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Salmo 78 (79). Han profanado tu santo templo

Súplica apremiante del pueblo, probablemente con ocasión de la destrucción de Jerusalén y del destierro del pueblo a Babilonia. Tras una vívida presentación de la situación trágica del pueblo (vv.1-4), viene la petición para que Dios intervenga (vv.5-12); en ella se reconocen los pecados del pueblo y se apela a la compasión del Señor (vv.8-9), y se pide que vele por su propio honor (vv.9-10), pues se trata de «su heredad», «su templo», «sus siervos», «sus fieles», «su pueblo», «su rebaño». Finalmente, se concluye con una promesa de acción de gracias (v.13).
Ante las calamidades que afligen a la Iglesia y a veces parecen devastarla y asolarla, el salmo nos invita a un examen de conciencia y a una seria actitud de contrición (v.8; cfr. Jer 14,20). Los pecados de los antepasados tienen consecuencias nefastas para la generación actual. En este sentido hay que entender las peticiones de perdón de los últimos Papas por los pecados de los miembros de la Iglesia en el pasado. No sólo en el plano personal, sino también en el comunitario es necesario el arrepentimiento, pues somos solidarios en el bien y en el mal. La «purificación de la memoria» ayuda a evitar cometer los mismos errores y abre camino a la renovación eclesial.
Antes los males de la Iglesia, el salmo nos lleva a confiar en que por encima de todo ella pertenece a Cristo, que la adquirió «con su propia sangre» (Hch 20,28); por eso, está en juego su gloria (v. 9; cfr. Jer 14,21; Ez 20,14.44): en cierto modo la suerte de la Iglesia y la de Cristo se identifican. A Él le importa en primera persona. Además, Él es el Buen Pastor (v.13) que no cesa de guiarla y la tiene bien aferrada en su mano (Ap 1,16). Contemplar los males de la Iglesia con desasosiego es falta de confianza en que está en juego la causa de Cristo.
La sangre de los mártires clama justicia (Ap 6,9-11), pero no en el sentido de venganza (vv. 6.10.12), sino en el de conversión de los perseguidores, como en el caso de Esteban (Hch 7,57-60).