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  • Indice
  • Introducción
  • I. La Cruz gloriosa
    • 1. El Señor quiso la Cruz (137)
    • 2. Por qué Dios quiso la Cruz (138)
  • II. La Cruz en los cristianos
    • 1. La Cruz en los cristianos. 1 (139)
    • 2. La Cruz en los cristianos. y 2 (140)
  • III. La devoción a la Cruz
    • 1. La devoción cristiana a la Cruz. 1 (141)
    • 2. La devoción a la Cruz: siglos I-II (142)
    • 3. La devoción a la Cruz: siglos II-IV (143)
    • 4. La devoción a la Cruz: siglos IV-V (144)
    • 5. La devoción a la Cruz: siglos V-VI (145)
    • 6. La devoción a la Cruz: siglos VIII-XIII (146)
    • 7. La devoción a la Cruz: siglos XIII-XIV (147)
    • 8. La devoción a la Cruz: siglos XIV-XVI (148)
    • 9. La devoción a la Cruz: siglos XVI-XVIII
    • 10. La devoción a la Cruz: siglo XVII (150)
    • 11. La devoción a la Cruz: siglos XIX-XX (151)
    • 12. La devoción a la Cruz: siglo XX, 1 (152)
    • 13. La devoción a la Cruz: siglos XX, 2 (153)
    • 14. La devoción a la Cruz: siglo XX, 3 (154)
    • 15. La devoción a la Cruz: siglo XX, y 4 (155)
    • 16. La devoción a la Cruz: siglo XVI (156)
  • IV. Cristianismo con Cruz
    • 1. Cristianismo con Cruz o sin ella. 1 (157)
    • 2. Cristianismo con Cruz o sin ella. y 2 (158)

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IV. Cristianismo con Cruz

1. Cristianismo con Cruz o sin ella. 1

–¿Quedan muchos?

–Tranquilo. Con el próximo artículo termino la serie.

Dos diagnósticos para entender la situación actual de la Iglesia nos han sido dados en artículos precedentes.

1.–«La ausencia de la cruz es la causa de todos los males» en la Iglesia y en el mundo. Nos enseña Jesucristo: «yo soy la Cabeza de la Iglesia y todos los míos son miembros de ese mismo Cuerpo, y deben continuar en mi unión la expiación y el sacrificio hasta el fin de los siglos»; Concepción Cabrera de Armida (152).

2.–Hoy «los seguidores del Anticristo deshonran la imagen de la cruz y se esfuerzan todo lo posible para arrancar la cruz del corazón de los cristianos. Y muy frecuentemente lo consiguen»; Santa Teresa Benedicta de la Cruz (153). Efectivamente, dentro de la misma Iglesia hoy son muchos los «enemigos de la cruz de Cristo» (Flp 3,18), los que la silencian como algo negativo, y la devalúan y falsifican. Puro «dolorismo», falso cristianismo.

Ya vimos en artículos anteriores los graves errores que se están difundiendo hace años sobre la cruz en el campo católico. Dios no quiso la cruz de Cristo. La cruz no era un designio eterno de Dios. Jesús no fue enviado para que muriese en la cruz, ni Dios se la exigió para la salvación del mundo, como si fuera un Dios sádico, que necesita sangre y dolor para conceder su perdón, y como si Jesús fuera el macho cabrío expiatorio. Cristo murió porque lo mataron. Y aunque sea posible reconocer un cierto carácter expiatorio a la muerte de Cristo, es necesario superar siempre una interpretación victimista. Y en todo caso es mejor no hablar de la cruz como de un sacrificio de expiación para la salvación de la humanidad, porque puede ser mal entendido. Así sucede, concretamente, en el «dolorismo», que es una desviación morbosa del cristianismo. «El peligro dolorista de la devoción al Crucifijo (sic) ha tomado un desarrollo muy notable en la época moderna» y se expresa, por ejemplo, en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, traspasado y coronado de espinas. Cristo vino a darnos la paz, el amor y la alegría: quiso hacernos felices, bienaventurados. Hoy, pues, hemos de superar definitivamente aquellos planteamiento soteriológicos siniestros, salvación o condenación, copiados de algunas religiones paganas, dejando claro que de Dios solo viene la salvación, y que, propiamente, «Dios no nos salva por la cruz. Maldita cruz» (sic). Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison.

