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-Mr. Cazeaux: memoria leída en el cincuentenario de la Adoración Nocturna

*[Mr. Cazeaux, segundo presidente, en la Junta General del 5 de febrero de 1899, celebrada en San Germán de Auxerre: «La primera vigilia de la Adoración Nocturna en París y las fiestas del cincuentenario»].

Eminentísimo señor [cardenal Richard, arzobispo de París]:

Mis queridos cofrades:

Movido de profundo agradecimiento, os presentamos esta Memoria, concluidas las fiestas que nos reunieron en tan gran número, los días 6 y 7 de diciembre últimos, con ocasión de las bodas de oro de nuestra asociación de la Adoración Nocturna.

Agradecimientos

Agradecimiento para con Dios ante todo, quien tan visible y paternalmente la ha bendecido, sostenido y propagado durante esta segunda mitad de siglo, no tan sólo en París, sino en Francia y en el mundo entero. Agradecimiento para con todos los que han simpatizado con nosotros en estas dos noches inolvidables pasadas en Nuestra Señora de las Victorias. Agradecimiento para con los lejanos amigos, que la distancia no ha impedido que estén estrechamente unidos a nosotros y que, en tantas iglesias de Francia y del extranjero, tanto en Europa como en América, han querido tomar parte en nuestras alegrías y han celebrado una noche especial de adoración para rendir a Dios comunes acciones de gracias. Agradecimiento, en fin, mis queridos cofrades, a nuestros mayores, a esos grandes cristianos que el 6 de diciembre de 1848 hallaron en su fe, en su amor a la sagrada Eucaristía, la energía necesaria para allanar todos los obstáculos, vencer todas las resistencias, las prevenciones, incluso las hostilidades, y con sólo la fuerza de su humildad, de su paciencia perseverante y de su ejemplo, consiguieron introducir en las costumbres cristianas del siglo XIX esta forma tan nueva, como contraria a la molicie actual, de abnegación y sacrificio a Nuestro Señor Jesucristo, hasta tal punto que hoy día se sentiría un verdadero vacío en las prácticas religiosas del mundo católico si se suprimiera la Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento.

Por eso, mis queridos cofrades, hemos pensado que corresponderíamos a vuestro deseo si juntáramos en un mismo estudio los adoradores de los primeros tiempos, los valientes batidores de vanguardia de 1848, que nos trazaron el camino, y todos los adoradores de los días 6 y 7 de diciembre de 1898, hijos de los primeros, que han querido reconocer esta fecunda paternidad alabando a Dios y dándole gracias con nosotros por la piadosa herencia que nos ha sido transmitida.

Primeros adoradores

La colección de las actas de las reuniones de nuestra asociación nos ha conservado los nombres de los diecinueve primeros adoradores, que verdaderamente podemos considerar como nuestros antepasados, y eran: los señores Hermann, De Cuers, Mallet, Fage, Monneron, Letaille, Roussel, Bonnefoi, Deleuze, Youf, De Benque, Beaujean, Duris, Defoly, Capmas, Bocquet, De Plas, Guillier y Dublanchy.

El 22 de noviembre de 1848, a las ocho de la noche, se hallaban reunidos por primera vez bajo la presidencia del sacerdote de la Bouillerie en la pequeña habitación del padre Hermann, aún simple seglar recién convertido, en el número 102 de la calle de la Universidad, a fin de echar las bases de una asociación que tendría por objeto «la exposición y adoración nocturna del Santísimo Sacramento, la reparación de las injurias de que es objeto, y para atraer sobre Francia las bendiciones de Dios y apartar de ella las calamidades que la amenazan».

Ya en esta primera sesión se elaboró un reglamento. Ocho días después, el 29, se reunían de nuevo para fijar la fecha de la primera noche de adoración, siendo escogida la del 6 de diciembre, en Nuestra Señora de las Victorias. Pero antes de presentarse ante el Dios de la Eucaristía, estos humildes cristianos resolvieron ensayar primeramente en la intimidad la recitación del Oficio, y se convino que se reunirían el viernes 1.° de diciembre, a las ocho y media, en casa del señor Hermann, para efectuar la lectura del Oficio, y el lunes 4 de diciembre, a las nueve de la noche, en Nuestra Señora de las Victorias, para el ensayo del ceremonial.

