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Quizá la vista de la ciudad santa ha podido inspirar este salmo de confianza. Esta se expresa en dos imágenes sumamente sugerentes: la firmeza y estabilidad del monte Sión –lugar de la morada de Dios– y las montañas que rodean a Jerusalén –símbolo de la protección del mismo Dios–. Desde esta serena confianza se pide que los malvados no dominen sobre los justos, para que estos no se vean tentados al mal, y que Dios ejerza su justicia remuneradora.
El salmo expresa de manera vigorosa un aspecto esencial de la confianza: la firmeza de quien apoya su vida totalmente en Dios y la seguridad de quien se sabe protegido por Él. Más allá del sentimiento –que puede darse o no–, la confianza proporciona el ánimo estable y la paz por el hecho de estar asentados en el único que es la Roca inconmovible (Is 26,3-4). Siendo inmutable, proporciona al creyente apoyo permanente y seguridad perpetua («para siempre»: v.1; «ahora y por siempre»: v.2).
Como salmo de peregrinación, nos invita a mirar a nuestro destino: la contemplación de la Jerusalén del cielo proporciona al creyente firmeza y estabilidad mientras todavía peregrina en medio de las dificultades y tentaciones de este mundo (v.3). La carta a los Hebreos presenta la esperanza como «ancla segura y sólida» que ha penetrado en el santuario del cielo (Hb 6,18-20): como el ancla mantiene estable el barco en medio del oleaje del mar, así la esperanza da solidez al que vive «anclado» en el cielo, es decir, en Dios mismo.