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Es un cántico de Sión, o mejor, al Dios que en ella está presente. La triple repetición del estribillo (vv.4.8.12) es el quicio del salmo, que transmite confianza y seguridad. En medio de los cataclismos (vv.3-4) la presencia de Dios da firmeza a la ciudad santa. En medio de los conflictos bélicos (v.7), Jerusalén es un oasis de paz (vv.5-6), porque Dios mismo con su poder no sólo vence a los enemigos, sino que aniquila la guerra (vv.8-11).
En el triple estribillo («el Señor de los Ejércitos está con nosotros») resuenan las palabras de Mt 1,23: Jesús es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Por tanto, la Iglesia es la comunidad del Emmanuel (Mt 18,20; 28,20), el lugar por excelencia de la presencia de Aquel a quien «ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18) y que ha «vencido al mundo» (Jn 16,33).
Todo el salmo es un precioso canto a la Iglesia. La presencia de Cristo en ella la protege de todo «terremoto» (vv.3-4) del tipo que sea, y su señorío somete toda fuerza hostil (v.7). Las aguas del Espíritu (Ap 22,1-2; cfr. Ez 47,1-12) la purifican y fecundan, haciendo de ella un Paraíso (v.5). Dios la socorre «al despuntar la aurora» (v.6), la hora de la resurrección; pero está siempre en ella (triple estribillo). En ella somos invitados a contemplar las maravillas que el Señor hace en la tierra (v.9) y a someternos a Él (v.11; cfr. Fil 2,10-11; 2Cor 10,5), que es nuestra Paz (v.10; cfr. Ef 2,14).