Condiciones austeras

Hoy, mis queridos cofrades, a pesar de lo que estiman algunos, tenemos material relativamente cómodo para descansar fuera de las horas de adoración, cuando en las primeras reuniones se carecía de todo; eran a mitad del invierno, las iglesias no tenían calefacción, como en el día de hoy, y era necesario preocuparse de la manera de facilitarla. Un detalle conmovedor en su sencillez nos indica cómo se esforzaron en remediarlo todo: el acta de la reunión menciona que «la adquisición de abrigos pertenecientes a la asociación es... aplazada. Los señores Bocquet, Letaille y De Benque proponen prestar los suyos».

Lo que fue esta primera noche, del 6 al 7 de diciembre de 1848, ya lo habéis oído diferentes veces, mis queridos cofrades, y no quiero yo repetíroslo. La emoción y el júbilo de cada uno eran grandes. ¿Cómo hubiera podido ser de otro modo, cuando en estos diecinueve generosos cristianos, postrados a sus pies en la iglesia y bajo la mirada de su Madre Inmaculada, Nuestro Señor veía las primicias de este largo séquito de adoradores, que desde entonces, a millares, en todos los países del mundo, debían tributarle tantos homenajes, reparaciones y actos de amor? ¿Cómo no se hubiera complacido en colmarlos de sus gracias?

Apuntes biográficos de los adoradores

El primer director seglar de esta noche fue el señor De Cuers. El señor Fage llenó las funciones de sacristán, que le confería de manera particular el cuidado de las luces, el de preparar las vinajeras y ayudar la primera misa de la mañana. El señor Hermann hacía de hostelero, encargado del cuidado del cuarto de descanso y verosímilmente también de las mantas y abrigos prestados por la caridad de los cofrades.

Entre esos nombres, que nos han sido conservados piadosamente, hay desgraciadamente varios respecto a los cuales tan sólo podemos dar muy escasos informes.

El señor Mallet, simple empleado, fue el primer secretario de la asociación. Salió de ella en época y por motivos que nos son por completo desconocidos.

El señor Letaille, editor de estampas religiosas, se vio alejado de la asociación al poco tiempo por enfermedad.

El señor Bonnefoi se retiró a Issy en una casa religiosa, en la que acabó sus días en 1856.

El señor Deleuze fue a residir a Corps, al pie de la montaña de La Salette, hacia la cual se sentía atraído por su amor al retiro y a la penitencia.

El señor Youf, tapicero, fue vicetesorero de la asociación, en una época en que debía tener más cuidados por llenar la caja que para conservar el tesoro ausente de la misma.

El señor Beaujean, tenedor de libros, fue predecesor del señor Youf en el cargo de vicetesorero, y lo desempeñó poco tiempo, pues, como estaba muy atareado por sus ocupaciones profesionales, no le era posible, a pesar de su gran celo, dedicarse a la asociación como hubiese querido.

El señor Bocquet dejó París en 1852.

En fin, el señor Dublanchy, director de un colegio de internos, tuvo que renunciar en 1856 a formar parte de la asociación a causa de las fatigas de su profesión que no le dejaba un momento de reposo.

El señor Defoly, primer vicesecretario de la asociación, fue uno de los cinco privilegiados de esta noche bendita, que Dios recompensó llamándolos a la vocación religiosa. Dejó la asociación, poco tiempo después de su fundación, para entrar en la Trapa de Mortagne, en donde murió santamente el 15 de agosto de 1852.

El señor Fage era un angélico joven al cual, como recordaréis, fue confiado durante la primera noche el cargo de sacristán. Era empleado del ministerio de la Guerra y se dedicó con ardor juvenil y enteramente militar a lograr los primeros éxitos favorables de la asociación. Murió el mismo año que el señor Defoly, en 1852, en el hospital Necker, al que le había conducido una cruel enfermedad del pecho. Hizo el sacrificio de su vida en la paz y gozo de Dios.

