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  • Indice
  • Introducción
  • I. La Cruz gloriosa
    • 1. El Señor quiso la Cruz (137)
    • 2. Por qué Dios quiso la Cruz (138)
  • II. La Cruz en los cristianos
    • 1. La Cruz en los cristianos. 1 (139)
    • 2. La Cruz en los cristianos. y 2 (140)
  • III. La devoción a la Cruz
    • 1. La devoción cristiana a la Cruz. 1 (141)
    • 2. La devoción a la Cruz: siglos I-II (142)
    • 3. La devoción a la Cruz: siglos II-IV (143)
    • 4. La devoción a la Cruz: siglos IV-V (144)
    • 5. La devoción a la Cruz: siglos V-VI (145)
    • 6. La devoción a la Cruz: siglos VIII-XIII (146)
    • 7. La devoción a la Cruz: siglos XIII-XIV (147)
    • 8. La devoción a la Cruz: siglos XIV-XVI (148)
    • 9. La devoción a la Cruz: siglos XVI-XVIII
    • 10. La devoción a la Cruz: siglo XVII (150)
    • 11. La devoción a la Cruz: siglos XIX-XX (151)
    • 12. La devoción a la Cruz: siglo XX, 1 (152)
    • 13. La devoción a la Cruz: siglos XX, 2 (153)
    • 14. La devoción a la Cruz: siglo XX, 3 (154)
    • 15. La devoción a la Cruz: siglo XX, y 4 (155)
    • 16. La devoción a la Cruz: siglo XVI (156)
  • IV. Cristianismo con Cruz
    • 1. Cristianismo con Cruz o sin ella. 1 (157)
    • 2. Cristianismo con Cruz o sin ella. y 2 (158)

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III. La devoción a la Cruz

1. La devoción cristiana a la Cruz. 1

–«En la cruz está la vida y el consuelo,

–y ella sola es el camino para el cielo».

Es una gracia de Dios muy grande entender y vivir que toda la vida cristiana es una participación continua en la pasión y la resurrección de Cristo, como ya vimos (140), y que todo lo que integra esa vida –el bautismo, la penitencia, la eucaristía, la penitencia, el hacer el bien y el padecer el mal–, todo forma una unidad armoniosa, en la que unas partes y otras se integran y potencian mutuamente, teniendo siempre al centro, como fuente y plenitud, la pasión y resurrección de Cristo (Vat. II: SC 5-6). Y sin embargo…

–Hoy son muchos los cristianos que en uno u otro grado se han hecho «enemigos de la Cruz de Cristo» (Flp 3,18), de la cruz de Cristo y de la cruz de los cristianos, que es la misma.

–En nuestro tiempo hay una alergia morbosa al sufrimiento. Los mismos psiquiatras y psicólogos, como F. J. J. Buytendijk, estiman que se trata de un mal de siêcle de la humanidad actual:

«El hombre moderno se irrita contra muchas cosas que antes admitía serenamente. Se indigna contra la vejez, contra la enfermedad larga, contra la muerte, pero desde luego contra el dolor. El dolor no debe existir… Se ha originado una algofobia que en su desmesura se ha convertido incluso en una plaga y tiene por consecuencia una pusilanimidad que acaba por imprimir su sello a toda la vida» (El dolor: psicología, fenomenología, metafísica, Rev. Occidente, Madrid 1958, 20).

–En teología se dicen muchas ambigüedades y errores sobre la Cruz, como ya lo vimos citando textos de varios autores (136-137): Dios no quiso la muerte de Cristo, no exigió Dios el sacrificio de la Cruz para expiar por el pecado del mundo, la pasión no era parte integrante de la misión de Jesús, ni el cumplimiento de un plan providencial eterno, Cristo murió porque lo mataron los poderosos de su tiempo, hemos de tener cuidado con «el peligro dolorista de la devoción al Crucifijo» (sic), etc. Hasta llegar, en el extremo de ese camino de errores, a la blasfemia suprema: «La cruz no nos salva», «¡Maldita cruz!»

–Muchos cristianos rechazan su condición de sacerdotes-víctimas en Cristo. Consideran un mérito del Vaticano II insistir en la antigua verdad del sacerdocio común de los fieles (1Pe 2,5; Apoc 1,6), pero aplican esa condición únicamente a ciertas participaciones exteriores en la liturgia. No aceptan en cambio su vocación a participar en su vida de la Cruz de Cristo, siendo con Él sacerdotes y víctimas expiatorias.

Pío XII: «aquella frase del Apóstol, «tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2,5) exige de todos los cristianos que, en la medida de sus posibilidades, reproduzcan en su interior las mismas disposiciones que tenía el divino Redentor cuando ofrecía el sacrificio de sí mismo… Les exige que asuman en cierto modo la condición de víctimas, que se nieguen a sí mismos, conforma las normas del Evangelio, que espontánea y libremente practiquen la penitencia, arrepintiéndose y expiando los pecados. Exige en fin que todos, unidos a Cristo, muramos físicamente en la cruz, de modo que podamos hacer nuestra aquella palabra de San Pablo: «estoy crucificado con Cristo» (Gál 2,19)» (enc. Mediator Dei 1947,1001).

–Tampoco aceptan que los cristianos hayamos de practicar la penitencia libremente procurada. Más bien estiman, como Lutero, que esa pretensión dolorista de «completar» la Pasión de Cristo es una desviación del cristianismo genuino. Así lo reconoce Pablo VI cuando dice: «no podemos menos de confesar que esa ley [de la penitencia] no nos encuentra bien dispuestos ni simpatizantes, ya sea porque la penitencia es por naturaleza molesta, pues constituye un castigo, algo que nos hace inclinar la cabeza, nuestro ánimo, y aflige nuestras fuerzas, ya sea porque en general falta la persuasión» de su necesidad y eficacia espiritual.

«¿Por qué razón hemos de entristecer nuestra vida cuando ya está llena de desventuras y dificultades? ¿Por qué, pues, hemos de imponernos algún sufrimiento voluntario añadiéndolo a los muchos ya existentes?… Acaso inconscientemente vive uno tan inmerso en un naturalismo, en una simpatía con la vida material, que hacer penitencia resulta incomprensible, además de molesto» (28-II-1968).

–Pero el cristianismo sin Cruz es una enorme falsificación del Evangelio: es falso, triste e infecundo. Por el contrario, los cristianos light piensan que el cristianismo con cruz, el verdadero, es duro, carente de misericordia, arcaico, completamente superado, y por tanto falso.

Algunos moralistas católicos, estiman, p.ej., que una doctrina moral no puede ser verdadera si en ocasiones implica cruz. Aplican esto, p.ej., a la moral conyugal, a la anticoncepción, a la posibilidad de divorcio o de acceso a la comunión de los divorciados, etc. Y para justificar su engaño se atreven a citar piadosamente las palabras de Cristo: «prefiero la misericordia al sacrificio» (Mt 9,13). Ante ciertos casos extremos –que hoy no son extremos, sino relativamente frecuentes– dirán: «a un casado joven como tú, abandonado por su esposa, Dios no le puede pedir que se mantenga célibe desde los treinta años hasta la muerte. Arregla, pues, tu vida con una buena esposa, y rehaz tu vida, pues Dios es bueno, nos ama, y quiere que seamos felices. Tenemos derecho a la felicidad». Son todas ellas palabras del diablo, padre de la mentira. Presenta un cristianismo pelagiano o semipelagiano, en el que Dios más que dar, lo que hace una y otra vez es pedir al hombre, según ya vimos (64). La verdadera moral católica sigue, en cambio, justamente un criterio contrario: no reconoce como genuina ninguna doctrina o espiritualidad cristiana que no implique claramente la Cruz de Cristo.

Ciertos pastores de la Iglesia-sin-cruz predican «con gran prudencia», procurando «guardar su vida» y su consideración ante el mundo, evitando absolutamente todo lo que pudiera producir un choque frontal contra él, una persecución martirial. Alegan que ésa es la moderación prudente que deben seguir en conciencia, para resguardar su prestigio social y poder servir eficazmente la Iglesia que el Señor les ha confiado. Y los políticos cristianos-sin-cruz siguen su ejemplo. Y lo mismo los teólogos, y los maestros y profesores. Y los padres de familia. Etc. Está claro: la caridad a la Iglesia manda evitar como sea el martirio… Es la clásica «sistemática evitación semipelagiana del martirio» que ya he caracterizado suficientemente (63).

El cristianismo sin-Cruz es una miserable falsificación del Cristianismo. No hay en él conversiones, ni martirios, ni hijos, ni vocaciones, ni misiones, ni perseverancia vocacional en el matrimonio, el sacerdocio, la vida religiosa. No hay fuerza de amor para la generosidad y entrega en formas extremas, no hay impulso para obras grandes… Todo se hace en formas cuidadosamente medidas y tasadas, oportunistas y moderadas, sin el impulso de amor del Crucificado, que es locura y escándalo. Al cristianismo sin cruz le sucede lo que le ocurriría a un hombre si le quitáramos el esqueleto, alegando que ese montón de huesos es feo y triste: queda entonces privado el cuerpo de toda belleza, fuerza y armonía, reducido a un saco informe de grasa inmóvil.

–La gloria suprema de la Cruz resplandece a lo largo de toda la vida de la Iglesia. Estemos ciertos de que es la Cruz de Cristo lo más atractivo y convincente del Evangelio. Continuamente estamos verificando en la acción apostólica la profecía de Cristo: cuando sea alzado en la Cruz, «atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). La Cruz es la epifanía deslumbrante del amor de Dios uno y trino.
En el Nuevo Testamento miro solamente en San Pablo el amor a la Cruz. A los griegos, tan amantes de la ciencia, de la elocuencia y la cultura, les dice sinceramente: «yo, hermanos, llegué a anunciaros el testimonio de Dios no con sublimidad de elocuencia o de sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosas alguna, sino a Jesucristo, y éste Crucificado» (1Cor 2,1-2).

Los Apóstoles «predicamos a Cristo Crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, pero fuerza y sabiduría de Dios para los llamados, ya judíos, ya griegos» (1,23-24). «Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y aunque al presente vivo en la carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gál 2,19-20). «En cuanto a mí, no quiera Dios que me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo… Y que nadie me moleste, pues llevo en mi cuerpo las señales del Señor Jesús» (6,14-17). Quizá Pablo fue el primer estigmatizado de la historia.

La Liturgia de la Iglesia honra la Cruz en formas extremas. Manda, concretamente, que esté bien visible en el altar de la Santa Misa y que sea incensada en las celebraciones solemnes. Ordena que presida todos los actos litúrgicos, también las procesiones. Canta en sus celebraciones con alegría la gloria de la Cruz, considerándola como la obra más perfecta del amor de Dios Salvador. La Liturgia educa siempre a los fieles en esta contemplación amorosa de la Cruz, en la que reconoce la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, sobre el mundo y el diablo. Ve en ella la causa permanente de todas nuestras victorias: In hoc signo vinces, y canta su elogio en preciosos himnos, especialmente en Viernes Santo o en La exaltación de la Santa Cruz (14 septiembre): Salve, crux sancta, salve mundi gloria; Signum crucis mirabile...

Pange, lingua, gloriosi - Lauream certaminis - Et super Crucis trophæo - Dic triumphum nobilem… Canta, lengua, el glorioso combate de Cristo, y celebra el noble triunfo que tiene a la Cruz como trofeo… Vexilla Regis prodeunt: - Fulget crucis mysterium… Los estandartes del Rey avanzan, y brilla misterioso el esplendor de la Cruz…

La fuerza santificante de la devoción a la Cruz y a la Pasión de Cristo viene enseñada por la Iglesia en muchas de las fiestas litúrgicas de los Santos de todas las épocas:

«Señor, tú que has enseñado a San Justino a encontrar en la locura de la cruz la incomparable sabiduría de Cristo» (1 junio). «Te rogamos nos dispongas para celebrar dignamente el misterio de la cruz, al que se consagró San Francisco de Asís con el corazón abrasado en tu amor» (4 octubre). «Oh Dios, que hiciste a Santa Catalina de Siena arder de amor divino en la contemplación de la Pasión de tu Hijo» (29 abril). «Concédenos, Señor, que San Pablo de la Cruz, cuyo único amor fue Cristo Crucificado, nos alcance tu gracia, para que estimulados por su ejemplo, nos abracemos con fortaleza a la cruz de cada día» (19 octubre).

La tradición de la Iglesia católica ha cultivado siempre la devoción al crucificado, en Oriente y Occidente, en la antigüedad y en la Edad Media, en el renacimiento, en el barroco y en los últimos siglos. Por eso la devoción a la Cruz es una de las más profundas de la espiritualidad popular, y está muy presente en todas las escuelas de espiritualidad. Traigo aquí algunos ejemplos.

–San Juan de Ávila (1500-1569) predicaba a los jesuitas: «Los que predican reformación de Iglesia, por predicación e imitación de Cristo crucificado lo han de hacer. Pues dos hombres escogió Dios para esto, Santo Domingo y San Francisco. El uno mandó a sus frailes que tuviesen en sus celdas la imagen de Jesucristo crucificado, por lo cual parece que lo tenía él en su corazón, y que quería que lo tuviesen todos. Y el otro fue San Francisco: su vida fue una imitación de Jesucristo, y en testimonio de ello fue sellado con sus llagas» (Plática 4 a los padres de la Compañía de Jesús).

«La pasión se ha de imitar, lo primero, con compasión y sentimiento, aun de la parte sensitiva y con lágrimas… Allende de la compasión de Jesucristo crucificado, debemos tener imitación, porque cosa de sueño parece llorar por Jesucristo trabajado y afrentado y huir el hombre de los trabajos y afrentas; y así debemos imitar los trabajos de su cuerpo con trabajar nosotros el nuestro con ayunos, disciplinas y otros santos trabajos… Y también lo hemos de imitar en la mortificación de nuestras pasiones… Lo postrero, hemos de juntarnos [con Él] en amor, y débesele más al Señor crucificado amor, y hase de atender más al amor con que padece que a lo que padece, porque de su corazón salen rayos amorosos a todos los hombres» (Modo de meditar la Pasión, en Audi filia de 1556).

–San Pablo de la Cruz (1694-1775) escribía en una carta: por la devoción a «la Pasión de Jesucristo, su Divina Majestad hará llover en los corazones de todos las más abundantes bendiciones del cielo, y les hará gustar la dulzura de los frutos que produce la tierna, devota, constante, fiel y perseverante devoción a la divina santísima Pasión.

«Por tanto, este pobrecito que les escribe desea que quede bien arraigada esta devoción, y que no pase día sin que se medite alguno de sus misterios, al menos por un cuarto de hora, y que ese misterio lo lleven todo el día en el oratorio interior de su corazón y que a menudo, en medio de sus ocupaciones, con una mirada intelectual, vean al dulce Jesús […] ¡Un Dios que suda sangre por mí! ¡Oh amor, oh caridad infinita! ¡Un Dios azotado por mí! ¡Oh entrañable caridad! ¿Cuándo me veré todo abrasado de santo amor? Estos afectos enriquecen el alma con tesoros de vida y de gracia» (Carta a doña Agueda Frattini 25-III-1770).

–San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), fundador de los redentoristas, da la misma enseñanza espiritual: «El padre Baltasar Álvarez [jesuita] exhortaba a sus penitentes a que meditasen a menudo la Pasión del Redentor, diciéndoles que no creyesen haber hecho cosa de provecho si no llegaban a grabar en su corazón la imagen de Jesús Crucificado.

«Si quieres, alma devota, crecer siempre de virtud en virtud y de gracia en gracia, procura meditar todos los días en la Pasión de Jesucristo». Esto lo dice San Buenaventura, y añade: «no hay ejercicio más a propósito para santificar tu alma que la meditación de los padecimientos de Jesucristo». Y ya antes había dicho San Agustín que vale más una lágrima derramada en memoria de la Pasión, que ayunar una semana a pan y agua…

«Meditando San Francisco de Asís los dolores de Jesucristo, llegó a trocarse [estigmatizado] en serafín de amor. Tantas lágrimas derramó meditando las amarguras de Jesucristo, que estuvo a punto de perder la vista. Lo encontraron un día hechos fuentes los ojos y lamentándose a grandes voces. Cuando le preguntaron qué tenía respondió: «¡qué he de tener!… Lloro los dolores y las ignominias de mi Señor, y lo que me causa mayor tormento, añadió, es ver la ingratitud de los hombres que no lo aman y viven de Él olvidados»» (Meditaciones sobre la Pasión de Jesucristo I p., cp. preliminar).

–La devoción a la Cruz ha sido siempre una de las más arraigadas en el pueblo cristiano. Quiere el Señor y quiere la Iglesia que la Cruz se alce en los campanarios, presida la liturgia, aparezca alzada en los cruces de los caminos, cuelgue del cuello de los cristianos, presida los dormitorios, las escuelas, las salas de reunión, sea pectoral de los obispos y de personas consagradas, se trace siempre en los ritos litúrgicos de bendición y de exorcismo. Que la Cruz sea besada por los niños, por los enfermos, por los moribundos, por todos, siempre y en todo lugar, y que sea honrada en Cofradías dedicadas a su devoción. Que cientos de peregrinos, portando cruces, acudan a un Santuario. Que una y otra vez sea trazada la cruz de la frente al pecho y de un hombro al otro. Que la devoción a la Cruz sea reconocida, como siempre lo ha sido, la más santa y santificante.

Veneremos la Cruz de Cristo en nuestras vidas, lo mismo que veneramos su Cruz en el Calvario o en la Liturgia (140). «Ave Crux, spes unica»… Es un contrasentido que veneremos «la cruz de Cristo», la de hace veinte siglos en el Calvario, y que no le vemos ninguna gracia a «la cruz de Cristo en nosotros» mismos, en nuestros hermanos, en la Iglesia: la que Cristo está viviendo hoy en nosotros.

Veneremos la imagen de la Cruz, el Crucifijo. En las iglesias antiguas suele haber un Crucifijo grande en un muro lateral, con un reclinatorio delante: santa y santificante tradición. Pedir a Dios y esforzarse en conseguir una devoción incluso sensible hacia el crucifijo, hacia el signo de la cruz: rezar ante la cruz, etc.

Procuremos tener Crucifijos: en el cuello, en las paredes de casa, en el lugar más visible y honroso, sobre la cama, en la puerta. Regalémoslos a otros… Toda la tradición popular y toda la tradición litúrgica, tanto en Oriente como en Occidente, ha privilegiado siempre la santa cruz, viendo en ella el signo más elocuente de nuestro Salvador Jesucristo. No nos baste, pues, con poner un cuadro de la Virgen y el Niño, y menos si viene a ser no más que una «maternidad».

Recemos, según la tradición, «por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén». Buen comienzo para la oración. «Te adoramos, Cristo, y te bendecimos, pues por tu santa Cruz redimiste al mundo». Practiquemos la venerable devoción del Via Crucis, como también Las oraciones a las siete llagas, compuestas por Santa Brígida. Y otras devociones semejantes.

Leamos y meditemos muchas veces la Pasión del Señor, dando primacía a la de San Juan, el único cronista de la Cruz que fue testigo presencial. Vayamos apropiándonos de todos los sufrimientos que vemos en el Crucificado y que reconocemos en nosotros mismos: dolores físicos, espirituales, afectivos, en cabeza y pecho, manos y pies, insultos, desprecios, abandonos, agotamientos, calumnias, injusticias, situaciones sin salida, burlas y ridículos, imposibilidad de acción –manos y pies clavados–, etc.

Ofreceré en otros artículos una antología de textos sobre la Cruz. Muchos santos han tenido «la Cruz como libro casi único», como tema predilecto de su contemplación. Y es lógico: ningún misterio de Cristo le revela tanto como el de la Cruz; y en ninguno de ellos revela Él tanto a Dios, que es Amor. Es ciertamente el más luminoso de los misterios de Cristo.

Prediquemos a «Jesucristo, y a éste crucificado» (1Cor 2,2). Ésa fue la norma de los Apóstoles, protagonistas de la más grandiosa evangelización de la historia de la Iglesia. Y es que la predicación más fuerte y persuasiva, la más fecunda en conversiones, la más atractiva y fascinante, es aquella que está más centrada en la Cruz de Cristo. Ilustro esta afirmación con un precioso ejemplo:

–La evangelización de América hispana –rápida, profunda, extensa, precoz en santos, de efectos duraderos hasta hoy– se hizo «predicando a Cristo Crucificado», y comenzando siempre por «plantar la Cruz». Así, en torno a la Cruz, nacieron los pueblos cristianos que hoy forman la mitad de lo que es la Iglesia Católica. Ésa fue la norma común de la acción misionera en franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas, etc. Alzar la Cruz y construir en torno a ella fue práctica de todos al establecer pueblos misionales, como también lo hacían los jesuitas en las Reducciones. Comprobamos esta norma incluso en la misma acción de los cristianos laicos.

–Hernán Cortés (1485-1547), según el testimonio de los primeros cronistas franciscanos, favoreció mucho la evangelización de México. Ésta es también la opinión de autores modernos, como el franciscano Fidel de Lejarza o el jesuita Constantino Bayle. Y se distinguía por su devoción a la Cruz. El Padre Motolinía (fray Toribio de Benavente, 1490-1569), del primer grupo de misioneros franciscanos, en 1555, escribía acerca de él al emperador Carlos I:

«Desque que entró en esta Nueva España trabajó mucho de dar a entender a los indios el conocimiento de un Dios verdadero y de les hacer predicar el Santo Evangelio. Y mientras en esta tierra anduvo, cada día trabajaba de oír misa, ayunaba los ayunos de la Iglesia y otros días por devoción. Predicaba a los indios y les daba a entender quién era Dios y quién eran sus ídolos. Y así, destruía los ídolos y cuanta idolatría podía. Traía por bandera una cruz colorada en campo negro, en medio de unos fuegos azules y blancos, y la letra decía: «amigos, sigamos la cruz de Cristo, que si en nos hubiere fe, en esta señal venceremos». Doquiera que llegaba, luego levantaba la cruz. Cosa fue maravillosa, el esfuerzo y ánimo y prudencia que Dios le dio en todas las cosas que en esta tierra aprendió, y muy de notar es la osadía y fuerzas que Dios le dio para destruir y derribar los ídolos principales de México, que eran unas estatuas de quince pies de alto» (y aquí narra una escena que para siempre quedó descrita por Andrés Tapia, en la crónica de la Conquista de Tenochtitlán).

–Los primeros misioneros de México, igualmente, alzaron el signo de la Cruz en toda la Nueva España: en lo alto de los montes, en las ruinas de los templos paganos, en las plazas y en las encrucijadas de caminos, en iglesias, retablos y hogares cristianos, en el centro de los grandes atrios de los indios… Así se puede comprobar hoy mismo, a pesar de haber sufrido México gobiernos anticristianos durante tanto tiempo. Siempre y en todo lugar, desde el principio, los cristianos mexicanos han venerado la Cruz como signo máximo de Cristo, y sus artesanos, según las distintas regiones, han sabido adornar las cruces en cien formas diversas, a cual más bella.

No exageraba, pues, Motolinía al escribir: «Está tan ensalzada en esta tierra la señal de la cruz por todos los pueblos y caminos, que se dice que en ninguna parte de la cristiandad está tan ensalzada, ni adonde tantas y ni tales ni tan altas cruces haya; en especial las de los patios de las iglesias son muy solemnes, las cuales cada domingo y cada fiesta adornan con muchas rosas y flores, y espadañas y ramos», como todavía hoy puede verse (Historia de los Indios de la Nueva España, 1941: II,10, 275).

–P. Antonio Roa (1491-1563), agustino, nacido en la villa burgalesa de Roa, fue en México un gran misionero evangelizador, y conocemos su historia admirable por la Crónica de la Orden de N. P. S. Agustín en las provincias de la Nueva España (1624), del padre Juan de Grijalva. El P. Roa era extraordinariamente penitente, representaba en sí mismo ante los fieles la Pasión de Cristo, y tenía en la Cruz su arma misionera principal. En una ocasión, estando entre los indios de Sierra Alta, hubo de sufrir una terrible hostilidad de ellos contra el Evangelio. Aullaban y bramaban solo de oirlo, dando muestras de estar muy sujetos al Padre de la mentira.

Entendiéndolo así el padre Roa, cuenta Grijalva, «quiso coger el agua en su fuente, y hacer la herida en la cabeza, declarando la guerra principal contra el Demonio. Empezó a poner Cruces en algunos lugares más frecuentados por el Demonio, para desviarlo de allí, y quedarse señor de la plaza. Y sucedía como el santo lo esperaba, porque apenas tremolaban las victoriosas banderas de la Cruz, cuando volvían los Demonios las espaldas, y desamparaban aquellos lugares. Todo esto era visible y notorio a los indios» (I,22).

–El P. Antonio Margil de Jesús (1657-1726), franciscano nacido en Valencia, hubo de realizar en México su misión evangelizadora en zonas a las que no había llegado la primera evangelización fulgurante, a veces muy cerradas al Evangelio, sufriendo con frecuencia gravísimos peligros y necesidades. En mi libro Hechos de los apóstoles de América (Fund. GRATIS DATE, 2003, 3ª ed., 239-256), refiero en un capítulo su vida, ateniéndome al libro de Eduardo Enrique Ríos, Fray Margil de Jesús, Apóstol de América (IUS, México 1959). Transcribo de mi libro:

«Velando el crucifijo de noche en el campo. En 1684, fray Margil y fray Melchor partieron para el sur [de México], con la idea de llegar a Guatemala. Atravesando por los grandiosos paisajes de Tabasco, caminaron con muchos sufrimientos en jornadas interminables, atravesando selvas y montañas. No llevaban consigo alimentos, y dormían normalmente a la intemperie, atormentados a veces por los mosquitos. Predicaban donde podían, comían de lo que les daban, y sólamente descansaban media noche, pues la otra media, turnando entre los dos, se mantenían despiertos, en oración, velando el crucifijo.

«En sus viajes misioneros, allí donde los parecía, en el claro de un bosque o en la cima de un cerro, tenían costumbre –como tantos otros misioneros– de plantar cruces de madera, tan altas como podían. Y ante la cruz, con toda devoción y entusiasmo, cantaban los dos frailes letrillas como aquélla: «Yo te adoro, Santa Cruz / puesta en el Monte Calvario: / en ti murió mi Jesús / para darme eterna luz / y librarme del contrario»…

«De tal modo los indios de Chiapas quedaron conmovidos por aquella pareja de frailes, tan miserables y alegres, que cuando después veían llegar un franciscano, salían a recibirle con flores, ya que eran «compañeros de aquellos padres que ellos llamaban santos». Y así fueron misionando hasta Guatemala y Nicaragua. Ni las distancias ni el tiempo eran para ellos propiamente un problema: llevados por el amor de Cristo a los hombres, ellos llegaban a donde fuera preciso» (241-242).

Bueno sería que ante las grandes exigencias de la Nueva Evangelización, tan necesaria, tuviéramos bien presente el ejemplo de los Apóstoles, que «predicaban a Cristo y a Cristo crucificado» y el ejemplo de tantos misioneros santos de la historia de la Iglesia, que centraron igualmente en la Cruz la acción evangelizadora.

(142)

2. La devoción a la Cruz: siglos I-II

–¿Otra vez iniciamos una serie de artículos?… Y sobre la Cruz.

–Mis lectores no se cansarán de oír hablar de la Cruz de Cristo, pues en ella tienen puesto el corazón.

La devoción a la Cruz, a Cristo crucificado, a la Pasión de Cristo ha sido desde el comienzo de la Iglesia una de las coordenadas principales de la espiritualidad cristiana. Hoy, sin embargo, es ésta una dimensión espiritual olvidada por muchos cristianos, e incluso impugnada por algunos, como ya vimos (139). Por eso quiero exponer en varios artículos, siguiendo un orden cronológico, una antología de textos, tomados muchas veces de la Liturgia de las Horas. Nos ayudarán a vivir como el apóstol San Pablo: concrucificados con Cristo, predicando a Cristo crucificado, y gloriándonos solamente en la Cruz del Señor.

–San Clemente Romano (+101).