El horror a la cruz de Cristo es siempre la clave fundamental de las infidelidades que se dan en la Iglesia, y comienza en Judas. No voy ahora a describir este horror, señalando sus causas y sus consecuencias, porque es un tema que ya he desarrollado en este blog con bastante frecuencia. He indicado, por ejemplo, que el miedo a la cruz es la causa evidente de las Verdades silenciadas (23) y del Lenguaje católico oscuro y débil (24); he señalado que La Autoridad apostólica debilitada (40), una de las causas principales de los males de la Iglesia, procede sobre todo del horror a la cruz; y también he afirmado que el Voluntarismo semipelagiano (63), hoy tan vigente, por temor a que se debilite «la parte humana», rehuye sistemáticamente la cruz y el martirio.

El rechazo de la Cruz de Cristo es hoy, como siempre, la causa principal de la infidelidad de tantos bautizados. Éstos, incluso algunos de los que se tienen por cristianos verdaderos, confiesan a veces, medio en broma, medio en serio, que «no tienen vocación de mártires», como si la vocación cristiana no integrara necesariamente la vocación martirial: «Yo os he dado el ejemplo, para que vosotros hagáis también como yo he hecho» (Jn 13,15).

Muchos cristianos, en efecto, se arreglan para conciliarse con el mundo actual, aceptando en gran parte sus pensamientos y caminos, renunciando así a Cristo y a su Evangelio. Tienen más amor al mundo que amor a la cruz de Cristo. Y se creen no solo en el derecho, sino en el deber moral de «guardar la vida» propia y la de la Iglesia (Lc 9,23), evitando la persecución a toda costa. Lo comprobamos cada día en tantos laicos y religiosos, Pastores y teólogos, escritores y políticos. Como «ellos quieren ser bien vistos en lo humano, ponen su mayor preocupación en evitar ser perseguidos a causa de la cruz de Cristo» (Gál 6,12). Luces apagadas. Sal desvirtuada, que no tiene ya poder alguno para preservar al mundo de la corrupción, y que solo vale para ser tirada al suelo y que la pise la gente (Mt 5,13).

Es la cruz de Cristo la que funda y mantiene la Iglesia. El árbol de la cruz es el Árbol de la Vida, que florece y da frutos de santidad para todas las generaciones. Plantado en el Calvario, es regado por la sangre de Cristo, y en seguida, desde el principio hasta nuestros días, por la sangre de los mártires cristianos. Cristo lo enseñó y predijo con toda claridad: «si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán» (Jn 15,20). «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga» (Lc 9,23). Nadie puede ser cristiano si, en principio, rehuye la Cruz, y si no está dispuesto a seguir a Cristo cuando ello puede traer consigo sacrificios y obligaciones penosas, pérdidas económicas y profesionales, privación de los placeres que son comunes entre los mundanos, burlas y marginaciones, exilio, cárcel, expolio de bienes, trabajos forzados, muerte; o simplemente, mínimas molestias y desventajas.

Hay que optar entre el cristianismo verdadero de la Cruz o el falso sin la Cruz. Y hoy es del todo necesario realizar esta elección conscientemente, pues los dos caminos, de hecho, son ofrecidos cada día al pueblo cristiano. En todo el Nuevo Testamento, y con especial claridad en el Apocalipsis, se enseña que los únicos cristianos fieles son los mártires, porque aceptan el sello de la cruz en su frente y en su mano, es decir, en su pensamiento y en su conducta. Los que son del diablo, en cambio, reciben en su frente y en su mano el sello obligatorio de la Bestia mundana (Apoc 12-13). En este sentido van las cartas que San Juan evangelista escribe a las siete Iglesias locales del Asia Menor (2-3).