El mismo hospital albergó igualmente en los últimos instantes de su vida al más humilde entre todos, el señor Duris, que tenía por oficio fregar y limpiar los suelos de las casas y cuya piedad fue hasta su último día la edificación de la asociación.

El señor Monneron no era así mismo sino un obrero, pero que con su inteligencia, su trabajo y la regularidad de su vida, había logrado conseguir cierta holgura. Libre de los cuidados materiales para la existencia, no por eso dejó sin embargo de trabajar por espíritu del deber; el tiempo que no pasaba en el trabajo, lo empleaba en la oración, dividiendo así su vida en dos partes, que, en su pensamiento, tenían ambas el mismo objeto: honrar y cumplir la ley de Dios. Bastaba verle en adoración para tener una idea del fervor de su oración. Su actitud revelaba la belleza y la elevación de su alma. El señor Monneron murió repentinamente en 1868. Pero la muerte no le halló desprevenido, ya que la misma no fue sino el remate de una vida consagrada enteramente al bien.

Gente pobre

Los demás cofrades nos son mejor conocidos. Pero, después de haber recorrido esta primera parte de la lista, ¿no quedáis admirados, mis queridos cofrades, de los caminos admirables y siempre los mismos de Nuestro Señor? ¿A quién se dirige para la ejecución de sus designios, particularmente para la realización de las obras que más caras le son al corazón, que en cierto modo le interesan de preferencia? A los pequeños, a los humildes, a los desdeñados del mundo. Claro está que veremos al frente de éstos a algunas personas más notables y distinguidas, pero el grueso de la tropa se compone de simples empleados y de obreros ignorados de todo el mundo. Éstos son los que Nuestro Señor llama los primeros para formar la vanguardia de esta falange privilegiada, que Él quiere constituir para que le guarde en el aislamiento y soledad de las noches.

Y todavía continúa siendo lo mismo, digámoslo para confusión nuestra. Entre todas las parroquias de París, las más fervientes y las que proporcionan el mayor número de adoradores son las parroquias de los arrabales. En ellas los obreros, que todo el día se han afanado en el trabajo, no regatean la noche a Nuestro Señor, y se ve a algunos que dejan la adoración de madrugada, antes de la primera misa, que ni siquiera pueden oír, porque deben hallarse temprano en la reanudación de su trabajo.

Pueblo pobre de París, qué admirable es cuando el veneno de la mala prensa y de las sociedades secretas no lo ha pervertido. Y en las aldeas se hallarán los mismos ejemplos. De las diócesis de Bayona, Tarbes, Tolosa -para no citar más que aquéllas en que el movimiento se halla con más empuje- recibimos cada día cartas de numerosos curas de aldea, que nos relatan con grandes muestras de gozo, que ellos también se han arriesgado a organizar la Adoración Nocturna, y que en la pequeña parroquia pobre, que apenas cuenta ochocientos, mil o mil doscientos habitantes, han llegado a unir hasta ciento, doscientos y aun trescientos adoradores nocturnos, que han contestado a su llamamiento.

Éstos sí que son herederos directos de nuestros diecinueve adoradores del 6 de diciembre de 1848. Y a nosotros corresponde verdaderamente que les rindamos este público homenaje.

Hermann Cohen

Me queda por hablar de los demás adoradores, a cuya cabeza, mis queridos cofrades, hemos de colocar al que fue el verdadero fundador de la asociación y su inspirador, quien, durante toda su vida, la rodeó con sus predilecciones y le dedicó para propagarla todo el celo de que estaba animado. Me refiero al Rdo. padre Hermann. Éste era entonces el señor Hermann a secas y nada más, convertido del judaísmo apenas hacía dieciocho meses, bajo la doble influencia de María y del Santísimo Sacramento.

Efectivamente, fue en el curso de los ejercicios del mes de María, un viernes del mes de mayo de 1847, cuando uno de sus amigos rogó al señor Hermann, célebre por su talento de pianista, que fuera a reemplazarle en la dirección de un coro de aficionados en la iglesia de Santa Valeria, calle de Borgoña.