Tácito (+120, Annales 15,44) y San Clemente Romano, tercer sucesor de San Pedro, narran la primera gran persecución de la Iglesia, ordenada por Nerón en el año 64, y describen la variedad terrible de tormentos que hubo de sufrir «una gran multitud» de cristianos en los jardines imperiales del Vaticano. La Iglesia primera, en una exégesis perfecta del Evangelio, entendió en Roma desde el principio que los cristianos, igual que Cristo, debían aceptar fielmente el martirio.

«Todo esto, carísimos, os lo escribimos no sólo para recordaros vuestra obligación, sino también para recordarnos la nuestra, ya que todos nos hallamos en la misma palestra y tenemos que luchar el mismo combate. Por esto, debemos abandonar las preocupaciones inútiles y vanas y poner toda nuestra atención en la gloriosa y venerable regla de nuestra tradición, para que veamos qué es lo que complace y agrada a nuestro Hacedor.

«Fijémonos atentamente en la sangre de Cristo y démonos cuenta de cuán valiosa es a los ojos de Dios y Padre suyo, ya que, derramada por nuestra salvación, ofreció a todo el mundo la gracia de la conversión».

(Cta. a Corintios 5-6: leer más > LH, 30 junio, Protomártires de Roma).

–San Ignacio de Antioquía (+107).

Este gran obispo sirio, segundo sucesor de San Pedro en la sede de Antioquía, escribe siete cartas a siete Iglesias locales, estando de camino hacia Roma, a donde le conducen para condenarlo a las fieras. Está enamorado del Crucificado, quiere con toda su alma completar en su cuerpo lo que falta a su Pasión salvadora, la que glorifica a Dios y salva al mundo.

«El que está cerca de la espada está cerca de Dios. El que está entre las fieras está con Dios. Solo se necesita que ello sea en el nombre [por causa] de Jesucristo. Yo lo soporto todo a fin de unirme a su pasión, confortándome Él mismo» (Cta. a esmirniotas 4,2).

«Yo voy escribiendo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco lo mismo: que moriré de buena gana por Dios, con tal que vosotros no me lo impidáis. Os lo pido por favor: no me demostréis una benevolencia inoportuna. Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios y he de ser molido por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo.

«Halagad, más bien, a las fieras, para que sean mi sepulcro y no dejen nada de mi cuerpo; así, después de muerto, no seré gravoso a nadie. Entonces seré de verdad discípulo de Cristo, cuando el mundo no vea ya ni siquiera mi cuerpo. Rogad por mí a Cristo, para que, por medio de esos instrumentos, llegue a ser una víctima para Dios… Ahora, en medio de mis cadenas, es cuando aprendo a no desear nada…

«Perdonadme lo que os digo; es que yo sé bien lo que me conviene. Ahora es cuando empiezo a ser discípulo. Ninguna cosa, visible o invisible, me prive por envidia de la posesión de Jesucristo. Vengan sobre mí el fuego, la cruz, manadas de fieras, desgarramientos, amputaciones, descoyuntamiento de huesos, seccionamiento de miembros trituración de todo mi cuerpo, todos los crueles tormentos del demonio, con tal de que esto me sirva para alcanzar a Jesucristo» (Cta. a romanos 3,1-5,3: leer más > LH, lunes X semana T. Ordinario).

–Carta de Bernabé (principios s. II).

Autores antiguos atribuyeron erróneamente al compañero de San Pablo esta carta, escrita en el ambiente de Alejandría a comienzos del s. II. Muriendo Cristo en la Cruz, destruye en nosotros al hombre viejo pecador, y resucitando, nos da nacer de nuevo. Gracias a Él, somos nuevas criaturas, nacidas de Dios.

«El Señor soportó que su carne fuera entregada a la destrucción, para que fuéramos santificados por la remisión de los pecados, que se realiza por la aspersión de su sangre… «Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca» (Is 53,5-7)…

«Hermanos, considerad esto: si el Señor soportó sufrir por nosotros, siendo él el Señor de todo el universo, a quien Dios dijo en la creación del mundo: «hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gén 1,26), ¿cómo ha aceptado el sufrir por mano de los hombres? Aprendedlo: los profetas, que de él recibieron el don de profecía, profetizaron acerca de él. Era necesario que éste se manifestara en la carne, para destruir la muerte y manifestar la resurrección de entre los muertos, y por eso ha soportado sufrir de esta forma, para cumplir la promesa hecha a los padres, y para constituirse un pueblo nuevo, que Él mismo juzgará, una vez que haya obrado la resurrección de los muertos».

(Carta de Bernabé, 5,1-8; 6,11-16: leer más > LH, martes XVIII semana T. Ordinario).

–Anónimo

Ésta es una Homilía antigua sobre el grande y santo Sábado. En ella Cristo desciende al abismo y anuncia a Adán y a todos los muertos el triunfo de su Cruz, que les devuelve a la vida, a una vida inmensamente mejor que la que perdieron al morir.

«¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra temió sobrecogida, porque Dios se durmió en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo. Va a buscar a nuestro primer padre como si fuera la oveja perdida. Quiere absolutamente visitar «a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte» (Lc 1,79). Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de su prisión y de sus dolores a Adán y a Eva.

«El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: »Mi Señor esté con todos». Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: «Y con tu espíritu». Y tomándolo por la mano le añade: «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz» (Ef 5,14).

«Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo… A ti te mando: despierta tú que duermes, pues no te creé para que permanecieras cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.

«Por ti yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti yo, tu Señor, he revestido tu condición servil… por ti, que fuiste expulsado del huerto, he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado. Contempla los salivazos de mi cara, que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas, que he soportado para reformar, de acuerdo con mi imagen, tu imagen deformada; contempla los azotes en mis espaldas, que he aceptado para aliviarte del peso de los pecados, que habían sido cargados sobre tu espalda; contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero, pues los he aceptado por ti, que maliciosamente extendiste una mano al árbol prohibido.

«Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el paraíso dormiste, y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño del abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso. Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste.
(MG 43, 439. 451. 462-463: leer más > LH, Sábado Santo).

–San Melitón de Sardes (s. II)

Obispo de Sardes, en Lidia, fue asceta y teólogo sumamente venerado. Hacia el 190, se le nombra en un escrito entre «las grandes estrellas» del Asia Menor. En este texto afirma la preexistencia de Cristo, que obra en la historia antigua de la salvación, y contempla el misterio pascual del Cordero inmolado por nosotros, que quita el pecado del mundo en su sacrificio de expiación.

«Muchas predicciones nos dejaron los profetas en torno al misterio de Pascua, que es Cristo: a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Él vino desde los cielos a la tierra a causa de los sufrimientos humanos; se revistió de la naturaleza humana en el vientre virginal y apareció como hombre; hizo suyas las pasiones y sufrimientos humanos con su cuerpo, sujeto al dolor, y destruyó las pasiones de la carne, de modo que quien por su espíritu no podía morir acabó con la muerte homicida.

«Se vio arrastrado como un cordero y degollado como una oveja, y así nos redimió de idolatrar al mundo, como en otro tiempo libró a los israelitas de Egipto, y nos salvó de la esclavitud diabólica, como en otro tiempo a Israel de la mano del Faraón; y marcó nuestras almas con su propio espíritu y los miembros de nuestro cuerpo con su sangre.

«Éste es el que cubrió a la muerte de confusión y dejó sumido al demonio en el llanto, como Moisés al Faraón. Éste es el que derrotó a la iniquidad y a la injusticia, como Moisés castigó a Egipto con la esterilidad. Éste es el que nos sacó de la servidumbre a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la tiranía al recinto eterno, e hizo de nosotros un sacerdocio nuevo y un pueblo elegido y eterno. Él es la Pascua de nuestra salvación.

«Éste es el que tuvo que sufrir mucho y en muchas ocasiones: el mismo que fue asesinado en Abel y atado de pies y manos en Isaac, el mismo que peregrinó en Jacob y fue vendido en José, expuesto en Moisés y sacrificado en el cordero, perseguido en David y deshonrado en los profetas.

«Éste es el que se encarnó en la Virgen, colgado del madero, sepultado en tierra, y el que, resucitado de entre los muertos, subió al cielo. Éste es el cordero que enmudecía y que fue inmolado; el mismo que nació de María, la hermosa cordera; el mismo que fue arrebatado del rebaño, empujado a la muerte, inmolado al atardecer y sepultado por la noche; aquel que no fue quebrantado en el leño, ni se descompuso en la tierra; el mismo que resucitó de entre los muertos e hizo que el hombre surgiera desde lo más hondo del sepulcro».

(Homilía sobre la Pascua 65-71: leer más > LH, Jueves Santo).

–Anónimo (s. II)

En esta homilía antigua predicada en la celebración anual de la Pascua cristiana, la pasión de Cristo y su resurrección gloriosa se contemplan como la causa permanente de la Santa Iglesia.

«La pasión del Salvador es la salvación de la vida de los hombres. Para esto quiso el Señor morir por nosotros, para que creyendo en él, llegáramos a vivir eternamente. Quiso ser, por un tiempo, lo que somos nosotros, para que nosotros, participando de la eternidad prometida, viviéramos con él eternamente. Ésta es la gracia de estos sagrados misterios, éste el don de la Pascua, éste el contenido de la fiesta anhelada durante todo el año, éste el comienzo de los bienes futuros.

«Ante nuestros ojos tenemos a los que acaban de nacer en el agua de la vida de la madre Iglesia: reengendrados en la sencillez de los niños, nos recrean con los balbuceos de su conciencia inocente. Presentes están también los padres y madres cristianos que acompañan a su numerosa prole, renovada por el sacramento de la fe. Destellan aquí, cual adornos de la profesión de fe que hemos escuchado, las llamas fulgurantes de los cirios de los recién bautizados, quienes, santificados por el sacramento del agua, reciben el alimento espiritual de la eucaristía.

«Aquí, cual hermanos de una única familia que se nutre en el seno de una madre común, la santa Iglesia, los neófitos adoran la divinidad y las maravillosas obras del Dios único en tres personas y, con el profeta, cantan el salmo de la solemnidad pascual: «éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo» (Sal 117,24)».

(Homilía pascual antigua: leer más > LH, miércoles Octava de Pascua).

(143)

3. La devoción a la Cruz: siglos II-IV

–Qué cosas dicen de la Cruz tan preciosas…

–Llevan grabada en el corazón la Cruz de Cristo, y de la abundancia del corazón habla la boca.

Continúo transcribiendo textos de la Tradición cristiana sobre la cruz de Cristo y la de los cristianos. Meditando estos escritos, crezcamos en el conocimiento y en el amor de Cristo, y de Cristo crucificado; y reparemos por quienes hoy olvidan y falsifican el misterio de la Cruz.

–Anónimo

El sacrificio pascual de Cristo, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, es desde el principio de la Iglesia el centro de la vida cristiana personal y comunitaria.

«Todo aquel que sabe que la Pascua ha sido inmolada por él, sepa también que la vida empezó para él en el momento en que Cristo se inmoló para salvarle. Cristo se inmoló por nosotros… y reconocemos que la vida nos ha sido devuelta por este sacrificio. Quien llegue al conocimiento de esto debe esforzarse en vivir de esta vida nueva y no pensar ya en volver otra vez a la antigua, puesto que la vida antigua ha llegado a su fin».

(Homilía pascual de un autor antiguo, PG59,723-724: leer más > LH, lunes II de Pascua).

–San Justino (+163).

Samaritano, converso, filósofo, abre escuela en Roma, escribe dos Apologías en favor de los cristianos, y muere mártir. Él nos da una descripción preciosa de la Misa en el siglo II: «El llamado día del sol [domingo: sunday todavía en inglés] se reúnen todos en un lugar»…

«A nadie es lícito participar de la Eucaristía si no cree que son verdad las cosas que enseñamos [fe], y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración [bautismo], y no vive como Cristo nos enseñó [estado de gracia].

«Porque no tomamos estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria, sino que, así como Cristo nuestro salvador se hizo carne por la Palabra de Dios y tuvo carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias [la plegaria eucarística] que contiene las palabras de Jesús, y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarnó».

» (I Apología en defensa de los cristianos 66-67: leer más > LH, domingo III Pascua).

–San Cipriano (+258).

Pagano converso, Obispo de Cartago, sostiene con sus cartas la fidelidad de los mártires, hasta que él mismo sufre el martirio. Cristo prolonga en los mártires su pasión personal, acompañándolos y sosteniéndolos. La gloria de la Cruz brilla no solo en Cristo, sino también en sus fieles. En estos textos se ve a Cripriano, en medio de una de las más duras persecuciones que sufrió la Iglesia, exultante de gozo.

«Como sabéis, desde el comienzo del mundo las cosas han sido dispuestas de tal forma que la justicia sufre aquí una lucha con el siglo. Ya desde el mismo comienzo, el justo Abel fue asesinado, y a partir de él siguen el mismo camino los justos, los profetas y los apóstoles. El mismo Señor ha sido en sí mismo el ejemplar para todos ellos, enseñando que ninguno puede llegar a su reino sino aquellos que sigan su mismo camino: «El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna» (Mt 16,24-25)» (Carta 6, 1-2).

«En la persecución se cierra el mundo, pero se abre el cielo. Amenaza el anticristo, pero protege Cristo. Se inflige la muerte, pero sigue la inmortalidad. ¡Qué gran dignidad y seguridad, salir contento de este mundo, salir glorioso en medio de la aflicción y la angustia, cerrar en un momento estos ojos con los que vemos a los hombre y al mundo, para volverlos a abrir en seguida y contemplar a Dios y a Cristo!… Se te arranca repentinamente de la tierra, para colocarte en el reino celestial» (Tratado a Fortunato cp. 13).

«¿Con qué alabanza podré ensalzaros, hermanos valerosísimos? Tolerasteis una durísima lucha hasta alcanzar la gloria, y no cedisteis ante los suplicios, sino que fueron más bien los suplicios quienes cedieron ante vosotros… ¡Qué espectáculo a los ojos del Señor, cuán grato en la presencia de Dios! Con qué alegría estuvo allí Cristo, de qué buena gana luchó y venció en aquellos siervos suyos, como protector de su fe, y dando a los que en él confiaban tanto cuanto cada uno confiaba en recibir. Estuvo presente en su combate, sostuvo, fortaleció, animó a los que combatían para defender el honor de su nombre… Dichosa Iglesia nuestra, a la que Dios se digna honrar con semejante esplendor, ilustre en nuestro tiempo por la sangre gloriosa de los mártires» (Carta 10, 2-3.5)

–San Efrén (+373)

Diácono y maestro de la escuela de Edesa, Mesopotamia, Doctor de la Iglesia, llamado «la lira del Espíritu Santo» por la belleza de los himnos litúrgicos y de los textos catequéticos que compuso.

«Nuestro Señor fue vencido por la muerte, pero él, a su vez, venció a la muerte, pisándola como si fuera un camino. Se sometió a la muerte y la soportó deliberadamente para acabar con la obstinada muerte. En efecto, nuestro Señor salió cargado con su cruz, como deseaba la muerte; pero desde la cruz gritó, llamando a los muertos a la resurrección, en contra de lo que la muerte deseaba.

«La muerte le mató gracias al cuerpo que tenía; pero él, con las mismas armas, triunfó sobre la muerte. La divinidad se ocultó bajo los velos de la humanidad; sólo así pudo acercarse a la muerte, y la muerte le mató, pero él, a su vez, acabó con la muerte. La muerte, en efecto, destruyó la vida natural, pero luego fue destruida, a su vez, por la vida sobrenatural…

«El admirable hijo del carpintero llevó su cruz a las moradas de la muerte, que todo lo devoraban, y condujo así a todo el género humano a la mansión de la vida. Y la humanidad entera, que a causa de un árbol había sido precipitada en el abismo inferior, por otro árbol, el de la cruz, alcanzó la mansión de la vida. En el árbol, pues, en que había sido injertado un esqueje de muerte amarga, se injertó luego otro de vida feliz, para que confesemos que Cristo es Señor de toda la creación.

«¡A ti la gloria, a ti que con tu cruz elevaste como un puente sobre la misma muerte, para que las almas pudieran pasar por él desde la región de la muerte a la región de la vida! ¡A ti la gloria, a ti que asumiste un cuerpo mortal e hiciste de él fuente de vida para todos los mortales! Tú vives para siempre. Los que te dieron muerte se comportaron como los agricultores: enterraron la vida en el sepulcro, como el grano de trigo se entierra en el surco, para que luego brotara y resucitara llevando consigo a otros muchos.

«Venid, hagamos de nuestro amor una ofrenda grande y universal. Elevemos cánticos y oraciones en honor de aquel que en la cruz se ofreció a Dios como holocausto para enriquecernos a todos».

(Sermón sobre nuestro Señor 3-4.9: leer más > LH viernes III Tiempo Pascual).

–San Basilio Magno (+379)

Nacido en Cesarea de Capadocia, monje y más tarde Obispo de su ciudad natal, es Doctor de la Iglesia y guía principal del monacato de Oriente. El mundo encuentra la verdad y la vida en la Cruz de Cristo.

«Nuestro Dios y Salvador realizó su plan de salvar el hombre levantándolo de su caída y haciendo que pasara del estado de alejamiento, al que le había llevado su desobediencia, al estado de familiaridad con Dios. Éste fue el motivo de la venida de Cristo en la carne, de sus ejemplos de vida evangélica, de sus sufrimientos, de su cruz, de su sepultura y de su resurrección: que el hombre, una vez salvado, recobrara, por la imitación de Cristo, su antigua condición de hijo adoptivo.

«Y así, para llegar a una vida perfecta, es necesario imitar a Cristo, no sólo en los ejemplos que nos dio durante su vida, ejemplos de mansedumbre, de humildad y de paciencia, sino también en su muerte, como dice Pablo, el imitador de Cristo: «muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos» (Rm 6,5)».

(Libro sobre el Espíritu Santo 15,35: MG 32, 127-130: leer más > LH Martes Santo).

–San Cirilo de Jerusalén (+386)

San Cirilo, obispo de Jerusalén, es famoso por sus grandes Catequesis. Este Doctor de la Iglesia sufrió por combatir a los arrianos dos destierros, uno de ellos de once años. Su alegría, su contemplación, su impulso permanente está en la Cruz sagrada de nuestro Señor Jesucristo.

«Cualquier acción de Cristo es motivo de gloria para la Iglesia universal; pero el máximo motivo de gloria es la cruz. Así lo expresa con acierto Pablo, que tan bien sabía de ello: «lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Cristo» (Gál 6,14).

«Fue, ciertamente, digno de admiración el hecho de que el ciego de nacimiento recobrara la vista en Siloé; pero, ¿en qué benefició esto a todos los ciegos del mundo? Fue algo grande y preternatural la resurrección de Lázaro, cuatro días después de muerto; pero este beneficio lo afectó a él únicamente, pues, ¿en qué benefició a los que en todo el mundo estaban muertos por el pecado?… En cambio, el triunfo de la cruz iluminó a todos los que padecían la ceguera del pecado, nos liberó a todos de las ataduras del pecado, redimió a todos los hombres.

«Por consiguiente, no hemos de avergonzarnos de la cruz del Salvador, sino más bien gloriarnos de ella. Porque «el mensaje de la cruz es escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, mas para nosotros salvación». Para los que están en vías de perdición es necedad, mas para nosotros, que estamos en vías de salvación, es fuerza de Dios (1Cor 1,23-24). Porque el que moría por nosotros no era un hombre cualquiera, sino el Hijo de Dios, Dios hecho hombre.

«En otro tiempo, aquel cordero sacrificado por orden de Moisés alejaba al exterminador; con mucha más razón, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo nos librará del pecado. Si la sangre de una oveja irracional fue signo de salvación, ¿cuánto más salvadora no será la sangre del Unigénito?

«Él no perdió la vida coaccionado ni fue muerto a la fuerza, sino voluntariamente. Oye lo que dice: «soy libre para dar mi vida y libre para volverla a tomar. Tengo poder para entregar mi vida y tengo poder para recuperarla» (Jn 10,17-18). Fue, pues, a la pasión por su libre determinación, contento con la gran obra que iba a realizar, consciente del triunfo que iba a obtener, gozoso por la salvación de los hombres; al no rechazar la cruz, daba la salvación al mundo. El que sufría no era un hombre vil, sino el Dios humanado, que luchaba por el premio de su obediencia.

«Por lo tanto, que la cruz sea tu gozo no sólo en tiempo de paz; también en tiempo de persecución has de tener la misma confianza, de lo contrario, serías amigo de Jesús en tiempo de paz y enemigo suyo en tiempo de guerra. Ahora recibes el perdón de tus pecados y las gracias que te otorga la munificencia de tu rey. Cuando sobrevenga la lucha, pelea denodadamente por tu rey.

«Jesús, que en nada había pecado, fue crucificado por ti; y tú ¿no te crucificarás por él, que fue clavado en la cruz por amor a ti? No eres tú quien le haces un favor a él, ya que tú has recibido primero. Lo que haces es devolverle el favor, saldando la deuda que tienes con aquel que por ti fue crucificado en el Gólgota».

(Catequesis de Jerusalén 13,1.3.6.23: MG 33, 771-774. 779. 802: leer más > LH jueves IV semana T. Ordinario).

El bautismo nos hace participar de la Pasión sagrada y de la Resurrección gloriosa de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

«Fuisteis conducidos a la santa piscina del divino bautismo, como Cristo desde la cruz fue llevado al sepulcro. Y se os preguntó a cada uno si creíais en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Después de haber confesado esta fe salvadora, se os sumergió por tres veces en el agua y otras tantas fuisteis sacados de la misma: con ello significasteis, en imagen y símbolo, los tres días de la sepultura de Cristo…

«Por eso os cuadra admirablemente lo que dijo Salomón, a propósito de otras cosas: «tiempo de nacer, tiempo de morir» (Ecl 3,2). Pero a vosotros os pasó esto en orden inverso: tuvisteis un tiempo de morir y un tiempo de nacer, aunque en realidad un mismo instante os dio ambas cosas, y vuestro nacimiento se realizó junto con vuestra muerte.

«¡Oh maravilla nueva e inaudita! Nosotros no hemos muerto ni hemos sido sepultados, ni hemos resucitado después de crucificados, en el sentido material de estas expresiones, pero, al imitar estas realidades en imagen hemos obtenido así la salvación verdadera. Cristo sí que fue realmente crucificado y su cuerpo fue realmente sepultado y realmente resucitó; a nosotros, en cambio, nos ha sido dado, por gracia, que, imitando lo que él padeció con la realidad de estas acciones, alcancemos de verdad la salvación.

«¡Oh exuberante amor para con los hombres! Cristo fue el que recibió los clavos en sus inmaculadas manos y pies, sufriendo grandes dolores, y a mí, sin experimentar ningún dolor ni ninguna angustia, se me dio la salvación por la comunión de sus dolores… «¿Es que no sabéis que los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo Jesús fuimos incorporados a su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte» (Rm 6,34)».

(Catequesis de Jerusalén 20, Mystagogica 2,4-6: MG 33, 1079-1082: leer más > LH jueves de la octava de Pascua).

(144)

4. La devoción a la Cruz: siglos IV-V

–¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!

–Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto.

El coro de la Tradición cristiana, a lo largo de los siglos, continúa cantando con muchas voces diferentes un mismo canto de gloria, gratitud y alabanza a la Cruz de Cristo.

–San Gregorio Nacianceno (+390)

Amigo de San Basilio y monje como él, fue obispo de Constantinopla, llamado «El Teólogo».

«Vamos a participar en la Pascua… Sacrifiquemos no jóvenes terneros ni corderos con cuernos y uñas, más muertos que vivos y desprovistos de inteligencia, sino más bien ofrezcamos a Dios un sacrificio de alabanza sobre el altar del cielo, unidos a los coros celestiales…

«Inmolémonos nosotros mismos a Dios, ofrezcámosle todos los días nuestro ser con todas nuestras acciones. Estemos dispuestos a todo por causa del Verbo; imitemos su Pasión con nuestros padecimientos, honremos su sangre con nuestra sangre, subamos decididamente a su cruz.

«Si eres Simón Cireneo, toma tu cruz y sigue a Cristo. Si estás crucificado con él como un ladrón, confía en tu Dios como el buen ladrón. Si por ti y por tus pecados Cristo fue tratado como un malhechor, lo fue para que tú llegaras a ser justo. Adora al que por ti fue crucificado, e, incluso si tú estás crucificado por tu culpa, saca provecho de tu mismo pecado y compra con la muerte tu salvación. Entra en el paraíso con Jesús y descubre de qué bienes te habías privado. Contempla la hermosura de aquel lugar y deja que fuera muera el murmurador con sus blasfemias.

«Si eres José de Arimatea, reclama su cuerpo a quien lo crucificó y haz tuya la expiación del mundo. Si eres Nicodemo, el que de noche adoraba a Dios, ven a enterrar el cuerpo y úngelo con ungüentos. Si eres una de las dos Marías, o Salomé, o Juana, llora desde el amanecer; procura ser el primero en ver la piedra quitada y verás quizá a los ángeles o incluso al mismo Jesús».

(Sermón 45, 23-24: MG 36, 654-655: leer más > LH sábado V Cuaresma).

–San Juan Crisóstomo (+407)

Nacido en Antioquía, monje, gran predicador, obispo de Constantinopla, Doctor de la Iglesia, es desterrado por combatir los errores y los pecados de su pueblo, especialmente de la Corte imperial, y muere en el exilio.

«¿Quieres saber el valor de la sangre de Cristo? Remontémonos a las figuras que la profetizaron y recorramos las antiguas Escrituras. «Inmolad, dice Moisés, un cordero de un año; tomad su sangre y rociad las dos jambas y el dintel de la casa» [Ex 12,5.7]. ¿Qué dices, Moisés? La sangre de un cordero irracional ¿puede salvar a los hombres dotados de razón? «Sin duda, responde Moisés: no porque se trate de sangre, sino porque en esta sangre se contiene una profecía de la sangre del Señor»…

«¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre? Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Señor. Pues muerto ya el Señor, dice el Evangelio, «uno de los soldados se acercó con la lanza, y le traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre» [Jn 19,34]: agua, como símbolo del bautismo; sangre, como figura de la eucaristía… Con estos dos sacramentos se edifica la Iglesia: con el agua de la regeneración y con la renovación del Espíritu Santo, es decir, con el bautismo y la eucaristía, que han brotado ambos del costado. Del costado de Jesús se formó, pues, la Iglesia, como del costado de Adán fue formada Eva».

(Catequesis 3,13-19: SC 50, 174-177: leer más > LH Viernes Santo).

–San Gaudencio de Brescia (+410)

De este santo Obispo de Brescia se conservan 21 sermones, varios de ellos, preciosos, sobre la Pascua sagrada de nuestro Señor Jesucristo.

«El sacrificio celeste instituido por Cristo constituye efectivamente la rica herencia del Nuevo Testamento que el Señor nos dejó, como prenda de su presencia, la noche en que iba a ser entregado para morir en la cruz… Este es el viático de nuestro viaje, con el que nos alimentamos y nutrimos durante el camino de esta vida, hasta que saliendo de este mundo lleguemos a él…

«Quiso, en efecto, que sus beneficios quedaran entre nosotros, quiso que las almas, redimidas por su preciosa sangre, fueran santificadas por este sacramento, imagen de su pasión; y encomendó por ello a sus fieles discípulos, a los que constituyó primeros sacerdotes de su Iglesia, que siguieran celebrando ininterrumpidamente estos misterios de vida eterna; misterios que han de celebrar todos los sacerdotes en cada una de las iglesias de todo el orbe, hasta el glorioso retorno de Cristo. De este modo los sacerdotes, junto con toda la comunidad de creyentes, contemplando todos los días el sacramento de la pasión de Cristo, llevándolo en sus manos, tomándolo en la boca, recibiéndolo en el pecho, mantendrán imborrable el recuerdo de la redención.

«Los que acabáis de libraros [por el bautismo] del poder de Egipto y del Faraón, que es el diablo, compartid en nuestra compañía, con toda la avidez de vuestro corazón creyente, este sacrificio de la Pascua salvadora; para que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, al que reconocemos presente en sus sacramentos, nos santifique en lo más íntimo de nuestro ser: cuyo poder inestimable permanece por los siglos».

(Tratado 2: leer más > LH jueves II Pascua).