–La Iglesia sin Cruz es un árbol enfermo, que apenas da flor ni fruto. –Renuncia a predicar a los hombres a Dios Trino, revelado en Cristo, el pecado original, la salvación por fe y gracia. –Silencia la soteriología evangélica, salvación o condenación, y de este modo niega la Cruz y desvanece la misión del Salvador crucificado, dejando en nada el misterio de la redención. –Permite que las herejías y los sacrilegios puedan darse durante largo tiempo impunemente, sin que la Autoridad apostólica los sancione y corrija con decisión y eficacia. –Se multiplica en forma desbordante la indisciplina en la vida litúrgica, en las actividades pastorales, en la vida de los institutos religiosos, en las universidades católicas, y las mayores arbitrariedades e injusticias pueden durar decenios, pues una Iglesia local sin cruz viene a ser inevitablemente una sociedad cristiana sin ley: le falta el vigor espiritual de la Cruz. –El matrimonio cristiano sigue la vida mundana, pervierte el amor conyugal por la anticoncepción crónica, apenas tiene hijos y con frecuencia se quiebra: Cristo podrá decir de esa familia, «me ha abandonado por amor de este siglo» (2Tim 4,10). –Los bautizados, en su gran mayoría, viven, malviven habitualmente alejados de la Eucaristía. –Escasean las vocaciones sacerdotales y religiosas hasta casi extinguirse, quedando vacíos los seminarios y noviciados, los conventos y monasterios, pues nadie quiere «dejarlo todo», nadie quiere «entregarse» y «perder su vida» para procurar la gloria de Dios y la salvación de los hermanos. –Párrocos y catequistas no transmiten los grandes misterios de la fe y de la gracia, sino una precaria moral natural. –Los misioneros ya no predican el Evangelio, cumpliendo la misión (missio) que Cristo les dió, sino que reducen su labor a obras temporales de beneficencia. –Pastores y teólogos acomodan al pensamiento de los hombres la doctrina católica, mundanizándola según las modas ideológicas y el gusto de la gente, y silenciándola en todo lo que estiman oportuno. –Los moralistas, especialmente, apartan en su enseñanza la Cruz con horror, pensando que así aman y sirven a la Iglesia, haciéndola más atractiva: legitiman la anticoncepción, el absentismo a la Misa dominical, la obligación de la limosna, la resistencia a las leyes canónicas, etc. –Cesa prácticamente en esas Iglesias el apostolado, la acción misionera y la actividad política. –La lujuria y el impudor infectan al pueblo cristiano, degradándolo en todos sus estamentos, pues se ha silenciado el Evangelio de la castidad y del pudor. Una Iglesia que ha perdido el espíritu de la Cruz es una caricatura, es una falsificación de la verdadera Iglesia de Cristo. Aunque quizá conserve una fachada aparentemente decente, por dentro está llena de podredumbre (Mt 23,27).

La Iglesia sin Cruz es débil y triste, estéril, oscura y ambigua, sin Palabra divina clara y fuerte, sin el sacramento de la penitencia y la Eucaristía, dividida en cismas no declarados, pero reales, y en disminución continua. Es una Iglesia que «no confiesa a Cristo» en el mundo, que solamente propone aquellas verdades que no suscitan persecución. Se atreve, por ejemplo, a predicar bravamente la justicia social, cuando también ésta viene exigida y predicada por todos los enemigos de la Iglesia; pero no se atreve a predicar la obligación de dar culto a Dios o las virtudes de la castidad, la pobreza y la obediencia, o tantas otras verdades evangélicas fundamentales despreciadas por el mundo. Rehuye la Cruz porque teme ser rechazada si da un testimonio claro de la verdad. Calla la verdad porque rehuye la Cruz. O dice la verdad muy suavemente, sin que nadie se vea urgentemente llamado a conversión. Y así evita la persecución del mundo, al mismo tiempo que se hace la ilusión de que ya ha cumplido con su deber.