«En el acto de la bendición del Santísimo Sacramento experimentó extraña emoción, como un remordimiento de tomar parte en esta bendición en la cual ningún derecho tenía de estar comprendido. Esta emoción, no obstante, era dulce y fuerte, contó él mismo, sintiendo al mismo tiempo desconocido alivio».

Era el primer toque de la gracia. Nuestro Señor remató su obra algunos meses después en la iglesia de Ems, en Alemania, a donde Hermann se había trasladado para dar un concierto. El 8 de agosto asistía a la misa:

«En el acto de la elevación sintió de pronto brotar a través de sus párpados un diluvio de lágrimas, que no cesaban de correr abundantemente» a lo largo de sus mejillas ardorosas. Mientras las lágrimas le estaban así anegando, de lo más profundo del pecho, lacerado por su conciencia, le surgían los más dolorosos remordimientos por toda su vida pasada. -Al salir de esta iglesia de Ems, escribió después, era ya cristiano... Sí, tan cristiano como es posible serlo cuando aún no se ha recibido el bautismo».

Este convertido de la Eucaristía no cesó desde entonces de ser el más ardiente apóstol de la misma. Él fue nuestro fundador. Ya sabéis cómo, y a consecuencia de qué celoso fervor, estando deseoso de prolongar su adoración, una noche, en la capilla de las Carmelitas, de la calle del Infierno, donde el Santísimo Sacramento estaba expuesto, le obligaron a retirarse, porque sólo las señoras eran admitidas a pasar la noche en la capilla. Las señoras podían permanecer toda la noche a los pies de su Dios, y en cambio los hombres no tenían ánimo para ello ni, por consiguiente, la misma felicidad de que podían disfrutar las mujeres.

Humillado e indignado, habló de ello, manifestándole sus propósitos, al sacerdote de la Bouillerie, a la sazón vicario general de la diócesis y confesor suyo. De la colaboración de estos dos grandes siervos de la Eucaristía nació nuestra asociación. Ellos fueron los que organizaron la noche del 6 de diciembre de 1848, cuyos miembros reclutaron. Durante toda su vida, por dondequiera que transitó, en Francia, en el extranjero, en Burdeos, Carcasona, Marsella, Lión, así como en Londres, se ocupó en fundar la Adoración Nocturna.

No trataba más que de un tema en todos los sermones que pronunciaba: la santa Eucaristía, el amor de Jesús-Hostia. A lo cual, por otra parte, se había comprometido, y su celo por el Santísimo Sacramento le había hecho añadir un voto especial a los que forman la base ordinaria de la vida religiosa: el de trabajar su vida entera por la propagación de la devoción eucarística.

Si corto de documentos me hallaba para daros a conocer nuestros precedentes cofrades, excedería los límites de esta memoria si hubiera de trazaros, aunque fuera someramente, la vida del Rdo. padre Hermann. Permaneció en relaciones constantes con nuestra asociación, se interesaba por todos sus adelantos, le predicaba los retiros, dichoso cada vez que podía hacer coincidir su paso por París con la celebración de algunas de nuestras juntas generales. Su correspondencia con nuestro querido presidente, señor De Benque, es voluminosa, y hemos hallado una carta suya fechada en el Carmen de Carcasona el 9 de noviembre de 1852, en la que traza un programa del porvenir de nuestra asociación muy a propósito para llamar nuestra atención:

«Mi querido hermano en Jesús-Hostia, que el amor del Crucificado nos abrase, consuma y nos transforme en él. Le agradezco las noticias que se sirve usted darme acerca de la Adoración de París. No omita ningún esfuerzo por sostener la vida de la misma y para aumentar su círculo y acción. Tengo motivos para creer que dentro de algunos años ha de adquirir gran incremento por toda Francia y trabajamos ya, desde hace un año, en reunir todos los elementos diseminados por las diferentes ciudades en una sola red, que forme una asociación una e indivisible, dirigida por una junta central en París para ofrecer al amado Jesús, en nombre de toda Francia, una adoración nocturna continua».

