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Salmo 14 (15). ¿Quién es digno?

Al llegar al templo el peregrino pregunta las condiciones para entrar en la intimidad de Dios («hospedarse») y permanecer en ella («habitar»). La respuesta enumera las condiciones para este acceso: no se trata de disposiciones externas o rituales, sino de actitudes éticas profundas. El que así obra permanecerá firme, sin vacilar.
Cristo es el único santo que cumple –y de manera desbordante– todas las condiciones para entrar en el templo. Él ha penetrado de hecho, no en un santuario construido por manos de hombres, sino en el santuario celestial (Hb 8,1-2; 9,11-12). Pero al purificarnos con su sangre también nos hace dignos y nos introduce en el templo del cielo (Hb 10,19-22).
Mientras permanecemos en este mundo, Jesús rechaza el culto puramente externo en el que no va implicada nuestra vida (Mt 15,1ss) e inaugura el verdadero culto «en espíritu y en verdad» (Jn 4, 21-24). Más aún, para entrar en el santuario definitivo y eterno (en la herencia de la vida eterna) no basta cumplir los mandamientos, sino que es necesario dejar todo y seguir a Jesús (Mc 10, 17ss), porque Él es el verdadero templo (Jn 2,21): en Él está llamado a permanecer el discípulo (Jn 1, 38-39; 15,4) una vez purificado por su palabra (Jn 15,3).
La Iglesia es consciente de la necesidad de pureza para acercarse al Señor en la liturgia, pues sólo los limpios de corazón ven a Dios (Mt 5,8). Pero también sabe que no hay quien sea justo, ni siquiera uno solo (Rom 3,10). Por eso exige la reconciliación previa con Dios y con el prójimo (Mt 5,23-24) y comienza diariamente la celebración de la misa con el acto penitencial, puesto que cada día pecamos. Y antes de la comunión eucarística nos hace reconocer que no somos dignos de recibir a Cristo, pero nos invita a confiar en que una palabra suya bastará para sanarnos (Lc 7,6-7), pues no ha venido a buscar a los justos, sino a los pecadores (Mt 9,13).
En cuanto a la importancia de la rectitud ética para el encuentro con Dios, san Agustín afirma: «Amando a tu prójimo afinas tu mirada para ver a Dios».