–La Iglesia con Cruz conoce, ama y predica «a Jesucristo y a éste crucificado» (1Cor 2,2). Es la Iglesia que siempre florece y da fruto en el Árbol de la cruz. Los padres de familia permanecen unidos, engendran hijos y son capaces de reengendrarlos en la fe por la educación cristiana. Hay numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas, pues son muchos los hombres y mujeres que, siguiendo al Crucificado, lo dejan todo y entregan sus vidas por amor a Dios y a los hombres. Los misioneros predican el Evangelio, y con la fuerza del Espíritu Santo consiguen para Dios el nacimiento de nuevos hijos y de nuevas naciones cristianas. Párrocos, catequistas, teólogos, se atreven a pensar la verdad católica, y más aún, se atreven a decirla, a predicarla, porque obra en ellos la fuerza de la Cruz y no temen la persecución del mundo. En esa Iglesia de la Cruz hay católicos que, con especial vocación, se atreven a actuar en la vida política a la luz del Evangelio, sin conciliarse con el mundo y, consiguientemente, con el diablo, «príncipe de este mundo». La Cruz hace posible y amable la castidad y el pudor en todos los cristianos, niños y adolescentes, jóvenes, casados y ancianos, laicos, sacerdotes y religiosos, al mismo tiempo que infunde en ellos el horror a la lujuria y a la indecencia que inunda al mundo. Cristo en la Cruz es «obediente hasta la muerte», y por eso ella tiene fuerza espiritual para guardar los pensamientos y los caminos de los cristianos en «la obediencia de la fe» (Rm 1,5; 16,26), es decir, en la ortodoxia y en la ortopraxis.

La Iglesia de la Cruz es fuerte y alegre, clara y luminosa, unida y fecunda, irresistiblemente expansiva y apostólica. La contemplamos, por ejemplo, en las Actas de los Mártires, la vemos tan verdadera, tan fuerte y hermosa a lo largo de la historia, y hoy la reconocemos admirable, sobrenatural, milagrosa, allí donde existe. Es una Iglesia que «confiesa a Cristo» ante los hombres, que prolonga en su propia vida el sacrificio de Cristo en la cruz, y que lo mismo que Él, «se entrega», «pierde su vida», para la gloria de Dios y la salvación de todos. Su fecundidad vital, a pesar de los dolores del parto, es siempre alegre y creciente. El cristianismo es siempre pascual, y en la medida en que participa de la cruz de Cristo, en esa medida se alegra participando de su resurrección gloriosa.

Reforma o apostasía.

(152)

2. Cristianismo con Cruz o sin ella. y 2

–¡El último de la serie!… No se preocupe por mí: sabiendo que es el último, aguanto lo que sea.

–Admirable disposición de ánimo.

El Índice de los artículos de esta serie puede ayudarnos a entenderla mejor. He ofrecido una antología de textos en la que los santos contemplan el misterio de la Cruz y expresan su amor al Crucificado.

–(133-134) Cristo vence los males del mundo. Todos ellos, males materiales o espirituales, todos proceden del pecado. Y Cristo, venciendo el pecado en su Cruz, vence todos los males.

–(135-136) La Providencia divina: Dios es el Señor, que gobierna providencialmente al mundo con justicia y misericordia. Él hace que todo, también los males, sirvan al bien de los que le aman..

–(137-138) La Cruz gloriosa fue querida por Dios y eternamente elegida para Cristo.

–(139-140) Y fue querida también por Dios la santa Cruz para los cristianos.