Esta idea de una junta central, que fue la última que nos transmitió nuestro llorado presidente en vísperas de su muerte, se remonta, pues, al origen mismo de la asociación, y al trabajar en su realización, no hacemos más que poner por obra uno de los primeros proyectos de nuestro venerado fundador.

Ya sabéis cómo murió en Spandau el 20 de enero de 1871, víctima de su abnegación por nuestros soldados prisioneros. En la citada fortaleza, situada a 14 kilómetros de Berlín, teníamos aproximadamente 6.000 de nuestros soldados. El frío era terrible, y los franceses carecían de casi todas las cosas necesarias a la vida. El padre Hermann se multiplicó cerca de estos infortunados y no tardó en ganar el corazón de los mismos.

«Los prisioneros, escribía el 22 de diciembre, me asedian desde las ocho de la mañana hasta la noche. Me entregué a ellos y están usando de mí todo lo que pueden, y me usarán hasta consumirme. Pero debo decir que me devuelven con creces el amor que les demuestro. Tenemos aquí, como media, unos cincuenta soldados por día que solicitan la confesión y la comunión».

Que se nos venga, pues, repitiendo aún: ¡el clericalismo, he ahí el enemigo!... Este enemigo, mis queridos cofrades, era la única ayuda de nuestros pobres soldados en Prusia, él los alimentaba, los vestía, los consolaba, y por ellos moría.

El padre Hermann efectuó sus últimas diligencias en Berlín el 8 de enero de 1871, y de allí trajo por valor de dos mil francos en compras, camisetas, medias y vestidos para sus queridos prisioneros. La distribución debía hacérsela el 17 por la mañana. Pero a su vuelta a Spandau, el 9, fue atacado de la enfermedad que había contraído la antevíspera al administrar la extremaunción a dos soldados enfermos de viruelas.

El 17, no se hallaba en estado de proceder a la distribución de las provisiones que para ellos había reunido; se encargó de ello un oficial francés. Desde su cuarto el Padre oía las voces y peticiones de sus queridos prisioneros, y en su delirio empezó a predicar creyendo que se dirigía a ellos, de modo que fue preciso apresurar la distribución para calmar la sobreexcitación del Padre.

El 19, a las nueve de la noche, recibió por última vez al Salvador, quedando luego absorto en profunda acción de gracias. A las once, bendijo a los que le rodeaban, e inmediatamente, extenuado por el esfuerzo, se dejó caer sobre la cama, murmurando estas palabras:

«Y ahora, Dios mío, en tus manos encomiendo mi espíritu».

Fueron sus últimas palabras. Al día siguiente por la mañana, 20 de enero, expiraba dulcemente.

María Santísima

En esta admirable vida, mis queridos cofrades, un rasgo lo domina todo: la acción constante de María que hace que todas las cosas se vuelvan en gloria y servicio de su divino Hijo y su Santísimo Sacramento. Esta acción la Santísima Virgen no ha dejado de ejercerla de patente manera en todo el curso del siglo actual. Todas sus más tiernas manifestaciones tienen por objeto preparar un triunfo eucarístico. María pide al santo sacerdote Desgenettes que consagre su iglesia a su Corazón Inmaculado, y conduce a su convertido de la víspera, el joven Hermann a esta misma iglesia, para fundar en ella la asociación de la Adoración Nocturna. Éste será en lo sucesivo el más ardiente apóstol del Santísimo Sacramento. Pero predica la devoción eucarística bajo el hábito del Carmelo, la Orden que en todos tiempos ha estado consagrada a María.

Nuestro querido presidente, señor De Benque, a causa precisamente del cargo que ocupaba en el Banco de Francia, se ve obligado a residir durante su vida entera dentro del territorio parroquial de Nuestra Señora de las Victorias, en cuya iglesia traba relaciones con dos Padres Maristas, que lo alistan en la Orden Tercera de María, cuyo primer director en París pasa a ser más tarde, al propio tiempo que es también el primer presidente de nuestra asociación.