–San Agustín (+430)

Norteafricano de Tagaste, durante treinta y cuatro años obispo de Hipona, gran Doctor de la Iglesia. Su teológica y mística elocuencia se eleva en la contemplación del sacrificio eucarístico de Cristo, del que predica muchas veces en sus escritos y homilías.

–«¡Oh, cómo nos amaste, Padre bueno, que «no perdonaste a tu Hijo único, sino que lo entregaste por nosotros», que éramos impíos [Rm 8,32]!… Por nosotros se hizo ante ti vencedor y víctima: vencedor, precisamente por ser víctima. Por nosotros se hizo ante ti sacerdote y sacrificio: sacerdote, precisamente del sacrificio que fue él mismo. Siendo tu Hijo, se hizo nuestro servidor, y nos transformó, para ti, de esclavos en hijos.

«Con razón tengo puesta en él la firme esperanza de que sanarás todas mis dolencias por medio de él, que está «sentado a tu diestra y que intercede por nosotros» [Rm 8,34]; de otro modo desesperaría… Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mis miserias, había decidido huir a la soledad; mas tú me lo prohibiste y me tranquilizaste, diciendo: «Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos» [cf. Rm 14,7-9]. He aquí, Señor, que ya arrojo en ti mi cuidado… Tú conoces mi ignorancia y mi flaqueza: enséñame y sáname. Tu Hijo único, «en quien están encerrados todos los tesoros del saber y del conocer» [Col 2,3], me redimió con su sangre»

(Confesiones 10,32,68-70: CSEL 33, 278-280: leer más > LH Viernes XVI T. Ordinario).

–«La pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es una prenda de gloria y una enseñanza de paciencia. Pues, ¿qué dejará de esperar de la gracia de Dios el corazón de los fieles, si por ellos, el Hijo único de Dios, coeterno con el Padre, no se contentó con nacer como un hombre entre los hombres, sino que quiso incluso morir por mano de aquellos hombres que él mismo había creado?… ¿Quién dudará que a los santos pueda dejar de darles su vida, si él mismo entregó su muerte a los impíos?… Lo que ya se ha realizado es mucho más increíble: Dios ha muerto por los hombres.

«Porque ¿quién es Cristo, sino aquel de quien dice la Escritura: «en el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios? Esta Palabra de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros» [Jn 1,1]. El no poseería lo que era necesario para morir por nosotros si no hubiera tomado de nosotros una carne mortal. Así el inmortal pudo morir. Así pudo dar su vida a los mortales: y hará que más tarde tengan parte en su vida aquellos de cuya condición él primero se había hecho participe. Pues nosotros, por nuestra naturaleza, no teníamos posibilidad de vivir, ni él por la suya, posibilidad de morir. Él hizo, pues, con nosotros este admirable intercambio, tomó de nuestra naturaleza la condición mortal y nos dio de la suya la posibilidad de vivir.

«Por tanto, no sólo no debemos avergonzarnos de la muerte de nuestro Dios y Señor, sino que hemos de confiar en ella con todas nuestras fuerzas y gloriarnos en ella por encima de todo: pues al tomar de nosotros la muerte, que en nosotros encontró, nos prometió con toda su fidelidad que nos daría en sí mismo la vida que nosotros no podemos llegar a poseer por nosotros mismos. Y si aquel que no tiene pecado nos amó hasta tal punto que por nosotros, pecadores, sufrió lo que habían merecido nuestros pecados, ¿cómo después de habernos justificado, dejará de darnos lo que es justo? Él, que promete con verdad, ¿cómo no va a darnos los premios de los santos, si soportó, sin cometer iniquidad, el castigo que los inicuos le infligieron?

«Confesemos, por tanto, intrépidamente, hermanos, y declaremos bien a las claras que Cristo fue crucificado por nosotros: y hagámoslo no con miedo, sino con júbilo, no con vergüenza, sino con orgullo… «Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» [Gal 6,14]»

(Sermón Güelferbitano 3: MLS 2, 545-546: leer más > LH Lunes Santo).

–«Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa sociedad, es decir, toda obra relacionada con aquel supremo bien, mediante el cual llegamos a la verdadera felicidad. Por ello, incluso la misma misericordia que nos mueve a socorrer al hermano, si no se hace por Dios, no puede llamarse sacrificio. Porque, aun siendo el hombre quien hace o quien ofrece el Sacrificio éste, sin embargo, es una acción divina, como nos lo indica la misma palabra con la cual llamaban los antiguos latinos a esta acción. Por ello, puede afirmarse que incluso el hombre es verdadero sacrificio cuando está consagrado a Dios por el bautismo y está dedicado al Señor, ya que entonces muere al mundo y vive para Dios…

«Si, pues, las obras de misericordia para con nosotros mismos o para con el prójimo, cuando están referidas a Dios, son verdadero sacrificio, y, por otra parte, solo son obras de misericordia aquellas que se hacen con el fin de librarnos de nuestra miseria y hacernos felices –cosa que no se obtiene sino por medio de aquel bien, del cual se ha dicho: «para mí lo bueno es estar junto a Dios» [Sal 72,28]–, resulta claro que toda la ciudad redimida, es decir, la asamblea de los santos, debe ser ofrecida a Dios como un sacrificio universal por mediación de aquel gran sacerdote que se entregó a sí mismo por nosotros, tomando la condición de esclavo, para que nosotros llegáramos ser cuerpo de tan sublime cabeza. Ofreció esta forma esclavo y bajo ella se entregó a sí mismo, porque sólo según ella pudo ser mediador, sacerdote y sacrificio.

«Por esto, nos exhorta el Apóstol a que «ofrezcamos nuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable», y a que «no nos conformemos con este siglo, sino que nos reformemos en la novedad de nuestro espíritu» [Rm 12,1-2]… Éste es el sacrificio de los cristianos: la reunión de muchos, que formamos un solo cuerpo en Cristo. Este misterio es celebrado por la Iglesia en el sacramento del altar, donde se de muestra que la Iglesia, en la misma oblación que hace, se ofrece a sí misma.

(Ciudad de Dios 10,6: CCL 47, 278-279: leer más > LH Viernes XXVIII T. Ordinario).

–«Jesucristo, salvador del cuerpo, y los miembros de este cuerpo forman como un solo hombre, del cual él es la cabeza, nosotros los miembros; uno y otros estamos unidos en una sola carne, una sola voz, unos mismos sufrimientos; y, cuando haya pasado el tiempo de iniquidad, estaremos también unidos en un solo descanso. Así, pues, la pasión de Cristo no se limita únicamente a Cristo… Porque …si [los sufrimientos] solo le perteneciesen a él, solo a la cabeza, ¿con qué razón dice el apóstol Pablo: «así completo en mi carne los dolores de Cristo» [Col 1,24]?…

«Lo que sufres es solo lo que te correspondía como contribución de sufrimiento a la totalidad de la pasión de Cristo, que padeció como cabeza nuestra y sufre en sus miembros, es decir, en nosotros mismos. Cada uno de nosotros aportando a esta especie de contribución común lo que debemos de acuerdo a las fuerzas que poseemos, contribuimos con una especie de canon de sufrimientos».

(Comentarios sobre los salmos 61, 4: CCL 39, 773-775: leer más > LH 12 mayo).

–San Cirilo de Alejandría (+444)

Monje, obispo de Alejandría, gran defensor de la fe católica, especialmente contra los nestorianos. Presidió el concilio de Éfeso (431, ecuménico IIIº), donde se profesó la fe en la Santísima Virgen María como «theotokos», Madre de Dios. Es Doctor de la Iglesia.

«Por todos muero, dice el Señor, para vivificarlos a todos y redimir con mi carne la carne de todos. En mi muerte morirá la muerte y conmigo resucitará la naturaleza humana de la postración en que había caído. Con esta finalidad me he hecho semejante a vosotros y he querido nacer de la descendencia de Abrahán para asemejarme en todo a mis hermanos…

«Si Cristo no se hubiera entregado por nosotros a la muerte, él solo por la redención de todos, nunca hubiera podido ser destituido el que tenía el dominio de la muerte [el diablo], ni hubiera sido posible destruir la muerte, pues él es el único que está por encima de todos. Por ello se aplica a Cristo aquello que se dice en el libro de los salmos, donde Cristo aparece ofreciéndose por nosotros a Dios Padre: «tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo dije: aquí estoy» [Sal 39,7-8; Heb 10,5-7].

«Cristo fue, pues, crucificado por todos nosotros, para que, habiendo muerto uno por todos, todos tengamos vida en él. Era, en efecto, imposible que la vida muriera o fuera sometida a la corrupción natural. Que Cristo ofreciese su carne por la vida del mundo es algo que deducimos de sus mismas palabras: «Padre santo, dijo, guárdalos». Y luego añade: «Por ellos me consagro yo» [Jn 17,11.18].

«Cuando dice consagro debe entenderse en el sentido de «me dedico a Dios» y «me ofrezco como hostia inmaculada en olor de suavidad». Pues según la ley se consagraba o llamaba sagrado lo que se ofrecía sobre el altar. Así Cristo entregó su cuerpo por la vida de todos, y a todos nos devolvió la vida».

(Sobre el evangelio de San Juan 4,2: MG 73, 563-566: leer más > LH sábado III Tiempo Pascual).

(145)

5. La devoción a la Cruz: siglos V-VI

–Hoy, Santa María Magdalena.

–«Él me libró del demonio - yo le seguí hasta la cruz, - y di el primer testimonio - de la Pascua de Jesús».

Canta la Iglesia en su historia la gloria de la Cruz, y nosotros cantamos hoy con ella.

–San Pedro Crisólogo (+450)

Obispo de Ravena, notable predicador, Doctor de la Iglesia, fidelísimo a la Sede de Pedro: «por el bien de la paz y de la fe, no podemos escuchar nada que se refiera a la fe sin la aprobación del Obispo de Roma». En el texto que sigue contempla el misterio de la Cruz en los cristianos.

«Os exhorto, por la misericordia de Dios, nos dice San Pablo, [a presentar vuestros cuerpos como hostia viva» (Rm 12,1)]. Él nos exhorta, o mejor dicho, Dios nos exhorta, por medio de él. El Señor se presenta como quien ruega, porque prefiere ser amado que temido, y le agrada más mostrarse como Padre que aparecer como Señor. Dios, pues, suplica por misericordia para no tener que castigar con rigor.

«Y escucha cómo suplica el Señor: «mirad y contemplad en mí vuestro mismo cuerpo, vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos, vuestra sangre. Y si ante lo que es propio de Dios teméis, ¿por qué no amáis al contemplar lo que es de vuestra misma naturaleza? Si teméis a Dios como Señor, por qué no acudís a él como Padre?

«Pero quizá sea la inmensidad de mi Pasión, cuyos responsables fuisteis vosotros, lo que os confunde. No temáis. Esta cruz no es mi aguijón, sino el aguijón de la muerte. Estos clavos no me infligen dolor, lo que hacen es acrecentar en mí el amor por vosotros. Estas llagas no provocan mis gemidos, lo que hacen es introduciros más en mis entrañas. Mi cuerpo al ser extendido en la cruz os acoge con un seno más dilatado, pero no aumenta mi sufrimiento. Mi sangre no es para mí una pérdida, sino el pago de vuestro precio. Venid, pues, retornad y comprobaréis que soy un padre, que devuelvo bien por mal, amor por injurias, inmensa caridad como paga de las muchas heridas».

«Pero escuchemos ya lo que nos dice el Apóstol: «os exhorto a presentar vuestros cuerpos». Al rogar así el Apóstol eleva a todos los hombres a la dignidad del sacerdocio: a presentar vuestros cuerpos como hostia viva. ¡Oh inaudita riqueza del sacerdocio cristiano: el hombre es, a la vez, sacerdote y víctima! El cristiano ya no tiene que buscar fuera de sí la ofrenda que debe inmolar a Dios: lleva consigo y en sí mismo lo que va a sacrificar a Dios. Tanto la víctima como el sacerdote permanecen intactos: la víctima sacrificada sigue viviendo, y el sacerdote que presenta el sacrificio no podría matar esta víctima. Misterioso sacrificio en que el cuerpo es ofrecido sin inmolación del cuerpo, y la sangre se ofrece sin derramamiento de sangre. «Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva»…

«Hombre, procura, pues, ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios. No desprecies lo que el poder de Dios te ha dado y concedido. Revístete con la túnica de la santidad, que la castidad sea tu ceñidor, que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la cruz defienda tu frente, que en tu pecho more el conocimiento de los misterios de Dios, que tú oración arda continuamente, como perfume de incienso. Toma en tus manos la espada del Espíritu; haz de tu corazón un altar, y así, afianzado en Dios, presenta tu cuerpo al Señor como sacrificio. Dios quiere tu fe, no desea tu muerte; tiene sed de tu entrega, no de tu sangre; se aplaca, no con tu muerte, sino con tu buena voluntad».

(Sermón 108: ML 52, 499-500: leer más > LH martes IV Pascua).

–San León Magno (+461)

Toscano, Obispo de Roma, gran predicador y escritor, Doctor de la Iglesia. Afirmó con fórmulas perfectas la fe católica en el misterio de Cristo, y no solo defendió la fe ortodoxa, sino también la cultura occidental, amenazada por hunos y vándalos.

«Que nuestra alma, iluminada por el Espíritu de verdad, reciba con puro y libre corazón la gloria de la cruz que irradia por cielo y tierra, y trate de penetrar interiormente lo que el Señor quiso significar cuando, hablando de la pasión cercana, dijo: «ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre». Y más adelante: «ahora mi alma está agitada, y, ¿qué diré ? Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora, Padre, glorifica a tu Hijo». Se oyó la voz del Padre, que decía desde el cielo: «lo he glorificado y volveré a glorificarlo», y dijo Jesús a los que le rodeaban:… «cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Esto lo decía indicando de qué muerte había de morir» [12,23-33].

«¡Oh admirable poder de la cruz! ¡Oh inefable gloria de la pasión! En ella podemos admirar el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del Crucificado. Atrajiste a todos hacia ti, Señor, porque la devoción de todas las naciones de la tierra puede celebrar ahora con sacramentos eficaces y de claro significado, lo que antes solo podía celebrarse en el templo de Jerusalén y únicamente por medio de símbolos y figuras. Ahora, efectivamente, es mayor la grandeza de los sacerdotes, más santa la unción de los pontífices, porque tu cruz es ahora fuente de todas las bendiciones y origen de todas las gracias: por ella los creyentes encuentran fuerza en la debilidad, gloria en el oprobio, vida en la misma muerte.

«Ahora, al cesar la multiplicidad de los sacrificios carnales, la sola ofrenda de tu cuerpo y sangre lleva a realidad todos los antiguos sacrificios, porque tú eres el verdadero «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» [Jn 1,29]… » Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores» [1Tim 1,15]. Aquí radica la maravillosa misericordia de Dios para con nosotros: en que Cristo no murió por los justos ni por los santos, sino por los pecadores y por los impíos.
«Y como la naturaleza divina no podía sufrir el suplicio de la muerte, tomó de nosotros, al nacer, lo que pudiera ofrecer por nosotros… En efecto, si Cristo al morir tuvo que acatar la ley del sepulcro, al resucitar, en cambio, la derogó hasta tal punto que echó por tierra la perpetuidad de la muerte y la convirtió de eterna en temporal, ya que «si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida» [1Cor 15, 22].

(Sermón 8 sobre la pasión del Señor 6-8: ML 54, 340-342: leer más > LH martes V Cuaresma).

«El verdadero venerador de la pasión del Señor tiene que contemplar de tal manera, con la mirada del corazón, a Jesús crucificado, que reconozca en él su propia carne. Toda la tierra ha de estremecerse ante el suplicio del Redentor: las mentes infieles, duras como la piedra, han de romperse, y los que están en los sepulcros, quebradas las losas que los encierran, han de salir de sus moradas mortuorias. Que se aparezcan también ahora en la ciudad santa, esto es, en la Iglesia de Dios, como un anuncio de la resurrección futura, y lo que un día ha de realizarse en los cuerpos, efectúese ya ahora en los corazones.

«A ninguno de los pecadores se le niega su parte en la cruz, ni existe nadie a quien no auxilie la oración de Cristo. Si ayudó incluso a sus verdugos ¿cómo no va a beneficiar a los que se convierten a él? Se eliminó la ignorancia, se suavizaron las dificultades, y la sangre de Cristo suprimió aquella espada de fuego que impedía la entrada en el paraíso de la vida. La obscuridad de la vieja noche cedió ante la luz verdadera.

«Se invita a todo el pueblo cristiano a disfrutar de las riquezas del paraíso, y a todos los bautizados se les abre la posibilidad de regresar a la patria perdida, a no ser que alguien se cierre a sí mismo aquel camino que quedó abierto, incluso, ante la fe del ladrón arrepentido. No dejemos, por tanto, que las preocupaciones y la soberbia de la vida presente se apoderen de nosotros, de modo que renunciemos al empeño de conformarnos a nuestro Redentor, a través de sus ejemplos, con todo el impulso de nuestro corazón. Porque no dejó de hacer ni sufrir nada que fuera útil para nuestra salvación, para que la virtud que residía en la cabeza residiera también en el cuerpo».

(Sermón de la pasión del Señor 15,34: PL 54,366-367: LH jueves IV Cuaresma)

–San Fulgencio de Ruspe (+532)

Monje norteafricano, obispo de Ruspe, fue quizá el mejor teólogo de su tiempo, y siguiendo la doctrina de San Agustín, afirmó la fe católica contra arrianos y semipelagianos.

Cristo poseía «en sí mismo todo lo que era necesario para que se efectuara nuestra redención, es decir, él mismo fue el sacerdote y el sacrificio; él mismo, Dios y el templo: el sacerdote por cuyo medio nos reconciliamos, el sacrificio que nos reconcilia, el templo en el que nos reconciliamos, el Dios con quien nos hemos reconciliado…

«Ten, pues, por absolutamente seguro y no dudes en modo alguno, que el mismo Dios unigénito, Verbo hecho carne, se ofreció por nosotros a Dios en olor de suavidad como sacrificio y hostia; el mismo en cuyo honor, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, los patriarcas, profetas y sacerdotes ofrecían en tiempos del antiguo Testamento sacrificios de animales; y a quien ahora, o sea, en el tiempo del Testamento nuevo, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, con quienes comparte la misma y única divinidad, la santa Iglesia católica no deja nunca de ofrecer por todo el universo de la tierra el sacrificio del pan y del vino, con fe y caridad».

(Regla de la verdadera fe a Pedro 22,63: CCL 91 A,726. 750-751: leer más > LH viernes V Cuaresma).

«Fijaos que en la conclusión de las oraciones decimos: «por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo»; en cambio, nunca decimos: «por el Espíritu Santo». Esta práctica universal de la Iglesia tiene su explicación en aquel misterio según el cual, «el mediador entre Dios y los hombres es el hombre Cristo Jesús, sacerdote eterno según el rito de Melquisedec, que entró una vez para siempre con su propia sangre en el santuario, pero no en un santuario construido por hombres, imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, donde está a la derecha de Dios e intercede por nosotros» [Heb 6,19-20; 8,1; 9,12].

«Teniendo ante sus ojos este oficio sacerdotal de Cristo, dice el Apóstol: por su medio, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza» [13,15]… Y así nos exhorta san Pedro: «también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo» [1Pe 2,5].

«Por este motivo, decimos a Dios Padre: “por nuestro Señor Jesucristo”… Y al decir “tu Hijo”, añadimos: “que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo”, para recordar, con esta adición, la unidad de naturaleza que tienen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y significar, de este modo, que el mismo Cristo, que por nosotros ha asumido el oficio de sacerdote, es por naturaleza igual al Padre y al Espíritu Santo».

(Carta 14,36-37: CCL 91,429-43: leer más > LH jueves II T. Ordinario).

«Cuando ofrecemos nuestro sacrificio, realizamos aquello mismo que nos mandó el Salvador… Y porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y nosotros sepamos vivir crucificados para el mundo [Gál 6,14]. Así, imitando la muerte de nuestro Señor, como Cristo «murió al pecado de una vez para siempre, y su vivir es un vivir para Dios, también nosotros andemos en una vida nueva, y, llenos de caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios» [Rm 6,10-11]…

«Debemos decir, pues, que todos los fieles que aman a Dios y a su prójimo, aunque no lleguen a beber el cáliz de una muerte corporal, deben beber, sin embargo, el cáliz del amor del Señor, embriagados con el cual, mortificarán sus miembros en la tierra y, revestidos de nuestro Señor Jesucristo, no se entregarán ya a los deseos y placeres de la carne, ni vivirán dedicados a los bienes visibles, sino a los invisibles. De este modo, beberán el cáliz del Señor y alimentarán con él la caridad, sin la cual, aunque haya quien entregue su propio cuerpo a las llamas, de nada le aprovechará. En cambio, cuando poseemos el don de esta caridad, llegamos a convertirnos realmente en aquello mismo que sacramentalmente celebramos en nuestro sacrificio».

(Tratado contra Fabiano 28,16-19: CCL 91 a, 813-814: leer más > LH lunes XXVIII T. Ordinario).

–San Anastasio de Antioquía (+598)

Monje palestino, obispo patriarca de Antioquía.

«Cristo dijo a sus discípulos, a punto ya de subir a Jerusalén: «mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los gentiles y a los sumos sacerdotes y a los escribas, para que lo azoten, se burlen de él y lo crucifiquen» [Mc 10,33-34].

«Esto que decía estaba de acuerdo con las predicciones de los profetas, que habían anunciado de antemano el final que debía tener en Jerusalén. Las sagradas Escrituras habían profetizado desde el principio la muerte de Cristo y todo lo que sufriría antes de su muerte; como también lo que había de suceder con su cuerpo, después de muerto. Con ello predecían que este Dios, al que tales cosas acontecieron, era impasible e inmortal. Y no podríamos tenerlo por Dios, si, al contemplar la realidad de su encarnación, no descubriésemos en ella el motivo justo y verdadero para profesar nuestra fe en ambos extremos: a saber, en su pasión y en su impasibilidad; como también el motivo por el cual el Verbo de Dios, que era impasible, quiso sufrir la pasión, porque era el único modo como podía ser salvado el hombre….

«El Mesías, pues, tenía que padecer», y su pasión era totalmente necesaria, como él mismo lo afirmó cuando calificó de hombres sin inteligencia y cortos de entendimiento a aquellos discípulos que ignoraban que el Mesías tenía que padecer para entrar en su gloria [24.25-26]. Porque él, en verdad, vino para salvar a su pueblo, dejando aquella gloria que tenía junto al Padre antes que el mundo existiese. Y esta salvación es aquella perfección que había de obtenerse por medio de la pasión, y que había de ser atribuida al guía de nuestra salvación, como nos enseña la carta a los Hebreos, cuando dice que él es «el guía de nuestra salvación, perfeccionado y consagrado con sufrimientos».

(Sermón 4,1-2: MG 89,1347-1349: leer más > LH martes octava Pascua).

(146)

6. La devoción a la Cruz: siglos VIII-XIII

–¿No se aburre usted de acumular uno y otro texto sobre la cruz de Cristo? ¿No se cansarán los lectores?

–Le responde San Juan de la Cruz: «el alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa» (Dichos de luz y amor 96).

Sin aburrirnos ni cansarnos, proseguimos esta modesta antología de textos sobre la Cruz de Cristo.

–San Andrés de Creta (+740)

Nacido en Damasco, monje en Jerusalén, obispo de Creta, poeta litúrgico y gran predicador.

«Venid, y al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo que vuelve hoy de Betania y por propia voluntad se apresura hacia su venerable y dichosa pasión para poner fin al misterio de la salvación de los hombres. Porque el que iba libremente hacia Jerusalén es el mismo que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, para levantar consigo a los que yacíamos en lo más profundo y colocarnos, como dice la Escritura, “por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación y por encima de todo nombre conocido” [Ef 1,21].

«Y viene, no como quien busca su gloria por medio de la fastuosidad y de la pompa… sino manso y humilde, y se presentará sin espectacularidad alguna. Ea, pues, corramos a una con quien se apresura a su pasión, e imitemos a quienes salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo a su paso ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos con la disposición más humillada de que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos al Verbo que viene, y así logremos captar a aquel Dios que nunca puede ser totalmente captado por nosotros.

… «Y si antes, teñidos como estábamos de la escarlata del pecado, volvimos a encontrar la blancura de la lana gracias al saludable baño del bautismo, ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya ramas de palma, sino trofeos de victoria. Repitamos cada día aquella sagrada exclamación que los niños cantaban, mientras agitamos los ramos espirituales del alma: «bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor»».

(Sermón 9 sobre el domingo de Ramos: PG 97,990-994: leer más > LH domingo de Ramos).

«Por la cruz, cuya fiesta celebramos, fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la luz. Celebramos hoy la fiesta de la cruz y, junto con el crucificado, nos elevamos hacia lo alto, para, dejando abajo la tierra y el pecado, gozar de los bienes celestiales. Tal y tan grande es la posesión de la cruz.

«Quien posee la cruz posee un tesoro. Y al decir tesoro, quiero significar el más excelente de todos los bienes, en el cual, por el cual y para el cual culmina nuestra salvación y se nos restituye a nuestro estado de justicia original. Porque sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz, aquel que es la vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en que constaba la deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, y el paraíso continuaría cerrado. Sin la cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni dospojado el lugar de los muertos.

«Por esto, la cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque ella es el origen de innumerables bienes, tanto más numerosos, cuanto que los milagros y sufrimientos de Cristo juegan un papel decisivo en su obra de salvación. Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufriimiento y el trofeo del mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; y el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el mundo.

«La cruz es llamada también gloria y exaltación de Cristo. Ella es el cáliz rebosante, de que nos habla el salmo, y la culminación de todos los tormentos que padeció Cristo por nosotros… Él mismo nos enseña que la cruz es su exaltación, cuando dice: «cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» [Jn 12,32]».

(Sermón 10: MG 97, 1018-1019: leer más > LH 14 de septiembre).

–San Teodoro Estudita (+826)

Nacido en Constantinopla, abad del monasterio de Stoudios, escritor y reformador monástico.

«¡Oh don preciosísimo de la cruz! ¡Qué figura tiene más esplendorosa! No contiene, como el árbol del paraíso, el bien y el mal entremezclados, sino que en él todo es hermoso y atractivo tanto para la vista como para el paladar. Es un árbol que engendra la vida, sin ocasionar la muerte; que ilumina sin producir sombras; que introduce en el paraíso, sin expulsar a nadie de él; es un madero al que Cristo subió, como rey que monta en su cuadriga, para derrotar al diablo que detentaba el poder de la muerte, y librar al género humano de la esclavitud a que la tenía sometido el diablo.

«Este madero, en el que el Señor, cual valiente luchador en el combate, fue herido en sus divinas manos, pies y costados, curó las huellas del pecado y las heridas que el pernicioso dragón había infligido a nuestra naturaleza. Si al principio un madero nos trajo la muerte, ahora otro madero nos da la vida: entonces fuimos seducidos por el árbol: ahora por el árbol ahuyentamos la antigua serpiente. Nuevos e inesperados cambios: en lugar de la muerte alcanzamos la vida; en lugar de la corrupción, la incorrupción; en lugar del deshonor, la gloria.

… « Con la cruz sucumbió la muerte, y Adán se vio restituido a la vida. En la cruz se gloriaron todos los apóstoles, en ella se coronaron los mártires y se santificaron los santos. Con la cruz nos revestimos de Cristo y nos despojamos del hombre viejo. Fue la cruz la que nos reunió en un solo rebaño, como ovejas de Cristo, y es la cruz la que nos lleva al aprisco celestial».

(Sermón en la adoración de la Cruz: MG 99, 691-695. 698-699: leer más > LH viernes II Pascua).

–San Bernardo (+1153)

Nacido en Dijon, Francia, monje cisterciense, gran maestro espiritual, Doctor de la Iglesia. Suscitador de innumerables vocaciones monásticas.

«El martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de la pasión del Señor». És te –dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús– está puesto como una bandera discutida; y a ti –añade, dirigiéndose a María– una espada te traspasará el alma» [Lc 2,34-35].