–(141-156) La devoción a la Cruz en los Apóstoles, en la liturgia, en la historia de la Iglesia. –142, -San Clemente Romano.-San Ignacio de Antioquía. -Carta de Bernabé. -Anónimo. -San Melitón de Sardes. –143, -San Justino, -San Cipriano, -San Efrén, -San Basilio Magno, -San Cirilo de Jerusalén. –144, -San Gregorio Nacianceno, -San Juan Crisóstomo, -San Gaudencio de Brescia, -San Agustín, -San Cirilo de Alejandría. –145, -San Pedro Crisólogo, -San León Magno, -San Fulgencio de Ruspe, -San Anastasio de Antioquía. –146, -San Andrés de Creta, -San Teodoro Estudita, -San Bernardo, -San Francisco de Asís, -San Buenaventura. –147, -Santo Tomás de Aquino, -Beata Ángela de Foligno, -Santa Brígida. –148, -Santa Catalina de Siena, -San Juan de Ávila, -Santa Teresa de Jesús. –149, -San Juan de la Cruz, -Santa Margarita María Alacoque, -San Pablo de la Cruz. –150, -Santa Rosa de Lima, -San Luis María Grignion de Montfort, -San Juan Eudes. –151, -Santa Teresa del Niño Jesús, -Beato Charles de Foucauld. –152, -Concepción Cabrera de Armida. –153, -Santa Benedicta María de la Cruz (Edith Stein). –154, -San Pío de Pietrelcina. –155, -Marthe Robin. –156, -San Juan de Dios.

Una antología selecta de esa antología de textos más amplia podrá sernos útil.
San Ignacio de Antioquía. «Yo todo lo soporto a fin de unirme a la pasión de Jesucristo, confortándome Él en todo. Rogad por mí a Cristo, para que llegue a ser una víctima para Dios. Ahora es cuando empiezo a ser discípulo».

San Efrén. «Nuestro Señor fue vencido por la muerte, pero él, a su vez, venció a la muerte» por su resurrección. «Venid, hagamos de nuestro amor una gran ofrenda universal. Elevemos cánticos y oraciones en honor de Aquel que en la cruz se ofreció a Dios como holocausto para enriquecernos a todos».

San Basilio Magno. «Nuestro Dios y Salvador realizó su plan de salvar al hombre, levantándolo de su caído y haciéndole pasar a la familiaridad con Dios. Éste fue el motivo de la venida de Cristo en la carne, de sus ejemplos de vida evangélica, de su cruz y de su resurrección».

San Cirilo de Jerusalén. «Cualquier acción de Cristo es motivo de gloria para la Iglesia universal; pero el máximo motivo de gloria es la cruz. Por tanto, no hemos de avergonzarnos de la cruz del Salvador. Él no fue muerto a la fuerza, sino voluntariamente. Jesús fue crucificado por ti; y tú ¿no te crucificarás por él, que fue clavado en la cruz por amor a ti? Que la cruz sea tu gozo no solo en tiempo de paz, también en tiempo de persecución».

San Juan Crisóstomo. «¿Quieres saber el valor de la sangre de Cristo? Mira de dónde brotó y cuál es su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Señor. Del costado de Jesús se formó, pues, la Iglesia, como del costado de Adán fue formada Eva».

San Gaudencio de Brescia. «El sacrificio celeste instituido por Cristo constituye la rica herencia del Nuevo Testamento que el Señor nos dejó como prenda de su presencia. Él constituyó los primeros sacerdotes de su Iglesia, para que siguieran celebrando ininterrumpidamente estos misterios de vida eterna».

San Agustín. «¡Oh, cómo nos amaste, Padre bueno, que «no perdonaste a tu Hijo único, sino que lo entregaste por nosotros»… Jesucristo y los miembros de su cuerpo forman como un solo hombre. Y así la pasión de Cristo no se limita únicamente a él. Lo que sufres tú es sólo lo que te corresponde como contribución de sufrimiento a la totalidad de la pasión de Cristo».

San Pedro Crisólogo. «El Apóstol eleva a todos los hombres a la dignidad del sacerdocio: a “presentar vuestros cuerpos como hostia viva”. Procura, pues, hombre ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios».

San León Magno. «¡Oh admirable poder de la cruz! ¡Oh inefable gloria de la pasión!… El verdadero venerador de la pasión del Señor tiene que contemplar de tal manera con la mirada del corazón a Jesús crucificado, que reconozca en él su propia carne. Toda la tierra ha de estremecerse ante el suplicio del Redentor».