Así mismo de entre los Padres maristas será escogido el fundador de la nueva congregación, que tiene por única misión la de promover el culto eucarístico, y que practica la adoración perpetua, de día y de noche. En efecto, el padre Eymard deja la Orden de los Maristas para fundar los religiosos del Santísimo Sacramento, de acuerdo con señor De Cuers, primer director seglar de la vigilia del 6 de diciembre de 1848.

¿Y Lourdes?... ¿Quién ignora que en Lourdes hoy día los principales milagros se hacen al paso del Santísimo Sacramento? María se aparta, después de habernos atraído con sus favores, para dejar toda la gloria a su Hijo en la Eucaristía. Ella quiere darnos a entender que Él solo es el autor de todas las gracias, que todo para en Él, y que hasta ahora no ha sido Ella más que la dispensadora de la omnipotencia de Jesús.

Por esta razón, mis queridos cofrades, como para señalar la cima de esta marcha ascendente que nos lleva a Jesús bajo la guía de María, este año se celebrará en Lourdes, en el mes de agosto, el próximo congreso eucarístico, al que están invitados todos los obispos de Francia. Magnífico coronamiento del siglo de María, pronto a ceder el sitio al nuevo siglo que se anuncia como el siglo de Jesús, glorificado en su Santísimo Sacramento.

De Cuers

Mis queridos cofrades, debo hablaros también de los señores De Cuers, Roussel, De Plas, Capmas, Guillier, y del que todos nosotros hemos amado tanto: el señor De Benque.

Como comprenderéis, no puedo extenderme mucho en su elogio, que podéis completarlo consultando las noticias biográficas que se les dedican en nuestro Manual.

El señor De Cuers era capitán de fragata. Hombre de deber y disciplina, aplicaba un espíritu de exactitud y precisión completamente militares en la organización de las noches que estaba encargado de dirigir. A él se debe la inspiración verdaderamente providencial de enlazar la asociación de la Adoración Nocturna con la Adoración Perpetua Diurna, establecida desde hacía un año en la diócesis. Esto fue el punto de partida de todos los adelantos de nuestra asociación, y puede decirse que la aplicación de la fecunda idea citada le dio nueva vida.

Cediendo a su ardiente amor por la Eucaristía, el señor De Cuers no tardó en dejar el mundo para entrar en la carrera eclesiástica, y de su encuentro con el padre Eymard nació la sociedad de Sacerdotes del Santísimo Sacramento. Él fue su segundo superior, y murió en el ejercicio del cargo cinco meses después de la muerte del padre Hermann, el 21 de junio de 1871.

De Plas

El señor De Plas, como el padre De Cuers, era oficial de marina. Al igual que éste, quiso terminar sus días con el hábito religioso. Su biógrafo cuenta que durante su carrera el señor De Plas, que había permanecido fiel a su primera vigilia de adoración nocturna, se levantaba frecuentemente a bordo para hacer en su camarote, o bajo la bóveda estrellada que recubre la inmensidad de los mares, su hora de adoración. Murió el 19 de abril de 1888.

Roussel

¿Quién de nosotros no ha conocido al sacerdote Roussel, fundador de la obra de Auteuil, a la cual deben los beneficios de la primera comunión tantas pobres almas más o menos paganas? ¡Qué admirable consecuencia de la noche del 6 de diciembre! ¡Y cómo se echa de ver en ello también la intervención del Corazón maternal de María, al escoger entre los primeros adoradores nocturnos de su Hijo al sacerdote que quiere dar [la comunión] a tantos pobrecitos abandonados!

Capmas

El señor Capmas murió a los ochenta y seis años de edad, el 23 de enero de 1895. Hasta los últimos tiempos de su larga existencia acudía aún a tomar parte en la reunión mensual de Nuestra Señora de las Victorias, que tan gratos recuerdos le evocaba. Era como el patriarca de la asociación y un motivo de nuestra veneración.