«En verdad, Madre santa, una espada traspasó tu alma. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. En efecto, después que aquel Jesús –que es de todos, pero que es tuyo de un modo especialísimo– hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y, por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal…

No os admiréis, hermanos, de que María sea llamada mártir en el alma… Pero quizá alguien dirá: «¿es que María no sabía que su Hijo había de morir?» Sí, y con toda certeza. «¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?» Sí, y con toda seguridad. «¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?» Sí, y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María? Este murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón? Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante».

(Sermón infraoctava Asunción 14-15: Opera omnia, ed. Cister 5, 273-274: leer más > LH 15 de septiembre, Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores).

–San Francisco de Asís (+1230)

Gran maestro de espiritualidad evangélica, fundador de la orden religiosa de los Hermanos menores, destinada a hacerse en la Iglesia un árbol inmenso de hombres y mujeres consagrados a Jesús.

–La conversión de Francisco fue ante el crucifijo de la iglesia de San Damián, casi arruinada, en las afueras de Asís. «Guiado del Espíritu divino, entró para hacer oración, postrándose reverente y devoto ante la imagen del Crucifijo. Y pronto se creyó muy distinto del que había entrado, conmovido por desacostumbradas impresiones. A poco de encontrarse de tal modo emocionado, la imagen del Santo Cristo, entreabriendo los labios en la pintura, le habla, llamándole por su propio nombre: «Francisco, ve y repara mi iglesia, que, como ves, está en ruina». Tembloroso el Santo, se maravilla en extremo y queda como enajenado, sin poder articular palabra…Y de tal suerte quedó grabada en su alma la compasión del Crucificado, que muy piadosamente debe creerse que las sagradas Llagas de la pasión quedaron muy profundamente impresas en su espíritu antes de que lo estuvieran en su carne» (II Vida Tomás de Celano p.I, c.1,10).

–«Algún tiempo después de su conversión, iba Francisco solo por un camino, cerca de la iglesia de Santa María de la Porciúncula, y lloraba en alta voz. Se le acercó un hombre muy espiritual y le preguntó: «¿qué te pasa, hermano mío?». Y el Santo le contestó: «así debía ir, sin vergüenza alguna, por todo el mundo, llorando la pasión de mi Dios y Señor»» (Espejo de perfección cp. 7,92).

–Estando ausente Francisco de un capítulo de la Orden celebrado en Arlés, predicó San Antonio de Padua sobre el título fijado en la cruz de Cristo, y uno de los frailes «lleno de admiración vio allí con los ojos del cuerpo al seráfico Padre que, elevado en el aire y extendidas las manos en forma de cruz, bendecía a sus religiosos. Todos experimentaron en aquella ocasión tanta y tan extraña consolación de espíritu que en su interior no les fue posible dudar de la real presencia del seráfico Padre» (San Buenaventura, Leyenda de San Francisco 4,10). Muchos milagros de sanación hizo San Francisco trazando la señal de la cruz sobre los enfermos (ib. 12,9-10).

–«Rogaron por aquel tiempo a Francisco sus discípulos que les enseñase a orar… A ello contestó: «cuando oréis, decid: Padre nuestro, y también Adorámoste, Cristo, en todas las iglesia que hay en el mundo entero, y te bendecimos, pues por tu santa cruz redimiste al mundo»» (II Vida Tomás de Celano p.I, c.18,45; cf. Testamento 4,5).

–Al final de su vida, enfermo y retirado en un eremitorio improvisado en el monte Alverna, alto, rocoso, abundante en fieras, San Francisco recibió los estigmas de la Pasión de Cristo, tan venerada, contemplada y amada durante toda su vida. «Nel crudo sasso intra Tevere ed Arno - Da Cristo prese l’ultimo sigillo - Che le sue membra due anni portarono». En el áspero monte entre el Tíber y el Arno - de Cristo recibió el último sello - que sus miembros llevaron durante dos años (Dante, Paraíso 11º canto). Según narra Tomás de Celano, compañero suyo, «el santo Padre se vio sellado en cinco partes del cuerpo con la señal de la cruz, no de otro modo que si, juntamente con el Hijo de Dios, hubiera pendido del sagrado madero. Este maravilloso prodigio evidencia la distinción suma de su encendido amor» (I Vida II, 1,90).

«Estando en el eremitorio del lugar llamado Alverna, dos años antes de que alma volara al cielo, vio Francisco, por voluntad de Dios, un hombre, como un serafín con seis alas, crucificado y con las manos extendidas y los pies juntos, que permanecía ante su vista… Se levantó, a la vez afligido y gozoso, y se preguntaba con ansia qué podía significar aquella visión. No acababa aún de penetrar su sentido, y apenas se había repuesto de la novedad de la visión, comenzaron a aparecer en sus manos y pies las señales de los clavos, idénticos a los que notara en el serafín alado y crucificado» (ib. 1,90)… Fue San Francisco el primer estigmatizado de la historia cristiana. Y «para que la honra humana nada se apropiase de la gracia recibida, se esforzaba por todos los medios a su alcance en ocultar tales maravillas» (ib. 3,96). Así vino a ser Francisco una epifanía de Jesús crucificado.

Con razón la Iglesia en la oración del ofertorio de la misa del Santo dice: «Al presentarte, Señor, nuestras ofrendas, te rogamos nos dispongas para celebrar dignamente el misterio de la cruz, al que se consagró San Francisco de Asís con el corazón abrasado en tu amor» (4 octubre).

–San Buenaventura (+1274)

Franciscano, gran maestro de teología contemporáneo de Santo Tomás de Aquino. Fue el tercer General de la Orden, escribió una vida de San Francisco de Asís y un buen número de obras teológicas y espirituales. Es Doctor de la Iglesia.

«Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo; él, que es «la placa de expiación colocada sobre el arca de Dios» [Ex 26,34] y «el misterio escondido desde el principio de los siglos» [Ef 3,9]. Aquel que mira plenamente de cara esta placa de expiación y la contempla suspendida en la cruz, con la fe, con esperanza y caridad, con devoción, admiración, alegría, reconocimiento, alabanza y júbilo, este tal realiza con él la pascua, esto es, el paso, ya que, sirviéndose del bastón de la cruz, atraviesa el mar Rojo, sale de Egipto y penetra en el desierto, donde saborea el maná escondido, y descansa con Cristo en el sepulcro, muerto en lo exterior, pero sintiendo, en cuanto es posible en el presente estado de viadores, lo que dijo Cristo al ladrón que estaba crucificado a su lado: «hoy estarás conmigo en el paraíso» [Lc 23,43].

…«Muramos, pues, y entremos en la oscuridad, impongamos silencio a nuestras preocupaciones, deseos e imaginaciones. Pasemos con Cristo crucificado de este mundo al Padre, y así, una vez que nos haya mostrado al Padre, podremos decir con Felipe: “eso nos basta” [Jn 14,8]. Oigamos aquellas palabras dirigidas a Pablo: “te basta mi gracia” [2Cor 12,9]; alegrémonos con David, diciendo: “se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi lote perpetuo” [Sal 72,26]. “Bendito sea el Señor por siempre, y todo el pueblo diga: ¡Amén!” [Sal 105,48]».

(Itinerario de la mente a Dios 7,1.6).

(147)

7. La devoción a la Cruz: siglos XIII-XIV

–¿Es verdad eso de que solo en la cruz puede hallarse «la perfecta alegría»?

–Siga leyendo. La beata Ángela de Foligno se lo va a explicar.

Continúa nuestra antología de ejemplos tradicionales de la devoción a la Cruz de Cristo.

–Santo Tomás de Aquino (+1274)

Dominico italiano, Doctor de la Iglesia, guía principal del pensamiento católico en filosofía y teología (Vaticano II, OP 16; Código Derecho Canónico, 252): Doctor angélico, Doctor común.

«¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar. Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado. La segunda razón tiene también su importancia, ya que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes.

«Si buscas un ejemplo de amor: “nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos” [Jn 15,14]. Esto es lo hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él.

«Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que “en su pasión no profería amenazas” [1Pe 2,23]; “como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca” [Is 53,7]. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: “corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia” [Heb 12,2].

«Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir. Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel se hizo obediente al Padre hasta la muerte: “si por la desobediencia de uno –es decir, de Adán– todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos” [Rm 5,19].

«Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es “Rey de reyes y Señor de señores, en quien están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” [Col 2,3], desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien finalmente, dieron a beber hiel y vinagre. No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que “se repartieron mis ropas” [Sal 21,18; Mt 27,35]; ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que “le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado” [Mt 27,29]; ni a los placeres, ya que “para mi sed me dieron vinagre” [Sal 68,22]».

(Conferencia 6 sobre el Credo: LH 28 de enero).

–Beata Ángela de Foligno (+1309)

Casada, con ocho hijos, se convirtió, después de una vida disipada, a los cuarenta años (1285), profesó como terciaria franciscana y llegó a ser «la mayor mística franciscana. Grande, grandísima mística» (Pío XII). Las revelaciones que Dios le concedió fueran puestas por escrito gracias al franciscano fray Arnaldo, su pariente y director. (Cito por el Libro de la Vida, trad. T. Martín, Sígueme, Salamanca 1991; la misma obra en: Experiencia de Dios Amor, trad. C. Miglioranza, Apostolado Mariano, Sevilla 1991).

–«Quien quiera conservar la gracia no retire de la cruz los ojos de su alma, sea en la alegría o en la tristeza» (Libro de la Vida 63). «En la oración ferviente, pura y continua aprende el alma a mirar y leer el Libro de la Vida, que es la vida y muerte de Dios-Hombre crucificado. Mirando su cruz le es dado perfecto conocimiento de los pecados, por lo cual se humilla. En la misma cruz, viendo la multitud de sus pecados, y que ha ofendido a Dios con todos sus miembros, ve también sobre sí la cordialidad inefable de la misericordia divina, es decir, cómo Dios-Hombre sufrió en todos y cada uno de sus miembros corporales pena cruelísima por los pecados de todos sus miembros espirituales.

«Con esta mirada a la cruz se da cuenta el alma de cómo ha ofendido a Dios en lavados, peinados, perfumes para agradar a los hombres contrariando a Dios. Luego contempla cómo Dios-Hombre, pagando por esos pecados, hizo penitencia sufriendo mucho en su cabeza. Por el lavado, peinado y unción de que abusó el alma arrancaron cabellos de la cabeza del Señor, la clavaron y perforaron con espinas, la bañaron con su preciosa sangre y la golpearon con una vara.

«Ve también el alma cómo ha ofendido a Dios con todo su rostro, y en particular con los ojos, narices, oídos, boca y lengua. Por lavarse la cara de manera que ofendiese a Dios, ve el alma a Cristo abofeteado y escupido. Por haber mirado con sus ojos deshonestamente cosas vanas y nocivas, deleitándose contra Dios, ve a Cristo que tiene los ojos tapados en reparación de los pecados que cometimos por nuestros ojos: ojos de Dios ensangrentados con la sangre que manaba de la cabeza, de los agujeros de las espinas y bañados con lágrimas cuando lloraba en la cruz…

«Ve el alma cómo ofendió a Dios con las manos, extendiéndolas a cosas ilícitas, y con los pies, yendo contra Dios. Por eso ve a Cristo extendido en la cruz, estirado de una a otra parte, con las manos santísimas y con los pies cruelmente sujetados en la cruz, llagados y perforados con agujeros de clavos horribles.

«Considera el alma cómo ha ofendido a Dios con curiosos y lujosos vestidos. Por eso ve a Cristo despojado de su ropa por los soldados que le elevaron en la cruz. Ve también que ha ofendido a Dios con todo su cuerpo, y por tal ofensa Cristo fue de muchos modos horriblemente atormentado en su cuerpo con la flagelación, y el cuerpo quedó ensangrentado al ser perforado por la lanza.

«Y por haberse el alma deleitado interiormente en todos sus pecados, ve que Cristo en su alma santísima padeció muchos dolores, diversos y horribles; sufrimientos en el cuerpo con los que el alma era indeciblemente atormentada; sufrimientos por los pecados de irreverencia contra Dios; sufrimientos por la compasión que sentía por nuestra miseria. Todos los dolores confluyendo en aquella alma santísima le atormentaban horrible e indescriptiblemente.

«Venid, pues, hijos míos benditos, contemplad esta cruz y a Cristo en ella muerto por nuestros pecados, y llorad conmigo, porque fuimos nosotros la causa de sus grandísimos dolores… Todos han de dolerse y levantar los ojos del alma a esta cruz en la que DiosHombre, Jesucristo, hizo por nuestros pecados tan horrible penitencia y soportó pena tan dura…

«Viendo el alma con esta mirada sus pecados, todos y cada uno como queda dicho, y a Cristo que ha sufrido por todos y cada uno de ellos, afligido y doliente, se duele ella misma también y se entristece. Arrepentida, comienza a castigar y refrenar todos los miembros y todos los sentidos con que había ofendido a Dios… Quienes ofendieron a Dios mirando cosas vanas y nocivas, circunciden ahora sus ojos, vaciándoles de lo que vieron ilícitamente y bañándolos con el llanto cada noche. Y hágase esa misma penitencia en referencia a cada uno de los sentidos corporales y de las potencias del alma. Procurad así consagrar a Cristo, el Señor, todos los miembros, todos los sentidos y movimientos del alma, hijos míos benditos, según recordáis haberle ofendido con todos, para que así convirtáis el número de crímenes en cúmulo de méritos» (149-152).

–«Dios permite que a sus verdaderos hijos les sobrevengan grandes tribulaciones. Con ello les hace especial gracia para que coman en el mismo plato con él. Porque he sido invitado a esta mesa, decía Cristo, y el cáliz que yo bebí lo sentí amargo, pero, por amor, me fue dulce. Del mismo modo, aquellos hijos que conocen los beneficios ya dichos y que están en gracia, aunque pasen a veces por amargas tribulaciones les resultarán dulces por el amor y la gracia que hay en ellas. Andarán incluso más atribulados cuando no les visita la aflicción, pues sufriendo más penas y persecuciones se deleitan y sienten mejor de Dios… En la cruz de Cristo debes colocarte o descansar, porque la cruz es tu salud y tu descanso. Debe ser tus delicias, pues en ella está la salvación» (69).

–«Tomemos, pues, la cruz de cada día, y sigamos al Señor como discípulos suyos: es nuestra vocación. Hizo Dios Padre [a Jesucristo] Hijo de dolor, y siempre vivió en sufrimiento… Y ya que fuimos causa de aquellos dolores, debemos nosotros transformarnos en ellos, y eso se hace según la medida del amor. Por tanto, conforme aquellos dolores, debemos siempre sobrellevar pacientemente todo sufrimiento, sea lo que sea, injurias que nos dicen o nos hacen, tentaciones –no para consentirlas, pero sí para llevar pacientemente las que Dios permita–, o cualquier tribulación de tristeza o lo que sea (175). «Recordando que Dios fue afligido, despreciado y pobre, yo querría que fuesen dobles mis males y aflicciones» (100).

–«Oh hijo, deseo con toda mi alma que seas amante y seguidor del dolor. Deseo también que estés privado de toda consolación temporal y espiritual. Éste es mi consuelo y pido que sea también el tuyo. No es mi propósito servir y amar por premio alguno; mi intención es servir y amar por la bondad inmensa de Dios. Deseo, pues, que renazcas y crezcas de nuevo en este deseo, para que seas privado de todo consuelo por amor de Dios-Hombre Jesucristo, desolado. Esto es lo que únicamente te deseo: que crezcas siempre en unión con Dios, y en hambre y sed de ser atribulado mientras vivas» (155).

«¿La pobre alma que en este mundo quiere tener siempre consolación cómo irá a Aquel que es camino de dolor? De verdad, el alma que esté perfectamente enamorada de su Amado, no querrá otro lecho ni otro estado en el mundo fuera del que tuvo Él. Por eso, no creo yo que María, su Madre, viendo a Cristo su hijo en la cruz, llorando y muriendo, le pidiera dulzura alguna, antes bien que le diera a sentir el dolor. Por tanto, es señal de que el alma tiene poco amor cuando quiere obtener de Cristo que le dé en este mundo alguna otra cosa que no sea dolor […] Por este camino anduvo Cristo, nuestra cabeza, y por él han de ir manos, brazos, espaldas, pies y todos los miembros» de su Cuerpo místico (189).

–La perfecta alegría: «ésta es una verdad tan grande como desconcertante: en esta tierra, sólo es posible hallar la perfecta alegría en la cruz de Cristo [alude a la enseñanza de su padre espiritual, San Francisco de Asís, sobre «la perfecta alegría», Florecillas I,7]. Una vez, durante las Vísperas, estaba yo mirando la cruz, contemplando el crucifijo con mis ojos corporales, y de pronto se inflamó de amor mi alma. Todos los miembros del cuerpo disfrutaban con extremado gozo. Yo veía y sentía que Cristo en mi interior abrazaba mi alma con el mismo brazo que había sido crucificado … «¡Mirad lo que sufrió Él por nosotros! Es absolutamente indecible la alegría que recibe aquí el alma. No me es posible ahora tener tristeza alguna de la pasión; me deleito viendo y acercándome a aquel hombre. Todo mi gozo está ahora en este Dios-Hombre doliente» (80-81).

–Santa Brígida (+1373)

Nacida en Suecia, casada con un noble, terciaria franciscana, tuvo ocho hijos, entre ellos Santa Catalina. Una vez viuda, siguió en el mundo y fundó la Orden del Salvador, aún existente. Vivió en Roma desde 1350, y recibió muy altas Revelaciones. Orando ante el crucifijo de San Pablo Extramuros, el Señor le reveló Quince oraciones al Crucificado. Tanto el libro de las Revelaciones como la devoción de las Quince oraciones obtuvieron desde antiguo la aprobación y recomendación de la Iglesia.

«Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la última cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.

«Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así de manera bien clara tu caridad para con el género humano.
«Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato para ser juzgado por él.

«Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado con punzantes espinas, y aguantaste con una paciencia inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa, que te taparan los ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu mejilla y tu cuello.

«Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste atar a la columna para ser cruelmenteflagelado, que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos como el Cordero inocente.

«Honor a ti, mi Señor Jesucristo, que, con todo tu glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte de cruz, cargaste sobre tus sagrados hombros el madero, fuiste llevado inhumanamente al lugar del suplicio despojado de tus vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.

«Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, que nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que cuidara de ella con toda fidelidad.

«Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que cuando estabas agonizando, diste a todos los pecadores la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.

«Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban intensamente en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios, tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de muerte.

«Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que con tu sangre preciosa y tu muerte sagrada redimiste las almas y, por tu misericordia, las llevaste del destierro a la vida eterna.

«Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que, por nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.

«Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, que ella lo envolviera en lienzos y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran guardia.
«Honor por siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.

«Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono en tu reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la carne de la Virgen. Y así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos: tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén».

(Oración 2: Revelationum S. Birgittæ libri 2: LH 23 julio).

(148)

8. La devoción a la Cruz: siglos XIV-XVI

–Dos Doctoras de la Iglesia y un casi Doctor, que ya era hora.

–Son cristianos que saben lo que dicen: por experiencia y por fidelidad a la doctrina de la Iglesia. No como otros.

Con la gracia de Dios, atrevámonos a creer lo que dicen los santos y a vivirlo.

–Santa Catalina de Siena (+1380)

Penúltima de veinticinco hermanos, terciaria dominica, analfabeta hasta los 30 años, cuando le enseña a leer y escribir Jesucristo. Muere a los treinta y tres años. Altísima mística, Doctora de la Iglesia. Su director espiritual, el dominico Beato Raimundo de Capua (+1399), con gran cuida-do de ser exacto, escribió su vida, la «Legenda maior» (Santa Catalina de Siena, Ed. Hormiga de Oro, Barcelona 1993).

–Cruz y gozo. Escribe el Beato Raimundo que un día nuestro Señor Jesucristo le dijo a Catalina: «Hija mía,… si quieres el poder de vencer a todas las potencias enemigas, toma para tu alivio la cruz, como lo hice yo»… Catalina no fue sorda a esta enseñanza, y se convenció de que había que encontrar tanto placer en las tribulaciones que, como una vez me confesó, nada la consolaba tanto como las aflicciones y los dolores, sin los cuales, decía, se hubiera quedado con desazón en el cuerpo. Y dejaba pasar a gusto el tiempo mientras pudiera soportarlas, pues sabía que por medio de aquello se engalanaba cada vez más su corona en el cielo» (Legenda maior 104).

Esa misma verdad es afirmada por Catalina en una ocasión, cuando «un demonio la atacaba diciéndole: “¿qué pretendes, desgraciada? ¿Quieres vivir toda la vida en ese estado miserable?” Y ella, dispuesta y segura, le contestó: “por mi alegría he elegido los dolores. No me es difícil soportar ésta y otras persecuciones en nombre del Salvador, mientras así lo quiera su Majestad. Más todavía, ¡son mi gozo!”» (109). Huyó el demonio y la habitación quedó toda iluminada: «en medio de la luz estaba el mismo Jesucristo clavado en la cruz, sangrando como lo estuvo en el tiempo de su crucifixión. Sin bajar de la cruz, llamó a la santa virgen diciéndole: “hija mía, Catalina, ¿ves cuánto he sufrido por ti? No te disguste, por tanto, sufrir por mí”» (110).

–Las dos coronas. Una vez estaba Catalina rezando y llorando en su habitación porque había sufrido una grave calumnia, y le pedía a Cristo, su Esposo, que defendiera su inocencia. «Entonces se le apareció el Salvador del mundo sosteniendo en la mano derecha una corona de oro adornada con perlas y piedras preciosas y en la izquierda una corona de espinas y le dijo: «querida hija, has de saber que es necesario que tú, en ocasiones diferentes y en tiempos distintos, seas coronada primero con una y luego con otra de estas dos coronas. Elige la que prefieras»…

«Ella respondió: “Señor, desde hace mucho tiempo he renunciado a mi voluntad y he preferido seguir sólamente la tuya; por lo tanto, la elección no la he de hacer yo. Pero ya que quieres que responda, te digo ahora mismo que en esta vida elijo conformarme siempre según tu santísima pasión y abrazar por tu amor las penas como refrigerio”. Dicho esto, con ambas manos tomó fervorosamente de la mano del Salvador la corona de espinas y se la metió tan fuertemente en la cabeza que las espinas se la perforaron por todas partes» (158).

–La estigmatización. Estando Catalina de viaje en Pisa, cuenta el Beato Raimundo, «la virgen me hizo llamar y, con voz queda, me dijo: “sabed, padre, que por la misericordia del Señor llevo ya en mi cuerpo sus estigmas… He visto al Señor clavado en la cruz viniendo hacia mí en medio de una gran luz… Entonces, de las cicatrices de sus sacratísimas llagas he visto bajar hacia mí cinco rayos sangrientos, dirigidos a las manos, a los pies y al corazón… Es tal el dolor que siento en estos cinco puntos, en especial en el corazón, que si el Señor no hace otro milagro, no me parece posible que pueda seguir adelante y que he de morir en pocos días» (195). Le fue concedido que sus estigmas no fueran visibles.

–Muerte de amor. Escribe el Beato Raimundo: «me contó lo que he escrito un poco más arriba acerca de la pasión del Salvador. Y luego me dijo: “por las enseñanzas de su pasión comprendí más clara y perfectamente cuánto me había amado mi Creador, y por acrecentamiento de amor languidecí hasta el punto de que mi alma no deseaba sino salir de mi cuerpo. Encendiendo Él cada día más el fuego que había puesto en mi corazón, mi corazón no pudo soportarlo, y aquel amor llegó a ser fuerte como la muerte [Cant 8,6]; el corazón se quebró en dos partes y mi alma fue desligada de esta carne”. Entonces yo le pregunté: “¿por cuánto tiempo, madre, tu alma estuvo fuera del cuerpo?” Y ella me respondió: “quienes asistieron a mi muerte, dicen que pasaron cuatro horas desde el momento en que expiré hasta el momento en que renací. Fueron muchas las personas del vecindario que corrieron a consolar a mi madre y a mis parientes. Pero para mi alma, que creía haber entrado en la eternidad, no contaba el tiempo”» (214).

–San Juan de Ávila (+1569)

Por medio de muchos trabajos y no pocas persecuciones el Señor le enseñó al Maestro Ávila la necesidad y el valor inmenso de la Cruz. En su habitación de Montilla tenía una gran cruz de palo. Y en la Cruz centraba sin duda, como San Pablo, su espiritualidad y su predicación.

–Del misterio de la Cruz escribe en el Tratado del Amor de Dios: «El ánima –dice San Ambrosio– que está desposada con Cristo y voluntariamente se junta con Él en la cruz, ninguna cosa tiene por más gloriosa que traer consigo las injurias del Crucificado». Pues ¿cómo te pagaré, Amado mío, este amor? Ésta es digna recompensa, que la sangre se recompense con sangre… Dulcísimo Señor, yo conozco esta obligación: no permitas que me salga fuera de ella, y véame yo con esa sangre teñido y con esa cruz enclavado. ¡Oh cruz! hazme lugar, y véame yo recibido mi cuerpo por ti y deja el de mi Señor. ¡Ensánchate corona, para que pueda yo poner mi cabeza! ¡Dejad, clavos, esas manos inocentes y atravesad mi corazón y llagadlo de compasión y de amor!» (384-401).

«No solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes [Señor], nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes inclinada, para oírnos y darnos besos de paz… los brazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recibirnos en tus entrañas; los pies clavados, para esperarnos y para nunca te poder apartar de nosotros. De manera que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi corazón» (454464).

–También su gran obra Audi, filia contiene preciosas enseñanzas sobre «el misterio y valor de la pasión y muerte de nuestro redentor Jesucristo, que con extrema deshonra había sido crucificado… En aquel madero, tan deshonrado según la apariencia exterior, estuvo colgada la vida divina, y allí, en medio de la tierra, obró Dios con su muerte la salud y remedio del mundo»(II,44, 4510-16).

«Así quien sintiere desmayo mirando sus culpas, alce sus ojos a Jesucristo, puesto en la cruz, y cobrará esfuerzo» (II,68, 6871-72). Señor, «si menester fuera para nuestro provecho que tú pasaras mil tanto de lo que pasaste, y te estuvieras enclavado en la cruz hasta que el mundo se acabara, con determinación firme subiste a ella para hacer y sufrir todo lo que para nuestro remedio fuese necesario» (69, 7050-54).

–San Juan de Ávila predica a Cristo, y a Cristo crucificado (1Cor 2,2). «¿Quieres, hermano, que tu corazón arda en viva llama de amor de Dios? Toma una rajica de la cruz de Jesucristo. Unos piensan en la creación del mundo, otros en el cielo, otros en diversas cosas buenas; todo es bueno; pero es frío en comparación de la cruz. La cruz de Jesucristo hace hervir el corazón, arder el ánima en devoción» (Sermón 38, 313-18).

–Nosotros somos nuestra cruz principal. «–¿Y qué es cruz, padre? –El vecino que te persigue, hambre, pobreza, desnudez, necesidad, sufrir la mala condición de las personas con quien no puedes dejar de tratar, deshonra, enfermedades, trabajos, cualesquiere que sean; y todo esto no es nada: tú mismo te eres cruz, tú mismo te persigues. Tú mismo te haces mal; nadie te enoja; nadie te persigue; no te quejes de nadie, sino de ti mismo; tú eres tu perdición… ¿Dices que te quieres bien y daste tú a ti mismo de puñaladas? Cada vez que ofendes a Dios, un puñal es que te atraviesas por la triste de tu ánima ¿y dices que no te aborreces, sino que te amas?… ¡Oh, si yo estuviese solo, luego sería bueno! ¡Oh, si no conversase con fulano, luego podría servir bien a Dios! ¡Oh, si no pasase por tal calle, no ofendería yo tanto a Dios! ¡Oh, si dejase yo la compañía de fulana, luego podría recogerme a vivir bien! Pero grande estorbo me es esto»…

–«Vete a un yermo, y tápiate y retápiate, y métete entre cuatro paredes donde nadie llegue a ti por parte ninguna, donde no veas, no oigas ni trates con nadie, y verás que no te aprovecha nada, porque contigo está lo que te hace mal. Dentro de ti está lo que te echa a perder… Porque no tenéis amor con Cristo [crucificado], por eso os derriban las persecuciones. Porque no tenéis paciencia, se os hacen muy de mal sufrir las enfermedades y otros cualesquier trabajos. Porque no queréis dar un poquito de trabajo a vuestra carne, se os hace de mal el ser casto. Porque queréis que todos os honren, se os hace mal ser humildes. Porque tenéis mala condición, no cabéis con todos. Porque sois hechos a vuestra voluntad y querríades que todo se hiciese como vosotros querríades y a vuestro sabor, andáis tan descontentos que ninguna cosa os parece bien.