San Atanasio de Antioquía. «Las sagradas Escrituras habían profetizado desde el principio la muerte de Cristo. Y el Verbo de Dios, que era impasible, quiso sufrir la pasión. “El Mesías tenía que padecer” y su pasión era totalmente necesaria».

San Francisco de Asís. «Cuando oréis, decid: Padre nuestro, y también: Te adoramos, Cristo, en todas las iglesias que hay en el mundo, y te bendecimos, pues por tu santa cruz redimiste al mundo».
Santo Tomás de Aquino. «¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, por dos razones. La primera, para remediar nuestros pecados. La segunda, para darnos ejemplo. La pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida».

Beata Ángela de Foligno. «Quien quiera conservar la gracia no retire de la cruz los ojos de su alma, sea en la alegría o en la tristeza. ¡Mirad lo que Él sufrió por nosotros! Es absolutamente indecible la alegría que recibe aquí el alma. Ahora no me es posible tener tristeza alguna de la pasión. Me deleito viendo y acercándome a aquel hombre. Todo mi gozo está en este Dios-Hombre doliente».

Santa Catalina de Siena. Jesús le dijo: «“Hija mía, si quieres el poder de vencer a todas las potencias enemigas, toma para tu alivio la cruz, como lo hice yo”. Y ella me confesó que nada la consolaba tanto como las aflicciones y los dolores».

San Juan de Ávila. «¡Oh cruz! hazme lugar, y véame yo recibido mi cuerpo por ti y deja el de mi Señor. La cruz de Jesucristo hace hervir el corazón, arder el ánima en devoción… Contigo está lo que te hace mal, dentro de ti está lo que echa a perder… Porque no tenéis amor con Cristo [crucificado], por eso os derriban las persecuciones. En cruz conviene estar hasta que demos el espíritu al Padre; y vivos, no hemos de bajar de ella, por mucho que letrados y fariseos nos digan que descendamos y que seguirá provecho de la descendida, como decían al Señor».

Santa Teresa de Jesús. «¿Qué fue toda su vida sino una cruz, siempre teniendo delante de los ojos nuestra ingratitud y ver tantas ofensas como se hacían a su Padre, y tantas almas como se perdían? Por ese camino que fue Cristo han de ir los que le siguen, si no se quieren perder; y bienaventurados trabajos que aun acá en la vida tan sobradamente se pagan. O morir o padecer; no os pido otra cosa para mí. En la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es camino para el cielo».

San Juan de la Cruz. «¡Oh almas que os queréis andar seguras y consoladas en las cosas del espíritu!, si supiérades cuánto os conviene padecer sufriendo, en ninguna manera buscaríades consuelo ni de Dios ni de las criaturas, mas antes llevar la cruz, y puestos en ella, querríades beber allí la hiel y el vinagre puro, y lo habríades a grande dicha, viendo cómo muriendo así al mundo y a vosotros mismos, viviríades para Dios en deleites de espíritu».

Santa Rosa de Lima. «Guárdense los hombres de pecar y de equivocarse: ésta es la única escala del paraíso, y sin la cruz no se encuentra el camino de subir al cielo… No podemos alcanzar la gracia, si no soportamos la aflicción. Es necesario unir trabajos y fatigas para alcanzar la íntima participación en la naturaleza divina, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta felicidad de espíritu».

Santa Margarita Alacoque. «El Señor me ha destinado para ser la víctima de su divino Corazón, y su hostia de inmolación sacrificada a todos sus deseos, para consumirse continuamente sobre ese altar sagrado con los ardores del puro amor paciente. No puedo vivir un momento sin sufrir. Mi alimento más dulce y delicioso es la Cruz. La Cruz es buena para unirnos en todo tiempo y en todo lugar a Jesucristo paciente y muerto por nuestro amor».

San Pablo de la Cruz. «Es cosa muy buena y santa pensar en la pasión del Señor y meditar sobre ella, ya que por este camino se llega a la santa unión con Dios».

