mobi
pdf
zip

Descarga Gratis en distintos formatos

3. A Él sólo

Nuestro buscar a Dios, para que sea real y sincero, debe igualmente tener la condición de exclusivo. Busquemos a Dios únicamente: he ahí una condición que considero de capital importancia.
Buscar a Dios únicamente quiere decir, sin duda, buscarlo por sí mismo, por ser quien es. Subrayemos la palabra Dios: Él, y no sus dones, aun cuando puedan servirnos para mantener nuestra fidelidad; ni sus consuelos, aunque Dios quiera que gustemos las «dulzuras de su servicio» (cfr. Sal 33,9), pero no debemos detenernos en estos dones ni aficionamos a estos consuelos. Al monasterio hemos venido únicamente por Dios; nuestra busca, pues, no sería «verdadera», como desea san Benito, ni grata a su Majestad, si nos aferrásemos a algo que no fuese el mismo Dios.
Si buscamos a la criatura o nos aficionamos a ella, es como si dijéramos a Dios: «Yo no lo encuentro todo en ti». Hay gran número de almas que no tienen bastante con Dios: necesitan alguna cosa más; Dios no lo es todo para ellas; no pueden mirar a Dios cara a cara y decirle con verdad las encendidas expresiones del Patriarca de Asís: «Dios mío y mi todo» (Florecillas, cap, II; cfr. Jörgensen, Vida de San Francisco, p, 91); no pueden repetir con san Pablo: «Todo lo tengo por desperdicio y lo miro como basura, por ganar a Cristo» (Flp 3,8).
No olvidéis esta verdad de suma importancia. En tanto sintamos la necesidad de la criatura y vivamos apegados a ella, no podemos decir que buscamos a Dios únicamente, ni Dios se nos dará perfectamente. Si querernos que nuestra busca de Dios sea «sincera», y pretendemos hallarlo plenamente, debemos desasimos de todo lo que no siendo Dios entorpecería en nosotros la acción de su gracia.
Esto es lo que enseñan los santos. Santa Catalina de Siena, en su lecho de muerte, llamó cabe sí a su familia espiritual y le dio sus últimas instrucciones, recogidas por el beato Raimundo de Capua, su confesor: «El consejo fundamental que les dejó fue éste: el que abraza el servicio de Dios y quiere de veras poseerlo, debe desarraigar del propio corazón todo afecto sensible, no sólo hacia las personas, sino hacia todas las criaturas, y tender a su Creador con la sencillez de un amor sin límites; porque el corazón no puede consagrarse por completo a Dios si no está libre de todo otro amor y no se entrega a Él con la sinceridad que excluye toda reserva» (Vida, por el beato Raimundo de Capua).
No de otra manera habla santa Teresa, tan experimentada en el conocimiento de Dios: «Somos tan caros y tan tardíos de darnos del todo a Dios, que… no acabamos de disponernos. Bien veo que no le hay con que se pueda comprar tan gran bien (la posesión perfecta de Dios) en la tierra. Mas si hiciésemos lo que podemos en no nos asir a cosa de ella, sino que todo nuestro cuidado y trato fuese en el cielo, creo yo, sin duda muy en breve se nos daría este bien».
Muestra a continuación la Santa con ejemplos que muchas veces parece que nos damos del todo a Dios, mas pronto tornamos poco a poco a alzarnos con lo que habíamos dado: y a este propósito, concluye: «¡Donosa manera de buscar amor de Dios! Y luego le queremos a manos llenas (a manera de decir). Tenernos nuestras aficiones, ya que no procuramos efectuar nuestros deseos y acabarlos de levantar de la tierra, y muchas consolaciones espirituales con esto no viene bien ni me parece que se compadece esto con estotro. Así que, porque no se acababa de dar junto, no se nos da por junto este tesoro» del amor divino (Santa Teresa, Vida, cap. XI, I, 2, 3).
Para hallar a Dios, para «no agradar a nadie más que a Él», a ejemplo del gran Patriarca, lo hemos dejado todo, «deseando agradar únicamente a Dios», dice san Gregorio (Diálogos, lib. II). Menester es mantenemos siempre en esta disposición fundamental; y únicamente a este precio encontraremos a Dios. Si, al contrario, olvidando poco a poco esta primera donación, perdemos de vista el fin supremo; si nos dejamos llevar del afecto a tal persona o criatura, nos engolosinamos con este empleo o cargo, aquella ocupación o determinado objeto, entonces persuadámonos que jamás poseeremos a Dios plenamente.
Ojalá pudiésemos decir con toda verdad las palabras del apóstol Felipe a Jesús: «Maestro, muéstranos al Padre, y esto nos basta». Mas, «para decirlo sinceramente, habríamos de agregar también aquello de los Apóstoles: «Señor, todo lo hemos dejado por seguirte». «¡Dichosos los que logran llevar estas aspiraciones al más alto, actual y perfecto desasimiento! Pero, que no reserven nada; que no paren mientes en ciertas aficioncillas, como cosas de poca monta. Sería desconocer la idiosincrasia y naturaleza del corazón humano, que, por poco que se le deje, se concentra enteramente en ello y lo hace objeto de todos sus deseos. Arrancádselo todo; desasíos de todo; a nada os aficionéis, y seréis dichosos si conseguís llevar este deseo hasta la meta, hasta ponerlo en ejecución» (Bossuet, Meditaciones sobre el Evangelio, La Cena, 2ª parte, 83º día).