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Salmo 125 (126). El Señor ha estado grande

Este salmo evoca con fuerza la experiencia sorprendente («nos parecía soñar») vivida por el pueblo con la vuelta del destierro de Babilonia. Esa acción colmó al pueblo de gozo e hizo patente el poder del Señor incluso ante los gentiles. Y esa acción motiva la confianza en una nueva acción salvadora de Dios en el presente («haz volver a los cautivos»), completando así su obra.
Sión es la Iglesia, que a lo largo de su historia ha experimentado múltiples acciones de Dios en su favor: Sin embargo, está siempre necesitada de reforma y renovación. El gozo por lo recibido nos abre a la esperanza de lo por venir, pues esta renovación puede acontecer en cualquier instante, incluso de forma sorprendente y repentina (como lo torrentes del Negueb, que se llenan de agua en breve tiempo cuando cae la lluvia). Esta renovación es fuente de gozo para los creyentes («estamos alegres») y signo para los de fuera («el Señor ha estado grande con ellos»).
Jesús se ha presentado como el Sembrador (Mc 4,3s). Ha hablado de que uno siembra y otro siega (Jn 4,35-38). Más aún, el «sembrar con lágrimas» evoca el grano de trigo que cae en tierra y así da fruto abundante (Jn 12,24-25): Jesús es también la semilla; mediante su misterio pascual, la alegría sucede al dolor en virtud de la fecundidad de este (Jn 16,20-22).
Una cosa es clara: se nos invita a sembrar. Mientras estamos en este mundo la siembra se realiza normalmente «con lágrimas», es decir, con sufrimientos, contrariedades, persecuciones… Emblemático es el caso de Pablo (cfr. 2Cor 11,23-33). Pero el momento y el modo en que ha de germinar esa siembra no nos es dado conocerlo (cfr. Hch 1,7). Nos toca –como a Jesús– caer en tierra y morir. En todo caso, es el Señor quien «cambia» la suerte de Sión (v.1 y 4), quien renueva la Iglesia, y así muestra «hacer cosas grandes» (v.2 y 3). La esperanza es cierta y la alegría de la cosecha llegará, pero sólo Dios sabe cuándo y cómo.