Santa Rosa de Lima. «El divino Salvador me dijo: que todos sepan que la tribulación va seguida de la gracia. Ésta es la única escala del paraíso, y sin la cruz no se encuentra el camino de subir al cielo».

San Luis María Grignion de Montfort. «Alegraos y saltad de gozo cuando Dios os regale con alguna buena cruz, porque, sin daros cuenta, recibís lo más grande que hay en el cielo y en el mismo Dios. ¡Regalo grandioso de Dios es la cruz! Aprovecháos de los pequeños sufrimientos aún más que de los grandes. Jamás os quejéis voluntariamente. Nunca recibáis una cruz sin besarla humildemente con agradecimiento».

San Juan Eudes. «La Cruz y todos los misterios que se realizaron en la vida de Jesús han de realizarse en los miembros de Cristo, es decir, en cuantos vivimos la vida de Jesús. Él quiere completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo que suframos, muramos y resucitemos con él y en él»

Santa Teresa del Niño Jesús. «Tus acciones, Señor, son mi alegría». Porque ¿existe alegría mayor que la de sufrir por tu amor? Desde hace mucho tiempo, el sufrimiento se ha convertido en mi cielo aquí en la tierra».

Beato Charles de Foucauld. «Recibamos con amor, bendición, reconocimiento, valentía y gozo, todo sufrimiento, todo dolor de cuerpo o de alma, toda humillación, todo despojamiento, la muerte, por amor a Nuestro Señor Jesús, imitándole y ofreciéndolo todo a él en sacrificio. Y no nos contentemos con esperarlos; con el permiso de nuestro director, abracemos nosotros mismos todas las mortificaciones que él nos permita. El camino real de la Cruz es el único para los elegidos, el único para cada uno de los fieles. Sin cruz, no hay unión a Jesús crucificado, ni a Jesús Salvador. Abracemos su cruz, y si queremos trabajar por la salvación de las almas con Jesús, que nuestra vida sea una vida crucificada».

María de la Concepción Cabrera de Armida. Jesús le dice: «La doctrina de la Cruz es salvadora y santificadora: su fecundidad asombrosa, porque es divina; pero está inexplotada». El que es el Amor quiere hacernos felices por medio de la Cruz, escala única que después del pecado nos conduce, nos aprieta, une e identifica con el mismo Amor. Quisiera levantar muy alto el estandarte de la Cruz y recorrer el mundo enseñando que ahí está el camino para llegar al Amor. Quiero vivir del amor, oh sí, pero crucificándome… La ausencia de la cruz es la causa de todos los males».

Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein). «La expiación voluntaria es lo que más nos une profundamente y de un modo real y auténtico con el Señor. Ayudar a Cristo a llevar la cruz proporciona una alegría fuerte y pura. Los seguidores del Anticristo la ultrajan mucho; deshonran la imagen de la cruz y se esfuerzan todo lo posible para arrancar la cruz del corazón de los cristianos. Y muy frecuentemente lo consiguen… Ninguna alegría maternal se puede comparar con la felicidad del alma capaz de encender la luz de la gracia en la noche del pecado. El camino es la cruz. Bajo la cruz la Virgen de las vírgenes se convirtió en Madre de la Gracia».

Marthe Robin. «Sí, Jesús, quiero toda tu cruz. Quiero continuar tu redención. Sí, Dios mío, toda mi vida la quiero vivir para continuar tu redención. Sí, Jesús, quiero toda tu cruz. Quiero reunir en mí todos los terribles tormentos que tú has soportado, todos tus dolores, y llevar a cabo en mí la obra de tu redención. ¡Oh Jesús mío! une mis pobres y pequeños sufrimientos a tus sufrimientos, y mis dolores a tus dolores, y que mi sangre sea, como la tuya, sangre redentora. ¡Dios mío, Dios mío! que yo sufra todos tus dolores, y luego tú les salvarás».