–«Pues, Señor, ¿qué haré? –Humíllate, deja tu parecer, no quieras que se haga tu voluntad, conténtate con lo que sucediere, aunque sea muy adverso, pensando que todo te viene de la mano de Dios. No podéis seguir a Jesucristo con descanso; trabajos habéis de pasar de cuerpo y de ánima… Todo esto, pues, habéis de hacer. El que hubiere de seguirme a mí, sufrir tiene a sí y a los otros, y guiar tras mí… Entremos en cuenta: ¿a quién has de seguir, si a Cristo no sigues? ¿Adónde has de ir, miserable de ti?» (Sermón 78, 399-468).

–«En cruz conviene estar hasta que demos el espíritu al Padre; y vivos, no hemos de bajar de ella, por mucho que letrados y fariseos nos digan que descendamos y que seguirá provecho de la descendida, como decían al Señor» (Carta 97, 53-62).

–Santa Teresa de Jesús (+1582)

Nacida en Avila, reformadora del Carmelo, Doctora de la Iglesia, gran maestra espiritual, sobre todo acerca de los caminos de la oración. Ella entiende muy bien el Evangelio del Crucificado cuando escribe: «en la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es camino para el cielo».

–La pasión continua de Cristo en la tierra: «¿Qué fue toda su vida sino una cruz, siempre [teniendo] delante de los ojos nuestra ingratitud y ver tantas ofensas como se hacían a su Padre, y tantas almas como se perdían?» (Camino Esc. 72,3). «Por ese camino que fue Cristo han de ir los que le siguen, si no se quieren perder; y bienaventurados trabajos que aun acá en la vida tan sobradamente se pagan» (Vida 11,5). «Venga lo que viniere, abrazado con la cruz, es gran cosa» (Vida 22,10). «Abrazaos con la cruz que vuestro Esposo llevó sobre sí, y entended que ésta ha de ser vuestra empresa» (2Moradas 1,7).

«Los contemplativos han de llevar levantada la bandera de la humildad y sufrir cuantos golpes les dieren, sin dar ninguno; porque su oficio es padecer como Cristo, llevar en alto la cruz, y no dejarla caer de las manos por peligros en que se vean; para eso les dan tan honroso oficio» (Camino Vall., 18,6).

–«Casi siempre se me representaba el Señor así resucitado, y en la Hostia lo mismo, si no eran algunas veces para esforzarme si estaba en tribulación, que me mostraba las llagas,algunas veces en la cruz y en el huerto y con la corona de espinas pocas, y llevando la cruz también algunas veces, para, como digo, necesidades mías y de otras personas, mas siempre la carne glorificada» (Vida 29,3).

–Prefiere la oración dolorosa que la gozosa. «Es ya lo más ordinario este tormento, y es tan sabroso y ve el alma que es de tanto precio que ya le quiere más que todos los regalos que [en la oración] solía tener. Parécele más seguro, porque es camino de cruz y en sí tiene un gusto muy de valor a mi parecer, porque no participa con el cuerpo sino pena, y el alma es la que padece y goza sola del gozo y contento que da este padecer» (Vida 20,15). «¡Oh, gran cosa es adonde el Señor da esta luz de entender lo mucho que se gana en padecer por Él!» (34, 16). «Poned los ojos en el Crucificado, y se os hará todo poco» (7Moradas 4, 9).

–O morir o padecer. Así lo declara en el último capítulo de su Vida. «Estaba una vez en oración y vino la hora de ir a dormir, y yo estaba con hartos dolores y había de tener el vómito ordinario [!]. Como me vi tan atada de mí y el espíritu por otra parte queriendo tiempo para sí, vime tan fatigada que comencé a llorar mucho y a afligirme… Estando en esta pena, me apareció el Señor y regaló mucho, y me dijo que hiciese yo estas cosas por amor de Él y lo pasase, que era menester ahora mi vida. Y así me parece que nunca me vi en pena después que estoy determinada a servir con todas mis fuerzas a este Señor y consolador mío… Y así ahora no me parece que hay para qué vivir sino para esto, y [es] lo que más de voluntad pido a Dios. Dígole algunas veces con toda ella: “Señor, o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí”. Dame consuelo oír el reloj, porque me parece que me allego un poquito más para ver a Dios, de que veo ser pasada aquella hora de la vida» (Vida 40,20).

–Todos los discernimientos han de hacerse mirando a la Cruz, pues como solamente en ella mueren nuestros juicios y voluntades carnales, solo en ella podemos encontrar la verdad de Cristo. En una ocasión, por ejemplo, queriendo Santa Teresa fundar conventos sin renta, hallaba muchos pareceres contrarios, y sin embargo, confiesa, «no podía persuadirme a tener renta. Y ya que algunas veces me tenían convencida, en tornando a la oración y mirando a Cristo en la cruz tan pobre y desnudo, no podía poner a paciencia ser rica. Suplicábale con lágrimas lo ordenase de manera que yo me viese pobre como Él» (Vida 35,3). Quiso Dios confirmarla en su intento por medio de «el santo fray Pedro de Alcántara… que como era bien amador de la pobreza… mandó que en ningun manera dejase de llevarlo muy adelante». Y el mismo Señor le aseguró en su propósito (35,5).

–«En la cruz está la vida y el consuelo, - y ella sola es el camino para el cielo.

«En la cruz está el Señor de cielo y tierra - y el gozar de mucha paz, aunque haya guerra. / Todos los males destierra en este suelo, - y ella sola es el camino para el cielo.

«De la cruz dice la Esposa a su Querido - que es una palma preciosa donde ha subido, / y su fruto le ha sabido a Dios del cielo, - y ella sola es el camino para el cielo.

«Es una oliva preciosa la santa cruz, - que con su aceite nos unta y nos da luz. / Toma, alma mía, la cruz con gran consuelo, - que ella sola es el camino para el cielo.

«Es la cruz el árbol verde y deseado - de la Esposa, que a su sombra se ha sentado / para gozar de su amado, el Rey del cielo, - y ella sola es el camino para el cielo.

«El alma que a Dios está toda rendida, - y muy de veras del mundo desasida, / la cruz le es árbol de vida y de consuelo, - y un camino deleitoso para el cielo.

«Después que se puso en cruz el Salvador, - en la cruz está la gloria y el honor, / y en el padecer dolor, vida y consuelo, - y el camino más seguro para el cielo».

Los santos son los únicos que piensan y caminan según «los pensamientos y caminos de Dios» (Is 55,8-9).

Merece la pena que les creamos y les imitemos.

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9. La devoción a la Cruz: siglos XVI-XVIII

–¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!…

–Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto.

Con la gracia de Dios, atrevámonos a creer lo que dicen los santos y a vivirlo.

–San Juan de la Cruz (+1591)

Nacido en Fontiveros, Avila, es Doctor de la Iglesia, especialmente por su doctrina espiritual. Se unió al movimiento renovador de Santa Teresa y fue el primer religioso del Carmelo reformado.

–Es doctrina de Jesucristo: «si alguno quiere seguir mi camino, niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame. Porque el que quisiere salvar su alma, perderla ha; pero el que por mí la perdiere, ganarla ha [+Mc 8,34-35]. ¡Oh, quién pudiera aquí ahora dar a entender y a ejercitar y gustar qué cosa sea este consejo que nos da aquí nuestro Salvador de negarnos a nosotros mismos, para que vieran los espirituales cuán diferente es el modo que en este camino deben llevar del que muchos de ellos piensan! Entienden que basta cualquier manera de retiramiento y reformación en las cosas, y otros se contentan con en alguna manera ejercitarse en las virtudes y continuar la oración y seguir la mortificación, mas no llegan a la desnudez y pobreza o enajenación o pureza espiritual –que todo es uno–, que aquí nos aconseja el Señor. Piensan que basta negarla en lo del mundo y no aniquinarla y purificarla en la propiedad espiritual; de donde les nace que, en ofreciéndoseles algo de esto sólido y perfecto […] –la cruz pura espiritual y desnudez de espíritu pobre de Cristo– huyen de ello como de la muerte, y sólo andan a buscar dulzuras y comunicaciones sabrosas de Dios […] En lo cual espiritualmente se hacen enemigos de la cruz de Cristo [Flp 3,18]» (2Subida 7,4-5).

–Camino de cruz, camino de gozo. «Mi yugo es suave y mi carga ligera [Mt 11,30], la cual es la cruz. Porque si el hombre se determina a sujetarse a llevar esta cruz, […] hallará grande alivio y suavidad para andar este camino así, desnudo de todo, sin querer nada; empero si pretende tener algo, ahora de Dios, ahora de otra cosa con propiedad alguna, no va desnudo ni negado en todo, y así, ni cabrá ni podrá subir por esta senda angosta hacia arriba (2Subida 7,7). «La puerta es la cruz, que es angosta, y desear entrar por ella es de pocos, mas desear los deleites a que se viene por ella es de muchos» (Cántico 36,13).

–No se engañen a sí mismos. «Veo es muy poco conocido Cristo de los que se tienen por sus amigos; pues los vemos andar buscando en él sus gustos y consolaciones amándose mucho a sí, mas no sus amarguras y muertes amándole mucho a él (2Subida 7,12). «El daño de éstos es que comúnmente se engañan, teniendo por mejores las cosas y obras de que ellos gustan, que aquellas de que no gustan. Y alaban y estiman las unas y desestiman las otras, como quiera que comúnmente aquellas obras en que de suyo el hombre más se mortifica sean más aceptas y preciosas delante de Dios –por causa de la negación que el hombre en ellas lleva de sí mismo– que aquellas en que él halla su consuelo, en que muy fácilmente se puede buscar a sí mismo» (3Subida29,8).

No se engañen. «¡Oh almas que os queréis andar seguras y consoladas en las cosas del espíritu!, si supiéredes cuánto os conviene padecer sufriendo para venir a esa seguridad y consuelo, y cómo sin esto no se puede venir a lo que el alma desea, sino antes volver atrás, en ninguna manera buscaríades consuelo ni de Dios ni de las criaturas, mas antes llevar la cruz y, puestos en ella, querríades beber allí la hiel y el vinagre puro, y lo habríades a grande dicha, viendo cómo, muriendo así al mundo y a vosotros mismos, viviríades a Dios en deleites de espíritu» (Llama 2,28).

No se engañen. «Si en algún tiempo, hermano mío, le persuadiere alguno, sea o no prelado, doctrina de anchura y más alivio, no la crea ni abrace, aunque se la confirme con milagros; sino penitencia y más penitencia y desasimiento de todas las cosas. Y jamás, si quiere llegar a la posesión de Cristo, le busque sin la cruz» (Cta. al P. Luis de San Ángelo, 1589-90?).

–Sigamos a Jesús, cargando con la cruz de cada día. En una ocasión, estando fray Juan de la Cruz en oración ante una imagen de Cristo con la cruz a cuestas, el Señor le dice: –Fray Juan, pídeme lo que quieras. –Señor, padecer y ser despreciado por vuestro amor.

Y esta misma es la doctrina que él da siempre a los otros, sean laicos o religiosos: «Cuando se le ofreciere algún sinsabor y disgusto, acuérdese de Cristo crucificado y calle» (Cta. 20 a una carmelita). «Sea enemiga de admitir en su alma cosas que no tienen en sí sustancia espiritual, por que no la hagan perder el gusto de la devoción y el recogimiento. Bástele Cristo crucificado, y con él pene y descanse… Al alma que se desnudare de sus apetitos, quereres y no quereres, la vestirá Dios de su pureza, gusto y voluntad… El que no busca la cruz de Cristo no busca la gloria de Cristo» (Avisos 90-91, 97, 101). «No te canses, que no entrarás en el sabor y suavidad de espíritu si no te dieres a la mortificación de todo eso que quieres… El que no busca la Cruz de Cristo no busca la gloria de Cristo» (Dichos 40, 101).

–Santa Margarita María Alacoque (+1690)

Nacida en Autun, Francia, religiosa de la Visitación en Paray-le-Monial, tuvo notables visiones místicas sobre el sagrado Corazón de Jesús. Ella une siempre el Corazón de Jesús y su Cruz sagrada, y en sus escritos, tanto en la Autobiografía como en sus cartas, escribe sobre todo acerca de la Cruz de Cristo.

–Primera revelación, a los 26 años de edad (27-XII-1673): «Se me presentó el Corazón divino como en un trono de llamas, más ardiente que el sol, y transparente como un cristal, con su adorable llaga. Estaba rodeado de una corona de espinas, que simbolizaba las punzadas que nuestros pecados le inferían; y una Cruz encima significaba que desde los primeros instantes de su Encarnación, es decir, desde que fue formado este sagrado Corazón, fue implantada en Él la cruz. Desde aquellos primeros momentos se vio lleno de todas las amarguras que debían causarle las humillaciones, pobreza, dolor y desprecio que la sagrada humanidad debía sufrir durante todo el curso de su vida y en su sagrada pasión» (Cta. al P. Juan Croiset S. J., su director espiritual, 3-XI-1689, en Vida y obras principales de Sta. Margarita Mª de Alacoque, Cor Iesu, Madrid 1977).

–Vocación de víctima. Todos los cristianos, pero algunos en modo especial, somos en Cristo víctimas de expiación. En cierta ocasión, el Señor le muestra a Santa Margarita María una gran cruz cubierta de flores, y le anuncia que poco a poco se irán cayendo todas, hasta quedar sólo espinas. «Me alegraron inmensamente estas palabras, pensando que no habría jamás penas, humillaciones, ni desprecios suficientes para extinguir mi ardiente sed de padecer, ni podría yo hallar mayor sufrimiento que la pena de no sufrir lo bastante, pues no dejaba de estimularme su amor de día ni de noche. Pero me afligían las dulzuras: deseaba la cruz sin mezcla, y habría querido por esto ver siempre mi cuerpo agobiado por las austeridades y el trabajo. Tomaba de éste cuanto mis fuerzas podían soportar, porque no me era posible vivir un instante sin sufrimiento. Cuanto más sufría, más contentaba la santidad del amor [de Dios], la cual había encendido mi corazón en tres deseos, que me atormentaban incesantemente: el uno de sufrir, el otro de amarle y comulgar, el tercero de morir para unirme con Él» (Autobiografía, Apostolado Mariano, Sevilla s/f.).

–Crucificada con Cristo (Gál 2,19). El Señor «me ha destinado, si no me engaño, para ser la víctima de su divino Corazón, y su hostia de inmolación sacrificada a su beneplácito e inmolada a todos sus deseos, para consumirse continuamente sobre ese altar sagrado con los ardores del puro amor paciente. No puedo vivir un momento sin sufrir. Mi alimento más dulce y delicioso es la Cruz compuesta de toda clase de dolores, penas, humillaciones, pobreza, menosprecio y contradicciones, sin otro apoyo ni consuelo que el amor y la privación. ¡Oh, qué dicha poder participar en la tierra de las angustias, amarguras y abandonos del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo!

«Pero advierto que satisfago demasiado mi gusto hablando de la Cruz, la cual es como un perfume precioso que pierde el buen aroma delante de Dios, cuando se le expone al viento de la excesiva locuacidad. Es, pues, mi herencia sufrir siempre en silencio» (Cta. al P. Croiset 15-X-1689).

Mi herencia «es el Calvario hasta el último suspiro, entre los azotes, las espinas, los clavos y la Cruz, sin otro consuelo ni placer que el no tener ninguno. ¡Oh, qué dicha poder sufrir siempre en silencio, y morir finalmente en la Cruz, oprimida bajo el peso de toda suerte de miserias del cuerpo y del espíritu en medio del olvido y del desprecio! Bendiga, pues, por su parte a nuestro Soberano Dueño por haberme regalado tan amorosa y liberalmente con su preciosa Cruz, no dejándome un momento sin sufrir. ¡Ah! ¿qué haría yo sin ella en esta valle de corrupción, donde llevo una vida tan criminal que sólo puedo mirarme como un albañal de miserias, lo cual me hace indigna de llevar bien la Cruz para hacerme conforme a mi pacientísimo Jesús?

«Mas, por la santa caridad que nos une en su amable Corazón, ruéguele que no me rechace a causa del mal uso que he hecho hasta el presente de ese precioso tesoro de la Cruz; que no me prive de la dicha de sufrir, pues en ella encuentro el único alivio a la prolongación de mi destierro.

«No nos cansemos jamás de sufrir en silencio en el cuerpo y en el alma. La Cruz es buena para unirnos en todo tiempo y en todo lugar a Jesucristo paciente y muerto por nuestro amor. Es preciso, por tanto, procurar y hacernos verdaderas copias suyas, sufriendo y muriendo con la muerte de su puro amor crucificado, pues no se puede amar sin sufrir… Puesto que desea que nos escribamos de vez en cuando, no tratemos de otra cosa que del Amor divino y de la Cruz» (Cta. al P. Croiset, principios de 1690, poco antes de morir).

–San Pablo de la Cruz (+1775)

Nacido en la Liguria, Italia, fundador de los Pasionistas, formado en los escritos de San Juan de la Cruz, Santa Teresa y San Francisco de Sales. Siendo un gran predicador itinerante, para seguir ayudando a sus hijos espirituales, hubo de servirse sobre todo de las cartas. Escribía veinte, cuarenta por semana, y se conservan unas dos mil.

–Los cristianos estamos crucificados con Cristo (Gal 2, 19). «Es cosa muy buena y santa pensar en la pasión del Señor y meditar sobre ella, ya que por este camino se llega a la santa unión con Dios. En esta santísima escuela se aprende la verdadera sabiduría: en ella la han aprendido todos los santos. Cuando la cruz de nuestro dulce Jesús haya echado profundas raíces en vuestro corazón, entonces cantaréis: «sufrir y no morir», o bien: «o sufrir o morir», o mejor aún: «ni sufrir ni morir, sino sólo una perfecta conversión a la voluntad de Dios».

«El amor, en efecto, es una fuerza unitiva y hace suyos los tormentos del Bueno por excelencia, que es amado por nosotros. Este fuego, que llega hasta lo más íntimo de nuestro ser, transforma al amante en el amado y, mezclándose de un modo profundo el amor con el dolor y el dolor con el amor, resulta una fusión de amor y de dolor tan estrecha que ya no es posible separar el amor del dolor ni el dolor del amor; por esto, el alma enamorada se alegra en sus dolores y se regocija en su amor doliente.

«Sed, pues, constantes en la práctica de todas las virtudes, principalmente en la imitación del dulce Jesús paciente, porque ésta es la cumbre del puro amor. Obrad de manera que todos vean que no sólo en lo interior, sino también en lo exterior, lleváis la imagen de Cristo crucificado, modelo de toda dulzura y mansedumbre. Porque el que internamente está unido al Hijo de Dios vivo exhibe también externamente la imagen del mismo, mediante la práctica continua de una virtud heroica, principalmente de una paciencia llena de fortaleza, que nunca se queja ni en oculto ni en público. Escondeos, pues, en Jesús crucificado, sin desear otra cosa sino que todos se conviertan a su voluntad en todo.

«Convertidos así en verdaderos amadores del Crucificado, celebraréis siempre la fiesta de la cruz en vuestro templo interior, aguantando en silencio y sin confiar en criatura alguna. Y ya que las fiestas se han de celebrar con alegría, los que aman al Crucificado procurarán celebrar esta fiesta de la cruz sufriendo en silencio, con su rostro alegre y sereno, de tal manera, que quede oculta a los hombres y conocida sólo de aquel que es el sumo Bien. En esta fiesta se celebran continuamente solemnes banquetes, en los que el alimento es la voluntad divina, según el ejemplo que nos dejó nuestro Amor crucificado (Carta 1,43; 2,440. 825: LH 19 octubre).

–Hemos caminar toda la vida cristiana llevando cada día la Cruz, pues por ella nos transfiguramos en Cristo glorioso. San Pablo de la Cruz no limita esta alta doctrina a sacerdotes y religiosos, sino que, como veremos con algunos ejemplos, es lo que él enseña y exhorta siempre a los laicos.

«Despójese ya de esos deseos y pensamientos inútiles y gócese de estar donde está; y cuanto más afligida se vea, entonces es cuando más debe alegrarse, porque se halla más cerca del Salvador Crucificado. Créame, hija mía, que yo nunca me hallo más contento que cuando voy pasando mi miserable vida momento por momento… Y no quiero que me compadezca, sino que compadezca a Jesús, crucificado por mis pecados» (Cta. a dña. Mariana Álvarez, 15-I-1735).

«Señora, grabe bien en su corazón estos consejos que le doy en esta carta: las cruces que padece, tanto de enfermedad, como de otras adversidades, són óptimas señales para usted; porque Dios la ama mucho, por eso la visita con el sufrimiento, como suele hacer siempre con aquellos que son más señalados siervos y siervas suyos. Por eso me alegro y me congratulo con usted. Acepte con resignación las molestias que Dios la manda para que sea una casada perfecta. No se queje, sino bendiga a Dios y bese su santa mano, acariciando y besando a menudo su cruz» (Cta. a una señora casada, 28-XII-1769).

«No se olvide nunca de inculcar en casa a sus hijos la devoción a la Pasión de Jesús y a los Dolores de María Santísima. Hágasela meditar como usted la medita, y esté seguro de que su familia se verá bendecida por Dios con gracias inestimables de generación en generación» (Cta. a don Juan Francisco Sánchez, 28-IX-1749).

«Hija mía amadísima en Jesucristo, hace unos momentos recibí su carta, por la que veo que se halla privada de todo consuelo. Doy gracias a Dios bendito, porque ahora se asemeja más al Esposo divino, abandonado de todos mientras agonizaba sobre la cruz… Ahora está en agonía sobre el lecho riquísimo de la cruz. ¿Qué le queda por hacer sino entregar su alma: «Padre dulcísimo, en tus manos encomiendo mi espíritu»? Y dicho esto, muera felizmente de esa preciosa muerte mística, y vivirá una nueva vida, renacerá a una nueva vida deífica en el divino Verbo Cristo Jesús, vida grandiosa y llena de inteligencia celestial…» (Cta. a dña. Ana María Calcagnini, 9-VII-1769).

«Tiene usted motivo de alegrarse mucho en el Señor, primero, por el feliz tránsito de su difunto marido, que pasa de esta vida a la eternidad dichosa, como vivamente espero; segundo, por la protección que Dios bendito dispensa a su familia; tercero, por hallarse cargada de cruces, siendo éste el mayor don que Dios puede hacer a sus siervos, porque quien más padece, con paciencia y resignación, más se asemeja a Jesucristo… Deseche esta tentación de pena por haber quedado viuda, antes dé gracias a Dios, porque ahora, como dice el Apóstol [1Cor 7,34], su corazón ya no está dividido, sino que su amor es todo para el dulce Jesús» (Cta. a dña. Jerónima Ercolani, 31-VII-1751). A otra señora, también viuda reciente, le escribe entre otras cosas: «No me ando con ceremonias de pésame con usted, porque me parece que le haría injuria grande» (Cta. a dña. María Juana Venturi Grazi, 19-II-1766).

«Nosotros predicamos a Cristo Crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, pero fuerza y sabiduría de Dios para los llamados, sean judíos o griegos» (1Cor 2,23-24).

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10. La devoción a la Cruz: siglo XVII

–¿Y eso de alegrarse en el sufrimiento no será un poco morboso?

–Está mandado: «alegraos siempre en el Señor» (Flp 4,4). Y en la vida se suceden las alegrías y las penas. Luego debemos alegrarnos también en las penas. ¿Falla el silogismo por algún lado?

–Santa Rosa de Lima (+1617)

Nació en Lima el año 1586. Como Santa Catalina de Siena, se hizo terciaria dominica y vivió siempre en su casa familiar. Se dedicó a una vida de oración y penitencia, y llegó a una altísima contemplación. Es Patrona de América, y la primera santa canonizada en aquel continente. Al doctor Castillo, su médico y confidente, le escribe:

«El divino Salvador, con inmensa majestad, me dijo: «que todos sepan que la tribulación va seguida de la gracia; que todos se convenzan que sin el peso de la aflicción no se puede llegar a la cima de la gracia; que todos comprendan que la medida de los carismas aumenta en proporción con el incremento de las fatigas. Guárdense los hombres de pecar y de equivocarse: ésta es la única escala del paraíso, y sin la cruz no se encuentra el camino de subir al cielo».

«Apenas escuché estas palabras, experimenté un fuerte impulso de ir en medio de las plazas, a gritar muy fuerte a toda persona de cualquier edad, sexo o condición: «Escuchad, pueblos, escuchad todos. Por mandato del Señor, con las mismas palabras de su boca, os exhorto. No podemos alcanzar la gracia, si no soportamos la aflicción; es necesario unir trabajos y fatigas para alcanzar la íntima participación en la naturaleza divina, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta felicidad del espíritu».

«El mismo ímpetu me transportaba a predicar la hermosura de la gracia divina; me sentía oprimir por la ansiedad y tenía que llorar y sollozar. Pensaba que mi alma ya no podría contenerse en la cárcel del cuerpo, y más bien, rotas sus ataduras, libre y sola y con mayor agilidad, recorrer el mundo, diciendo: “¡Ojalá todos los mortales conocieran el gran valor de la divina gracia, su belleza, su nobleza, su infinito precio, lo inmenso de los tesoros que alberga, cuántas riquezas, gozos y deleites! Sin duda alguna, se entregarían, con suma diligencia, a la búsqueda de las penas y aflicciones. Por doquiera en el mundo, antepondrían a la fortuna las molestias, las enfermedades y los padecimientos, incomparable tesoro de la gracia. Tal es la retribución y el fruto final de la paciencia. Nadie se quejaría de sus cruces y sufrimientos, si conociera cuál es la balanza con que los hombres han de ser medidos”».

(De los Escritos de Santa Rosa de Lima: > LH 23 agosto).

–San Luis María Grignion de Montfort (+1717)

Nacido en Francia, cerca de Rennes (1673), ordenado sacerdote (1700), terciario dominico, se dedicó a la predicación de misiones populares. Fue expulsado de varias diócesis por las Autoridades pastorales filojansenistas. Escribió varios libros excelentes, el más conocido el «Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen», perdido y publicado mucho después de su muerte (1843). Su «Carta a los Amigos de la Cruz», dirigida a una hermandad, así llamada, que él había fundado al finalizar una Misión, es una preciosa síntesis teológica y espiritual sobre el misterio de la Cruz en Cristo y en los cristianos.

«Os llamáis Amigos de la Cruz ¡Qué nombre tan grande!» (3)… «Un Amigo de la Cruz es un rey omnipotente, es un héroe que triunfa sobre el demonio, el mundo y la carne en sus tres concupiscencias [1Jn 2,16] Al amar las humillaciones, espanta el orgullo de Satanás. Al amar la pobreza, vence la avaricia del mundo. Al amar el dolor, mata la sensualidad de la carne» (4).

«Acordáos, mis queridos cofrades, de que nuestro buen Jesús os está mirando ahora, y os dice a cada uno en particular: «Ya ves que casi toda la gente me abandona en el camino real de la Cruz… Y hasta las propios miembros míos, que he animado con mi espíritu, me han abandonado y despreciado, haciéndose enemigos de mi Cruz [Flp 3,18]. ¿También vosotros queréis marcharos? [Jn 6,67].¿También vosotros queréis abandonarme, huyendo de mi Cruz, como los mundanos, que son en esto verdaderos anticristos? [1Jn 2,18]. ¿Es que queréis vosotros, para conformaros con el siglo presente [Rm 12,2], despreciar la pobreza de mi Cruz, para correr tras las riquezas; evitar el dolor de mi Cruz, y buscar los placeres; odiar las humillaciones de mi Cruz, para ambicionar los honores?» (11).

Si alguno quiere venirse conmigo, cargue con su cruz… Esta frase «se refiere al reducido número de los elegidos [Mt 20,16], que quieren configurarse a Jesucristo crucificado, llevando su cruz. Es un número tan pequeño, que si lo conociéramos, quedaríamos pasmados de dolor. Es tan pequeño que apenas si hay uno por cada diez mil» (14).

