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Salmo 50 (51). Crea en mí un corazón puro

En relación con el salmo 50 –pleito en que Dios acusa y denuncia el pecado–, este recoge la reacción adecuada del que es justamente acusado: reconocerse culpable (vv.5-8). Dios tiene razón y es inocente (v.6) y por eso el hombre pecador sólo tiene la salida de implorar clemencia (vv.3-4.9-11). Ahora bien, este perdón convierte al culpable en una criatura nueva por el don del Espíritu (vv.12-14). El pecador, que sólo puede ofrecer a Dios su corazón contrito y humillado (vv.18-19), experimenta el gozo de la salvación (vv10.14) y siente el deseo de alabar a Dios (vv.16-17), de contar a todos lo recibido /v.15) y de que el pueblo entero sea renovado (vv. 20-21).
Este es el salmo penitencial por excelencia, que alcanza la plenitud de significado en la revelación del NT. Particularmente Rom 1-3 declara la profundidad y universalidad del pecado, que llega a adueñarse del hombre (Rom 7,14-20). La enigmática expresión del salmo («en la culpa nací») se hace manifiesta en la realidad del pecado original (Rom 5,12ss). Puesto que «todos pecaron y están privados de la gloria de Dios» (Rom 3,23), sólo cabe reconocerse «reo ante Dios» (Rom 3,19). «Si decimos: “No tenemos pecado”, nos engañamos y la verdad no está en nosotros» (1Jn 1,8).
Pero Cristo revela también la grandeza y la profundidad del perdón de Dios, que no es algo meramente jurídico. Él ha tomado la iniciativa de salvarnos mediante la sangre de su Hijo (Rom 3, 24-26), que ha muerto por nosotros cuando éramos enemigos y nos ha reconciliado con el Padre (Rom 5,6-11). Los que estábamos muertos por el pecado hemos sido literalmente resucitados (Ef 2,1-8; Rom 6,4-11). Más aún, hemos sido transformados en criaturas nuevas por la acción del Espíritu (2Cor 5,17; Rom 8,1-4).
No tiene sentido la actitud farisaica de pretender ostentar ante Dios nuestros méritos, pues sólo el reconocimiento sincero de nuestro pecado nos abre el camino de la salvación (Lc 18,9-14). Los gestos de amor y de misericordia de Jesús (mujer adúltera, Leví, Zaqueo, malhechor crucificado…) no son algo anecdótico: ha realizado con creces las antiguas promesas de darnos un corazón nuevo y un Espíritu nuevo, su mismo Espíritu (Ez 36,25-27). Verdaderamente podemos exclamar con el apóstol: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rom 5,20). Esta es la Buena Noticia que debe ser proclamada y anunciada a todo hombre.

Salmo 52 (53) . –Este salmo repite, con ligeras variantes, el salmo 14.