Procuremos acrecentar la devoción a la Cruz en nosotros y en nuestros ambientes, estimulados por los testimonios que acabamos de recordar: ése ha sido el pensamiento y la actitud de los todos los santos de la Iglesia hacia la Cruz. Vuelvan los crucifijos a los hogares. ¿Cómo es posible una casa cristiana sin Crucifijo? Esté la cruz al cuello y sobre el pecho de los cristianos, sobre la cuna del niño, frente a la cama del matrimonio y del enfermo, guardándolos a todos como templos de Dios. Tenga la Cruz en las iglesias un lugar absolutamente central y privilegiado, y mejor si hay a sus pies un reclinatorio, como es tradición, invitando a rezarle. Esté la Cruz en las puertas, en los cruces de caminos, en las escuelas y aulas académicas, en los talleres, en lo alto de los montes, en las salas y claustros de nuestros conventos, culminando las torres de las iglesias.

Recemos el Via crucis, tracemos la cruz sobre nuestro pecho, y por la señal de la santa cruz pidamos siempre al Señor Dios nuestro la fuerza de la gracia y la liberación del Enemigo. Anima Christi… pasión de Cristo, confórtanos. Además de las oraciones ya conocidas, podría valernos también esta preciosa oración que ofrece el Ritual de la penitencia al sacerdote, ajustándola para el rezo personal no litúrgico: La pasión de nuestro Señor Jesucristo, la intercesión de la Bienaventurada Virgen María y de todos los santos, el bien que hagamos y el mal que podamos sufrir, nos sirvan como remedio de nuestros pecados, aumento de gracia y premio de vida eterna.

¿Vale para algo esta antología de elogios de la Cruz? Elaborarla y publicarla ha llevado un trabajo considerable. ¿Conseguirá que las Iglesias-sin-Cruz cambien su mentalidad y pasen a ser con-Cruz? ¿Logrará al menos que algunos cristianos reorienten su vida espiritual y se centren mucho más en Cristo crucificado?... Ateniéndonos a los pensamientos del hombre carnal, habría que decir que no. Una veintena de artículos publicados por un donnadie en un rinconcito de internet está rondando la inexistencia, la nada. Esa serie de artículos viene a ser nada frente al sonoro silencio que en tantas Iglesias locales de Occidente predomina sobre la Cruz, sobre el misterio de la Redención, sobre Cristo crucificado. Hoy motivan más otras palabras: búsqueda, encuentro, acogida, autenticidad, nuevos métodos, compartir, fraternidad, cambio, etc.

El hombre espiritual, por el contrario, sabe bien que la afirmación de la verdad de Cristo y de la Iglesia no puede hacerse en el mundo sin que dé fruto. Nada hay tan fecundo, aunque todo estuviera en contra. Hemos de afirmar la verdad católica «contra toda esperanza», convencidos de que «Dios es poderoso para cumplir lo que ha prometido» (Rm 4,18-19). Y la promesa de Dios es ésta: «la palabra que sale de mi boca no vuelve a mí vacía, sino que hace lo que yo quiero y cumple su misión» (Is 45,11). El Espíritu Santo es Dios, es misericordioso, es omnipotente, es el único que puede renovar la faz de la tierra y de la Iglesia: es «el Espíritu de verdad», que nos guía hacia la verdad completa (Jn 16,13). Y yo, por la gracia de Dios, trayendo la voz de los santos a esta serie de mi blog sobre la Cruz, he traído la voz de Dios. El trabajo, por tanto, que yo he hecho, aunque sea poca cosa, vale ciertamente, ha de dar fruto con absoluta seguridad. Ya sé que no es más que «cinco panes y dos peces»; pero estoy cierto de que, entregados a las manos de Cristo Salvador, son sobradamente suficientes para dar de comer a una inmensa muchedumbre (Jn 6,10ss).

Pido la oración de los lectores para que, por la intercesión de la santísima Virgen María, Mater dolorosa, Mater veritatis, crezca más y más en nuestro tiempo la devoción a la Cruz, es decir, el amor a Cristo crucificado.