«Os gloriáis con toda razón de ser hijos de Dios. Gloriáos, pues, también de los azotes que este Padre bondadoso os ha dado y os dará más adelante, pues él castiga a todos sus hijos [Prov 3,11-12; Heb 12,5-8; Ap 3,19]. Si no fuérais del número de sus hijos amados, seríais del número de los condenados, como dice San Agustín: «quien no llora en este mundo, como peregrino y extranjero, no puede alegrarse en el otro como ciudadano del cielo»…

«Amigos de la Cruz, discípulos de un Dios crucificado: el misterio de la Cruz es un misterio ignorado por los gentiles, rechazado por los judíos (1Cor 1,23), y despreciado por los herejes y los malos católicos. Pero es el gran misterio que habéis de aprender en la práctica en la escuela de Jesucristo, y que solamente en su escuela podréis aprender» (25).

«Sois miembros de Jesucristo. ¡Qué honor, pero qué necesidad hay en ello de sufrir! Si la Cabeza está coronada de espinas ¿estarán los miembros coronados de rosas? Si la Cabeza es escarnecida y ensuciada por el barro camino del Calvario ¿se verán los miembros cubiertos de perfumes sobre un trono?… No, no, mis queridos Compañeros de la Cruz, no os engañéis: esos cristianos que veis por todas partes, vestidos a la moda, altivos y engreídos hasta el exceso, no son verdaderos discípulos de Jesús crucificado. Y si pensárais de otro modo, ofenderíais a esa Cabeza coronada de espinas y a la verdad del Evangelio. ¡Ay Dios mío, cuántas caricaturas de cristianos, que pretenden ser miembros del Salvador, son sus más alevosos perseguidores!» (27).

«Mirad, Amigos de la Cruz, mirad delante de vosotros una inmensa nube de testigos [Heb 12,1], que demuestran sin palabras lo que os estoy diciendo» (30)… «Mirad a tantos apóstoles y mártires teñidos con su propia sangre; a tantas vírgenes y confesores empobrecidos, humillados, expulsados, despreciados, clamando a una con San Pablo: mirad a nuestro buen «Jesús, el autor y consumador de la fe» [Heb 12,2], que en él y en su cruz profesamos. Él tuvo que padecer para entrar por su cruz en la gloria [Lc 24,26]. Mirad, junto a Jesús, una espada afilada que penetra hasta el fondo del corazón tierno e inocente de María [Lc 2,35]» (31). «Después de todo esto ¿quién de nosotros podrá eximirse de llevar su cruz?» (31).

«Llevad vuestra cruz alegremente: encontraréis en ella una fuerza victoriosa a la que ningún enemigo vuestro podrá resistir [Lc 21,15], y gozaréis de una dulzura inmensa, con la que nada puede compararse. Sí, hermanos míos, sabed que el verdadero paraíso terrestre está en «sufrir algo por Jesucristo» [Hch 5, 41]… Imaginad todas las mayores alegrías que puedan darse en esta tierra: pues bien, todas están contenidas y sobrepasadas por la alegría de una persona crucificada, que sabe sufrir bien» (34).

«Alegraos, pues, y saltad de gozo cuando Dios os regale con alguna buena cruz, porque, sin daros cuenta, recibís lo más grande que hay en el cielo y en el mismo Dios. ¡Regalo grandioso de Dios es la cruz!» (35). San Juan Crisóstomo decía: «Si así me fuera dado, yo dejaría el cielo con mucho gusto para padecer por el Dios del cielo» (37).

«Aprovecháos de los pequeños sufrimientos aún más que de los grandes… Si se diera el caso de que pudiéramos elegir nuestras cruces, optemos por las más pequeñas y deslucidas, frente a otras más grandes y llamativas… No desperdiciéis ni la menor partícula de la verdadera Cruz, aunque solo sea la picadura de un mosquito de un alfiler, la dificultad de un vecino, la pequeña injuria de un desprecio, la pérdida mínima de un dinero, un ligero malestar de ánimo, un cansancio pasajero del cuerpo, un dolorcillo de uno de vuestros miembros, etc. Sacad provecho de todo, como el que atiende su comercio, y así como él se hace rico ganando centavo a centavo en su mostrador, así muy pronto vosotros vendréis a ser ricos según Dios. A la menor contrariedad que os sobrevenga, decid: ¡Bendito sea Dios, gracias, Dios mío!» (49).

«Cuando se os pide que améis la cruz no se os está hablando de un amor sensible, que es imposible a la naturaleza» (50)… «Dios no os exige que améis la cruz con la voluntad de la carne [Jn 1,13]» (51). «Existe otro amor de la cima del alma, como dicen los maestros de la vida espiritual. Por él, sin sentir alegría alguna en los sentidos, sin captar en el alma ningún placer razonable, sin embargo, se ama y se gusta, a la luz de la pura fe, la cruz que se lleva» (53).

«Mirad las llagas y los dolores de Jesús crucificado… Cuando os veáis atacados por la pobreza, la abyección, el dolor, la tentación y las otras cruces, armaos con el pensamiento de Jesucristo crucificado, que será para vosotros escudo, coraza, casco y espada de doble filo [Ef 6,11-18]. En él hallaréis la solución de todas las dificultades y la victoria sobre cualquier enemigo» (57).

«Jamás os quejéis voluntariamente, murmurando de las criaturas de las que Dios se sirve para afligiros» (59). «Nunca recibáis una cruz sin besarla humildemente con agradecimiento» (60). «Si queréis haceros dignos de las cruces que os vendrán sin vuestra participación, y que son las mejores, procuráos algunas cruces voluntarias, con el consejo de un buen director» (61).

–San Juan Eudes (+1680)

Ingresa en el Oratorio del cardenal de Bérulle, del que sale para fundar la Congregación de Jesús y María (1643), especialmente dedicada a los seminarios y a las misiones populares.

«La Cruz, y todos los misterios que se realizaron en la vida de Jesús, han de realizarse en los miembros de Cristo, es decir, en cuantos vivimos la vida de Jesús. Debemos continuar y completar en nosotros los estados y misterios de la vida de Cristo, y suplicarle con frecuencia que los consume y complete en nosotros y en toda su Iglesia.

«Porque los misterios de Jesús no han llegado todavía a su total perfección y plenitud. Han llegado, ciertamente, a su perfección y plenitud en la persona de Jesús, pero no en nosotros, que somos sus miembros, ni en su Iglesia, que es su cuerpo místico. El Hijo de Dios quiere comunicar y extender en cierto modo y continuar sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia, ya sea mediante las gracias que ha determinado otorgarnos, ya mediante los efectos que quiere producir en nosotros a través de estos misterios. En este sentido, quiere completarlos en nosotros.

«Por esto, san Pablo dice que Cristo halla su plenitud en la Iglesia y que todos nosotros contribuimos a su edificación y “a la medida de Cristo en su plenitud” [Ef 4,13], es decir, a aquella edad mística que él tiene en su cuerpo místico, y que no llegará a su plenitud hasta el día del juicio. El mismo apóstol dice, en otro lugar, que “él completa en su carne los dolores de Cristo” [Col 1,24]. De este modo, el Hijo de Dios ha determinado consumar y completar en nosotros todos los estados y misterios de su vida…

«Quiere completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo que suframos, muramos y resucitemos con él y en él. Finalmente, completará en nosotros su estado de vida gloriosa e inmortal, cuando haga que vivamos, con él y en él, una vida gloriosa y eterna en el cielo. Del mismo modo, quiere consumar y completar los demás estados y misterios de su vida en nosotros y en su Iglesia, haciendo que nosotros los compartamos y participemos de ellos, y que en nosotros sean continuados y prolongados.

«Según esto, los misterios de Cristo no estarán completos hasta el final de aquel tiempo que él ha destinado para la plena realización de sus misterios en nosotros y en la Iglesia, es decir, hasta el fin del mundo».

(Tratado sobre el reino de Jesús, parte 3, 4: > LH viernes, XXXIII semana).

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11. La devoción a la Cruz: siglos XIX-XX

–¿O sea que también a los santos franceses les daba por enamorarse de la cruz de Cristo?

–Pues sí, también les daba, como usted dice, por ahí. San Luis María Grignion de Montfort (+1717), en uno de los cantos populares que compuso, decía: «Voulez-vous rendre à Dieu mon Père / Un très grand et parfait honneur? / Souffrez bien, aimez la douleur, / Et que la croix vous soit très chère» (Cantiques 28).

–Santa Teresa del Niño Jesús (+1897)

Nacida en Alençon, Francia, ingresa muy joven en el Carmelo de Lisieux. Muere a los 24 años, y deja unos cuadernos con sus preciosos Escritos Autobiográficos. Es Doctora de la Iglesia.

–Dios le enseña muy pronto la vanidad de las cosas temporales. «Los amigos que teníamos allí [en Alençon, a los 10 años de edad] eran demasiado mundanos y compaginaban demasiado bien las alegrías de la tierra y el servicio de Dios. No pensaban lo bastante en la muerte… Veo que “todo es vanidad y aflicción de espíritu bajo el sol” [Ecl 2,11]…, y que el único bien que vale la pena es amar a Dios con todo el corazón y ser pobres de espíritu aquí en la tierra» (Manuscritos autobiográficos A 32v).

–También muy pronto, en la primera comunión, le es dado un gran amor a la cruz. «Después de comulgar… sentí nacer en mi corazón un gran deseo de sufrir, y, al mismo tiempo, la íntima convicción de que Jesús me tenía reservado un gran número de cruces. Y me sentí inundada de tan grandes consuelos, que los considero como una de las mayores gracias de mi vida. El sufrimiento se convirtió en mi sueño dorado. Tenía un hechizo que me fascinaba, aun sin acabar de conocerlo. Hasta entonces, había sufrido sin amar el sufrimiento; pero a partir de ese día, sentí por él un verdadero amor.

«Sentía también el deseo de no amar más que a Dios y de no hallar alegría fuera de él. Con frecuencia, durante las comuniones, le repetía estas palabras de la Imitación: “¡oh Jesús, dulzura inefable, cámbiame en amargura todos los consuelos de la tierra!”… Esta oración brotaba de mis labios sin el menor esfuerzo y sin dificultad alguna. Me parecía repetirla no por propia voluntad, sino como una niña que repite las palabras que le inspira un amigo» (Ms A 36r-v).

–Ya en el Carmelo, vive crucificada con Cristo (Gal 2,19). «Sí, el sufrimiento me tendió sus brazos, y yo me arrojé en ellos con amor… A los pies de JesúsHostia, en el examen que precedió a mi profesión, declaré lo que venía a hacer en el Carmelo: “he venido para salvar almas y, sobre todo, para orar por los sacerdotes». Y cuando se quiere alcanzar una meta, hay que poner los medios para ello. Jesús me hizo comprender que las almas quería dármelas por medio de la cruz.Y mi anhelo de sufrir creció a medida que aumentaba el sufrimiento» (Ms A 69v).

–El sufrimiento es para ella el cielo en la tierra. «Mi consuelo es no tenerlo en la tierra» (Ms B 1r)… «Es cierto que, a veces, el corazón del pajarito se ve embestido por la tormenta, y no le parece que pueda existir otra cosa que las nubes que lo rodean. Ésa es la hora de la perfecta alegría [la de San Francisco de Asís] para ese pobre y mínimo ser débil. ¡Qué dicha para él seguir allí, a pesar de todo, mirando fijamente a la luz invisible que se oculta a su fe!» (5r). «Permitió [el Señor] que mi alma se viese invadida por las más densas tinieblas… Es preciso haber peregrinado por este negro túnel para comprender su oscuridad… [Sin embargo,] me alegro de no gozar de ese hermoso cielo aquí en la tierra, para que él [Jesús] lo abra a los pobres incrédulos por toda la eternidad. Así, a pesar de esta prueba que me roba todo goce, aún puedo exclamar: “tus acciones, Señor, son mi alegría” [Sal 91,5]. Porque ¿existe alegría mayor que la de sufrir por tu amor?» (Ms C 5v-7r). «El mismo sufrimiento, cuando se lo busca como el más preciado tesoro, se convierte en la mayor de las alegrías» (10v).

–Una muerte santa. Santa Teresa del Niño Jesús se acerca a su muerte con toda conciencia y paz. Solamente le desconcierta un tanto el pensamiento de que va a dejar de sufrir. «¡Qué contenta estoy de morir! Sí, estoy contenta no por verme libre de los sufrimientos de aquí abajo –al contrario, el sufrimiento unido al amor es lo único que me parece deseable en este valle de lágrimas–; estoy contenta de morir porque veo que ésa es la voluntad de Dios y porque seré mucho más útil que aquí abajo a las almas que amo» (Carta 253: 13VII-1897).

«Desde hace mucho tiempo, el sufrimiento se ha convertido en mi cielo aquí en la tierra, y realmente me cuesta entender cómo voy a poder aclimatarme a un país en el que reina la alegría sin mezcla alguna de tristeza. Será necesario que Jesús transforme mi alma y le dé capacidad de gozar; de lo contrario, no podré soportar las delicias eternas (Carta 254: 14-VII-1897).

Finalmente, dos meses antes de morir, declara en la enfermería con toda lucidez: «he encontrado la felicidad y la alegría aquí en la tierra, pero únicamente en el sufrimiento, pues he sufrido mucho aquí abajo. Habrá que hacerlo saber a las almas… Desde mi primera comunión, cuando pedí a Jesús que me cambiara en amargura todas las alegrías de la tierra, he tenido un deseo continuo de sufrir. Pero no pensaba cifrar en ello mi alegría. Ésta es una gracia que no se me concedió hasta más tarde» (Últimas conversaciones 31-VII-1897, 13).

Y el mismo día en que murió: «Todo lo que he escrito sobre mis deseos de sufrir es una gran verdad… Y no me arrepiento de haberme entregado al Amor» (ib. 30-IX-1897).

–Beato Charles de Foucauld (+1916)

Nace en Estrasburgo, Francia (1858). Queda huérfano a los 6 años, a los 17 sufre una crisis de fe que le lleva a una vida disipada. Ingresa en la carrera militar, y sirve como oficial en Francia y Argelia, pero es expulsado por mala conducta. Inicia su conversión a los 28 años, pasa unos años en la Trapa, vive retirado en Nazaret, cuidando el monasterio de las Clarisas, es ordenado sacerdote, y desde 1901 vive hasta su muerte como ermitaño en un lugar del desierto argelino. Actualmente varias asociaciones laicales y congregaciones religiosas, como los Hermanos de Jesús (1933) y las Hermanitas de Jesús (1939), siguen la espiritualidad del Beato. (Cito textos de Oeuvres spirituelles de Charles de Jésus, père de Foucauld, Seuil, Paris 1958, 846 pgs.)

–Solo por la Cruz se alcanza la unión perfecta con Cristo. El Bto. Carlos contempla y describe uno tras otro todos los dolores, heridas, humillaciones, que sufre Jesús en la Pasión. Y exclama: «Oh, el más bello de los hijos de los hombres, oh Dios de gloria, oh Señor mío y Dios mío, en qué estado te encuentras… ¡Ay Dios mío, hazme llorar de dolor sobre ti, hazme llorar de gratitud y de amor, y haz que llore sobre mí mismo y sobre mis pecados, que tú expías con tantos tormentos!

«¡Amemos a Jesús, que nos ha amado hasta sufrir tanto por nuestro amor, hasta sufrir tanto para redimirnos y santificarnos! Amémosle obedeciéndole, imitándole, contemplándole sin cesar. Amémosle recibiéndole con la mayor frecuencia que podamos y lo mejor que podamos en la Eucaristía, entregándonos a Él como la esposa se entrega al esposo, y abrazando por su amor los más grandes sacrificios. Así le probamos nuestro amor como Él nos ha probado el suyo, sufriendo por Él y, si es su voluntad, muriendo por Él. ¡Que Él mismo nos haga dignos de esta gracia! Amén, amén, amén» (La Passion 268-269).

«Dios mío, cómo nos has amado, tú que por nosotros te has hundido en un pozo de sufrimientos y desprecios, tú que has querido así darnos tantas lecciones, pero que por encima de todo has querido probarnos tu amor, un amor inaudito por el cual el Padre entrega a su Hijo único, y lo entrega a tales sufrimientos y abajamientos, para darnos así la certeza de un amor tan inmenso, tan probado, declarado de una manera tan conmovedora, tan enternecedora, a fin de llevarnos a amarle nosotros a Él, a quien es tan amable al amarnos tanto…

«Queramos amarle como Él nos ha amado, y aprendiendo el amor en su escuela, declararle y probarle nuestro amor como Él nos ha declarado y probado el suyo: deseando, buscando, abrazando por Él los mayores sufrimientos y los más grandes desprecios, sin más límites que los impuestos por la santa obediencia» (La Passion 274-275).

«Cuanto más nos abrazamos a la Cruz, más estrechamente nos unimos a Jesús, que está clavado en ella. Cuanto más nos falta todo en la tierra, más encontramos lo mejor que la tierra puede darnos: la CRUZ» (Diario 1901-1905, inicio: 339; igual en Cta. a Louis Massignon, 5-IV-1909).

–Per Crucem ad lucem. «Oh, mi Señor Jesús, hazme ver, cada vez más claramente, esta verdad esencial [de la cruz], tan necesaria, y que el demonio trata sin cesar de oscurecer ante nuestros ojos… Haz que la doctrina de la cruz resplandezca a mis ojos, y que me abrace a ella… Haz que yo también pueda decir [como San Pablo] que lo único que yo sé es una cosa: “Jesús y Jesús crucificado”… Ay, Dios mío, “¡haz que vea” [Mc 10,51], haz que siempre brillen estas verdades ante mis ojos, y que a ellas se configure mi vida, en ti, para ti, por ti! Amén. Y concede las mismas gracias a todos los hombres» (La Passion 271).

«Bendito San Huberto, a quien se festeja en tantos lugares y con tanta alegría, tú viste un día la Cruz de Jesús entre los cuernos de un ciervo… Consígueme la gracia, por Nuestro Señor Jesucristo, de que yo vea también su Cruz en todos los instantes de mi vida, vea su signo en todas las cosas, su mano en todo suceso… Tú que recibiste un día esta aparición ante tus ojos corporales, consígueme que yo tenga sin cesar esa aparición ante los ojos de mi alma, que yo vea resplandecer siempre ante mí la Cruz de Jesús… ¡Ruega por mí, San Huberto, para que ese signo bendito, esta Cruz bendita de Jesús, brille sin cesar ante mis ojos, lo aclare todo, lo ilumine todo, se me manifieste en todo, para que a su luz pueda yo seguir a Jesús paso a paso, haga yo en todo su voluntad, le bendiga sin cesar, en Él, por Él y para Él! Amén» (Sur les fêtes de l’Année, 3 novembre, saint Hubert, évêque de Tongres, Belgique, 292-293).

–Carguemos con amor nuestras cruces. «¡Dios mío, qué bueno eres! ¡Qué dolores sobrehumanos! ¡Dios mío, todos esos dolores por nosotros! ¡Todos esos sufrimientos los abrazas voluntariamente por nuestro amor!… Recibamos con amor, bendición, reconocimiento, valentía y gozo, todo sufrimiento, todo dolor de cuerpo o de alma, toda humillación, todo despojamiento, la muerte, por amor a Nuestro Señor Jesús, imitándole y ofreciéndolo todo a Él en sacrificio. Y no nos contentemos con esperarlos; con el permiso de nuestro director, abracemos nosotros mismos todas las mortificaciones que él nos permita, sin poner a nuestras penitencias otros límites que los que la santa obediencia imponga» (La Passion 276-277).

«El camino real de la Cruz es el único para los elegidos, el único para la Iglesia, el único para cada uno de los fieles. Esta es la ley hasta el fin del mundo: que la Iglesia y las almas, esposas del Esposo crucificado deberán participar de sus espinas y llevar con Él la cruz. La ley del amor exige que la esposa participe de la suerte del Esposo» (Correspondance, In Salah 12-I-1909, 715-716).

«Llevar la cruz es llevar la cruz que sea, pero que sea la nuestra, aquella que Dios nos da; es llevar en todas las horas de nuestra vida la cruz que Dios nos concede, y es por tanto obedecer perfectamente a Dios, cuya voluntad se manifiesta sobre todo por sus representantes; es llevarla durante todas las horas, todos los instantes de nuestra vida, recibiendo en cada momento, amorosamente, pacientemente, valientemente, con obediencia, con aceptación de la voluntad, con fe y gratitud, todo aquello que Dios nos envía; y es, pues, obedecerle perfectamente» (Sur l’Évangile; Dieu seul, 236).

–Solo por la Cruz podemos hacer el bien a nuestros hermanos. «La ley de la cruz es ésta, que no podemos hacer bien a las almas que a condición de darlas a luz en Dios [les enfanter, parirlas] por nuestros propios sufrimientos, por nuestra crucifixión… Si queremos hacer bien a las almas, abracemos la cruz, y cuanto más bien queramos hacerles, más necesitamos entregarnos a la mortificación» (Sur les fêtes de l’Année, Lundi saint 304-305).

«La penitencia –es decir, el sacrificio, la aceptación de las cruces enviadas por Dios y los actos de mortificación voluntaria autorizados por el director espiritual– es como una oración. Y ella, como la oración, obtiene gracias para nosotros mismos y para el prójimo. Jesús ha salvado al mundo por la cruz, y por la cruz, dejando que Jesús viva en nosotros y complete en nosotros por nuestros sufrimientos lo que falta a su Pasión, es como debemos nosotros continuar hasta el fin de los tiempos la obra de la Redención. Sin cruz, no hay unión a Jesús crucificado, ni a Jesús Salvador. Si queremos ser enamorados de Jesús, abracemos su cruz; y si queremos trabajar por la salvación de las almas con Jesús, que nuestra vida sea una vida crucificada» (Le Directoire de l’Union des Frères et Soeurs du Sacré-Coeur, 490).

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12. La devoción a la Cruz: siglo XX, 1

–Qué cosa, una madre de familia, tan gran maestra espiritual…

–Para que vea usted las maravillas que puede hacer el Espíritu Santo en un laico cristiano.

–Concepción Cabrera de Armida (+1937)

María de la Concepción nace en una hacienda de San Luis Potosí, México (1862), se casa y viene a ser madre de nueve hijos. Queda viuda en 1901. En su Diario confiesa frecuentemente su fe en que «todos los hombres nacen para ser santos» (24-II-1911). Funda varias «Obras de la Cruz», entre las cuales destacan el Apostolado de la Cruz, para seglares, las Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús, contemplativas, y los Misioneros del Espíritu Santo. Conchita, que siempre fue seglar, dejó a su muerte sesenta y seis volúmenes manuscritos. Sus virtudes fueron declaradas heroicas, y Juan Pablo II la reconoció como venerable en 1999. (Cito extractos del libro de Marie-Michel Philipon, O.P., Diario espiritual de una madre de familia, Desclée de Brouwer 1987, 6ª ed.; original francés, 1974; cf. hoy la misma obra puede hallarse en Edit. Ciudad Nueva, Madrid).

–Recibe Conchita una educación familiar profundamente cristiana

«Creía yo, hasta después de casada, que toda la gente hacía penitencia y oración y que unos a otros nos ocultabamos las cosas; fue terrible la decepción que sufrí cuando supe que no había tal cosa: que muchas gentes hasta aborrecían mortificarse. ¡Oh Dios mío! ¿por qué será así?» (Aut. I, p.16-18: Philipon 25). Ella une perfectamente amor a Dios y amor a esposo e hijos: «A mí no me estorbaba el cariño de Pancho [don Francisco Armida] para amar a Dios; yo lo quería con una sencillez muy grande y como envuelta con el amor de mi Jesús… Mi marido fue siempre un modelo ejemplar de respeto y cariño; me han dicho varios sacerdotes que Dios me lo escogió excepcionalmente, pues fue un ejemplar de esposos y de virtudes» (Aut. I, p.111: ob. cit. 35).

«Mi marido tenía horas fijas de irse a su trabajo y de volver, las cuales yo aprovechaba en hablar con mi Jesús, en leer cosas espirituales (después de cumplir con mis obligaciones) y en hacer mis penitencias, quitándome los cilicios cuando él iba a llegar» (Aut. I, p.129: 36). Conchita fue una excelente discípula y maestra de «la doctrina de la Cruz de Cristo» (1Cor 1,18).

–El Evangelio de la Cruz

Jesús le dice a Conchita: «la doctrina de la Cruz es salvadora y santificadora: su fecundidad asombrosa, porque es divina. En ella está el germen de muchas vocaciones, de grandes santidades, pero está inexplotada. No fue dada esta doctrina de la Cruz para que esté oculta, oprimida, sino para que se extienda, enfervorice y salve… Tesoros ocultos ha puesto ahí mi bondad; pero ¿acaso para que quede esa luz bajo el celemín? No, que esa doctrina santa de la Cruz, que es mi Evangelio, debe esparcir su fecunda semilla y Yo prometo que germinará y que dará frutos para el cielo… Esta preciosa mística, salida de mi Corazón, deshará muchos errores espirituales y aclarará muchos puntos oscuros, llenándolos de brillante luz» (Diario 18-XI-1929;ob. cit. 182-183).

–Nos unimos al amor de Dios en el dolor de la Cruz

«El que es el Amor quiere hacernos felices por medio de la Cruz, escala única que después del pecado nos conduce, nos aprieta, une e identifica con el mismo Amor… ¿Por qué, ay, el lamentable engaño de que las almas huyan de la Cruz y, por tanto, del amor, haciéndose desgraciadas?

«¡Amor, Amor! me grita cuanto me rodea y cuando veo a las criaturas engolfarse en las vanidades de la tierra, en el vicio, y en todo lo que no es Él, siento una pena inmensa que me traspasa y una sacudida del corazón me grita: «¡sálvalas…muéstrales la Cruz… santifícate por ellas en el silencio y la oscuridad»… Y crece en mi pobre pecho el amor de celo y quisiera correr y gritar y mostrarles el Amor… Quisiera levantar muy alto el estandarte de la Cruz y recorrer el mundo enseñando que ahí está el camino para llegar al Amor, que sólo por el Dolor, por las espinas y la sangre y el sufrimiento se sube a la unión con el Espíritu Santo.

«Dolor, Cruz, escalera divina, única por donde el alma sube al tálamo de los divinos amores, que aleja de la tierra y acerca al cielo del Corazón divino. ¡Ven, ven a mis brazos, clávame en ti, remáchame contigo, que quiero sufrir, porque el Amor mismo inspiró a Jesús el padecer para enseñarme cómo se amaba! Van desde entonces tan unidos el amor y el dolor, que el que sufre ama y el que ama se goza en el sufrimiento. Jesús amó y sufrió. Yo no quiero, pues, amor sin sufrimiento: porque no es puro, ni verdadero, ni durable, el solo amor sin el sacrificio… Quiero vivir del amor, oh sí, pero crucificándome… ¡Qué filiación tan admirable tienen el amor y el dolor!… La ausencia de la cruz es la causa de todos los males» (enero 1903: 154-161).

–El sacerdocio común de los fieles

En muchos lugares de su Diario refiere Conchita a todos los fieles estas palabras que el Señor le dijo a ella: «Eres altar y sacerdote al mismo tiempo, pues tienes contigo la sacrosanta Víctima del Calvario y la Eucaristía, la cual puedes ofrecer constantemente al Eterno Padre por la salvación del mundo… Tú eres mi altar y serás también mi víctima: en mi unión ofrécete y ofréceme a cada instante al Eterno Padre con el fin tan noble de salvar a las almas, y darle gloria. Olvídate de todo, hasta de ti misma, y que ésta sea tu ocupación constante. Tienes una misión sublime: la misión del sacerdote» (21-VI-1906: 144).

«Yo debo modelarme con Cristo bajo los dos aspectos que son la misma cosa: Cristo sacerdote y Cristo crucificado. En todas partes Él es sacerdote con relación a la Cruz. El aspecto más grandioso de Cristo es su Sacerdocio, que tiene por centro la Cruz. La Eucaristía y la Cruz es un mismo misterio… Los Oasis [monasterios de la Cruz, por ella fundados] no son sino una Misa grandiosa» (28-XII-1923: 144-145).

