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Introducción

Permítame que le aconseje leer este libro. Ya sé que tiene usted varios esperando turno para ser leídos. Pero es que trata de un tema muy importante, la acción política de los católicos en el orden temporal, un tema que ha sido en los últimos tiempos muy maltratado.

Como es bien sabido, el Concilio Vaticano II exhortó con especial fuerza a los laicos cristianos para que con la fuerza de Cristo se empeñaran en transformar «las realidades temporales» del mundo.

Los cristianos laicos están llamados a «evangelizar y saturar de espíritu evangélico el orden temporal, de modo que su actividad en este orden sea claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de los hombres» (Apostolicam actuositatem 2). «Hay que instaurar el orden temporal de tal forma que, salvando íntegramente sus propias leyes, se ajuste a los principios superiores de la vida cristiana» (7). «A la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena» (Gaudium et spes 43).

Sin embargo, es patente que, al menos en las naciones de antigua filiación cristiana, la desmovilización de los laicos en la actividad política es prácticamente total. Y que desde el siglo IV, nunca el influjo del pueblo católico ha sido menor en la configuración del mundo social y político. Este fenómeno, que ha de considerarse muy gravemente negativo, nada tiene que ver con el Concilio. La causa principal de esta enorme y pésima contradicción es el silenciamiento y la falsificación de la doctrina política de la Iglesia, de las que muchos se avergüenzan. Prefieren ignorarla y falsificarla. Por eso es necesario que nos tomemos aquí el trabajo de recordarla, de reafirmarla y de refutar los principales errores actuales en esta materia.

La Iglesia quiere hoy, como siempre, que Cristo sea reconocido como Rey y Salvador, y que todos los hombres y naciones caminen a su luz. La Iglesia sabe que sin-Cristo o contra-Cristo ni el hombre ni las naciones pueden conseguir la salvación en este mundo y tampoco en el otro. La Iglesia pide cada día con una oración llena de esperanza: «ven, Señor Jesús. Venga a nosotros tu Reino». Y el intento del Apóstol, «instaurar todas las cosas en Cristo» (Ef 1,10), sigue siendo el ideal pretendido por la Iglesia católica con la fuerza del Espíritu Santo, que es el único capaz de renovar la faz de la tierra.

Benedicto XVI, recientemente (18-VIII-2010), afirmaba que «el Pontificado de San Pío X ha dejado un signo indeleble en la historia de la Iglesia, caracterizado por un notable esfuerzo de reforma, sintetizada en su lema Instaurare Omnia in Christo, renovar todas las cosas en Cristo». Omnia: también por supuesto en la vida cultural, social y política.