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Salmo 129 (130). Desde lo hondo

Uno de los salmos penitenciales, que expresa con vigor insuperable la realidad del abismo en que nos ha sumergido el pecado y la consiguiente impotencia para salir de él. Desde ese abismo («desde lo hondo») se eleva la súplica en forma de clamor y «grito» (v.1) hacia el único que de él puede sacar: el Señor, mencionado 7 veces en el salmo. Si la realidad del pecado aplasta (v.3), la mirada a Aquel de quien proviene la abundante redención (v.7), la misericordia y el perdón (v.4), hace que emerja la confianza. Una confianza que se transforma en deseo apremiante de la salvación («como el centinela la aurora»: vv.6-7) y que se abre a la esperanza de redención para todo el pueblo (v.8).
San Pablo describe la situación verdaderamente dramática del hombre bajo el dominio del pecado (Rom 7,14-23), que le lleva a exclamar: «¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Rom 7,24). La segunda parte de este versículo apunta la respuesta: Dios, por medio de Jesucristo. En Él está la abundancia de redención que proclamaba el salmo (v.7), el rescate del que se encuentra en el abismo; de ahí, la gratitud (Rom 7,24). Gracias a Cristo podemos acercarnos confiadamente al trono de gracia para alcanzar misericordia (Hb 4,16).
En cuanto salmo de peregrinación, nos recuerda que en su camino por este mundo, por los senderos de la historia, tanto el cristiano individualmente como la comunidad cristiana y la Iglesia en su conjunto están necesitados de purificación y no deben dejar de elevar su clamor continuo al Señor de la misericordia. Un clamor en el que abraza de manera particular a los que están más sumergidos en los abismos e infiernos de este mundo…
Además, la Iglesia emplea este salmo en la liturgia de difuntos. Es una invitación a orar por nuestros hermanos del purgatorio, que, habiendo salido ya de este mundo, no pueden hacer nada por sí mismos y necesitan la oración de la Iglesia para que se les aplique la redención de Cristo y puedan salir de su abismo.