Guillier

El señor Guillier, al principio secretario de la asociación, fue nombrado vicepresidente el 16 de noviembre de 1855, cargo que conservó hasta su muerte, acaecida en 1890. Fue uno de los miembros de la primera noche que contribuyeron, con sus gestiones y celo, a que se aceptara en todas las parroquias de París la práctica de la Adoración Nocturna.

Aún nos acordamos haber oído al señor De Benque recordarle con jovialidad los sinsabores del principio y las acogidas poco favorables que a veces habían recibido. «¿Se acuerda usted, mi buen Guillier, decía riendo, cómo éramos recibidos? Se informaban acerca de qué querían esas gentes, se nos tomaba por intrusos, y más de un excelente parroco rehusó categóricamente dejarnos la guarda de su iglesia durante la noche. No inspirábamos mucha confianza y nos lo decían sin ambages ni rodeos»...

¡Cómo ha cambiado Dios todo eso! Es cierto, pero lo que ambos se olvidaban de añadir es que fue gracias a su perseverancia y humildad, si Dios había cambiado tanto todo eso.

De Benque

Y ahora, para terminar, ¿os hablaré del hombre que para nosotros resume todos los adelantos de nuestra asociación, su vida entera y su desarrollo? Aludo al señor De Benque. Si no escuchara más que a mi corazón, sí, os hablaría de él, largo y tendido. Pero ¿qué podría deciros que no sepáis mejor que yo?

Recuerdo, semblante, lenguaje piadoso, relaciones tan sencillas como atrayentes, en las que dejaba desbordar todo el amor que sentía por la sagrada Eucaristía, y que procuraba comunicarnos: todo este conjunto de dones, que le hacían ser el modelo de los presidentes, lo tenéis presentes en la memoria. Ya le dedicamos una memoria en ocasión precedente. Por hoy limitémonos a nombrarle. El eco solo de su nombre basta para despertar todo nuestro agradecimiento y cariño.

Cincuenta años

Mis queridos cofrades, os decía al principio de esta Memoria que os sería sin duda grato juntar en un mismo estudio la noche del 6 de diciembre de 1848 y la del 6 de diciembre de 1898. Poco tiempo me queda para hablaros de esta última.

Lo que se hizo en París, todos lo habéis visto. Habéis compartido las emociones de la primera noche, cuando en número de más de doscientos nos encontramos reunidos al pie del mismo altar, junto al cual, cincuenta años antes, el sacerdote de la Bouillerie agrupaba a su alrededor estas almas escogidas cuya historia acabamos de bosquejar. María, de nuevo, nos presentaba a su Hijo, y cuando nuestro venerado sacerdote director sacaba la Hostia santa del sagrario, para exponerla a nuestras adoraciones durante la noche, ¿no sentisteis que nuestros queridos ausentes le acompañaban, para suplicar al Huésped divino del sagrario que nos bendijera como les había bendecido a ellos, y que nos aceptara, a pesar de nuestras miserias, como herederos suyos y continuadores de su obra?

¡Oh Hermann, De Cuers, De Benque y tú, santo sacerdote de la Bouillerie, que más tarde habéis merecido que se os llamara el obispo de la Eucaristía! Sí, allí estabais aún en vela, rogando todavía, todavía orando, para suplir todas nuestras insuficiencias.

Y al día siguiente, para la clausura de estas veinticuatro horas de adoración, durante las cuales la iglesia de Nuestra Señora de las Victorias se vio constantemente llena, ¡qué magnífica reunión! Todos los asociados de París se dieron cita para traernos una prueba de la confraternidad más conmovedora. El gran obispo de Autun, el obispo del Sagrado Corazón, el Eminentísimo cardenal Perraud, recordando su antiguo título de miembro de nuestra asociación, se dignó venir a presidir nuestra reunión. No contento con honrarnos con su presencia, quiso por sí mismo celebrar nuestro glorioso aniversario desde el púlpito, y nos presentó -recordaréis con qué magnifico lenguaje- todas las gracias inherentes a nuestra vocación de adoradores, gracias para nosotros, gracias para nuestros hermanos, para nuestro país, para la Iglesia. In noctibus extollite manus vestras in sancta, et benedicite Dominum, exclamaba, y apoyando con el ejemplo las enseñanzas de su palabra, nos recordaba que en el silencio de las noches fue cuando más apremiante oyó la voz de Dios que lo llamaba a su servicio.