–La pasión de la Cruz ha de darse en Cristo y en la Iglesia

Dice el Señor: «Yo soy la Cabeza y el alma de la Iglesia y todos los míos son miembros de ese mismo Cuerpo, y deben continuar en mi unión la expiación y el sacrificio hasta el fin de los siglos… Concluyó mi pasión en el Calvario… pero los que forman mi Iglesia deben continuar en ellos la pasión… ofreciéndose en reparación propia y ajena a la Trinidad, en unión mía, siendo víctimas con la Víctima» (Diario 24-VII1906: 211212). «Yo no necesito de nadie para salvar al mundo; pero todos los cristianos deben sufrir en mi unión cooperando a esa misma Redención para la gloria de Dios y glorificación propia» (16-V-1907: 212).

Es cierto que solo los sacerdotes pueden consumar el sacrificio eucarístico, «pero el unir todas las inmolaciones en una, es para todos los cristianos; el asimilarse por la fe y por las obras a la Víctima del altar, el ofrecerse al Eterno Padre como pararrayo de la divina justicia, como hostia de propiciación, esto les toca a todos los cristianos, miembros de un mismo cuerpo» (7-VI-1916: 209-210).

«Grande honra es cuando escojo a las almas para secundar la redención y corredención en mi unión y en la de María, este Apostolado de la Cruz, es decir el del dolor inocente, del dolor amoroso y puro, del dolor expiatorio y salvador en favor del culpable mundo» (23-VI-1928: 199).

–La Virgen María, sacerdote y víctima

Dice el Señor a Conchita: «María sufrió más que todas las almas desamparadas, porque sufrió el reflejo Mío de la Cruz, que no tiene comparación ni lenguaje humano para expresarlo. No es honrado [venerado] este desamparo de María, este vivo y palpitante martirio de soledad, el martirio desolador del divino desamparo, que padeció con heroico esfuerzo, con resignación amorosa y sublime abandono en mi voluntad» (23-VI-1918: 199).

«María fue la escogida entre todas las mujeres para que en su virginal seno se obrara la Encarnación del Divino Verbo y desde aquel instante Ella, la sin mancha, la Madre Virgen, la que aceptó con el amor y la sumisión más grande que ha existido en la tierra hacia mi Padre, no cesó de ofrecerme a Él como víctima que venía del cielo para salvar al mundo, pero crucificando su Corazón de Madre a la divina voluntad de ese Padre amado.

«Y me alimentó para ser víctima consumando la inmolación de su alma al entregarme para ser crucificado. Y un mismo sacrificio era el Mío en la Cruz, como el que se obraba en su corazón… Siempre María me ofreció al Padre, siempre hizo oficio de sacerdote; siempre inmoló su Corazón inocente y puro en mi unión para atraer las gracias de la Iglesia» (6-IV-1928).
–Los sacerdotes y la Cruz de Cristo

Dice el Señor: «Los sacerdotes imprescindiblemente tienen que ser víctimas, tienen que convertirse en don, renunciándose y ofreciéndose puros a mi Padre en mi unión y entregándose también en donación a las almas, como Yo» (8-I-1928: 209). «Yo vine al mundo a santificar el dolor y a quitarle su amargura; vine para hacer amar la Cruz, y la transformación más perfecta en Mí tiene que operarse por el dolor amoroso, por el amor doloroso. Por tanto, un sacerdote que quiera asimilarse a Mí, como es su deber, debe ser amante del sacrificio, debe tender a la voluntaria inmolación abnegándose, negándose a sí mismo y sacrificándose constantemente en favor de las almas. «Sacerdote» quiere decir «que se ofrece y que ofrece»; que se inmola e inmola. Los sacerdotes deben amar la cruz y enamorarse de Mí crucificado. Soy su modelo» (1I-1928: 224).

«Mi Padre quiere ver al sacerdote transformado en Mí, no tan solo a la hora de la Misa, sino a todas las horas; de tal manera que en cualquier sitio y a cualquier hora pueda el sacerdote decir con verdad en el interior de su alma estas benditas palabras realizadas constantemente en él por su transformación en Mí: “esto es mi cuerpo, esta es mi Sangre” que se entregan por vosotros… Y aquí está la procedencia de todos los males que lamento en mi Iglesia, la falta de transformación en Mí de sus sacerdotes; que si esto fuera, qué distintos se hallarían los pueblos y naciones y almas que resienten materializadas la falta de influjo divino que debieran comunicarles los sacerdotes, y que se hunden y se despeñan por la sensualidad y la falta de fe en abismos insondables de males. Si el demonio ha ganado terreno en mi Viña es por falta de obreros santos, en esa Viña; por sacerdotes tibios, disipados, mundanizados y aseglarados que se han dejado llevar por la corriente y el ambiente actual, sin oponer resistencia, sin hacerse violencia a sí mismos y sin preocuparse en lo principal que debiera preocuparles: en su perfecta transformación en Mí» (31-XII-1927: 223).

«Pídeme vida larga para mucho sufrir y para mucho escribir, ésta es tu misión en la tierra. Tú estás destinada a la santificación de las almas, muy especialmente a la de los sacerdotes; por tu conducto muchos se incendiarán en el amor y en el dolor: haz amar la Cruz, por medio del reinado del Espíritu Santo. Vendrá una pléyade de sacerdotes santos los cuales especialmente incendiarán al mundo con el fuego de la Cruz… Tú serás madre de muchos hijos espirituales» (29-VI-1903: 135).

Como vemos, en 1903, cuando Conchita, ya viuda con ocho hijos, tiene 41 años, el Señor le promete que «será madre de muchos hijos espirituales». Y cumple su promesa. Actualmente hay en México 14 monasterios de las Religiosas de la Cruz, y otros en Guatemala, Roma, El Salvador, Estados Unidos, Costa Rica y España. En México hay 40 comunidades de los Misioneros del Espíritu Santo, y otras en Estados Unidos, Italia, Costa Rica, España, Chile y Colombia. Estas congregaciones y otras asociaciones laicales integran las Obras de la Cruz, fundadas por María Concepción Cabrera de Armida, predicadora del Evangelio de la Cruz.

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13. La devoción a la Cruz: siglo XX, 2

–Hoy, 14 de septiembre, celebramos la Exaltación de la Santa Cruz.

–En este blog llevamos 17 artículos exaltándola. Nos gloriamos solamente en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para nosotros, y nosotros para el mundo (cf. Gal 6,14)

–Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) (+1937)

Edith Stein nace en Breslau, Alemania (1891), última de los 11 hijos de una familia fervientemente judía. Sin embargo, ya a los 13 pierde la fe y no puede creer en un Dios personal. Estudia filosofía y llega a ser en Gottinga ayudante de Husserl. En 1921, invitada en la finca de unos amigos, toma un libro al azar, lee en una noche la «Vida» de Santa Teresa, y al terminarla se dice: «ésta es la verdad». Bautizada en 1922, añade a su naciente espiritualidad carmelitana el influjo litúrgico benedictino de Beuron, cuyo abad Rafael Walzer es su director. Ingresa en el Carmelo en 1933, y al año siguiente toma el hábito y el nombre religioso, que sin duda la identifica plenamente: Teresia Benedicta a Cruce. Sus escritos son numerosos y excelentes, especialmente los redactados en el Carmelo. En 1942 es ejecutada en el campo de concentración nazi de Auschwitz, junto a su hermana Rosa, también conversa al catolicismo, ingresada en otro Carmelo como terciaria. Edith Stein fue beatificada en Colonia (1987) y canonizada en Roma (1998) por Juan Pablo II. En los dos últimos años de su vida, cerca ya de su martirio previsible, escribe su obra principal: «Ciencia de la Cruz».

–«Mi primer encuentro con la Cruz». Edith tenía gran amistad con Adolf Reinach, asistente de Husserl en la universidad, y con su esposa Ana. Ambos, como otros discípulos de Husserl, se habían convertido al cristianismo. Cuando en 1917 muere Reinach en la guerra, va Edith a visitar a su viuda, temiendo encontrarla desolada, pero solo encuentra en ella perdón, paz y esperanza. Poco antes de morir, Edith confiesa a un sacerdote: «Aquel fue mi primer encuentro con la Cruz, con esa fuerza divina que la Cruz da a los que la llevan. Por vez primera se me apareció de forma visible la Iglesia, nacida de la Pasión de Cristo y victoriosa sobre la muerte. En ese mismo momento mi incredulidad claudicó, el judaísmo palideció a mis ojos, mientras la luz de Cristo se alzaba en mi corazón. Por esta razón, al tomar los hábitos de carmelita, he querido unir mi nombre al de la Cruz» (F. Muñoz, Edith Stein, San Pablo, Madrid 2001, 94).

–«Amor por la cruz». Así titula Sor Teresa una meditación en cuatro hojas que escribe casi un mes después de su ingreso en el Carmelo (14-X-1933). «La lucha entre Cristo y el Anticristo todavía no se ha dirimido. En esta batalla los seguidores de Cristo tienen su puesto. Y su arma principal es la cruz.

«¿Cómo se puede comprender esto? El peso de la cruz, que Cristo ha cargado, es la corrupción de la naturaleza humana con todas sus consecuencias de pecado y sufrimiento, con las cuales la castigada humanidad está abatida. Sustraer del mundo esa carga, ése es el sentido del vía crucis. El regreso de la humanidad liberada al corazón del Padre celestial y la adopción como hijos adoptivos es un don gratuito de la gracia, del amor omnimisericordioso. Pero ello no puede suceder a costa de la santidad y justicia divinas. La totalidad de las culpas humanas, desde la primera caída hasta el día del juicio, tiene que ser borrada por una expiación equivalente. La vía crucis es esta reparación. Las tres caídas de Cristo bajo el peso de la cruz corresponden a la triple caída de la humanidad: el pecado original, el rechazo del Redentor por su pueblo elegido, la apostasía de aquellos que llevan el nombre de cristianos.

«El Salvador no está solo en el camino de la cruz y no son sólo enemigos los que le acosan, sino también hombres que le apoyan: como modelo de los seguidores de la cruz de todos los tiempos tenemos a la Madre de Dios»; también Simón de Cirene y la Verónica. Y «cualquiera que a lo largo del tiempo haya aceptado un duro destino en memoria del Salvador sufriente, o haya asumido libremente sobre sí la expiación del pecado, ha expiado algo del inmenso peso de la culpa de la humanidad y ha ayudado con ello al Señor a llevar esta carga; o mejor dicho, es Cristo-Cabeza quien expía el pecado en estos miembros de su cuerpo místico que se ponen a disposición de su obra de redención en cuerpo y alma… Los amantes de la cruz, que Él suscitó y que nuevamente y siempre suscita en la historia cambiante de la Iglesia militante, son sus aliados en el último tramo. A ello hemos sido llamados también nosotros.

«No se trata, pues, de un recuerdo simplemente piadoso de los sufrimientos del Señor cuando alguien desea el sufrimiento. La expiación voluntaria es lo que nos une más profundamente y de un modo real y auténtico con el Señor. Y ésa nace de una unión ya existente con Cristo. Pues la naturaleza humana huya del sufrimiento… Sólo puede aspirar a la expiación quien tiene abiertos los ojos del espíritu al sentido sobrenatural de los acontecimientos del mundo; esto resulta posible sólo en los hombres en los que habita el Espíritu de Cristo…

«Ayudar a Cristo a llevar la cruz proporciona una alegría fuerte y pura… De ahí que la preferencia por el camino de la cruz no signifique ninguna repugnancia ante el hecho de que el Viernes Santo ya haya pasado y la obra de redención haya sido consumada. Solamente los redimidos, los hijos de la gracia, pueden ser portadores de la cruz de Cristo. El sufrimiento humano recibe fuerza expiatoria sólo si está unido al sufrimiento de la cabeza divina. Sufrir y ser felices en el sufrimiento, estar en la tierra, recorrer los sucios y ásperos caminos de esta tierra, y con todo reinar con Cristo a la derecha del Padre; reir y llorar con los hijos de este mundo, y con los coros de los ángeles cantar ininterrumpidamente alabanzas a Dios: ésta es la vida del cristiano hasta el día en que rompa el alba de la eternidad» (Obras completas, Monte Carmelo, Burgos 2004, vol. V, 623-625).

–«Exaltación de la Cruz», meditación escrita en el día de la Exaltación de la Cruz (14-IX-1939), día en que se renovaban los votos en la comunidad. «El Crucificado nos mira y nos pregunta si aún seguimos dispuestas a mantenernos fieles a lo que prometimos en una hora de gracia. Y no sin razón nos hace esta pregunta. Hoy más que nunca la cruz se presenta como un signo de contradicción. Los seguidores del Anticristo la ultrajan mucho más que los persas cuando robaron la cruz [en la batalla de Hattin, 1187]. Deshonran la imagen de la cruz y se esfuerzan todo lo posible para arrancar la cruz del corazón de los cristianos. Y muy frecuentemente lo consiguen, incluso entre los que, como nosotras, hicieron un día voto de seguir a Cristo cargando con la cruz. Por eso hoy el Salvador nos mira seriamente y examinándonos, y nos pregunta a cada una de nosotras: ¿Quieres permanecer fiel al Crucificado? ¡Piénsalo bien! El mundo está en llamas [cf. Sta. Teresa, Camino 1,5], el combate entre Cristo y el Anticristo ha estallado abiertamente. Si te decides por Cristo, te puede costar la vida.

«Reflexiona también sobre lo que prometes. Profesar y renovar la profesión es una cosa terriblemente seria. Tú haces una promesa al Señor del cielo y de la tierra. Si eso no te resulta santamente serio como para esforzar tu voluntad en su cumplimiento, caerás en las manos del Dios viviente.

«Ante ti cuelga el Salvador en la cruz porque se hizo obediente hasta la muerte en cruz… Si tú quieres ser la esposa del Crucificado, tienes que renunciar sin condiciones a tu propia voluntad y no tener más deseo que el de cumplir la voluntad de Dios…

«Tu Salvador cuelga ante ti en la cruz, desnudo y solo, porque Él ha escogido la pobreza. El que quiera seguirlo tiene que renunciar a todos los bienes de la tierra. No basta con que una vez hayas dejado todo fuera y que hayas venido al convento. También ahora tienes que hacerlo muy en serio. Acoger agradecidamente lo que la providencia te envía; privarte con alegría de lo que él te hace carecer; no preocuparte por el propio cuerpo, ni por sus pequeñas necesidades o apetitos, sino dejar su cuidado en manos de los que tienen la responsabilidad; no preocuparte por el día que viene, ni por la próxima comida.

«Tu Salvador cuelga ante ti con el corazón abierto. Él ha derramado la sangre de su corazón para ganar el tuyo. ¿Quieres seguirle en la santa pureza? Entonces tu corazón tiene que estar libre de todo deseo terreno: Jesús, el Crucificado, sea el único objeto de tus anhelos, de tus deseos, de tus pensamientos…

«¿Te asustas ante la grandeza de lo que los santos votos te exigen? No tienes nada que temer. Ciertamente lo que tú prometiste está por encima de tus débiles fuerzas. Pero no está por encima de la fuerza del Todopoderoso, y ella será tuya si tú te confías a él cuando él acoja tu voto de fidelidad. Así hizo el día de tu santa profesión y quiere hacerlo hoy nuevamente. Es el corazón amante de tu Redentor que te invita al seguimiento. Él exige tu obediencia, pues la voluntad humana es ciega y débil. No encontrará el camino mientras no se abandone totalmente a la voluntad divina. Él exige la pobreza, porque las manos tienen que estar vacías de los bienes de la tierra para poder recibir los bienes del cielo. Te exige la castidad, porque sólo el desapego del corazón de todo amor terreno [desordenado] hace libre el corazón para el amor de Dios. Los brazos del crucificado están extendidos para atraerte hasta su corazón. El quiere tu vida para regalarte la suya.
«Ave Crux, spes unica!
«El mundo está en llamas. ¿Te sientes impulsada a apagarlas? Mira la cruz. Desde el corazón abierto brota la sangre del Redentor. Haz libre tu corazón con el fiel cumplimiento de tus votos; entonces se derramará en tu corazón el caudal del Amor divino hasta inundar y hacer fecundos todos los confines de la tierra»… Son innumerables, grandes y diversos los sufrimientos y males del mundo. «Mira al Crucificado… Unida a él eres omnipresente como él. Tú no puedes ayudar como el médico, la enfermera o el sacerdote aquí o allí. En el poder de la cruz puedes estar en todos los frentes, en todos los lugares de aflicción; a todas partes te llevará tu amor misericordioso, el amor del corazón divino, que en todas partes derrama su preciosísima sangre, sangre que alivia, santifica y salva.
«Los ojos del Crucificado te están mirando, interrogándote y poniéndote a prueba. ¿Quieres sellar de nuevo y con toda seriedad la alianza con el Crucificado? ¿Cuál será tu respuesta? «Señor, ¿a quién iríamos? Tú solo tienes palabras de vida eterna» [Jn 6,68].

«Ave Crux, spes unica!» (Ob. compl. vol. V, 632-634).

–«Elevación de la Cruz», meditación escrita en el día de la Exaltación de la Cruz (14-IX-1941), poco antes de su apresamiento y de su muerte en Auschwitz (9-VIII-1942). Termina con este párrafo:

«Resulta connatural a la virginidad divina una esencial repugnancia por el pecado como contrario a la santidad divina. Pero de esta repugnancia por el pecado nace un amor insuperable al pecador. Cristo vino para arrancar del pecado a los pecadores y restablecer la imagen de Dios en las almas profanadas. Viene como Hijo del pecado –así nos lo demuestra su genealogía [Mt 1,1-17] y toda la historia del Antiguo Testamento–, y busca la compañía de los pecadores para tomar sobre sí todos los pecados del mundo y llevarles consigo al madero ignominioso de la cruz, que de este modo se convirtió en el signo de su victoria. Por eso las almas virginales no conocen la repugnancia por los pecadores. La fuerza de su pureza sobrenatural no tiene miedo de mancharse. El amor de Cristo las empuja a penetrar en la noche más profunda. Y ninguna alegría maternal se puede comparar con la felicidad del alma capaz de encender la luz de la gracia en la noche del pecado. El camino es la cruz. Bajo la cruz la Virgen de las vírgenes se convirtió en Madre de la Gracia» (Ob. compl.vol. V, 662-663).

El mundo está en llamas hoy, como lo estaba en tiempos de Santa Teresa de Jesús y de Santa Teresa Benedicta de la Cruz. ¿Te sientes movido por Dios a apagarlas? Mira al Crucificado, toma su cruz.

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14. La devoción a la Cruz: siglo XX, 3

–Hoy, 23 de septiembre, memoria litúrgica de San Pío de Pietrelcina.

–Estrella muy grande en el cielo de la santidad de la Iglesia. «Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna y otro el de las estrellas, y una estrella se diferencia de la otra en el resplandor» (1Cor 15,41).

–San Pío de Pietrelcina (+1968)

Nacido en Pietrelcina (1887), de familia muy cristiana, Francesco Forgione ingresó a los dieciséis años en los Capuchinos, y fue ordenado sacerdote en 1910. Fue destinado en 1916 al convento de San Giovanni Rotondo, región de Apulia, donde permaneció hasta su muerte. El Señor lo eligió y envió para convertir pecadores, y por eso lo configuró muy especialmente con Cristo crucificado por medio del sacerdocio, los estigmas, la celebración de la Misa –en la que revivía la Pasión–, las horas innumerables de confesonario, las enfermedades, las calumnias y las persecuciones, también de altos eclesiásticos, confortándolo a veces con éxtasis y apariciones, y concediéndole hacer milagros. Fundó un gran hospital, la «Casa de Alivio del Sufrimiento» y los «Grupos de oración». Fue canonizado en el 2002 (cf. Leandro Sáez de Ocariz, capuchino, Pío de Pietrelcina. Místico y apóstol, San Pablo, Madrid 1999, 3ª ed.= LSO).

–El Padre Pío se ofrece a Dios como víctima por los innumerables pecados que se producen en el mundo, y también en la Iglesia. El P. Agostino de San Marco in Lamis, que fue muchos años amigo, confidente y director espiritual del P. Pío, consigna en su Diario estas palabras suyas: «¡Cuántas profanaciones en tu santuario! ¡Oh Jesús mío! ¡Perdona! ¡Baja la espada! Y si debe caer, que caiga sobre mi cabeza. ¡Sí, yo quiero ser víctima! ¡Castígame por tanto a mí y no a los demás! Mándame si quieres hasta el mismo infierno, con tal de que te ame y de que se salven todos. ¡Sí, todos! ¡Jesús mío, yo me ofrezco víctima por todos!» (3-XII-1911: LSO 83).

–Vida penitente. Dice fray Leandro: «Es increíble cómo podía vivir con el escaso alimento que tomaba. El tiempo destinado al sueño era, asimismo, limitadísimo. En sus mejores tiempos, hacía una sola comida al día y sumamente parca. Aquí también el Diario del padre Agustín nos da noticias impresionantes: «come poquísimo; duerme muy poco; confiesa durante toda la mañana en la iglesia; tiene diariamente audiencia con las personas que vienen a visitarle. Se puede decir que va lentamente adelante por milagro; moralmente sufre cuanto Dios quiere y como sólo Dios sabe» (27-I-1937)» (LSO 199).

«El doctor Romanelli se admira “de cómo era posible que un hombre tan decaído de fuerzas, con una alimentación insuficiente e inadecuada, pueda soportar un trabajo tan continuo; muchos días confiesa desde el alba hasta muy adelantada la tarde, sin dar muestras de cansancio… Ha habido períodos de tiempo en los que el padre Pío ha estado confesando hasta dieciocho horas seguidas”» (LSO 199-200).

–Sufría duros y frecuentes ataques del diablo. El P. Pío se asemejaba mucho al Santo Cura de Ars en la vida penitente, en su dedicación al confesonario, y también en los asaltos diabólicos que sufría. Consigna en su Diario el P. Agustín que «se le aparecía el demonio unas veces bajo la forma de un gato negro feísimo», y de otras muchas formas, a veces seductoras. «Las apariciones del maligno bajo la forma de la Santísima Virgen y de mujeres desnudas eran las que más sumían al pobre padre Pío en la más horrible consternación. Menos mal que estas horribles desazones y estas fingidas apariciones duraban poco más de un cuarto de hora y que ordinariamente eran seguidas de las apariciones verdaderas de Jesús, de la Virgen, del Ángel custodio, de San Francisco de Asís y de otros santos: estos éxtasis ocurrían dos o tres veces al día y duraban de una a dos horas y media» (LSO 82-83).

Escribe el P. Pío: «La última noche la pasé malísimamente. Sobre las diez, hora en que me acosté, hasta las cinco de la mañana, no hizo otra cosa este cosacchio que maltratarme sin descanso… Creí que aquella iba a ser la última noche de mi vida y también que, sin llegar a morir, iba a perder totalmente la cabeza. Pero bendito sea Jesús que nada de esto ha sucedido. A las cinco de la mañana, cuando al cosacchio le dio la gana de marcharse, se apoderó de toda mi persona un frío tal que me puse a temblar de pies a cabeza… Duró un par de horas. Terminé por echar sangre por la boca» (Epistolario I, cta. 89, 292: LSO 86). «Debo confesar que estoy contento en medio de tantas aflicciones, porque mayores son todavía las dulzuras que me da a gustar el buen Jesús en estos días tan amargos y terribles» (ib. Cta. 19,200: LSO 87).

–El Padre Pío fue el primer sacerdote estigmatizado de la historia. Sus cinco llagas se mantuvieron abiertas y sangrantes durante medio siglo. Él mismo cuenta en una carta al padre Benedetto (22-X-1918) cómo se produjo su «crucifixión»: «¿Qué os puedo decir a los que me han preguntado cómo ha ocurrido mi crucifixión?… Fue la mañana del 20 [de septiembre de 1918] en el coro, después de la celebración de la Santa Misa, cuando fui sorprendido por un descanso del espíritu, parecido a un dulce sueño. Todos los sentidos interiores y exteriores, además de las mismas facultades del alma, se encontraron en una quietud indescriptible… Vi delante de mí un misterioso personaje… de sus manos, pies y costado emanaba sangre. La visión me aterrorizaba. Lo que sentí en aquel instante en mí no sabría decirlo. Me sentí morir, y habría muerto si Dios no hubiera intervenido para sustentar mi corazón…

«La vista del personaje desapareció, y me percaté de que mis manos, pies y costado fueron horadados y chorreaban sangre. Imagináis el suplicio que experimenté entonces y que voy experimentando continuamente casi todos los días. La herida del corazón asiduamente sangra, comienza el jueves por la tarde hasta el sábado. Padre mío, yo muero de dolor por el suplicio y por la confusión que experimento en lo más íntimo de mi alma. Temo morir desangrado, si Dios no escucha los gemidos de mi pobre corazón, y tenga piedad para retirar de mí esta situación»…

–Al celebrar la Santa Misa, el santo P. Pío revivía la Pasión de Cristo cada día. El sacerdote don Alejandro Lingua hizo esta descripción: «Desde el primer momento en que hace la señal de la cruz, y en toda la celebración, se ve que está participando plenamente, con toda la emoción vital posible, en el misterio de la Pasión de Cristo… En el ofertorio se puede observar cómo se adentra más y más en Dios, en ese Dios que, en un pacto de dolor y de amor, acepta los sufrimientos que en estos momentos padece. La consagración señala el momento culminante del martirio de Cristo y del celebrante» (LSO 257-258). «La comunión era otro de los momentos impresionantes de la misa del padre Pío. Aquí sí que parecía que el Divino Crucificado se unía con unión intensísima con el fraile estigmatizado; crucificado también él en su carne con Cristo» (V. de Casacalenda, Sacerdozio ed Eucaristia in padre Pio: LSO 259).

«Otro buen amigo del padre Pío, el padre Tarsicio de Cervinara, nos ha dejado en un folleto titulado La misa del padre Pío la descripción con muchos detalles, en forma de diálogo, de lo que pensaba el padre Pío sobre la santa misa: –Padre Pío ¿cómo puedes mantenerte tanto tiempo en pie ante el altar? –¿Cómo? Pues como se mantenía Jesús en la Cruz. –Entonces, ¿te sientes suspendido, clavado en la Cruz, como Jesús, durante el tiempo de la misa? –Pues ¿cómo quieres que esté?… –¿En que horas del día es más intenso tu sufrimiento? –Está claro, durante la celebración de la santa misa. –¿Durante el día tienes los mismos sufrimientos que tienes al celebrar la misa? –¡Pues estaríamos arreglados! ¿Cómo iba a poder trabajar entonces? ¿Cómo iba a poder ejercitar el ministerio?» (LSO 264-265).

«Los efectos que la Eucaristía producía en el padre Pío eran asombrosos; pasaba días enteros y, en alguna ocasión, más de un mes, sin tomar más alimento que las sagradas especies eucarísticas. El misterio de la Misa y de la Sagrada Eucaristía lo penetraban de tal forma que se transparentaba en éxtasis frecuentes y en arrobamientos maravillosos» (LSO 260).

–El P. Pío tenía buen humor. «El bueno del padre Pío encontraba mucho gusto en contar chascarrillos. Los contaba y los volvía a contar, añadiendo cada vez nuevos detalles. Era muy gracioso en sus conversaciones» (P. Emilio de Matrice, Recuerdos: LSO 110). Estando gravemente enfermo, se reunieron numerosos fieles en la iglesia para interceder por él ante el Señor con oraciones y cánticos religiosos. Y él comentó a sus hermanos frailes: «Sí, les agradezco en el alma, pero ellos cantan bien y muy a gusto, y yo sufro y aguanto hasta no poder más. Ellos cantan como el gallo que se deshace cantando, mientras que yo hago lo de la gallina: aguanta, sufre, calla… y pone huevos» (LSO 206).

Los dichos graciosos le salían con frecuencia y naturalidad. Estando con un grupo de personas, se le acercaron dos médicos: «ahí vienen dos doctores en mi busca… ¿Sabéis cómo está un enfermo entre dos médicos?… Como un ratón entre dos gatos» (ib. 207). En otra ocasión le dijeron que una señora, viendo unas estampas muy precarias que se vendían con su efigie en San Giovanni, había comentado: «¿puede haber un padre Pío más feo y más malo que éste?». A lo que él replicó fingiéndose indignado: «Malo, sí. Todo lo que queráis, porque lo soy de pies a cabeza. Pero feo no. ¡Eso sí que no! Dios no me ha hecho feo, Dios me ha hecho guapo, bello» (ib. 209).

