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Salmo 80 (81). Ojalá me escuchase mi pueblo

Con ocasión probablemente de una fiesta litúrgica, el salmo tiene dos partes: invitación a la alabanza (vv.2-6) y acusación e invitación a la conversión (vv.7-17). El pueblo ha transgredido el mandamiento fundamental («escucha, Israel»: Dt 6,4): «mi pueblo no escuchó mi voz… no quiso obedecer» (v.12); por tanto, Dios ejerce no como juez, sino como acusador (v.9), porque el pueblo ha fallado al compromiso fundamental de la alianza: «Haremos todo cuanto ha dicho el Señor y le obedeceremos» (Ex 19,5.8). Su desobediencia les lleva a quedar a merced de sus caprichos (v.13). Sin embargo, Dios no se resigna e invita a la conversión: «ojalá me escuchases, Israel» (vv.9.14).
En este salmo aparece al descubierto el corazón de Dios, revelado en el corazón humano de Cristo. Le duele la rebeldía y dureza de su pueblo (Mc 3,5), porque le ama y sabe que la desobediencia conduce al fracaso. A las palabras «ojalá me escuchase mi pueblo» hacen eco las de Jesús llorando por Jerusalén a causa de que sus palabras portadoras de vida y salvación no han sido aceptadas: «Jerusalén, Jerusalén…» (Mt 23, 37-39; Lc 13,34-35; 19,41-44).
Del escuchar la voz de Dios, de adherirse a Él y a sus mandamientos, depende el bien del pueblo y de cada uno: si se abre a Dios, le permite desplegar su acción salvífica (vv.15-17); si se cierra, acaba asfixiado en sus propios planes (v.13), es decir, en su pecado (Rom 1,24.26.28). Frente a la tentación de actuar según nuestros planes, sin consultar a Dios (Is 30,1ss), la invitación del Señor es escuchar constantemente, «hoy», su voz, sin endurecer nuestro corazón (Sal 95,7-8). «Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e incrédulo» (Hb 3,12). De ello depende la suerte de cada individuo y de la Iglesia entera. Muchas cosas no dan fruto porque no estamos atentos a la voz del Espíritu ni acogemos sus impulsos. «Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino»: este es el anhelo de Dios para cada uno de nosotros; de hacerle caso y cumplir su voluntad depende nuestra felicidad y nuestra fecundidad.