Las calumnias, las persecuciones, las sanciones eclesiásticas que hubo de sufrir, nunca apagaron su carácter gracioso. Y tampoco su vida tan crucificada, los estigmas, su cautividad en el confesonario, los fenómenos místicos, éxtasis, bilocaciones, milagros y clarividencias sorprendentes, le alejaron de su jovialidad sencilla y natural. A veces era duro con los pecadores en la confesión, cuando no se dolían de sus pecados y los excusaban de muchos modos. Profería entonces palabras fuertes y negaba absoluciones. Un sacerdote bienintencionado, admirador suyo, pretendió hacer lo mismo en su confesonario, y pronto se quedó solo. Cuando contó su experiencia al P. Pío, le contestó con una sonora carcajada: «¡ah!, pero ¿tú qué te crees? ¿que lo que yo hago puede hacerlo cualquiera? Lo que yo hago es un lujo que tú no te puedes permitir» (ib. 255). No había en él ninguna gravedad pomposa, sino una humilde y alegre llaneza franciscana.

–Los Grupos de Oración se fueron formando en torno al P. Pío y se multiplicaron mucho. Una discípula suya, miembro antiguo de estos Grupos, refiere: «nos aconsejaba hacer oración dos veces al día, por la mañana y por la tarde. El objeto primario de nuestra meditación había de ser la Pasión del Señor. El método o forma de hacerla me lo explicó en la portería. Cuando en alguna ocasión le hice observar que, después de la meditación hecha según su método, no me sentía conmovida en nada, me respondió: «no importa; el sentimiento y la conmoción no son necesarios; ¡lo que importa, lo que es verdaderamente interesante en la meditación es que se haga!»» (LOS 113).

En septiembre de 1968, representantes de 726 Grupos de Oración, procedentes de muchas naciones, se reunieron en un IV Congreso en San Giovanni Rotondo, con la especial intención de celebrar el aniversario 50º de la aparición de los estigmas marcados el 20 de septiembre de 1918. No sospechaban que justamente el 23 de septiembre de ese año, 1968, terminaría la vida del P. Pío en esta tierra y sería el dies natalis de su vida en el cielo.

El santuario de San Giovanni Rotondo recibe cada año unos siete millones de peregrinos. Es el tercero más visitado del mundo católico tras el Vaticano y la Basílica mexicana de la Virgen de Guadalupe. Los restos del santo Padre Pío se guardan en él incorruptos, como pudo comprobarse en 2008, cuarenta años más tarde de su muerte.

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15. La devoción a la Cruz: siglo XX, y 4

–¿Marta Robin?…

–Una vez más compruebo la amplitud oceánica de su ignorancia.

–Marthe Robin (+1981)

Nace en Châteauneuf-de-Galaure, Francia (1902), sexta y última hija de un matrimonio de agricultores, que viven en una finca próxima al pueblo. El Señor enciende en Marta desde su infancia una gran devoción a la oración, a la comunión eucarística y a la caridad servicial. Va a la escuela hasta los 13 años, faltando con frecuencia a causa de su frágil salud. A los 18 años sufre una encefalitis que afecta a sus centros nerviosos. En 1928 la enfermedad paraliza ya definitivamente sus miembros inferiores y más tarde los superiores. Permanece paralizada en cama hasta su muerte.

En 1930 recibe los estigmas del Crucificado. La deglución se paraliza también y ya no podrá comer nunca más, ni beber, ni dormir, hasta su muerte, es decir, durante 50 años. Solo se alimenta de la comunión eucarística que recibe una vez por semana. Desde entonces revive todos los viernes la pasión del Señor. En 1928 su párroco Faure viene a ser su director espiritual, y quien la asiste durante los primeros años en la «pasión» que sufre los viernes. En 1936 le concede Dios la asistencia permanente de un buen sacerdote diocesano de Lyon, Georges Finet, elegido por Dios para ser padre espiritual de Marta y para iniciar junto con ella una Obra, los «Foyers de charité».

Marthe Robin dejó pocos escritos, ya que desde que quedó paralítica solo podía dictar a personas amigas. Pero ha tenido numerosos biógrafos, entre ellos Jean Guitton (Retrato de M. R., Monte Carmelo, Burgos 1999; orig. Grasset 1985), Jean-Jacques Antier (M. R. Le voyage immobile, Perrin 1996) y Bernard Peyrous, sacerdote de la comunidad Emmanuel, postulador de su causa de beatificación (Vie de M. R., Éditions de l’Emmanuel/Éditions Foyer de Charité 2006).

–A comienzos de 1930 presiente Marta su vocación especial. «¡Oh Padre tierno y bueno, oh Dios bueno y perfecto! ¿Qué harás de mí este año?… ¿Dónde me llevará tu Amor?… Yo lo ignoro, y tampoco busco saberlo. Fiat, oh Jesús mío, Dios mío, Fiat y siempre Fiat, en el amor y renunciamiento a todo. Oh Señor, por mí, por todos, sé glorificado y bendecido, ahora y por siempre. Amén» (2-II-1930: De la Cruz a la luz, Edit. Foyer, Tomé, Chile 2009, 56-57). «Mi alegría es vivir escondida completamente en Dios, con Cristo, y dejarme invadir… Tengo la grande y dulce felicidad de gozar de una manera casi continua y consciente de la presencia de Jesús» (28-II-1930: ib. 58).

«Mi alma está desamparada. ¿Dejarás a tu pequeña víctima en la tormenta?… No me abandones, Jesús, pues en mí está la noche… ¿Cuándo iré a saciarme en las fuentes inagotables de la Luz y del Amor?… No deseo morir para ser librada del combate, del sufrimiento. ¡No, no! Es la eternidad la que me atrae, deseo que Jesús me extienda sus brazos» (cuaresma 1930: ib. 58).

–Marta recibe en 1930 los estigmas de la Pasión de Cristo. Así lo describe años más tarde al Padre Finet: «Rayos de fuego salieron del corazón de Jesús. Él extiende a Marta en cruz. Ella siente la cruz en su espalda y una quemadura intensa. Luego, ofrece sus pies. Un dardo sale del corazón de Jesús y golpea al mismo tiempo ambos pies. Un tercer dardo, sin dividirse, la golpea en el costado izquierdo, provocando una herida de diez centímetros de largo. De los pies, manos y corazón mana sangre. Al mismo tiempo, Jesús coloca en la cabeza de Marta la corona de espinas. Ella la siente incluso contra los globos de sus ojos. La sangre corre desde toda la cabeza» (De la Cruz… 63-64). El viernes siguiente, y después todos los viernes, Marta revive en la penumbra de su habitación la Pasión de Cristo, acompañada solamente por su párroco Faure al principio, y a partir de 1936 hasta su muerte en 1981 por el padre Finet.

–Marta colabora en la salvación del mundo participando de la pasión de Cristo. Estas palabras suyas fueron recogidas por el párroco Faure: «[Viernes, 3 de febrero de 1933]. Sí, Jesús, quiero toda tu cruz. Quiero continuar tu redención. Sí, Dios mío, toda mi vida la quiero vivir para continuar tu redención. Sí, Jesús, quiero toda tu cruz. Quiero reunir en mí todos los terribles tormentos que tú has soportado, todos tus dolores, y llevar a cabo en mí la obra de tu redención. Oh mi Jesús, une mis pobres y pequeños sufrimientos a tus sufrimientos, y mis dolores a tus doleres, y que mi sangre sea, como la tuya, una sangre redentora. ¡Dios mío, Dios mío! que yo sufra todos tus dolores, y luego tú les salvarás.

«Oh mi Jesús!, visita esta pobre casa que no te ama [sus padres eran cristianos no practicantes]. Hay muchas otras en esta pobre parroquia, pero sufriré todos los dolores de tu pasión y tú les salvarás. Haz que esta pequeña casa te ame como yo te amo. ¡O Dios mío, Dios mío!» (Las pasiones de Marta Robin relatadas por el Padre Faure, cura párroco de Châteauneuf-de-Galaure, Edit. Foyer de Charité, 2009).

–Marta suplica al Señor especialmente por los sacerdotes. «[23 o 30 de junio de 1933]. ¡Oh Dios mío! guarda a todos tus sacerdotes en tu santo camino, no permitas que los atractivos del mundo y los deseos de la carne tengan dominio sobre ellos. Que todos sean cada vez más apóstoles, cada vez más firmes en su fe, más fieles a su ministerio y que tu adorable voluntad se cumpla siempre plenamente en ellos…

«Señor, une mi alma a tu alma, fusiona mi corazón con el tuyo, cambia mi cuerpo en tu cuerpo desgarrado, en tus miembros malheridos, oh divina Víctima de mi salvación, y dígnate mezclar cada gota de mi sangre a tu sangre salvadora. Que yo no sea más que un alma, una carne expiatoria para todos y que mi vida no sea más que un Getsemaní y un Calvario renovados, prolongados, acabados en toda su plenitud, en toda su fuerza y su amor.

«Oh mi Bienamado, tú mismo has elegido todas mis aflicciones. Por eso sufro con tanta embriaguez y sobreabundo de alegría en todas mis tribulaciones [2Cor 7,4]. Si doy mi vida por los pecadores, la doy alegremente, y veo ya que la voluntad del Señor será próspera para muchos» (ib.).

–Marta quiere agonizar con el Crucificado. Como Cristo en Getsemaní, ella revive la agonía de Jesús en la noche del jueves al viernes, y el viernes, su Pasión del Calvario: «Jesús hoy me ha amado mucho. Su abrazo ha sido muy estrecho, incluso sangrante. El Esposo prepara su pequeña víctima con heridas de amor. ¡Sí, sí, Jesús! Yo quiero tus clavos en mis manos, los quiero en mis pies. Quiero tu corona de espinas en torno a mi frente. Quiero tu hiel en mi boca. Quiero tu lanza en mi corazón. Tú has descendido de la Cruz y yo quiero tomar tu lugar. ¡Sí, Señor, yo quiero tu cruz, tú me la has dado como dote! Que yo sea tu esposa, toda marcada por los dolores y la pureza de María» (Antier, ob. cit. 275).

–Marta sufre cada viernes durante medio siglo la Pasión salvadora de Jesús. Ella habla muy poco de sus viernes de agonía, pero se conservan escritas algunas confidencias suyas, como la del 30 de octubre de 1931, que permiten asomarse al abismo inmenso de sus dolores:

«¡Oh noche, noche espantosa! Noche de dolor, de gozo y de llantos. Aterrorizada de horror, he asistido a la terrible pasión del Salvador, le he visto padecer todos los suplicios, desde la agonía del Huerto hasta la crucifixión del Gólgota, compadeciéndolos con un corazón desgarrado, sangrante, participándolos en su horror, en su dolor, en su amor. Sobre todo en su amor.

«He conocido su sufrimiento que tritura, que aterroriza el corazón. He sufrido estremecimientos de espanto, sudores de agonía, he bebido el cáliz de la angustia, me he visto sacudida por los azotes invisibles que desgarraban mi carne, he sufrido las espinas que se hundían en mis sienes, las heridas ocultas que siempre quemaban mis manos, mis pies, mi corazón. Y en toda mi alma, en todo mi ser, he sido torturada por los suplicios de la pasión, y florecían sí ardientes… Sí, Padre, tu voluntad es también la mía. No sabría yo vivir de otra manera que en el amor de Jesús, en las penas de Jesús, en las inmolaciones de Jesús, sufrir su pasión y sus agonías, para ser expiadora y redentora y conquistadora con Jesús, como Jesús.

«Para vivir del todo a Jesús, para hacerse totalmente a Jesús, es necesario querer ser Jesús crucificado. Es preciso dejarse despojar cosa por cosa, atraer, estrechar en la cruz al dulce Bienamado, y pedir, consentir no ser más que un alma, un corazón, una carne de sufrimiento para todos con Él… En mi sed de amor y de donar almas a Jesús, he dejado muchas veces que su mano divina grabe con hierro y fuego en mi alma hasta las más intimas profundidades estas palabras tan sublimes y tan dulces, que han venido a ser cada vez más mi vida: víctima y hostia» (Antier, 276).

–Marta se alimenta durante medio siglo solamente con la Eucaristía. Desde 1930 no es capaz de comer nada. Y pierde sangre cada noche y en la pasión de los viernes. Su vida prueba que son verdaderas las palabras de Cristo: «mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida» (Jn 6,55). A Jean Guitton le dice en 1958: «yo no me alimento más que de la Hostia, no la puedo tragar, pero me procura una impresión física de alimento, Jesús entra en todo mi cuerpo. Es Él que me nutre. Es como una resurrección» (De la Cruz… 82).

–Hace a Dios la ofrenda de sus ojos para salvar a Francia. Poco antes de partir el padre Finet como capellán a la II Guerra Mundial, le pide Marta permiso para ofrecer sus ojos por la salvación de Francia: –«Me gustaría hacer el sacrificio de mis ojos… Yo no tengo necesidad de ver». Aunque muy reticente, el padre Finet le autoriza su ofrenda. Y el Señor, que le ha inspirado esa petición, se la concede al punto. Desde septiembre de 1939 queda Marta casi ciega. Sus pupilas permanecen hipersensibles a la luz. Un rayito de luz puede hacerle desmayar de dolor, y a causa de ello permanece casi a oscuras en su habitación. En ese tiempo, los «dichos de Marta», abundantes entre 1925 y 1939, cesan casi por completo, y su oración se hace silenciosa (De la Cruz… 99).

–Marta recibe en su habitación durante medio siglo unas 100.000 visitas y muchas cartas. Después de la muerte de su madre, en 1940, como no quedaba en la finca más que su hermano Enrique, incapaz de ocuparse de ella, el Foyer de Châteauneuf, recientemente iniciado, la tomó a su cargo, organizando entre los miembros de la comunidad los modos oportunos para recibir las visitas sucesivas y responder al dictado las cartas y otros asuntos. Los miércoles el Padre Finet daba la comunión a Marta. Y ella se mantenía activa, dentro de sus grandes limitaciones, durante los días laborables, hasta el comienzo de la noche del jueves, cuando se iba adentrando en la pasión del Señor.

En medio siglo, cautiva en su habitación casi a oscuras, Marta recibe innumerables visitas. Ella asiste humilde y eficazmente a toda clase de fieles necesitados de luz, consuelo o confortación. Le visitan también el padre Garrigou-Lagrange, Jean Guitton, Marcel Clément y muchas otras personalidades señaladas de la Francia católica de su tiempo. El testimonio de los visitantes coincide en afirmar que Marta, atenta y humilde, con una excepcional capacidad de escucha compasiva, irradiaba luz y amor, abandono en la Providencia, celo apostólico por el crecimiento de la Iglesia y por la conversión de los pecadores, paz y alegría. En medio de sus dolorosas tinieblas, recibía grandes luces de gozo y esperanza. El 29 de agosto de 1932 decía: «¡qué dulces momentos de felicidad y bienaventuranza! Sí, yo soy feliz, oh mi Bienamado, porque siento que mi corazón late en el tuyo, vivo y soberano. Oh Dios mío, si me das tanta paz, si me haces tan feliz en esta tierra, ¿qué será en el cielo?» (Antier, 99).

–Marta recibe del Señor una misión universal en la Iglesia. El Señor le encomienda, dándole la ayuda del padre Finet, fundar los Foyers de caridad, luz y amor, en los que se había de predicar, para la renovación del mundo, la doctrina católica en retiros espirituales de una semana vividos en silencio. El primer retiro se dió en septiembre de 1936, en el Foyer de Châteauneuf, y allí se celebraron otros muchos. Los Foyers son comunidades de bautizados, hombres y mujeres, que a ejemplo de los primeros cristianos ponen en común su bienes materiales, intelectuales y espirituales, viviendo en un mismo espíritu su compromiso, para realizar con María Madre la familia de Dios sobre la tierra, bajo la guía de un sacerdote, que es el padre del Foyer.

Pero esa misión universal de Marta en favor de la Iglesia se desarrolló también por su asistencia a muchos fundadores de nuevas comunidades católicas hoy existentes, unas cuarenta. Todos ellos encontraron en Marta inspiración, apoyo y aliento para empezar y para ir adelante. Entre esas comunidades podemos citar El Emmanuel, las Bienaventuranzas, la comunidad de San Juan, el Arca de Jean Vanier, los Hermanos y Hermanas de Belén, los Equipos de Nuestra Señora, etc.

Los Foyers de Charité fundados por Marta y el padre Finet han sido reconocidos por la Iglesia en 1984 como Asociación de fieles dependiente del Consejo pontificio para los laicos. Actualmente existen 75 Foyers, distribuidos en 44 naciones, en cuatro continentes.
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16. La devoción a la Cruz: siglo XVI

–Gran santo, realmente.

–Los santos de Cristo son mucho más grandes de lo que nosotros, pobreticos, alcanzamos a imaginar.

San Juan de Dios (+1550)

En 1495 nace Joâo Cidade Duarte en Montemoro-Novo, Portugal. A los 12 años trabaja como pastor en Oropesa (Toledo, España) y a los 27 se alista en el ejército, donde permanece y combate hasta 1532. Pasa a Ceuta, África, como servidor de un caballero, se hace allí vendedor de libros, vuelve a España en 1538 y establece una librería en Granada. Al año siguiente se produce su conversión, oyendo una predicación de San Juan de Ávila. Se desprende de todo, y vaga por la ciudad como un loco. Es encerrado por un tiempo en el Hospital, donde conoce la situación miserable de pobres y enfermos. Dedica en delante su vida a ser-virlos, recibe del Obispo el nombre de «Juan de Dios», funda un Hospital y reúne discípulos, que vienen a formar una Orden Hospitalaria, la de los Hermanos de San Juan de Dios. Esta Orden llegará a multiplicar su caritativa presencia en los cinco continentes. Muere Juan de Dios en Granada a los 55 años, y es canonizado en 1690.

Manuel Gómez-Moreno, en Primicias históricas de San Juan de Dios (Madrid 1950), reproduce, con otros documentos, la primera vida escrita sobre el Santo, 35 años después de su muerte: Historia de la vida y santas obras de Juan de Dios, y de la institución de su Orden, y principio de su Hospital. Compuesta por el Maestro Francisco de Castro, sacerdote, Rector del mismo hospital de Juan de Dios de Granada, Granada 1585 (= Castro).

–Ora et labora. «Aunque al hermano Juan de Dios le había nuestro Señor particularmente llamado para las obras de Marta, en las cuales se ocupaba lo más del tiempo, no por eso se olvidaba de las de María. Porque todo el tiempo que le sobraba lo ocupaba en oración y meditación; tanto, que muchas veces se le pasaban las noches enteras llorando y gimiendo y pidiendo a nuestro Señor perdón y el remedio para las necesidades que veía… Y así no emprendía cosa ninguna que no la encomendaba primero, y hacía encomendar muy de veras a nuestro Señor. Y con esto hacía tanta guerra al demonio, que siempre salía victorioso de las batallas que con él tenía, que fueron muchas, invisibles y visibles» (Castro cp. XVIII: Gómez-Moreno 86).

La oración es el arma principal en sus trabajos y en su vida espiritual. En carta al caballero Gutierre Lasso de la Vega le escribe:… «Estoy aquí empeñado y cautivo por solo Jesucristo, pues debo más de doscientos ducados de camisas, capotes, zapatos, sábanas, mantas y de otras muchas cosas que son necesarias en esa Casa de Dios, y también para la educación de niños que aquí dejan. Por lo cual, hermano mío muy amado y querido en Cristo Jesús, viéndome tan empeñado que muchas veces no salgo de casa por las deudas que debo; viendo padecer tantos pobres, mis hermanos y prójimos, y con tantas necesidades tanto del cuerpo como del alma, como no los puedo socorrer estoy muy triste; pero confío en Jesucristo, que Él me librará de las deudas, pues conoce mi corazón… Jesucristo es fiel y durable: Jesucristo lo prevé todo, a Él sean dadas las gracias por siempre jamás, amén Jesús»…

«Por tanto, hermano mío muy amado en Jesucristo, no dejéis de rogar por mí, que me dé gracia y fuerza para que pueda resistir y vencer al mundo, al diablo y a la carne, y me dé humildad, paciencia y caridad con mis prójimos, me deje confesar todos mis pecados y obedecer a mi confesor, despreciarme a mí mismo y amar sólo a Jesucristo; tener y creer todo como lo tiene y cree la Santa Madre Iglesia, así lo tengo yo y creo verdaderamente; de aquí no salgo, echo mi sello y cierro con mi llave» (Gómez-Moreno 140-141).

–Ama juntamente a Dios y a los hombres. «Del mucho amor que Juan de Dios tenía a nuestro Señor le procedía un deseo fervientísimo, que fuese honrado en todas sus criaturas. Y así lo procuraba como principal fin en todas sus obras, que de ellas resultase gloria y honra de nuestro Señor; de suerte que la cura del cuerpo fuese medio para la del alma.

«Y jamás administró lo temporal a alguno, que con ello no procurase juntamente remediar su alma, si de ello tenía necesidad, con santas y fervientes amonestaciones, como él mejor podía, encaminando a todos a la carrera de la salud, predicando más con vivas obras que palabras el menosprecio del mundo y la burlería de sus engaños, y el tomar su cruz y seguir a Jesucristo» (Castro cp. XIX: Gómez-Moreno 86).

–La pasión de Cristo conforta a los que sufren. En carta a una bienhechora suya, doña María de Mendoza, Duquesa de Sesa, que se veía afligida por algunas penas, le escribe San Juan de Dios: «Confiad sólo en Jesucristo: maldito sea el hombre que confía en el hombre [Jer 17,5]; de los hombres has de ser desamparado, que quieras o no; mas de Jesucristo no, que es fiel y durable: todo perece sino las buenas obras…

«No estéis desconsolada, consolaos con solo Jesucristo; no querais consuelo en esta vida sino en el cielo, y lo que Dios os quisiera acá dar dadle siempre gracias por ello. Cuando os vieres apasionada [sufriendo], recorred a la Pasión de Jesucristo, nuestro Señor, y a sus preciosas llagas y sentireis gran consolación. Mirad toda su vida, ¿qué fue sino trabajos para darnos ejemplo? De día predicaba y de noche oraba; pues nosotros, pecadorcitos y gusanitos, ¿para qué queremos descanso y riqueza?, pues que aunque tuviésemos todo el mundo por nuestro no nos haría un punto mejores, ni nos contentaríamos con más que tuviésemos. Sólo aquel está contento que despreciadas todas las cosas ama a Jesucristo. Dadlo todo por el todo que es Jesucristo, como vos lo dais y lo quereis dar, buena Duquesa, y decid que más quereis a Jesucristo que a todo el mundo, fiando siempre en él, y por él quereis a todos para que se salven.

«O, buena Duquesa. Cómo estáis sola y apartada, como la casta tortolica, en esa villa, fuera de conversación de Corte, esperando al buen Duque [estaba de viaje], vuestro generoso y humilde marido, siempre en oraciones y limosnas haciendo siempre caridad, para que le alcance parte a vuestro generoso y humilde marido el buen Duque de Sesa, y le guarde Cristo el cuerpo de peligro y el alma de pecado» (M. Gómez-Moreno, 144-145).

–Un último consejo y un regalo. A la misma señora escribe San Juan de Dios poco antes de morir: «no sé si os veré ni hablaré más; Jesucristo os vea y hable con vos. Es tan grande el dolor que me da este mi mal, que no puedo echar el habla del cuerpo; no sé si podré acabar de escribir esta carta… Mándole [al compañero Angulo] que os lleve mis armas [mi escudo] que son tres letras de hilo de oro, las cuales están en raso dorado. Éstas tengo yo guardadas desde que entré en batalla con el mundo: guardadlas muy bien con esta cruz, para darlas al buen duque, cuando Dios lo traiga con bien.

«Están en raso colorado, porque siempre tengais en vuestra memoria la preciosa sangre que nuestro Señor Jesucristo derramó por todo el género humano y sacratísima pasión, porque no hay más alta contemplación que es la pasión de Jesucristo, y cualquiera que de ella fuera devoto no se perderá con ayuda de Jesucristo» (ib. 159).

–Cuando estaba moribundo el santo, echado sobre unas tablas y tan rodeado de pobres que no le dejaban reposar, una señora amiga suya y bienhechora de sus pobres, doña Ana Osorio, casada con el noble don García de Pisa, quiso llevarlo a su palacio, pero él se resistía absolutamente. La señora entonces consiguió que el Sr. Arzobispo, don Pedro Guerrero, se lo mandase «en virtud de santa obediencia». Y lo llevaron al palacio en una silla de manos.

Agravándose la enfermedad, «sintiendo en sí que se llegaba su partida, se levantó de la cama y se puso en el suelo de rodillas abrazándose a un Crucifijo, donde estuvo un poco callando, y de ahí a un poco dijo: «Jesús, Jesús, en tus manos me encomiendo». Y diciendo esto con voz recia y bien inteligible, dió el alma a su Creador, siendo de edad de cincuenta y cinco años, habiendo gastado los doce de éstos en servir a los pobres en el hospital de Granada». (Recuerdo aquí que doce años más tarde, según testifica Santa Teresa, San Pedro de Alcántara, después de rezar en latín la frase del Salmo 121, «¡qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor», «hincado de rodillas murió» (Vida 27,18)

–«Y sucedió una cosa harto digna de admiración…: que después de muerto quedó su cuerpo fijo de rodillas sin caerse por espacio de un cuarto de hora, y quedara así hasta hoy con aquella forma, si no fuera por la simpleza de los que estaban presentes, que como lo vieron así, les pareció inconveniente, si se helaba [si se quedaba rígido], y con dificultad lo estiraron para amortajarlo, y le hicieron perder aquella forma de estar de rodillas» (Castro cp. XX: ib. 95).

Este milagroso suceso está confirmado en la documentación del Proceso de beatificación (1622-1623), incoado por orden del Sr. Nuncio en el Hospital Antón Martín de Madrid. Son varios los testigos presenciales que declaran lo mismo que refiere Francisco de Castro. Transcribo en extracto solamente algunos testimonios:

«Tº 108. El maestro Bernabé Ruiz, vecino de Albolote, de 91 años. «Al bendito padre J. de D. lo llevaron a casa de los Pisas por los últimos de febrero del año mil y quinientos y cincuenta, y estuvo en casa de los Pisas nueve o diez días, y luego murió. Vió [el testigo] al bendito padre J. de D. un sábado a las cuatro y media de la mañana en una cuadra [sala o pieza espaciosa] en casa de los Pisas, hincado de rodillas en el suelo, difunto, puesto su hábito y con un Cristo en las manos, algo inclinada la cabeza a los pies de Cristo, como que los iba a besar, y con un olor maravilloso. Y este testigo y algunos quisieran llegar al bendito cuerpo y no les dejaron, porque había acudido tanta gente y tan grave, con ser antes que amaneciese, que ya no cogía la casa. Y este testigo no tocó la cama en que había estado acostado cuando se levantó para morir: era de damasco con muchos alamares de oro»».

«Tº 69. «Vió muerto al bendito padre J. de D., el cual estaba en el suelo en una sala en las casas de García de Pisa, hincado de rodillas y con su hábito y con un Crucifijo en las manos. Y a la maravilla de una cosa como ésta, acudió toda la ciudad y los señores oidores y alcaldes de corte. Y en particular este testigo vió a Lebrija y Sedeño, ambos alcaldes de corte, que entraron y estuvieron muchas horas hasta que, como acudió tanta gente, lo hicieron quitar y lo mandaron poner en su caja»» (Gómez-Moreno 287 y 291).

He querido terminar esta serie sobre La devoción a la Cruz recordando a San Juan de Dios. Aquí lo recordamos hincado en el suelo de rodillas, recién muerto, con su hábito, sosteniendo en la mano una cruz, fijos sus ojos y su corazón en Jesús crucificado, que al precio de su sangre nos redimió a los pecadores en la Cruz sagrada.

Ave Crux, spes unica!