Vosotros habéis sido testigos presenciales de dichas fiestas, mis queridos cofrades. Pero de lo que no os enteraréis sin emoción es de la fraterna simpatía que se han servido testimoniarnos las asociaciones de la Adoración Nocturna de Francia y del extranjero.

Adhesiones del extranjero

Gran número de ellas han celebrado una vigilia especial de adoración nocturna en unión con nosotros para agradecer a Dios los progresos conseguidos durante estos cincuenta años. Podemos citar en Francia: Nantes, Grenoble, Compiègne, Reims, Valence, Orléans, Mâcon, Marsella, Poitiers, El Havre, Arras, Riom, Nîmes, de cuyas ciudades se nos han enviado las más calurosas y cordiales adhesiones.

En el extranjero, debemos una mención de particular agradecimiento a la noble y católica España, nuestra hermana latina, que desde su principal portavoz de las obras eucarísticas, La Lámpara del Santuario, hizo un llamamiento apremiante a todas las secciones de la Adoración Nocturna del reino, para invitarlas a que se unieran de intención a nuestras fiestas cincuentenarias y a celebrarlas con una vigilia de adoración extraordinaria y general en toda España, como miembros de la misma familia, se decía, para quienes las alegrías de los unos deben ser las alegrías de todos. La sección de Madrid celebró la adoración durante la noche del 7 al 8 de diciembre en la iglesia de los jesuitas, y la terminó con una solemne ceremonia en honor del Santísimo Sacramento, en la que se desplegó la mayor solemnidad.

En Italia, Milán y Ferrara celebraron una vigilia especial de adoración en la misma noche del 6 al 7 de diciembre. De Turín se nos escribe que como la asociación se compone de obreros y trabajadores en su mayoría, se hubo de escoger la noche del 7 al 8 de diciembre por ofrecer más facilidades a los adoradores. Y nuestro amable corresponsal se disculpaba de esta ligera modificación con tanta cortesía y humildad, que nos causaban verdadera confusión, y aumentan aún más nuestro agradecimiento por nuestros buenos cofrades de Turín.

En Canadá

Cómo quisiera, mis queridos cofrades, no haber abusado ya tanto de vuestra atención para que pudiera extenderme más sobre lo que se ha hecho en el Canadá, tierra que ha permanecido tan francesa de corazón y tan fervientemente católica. El celoso director de la asociación, Rdo. Sr. Luche, nos escribe de Montreal:

«Hemos aceptado con júbilo su invitación, y como podrá usted juzgar por los dos extractos de periódicos que le incluyo, hemos hecho cuanto hemos podido para unirnos con ustedes de corazón y en espíritu por encima del Océano. Sin alambres telegráficos, Nuestra Señora de las Victorias y Nuestra Señora de Montreal, S. E. el cardenal Richard y S. I. Sr. Bruchesi, y los adoradores nocturnos de ambos continentes pudieron simpatizar y hacerse eco tomando a Nuestro Señor Jesucristo como intermediario y centro de su amor».

Y, en efecto, la reseña de los periódicos nos deja suponer lo que sería dicha ceremonia, que se celebró en la capilla del Sagrado Corazón en la iglesia de Nuestra Señora de Montreal. Alrededor de su arzobispo, que con ellos quiso pasar la primera hora de adoración, se apiñaban trescientos adoradores y gran número de sacerdotes del seminario. A las ocho y cuarto Su Ilustrísima había ido ante todo a visitar la sala de descanso, para ver y bendecir el gran dormitorio de la asociación con sus veinte catres. Luego todos los asistentes se formaron en magnífica procesión que se dirigió cantando el Miserere a la capilla del Sagrado Corazón. En ella S. I. Sr. Bruchesi, muy emocionado por el espectáculo que tenía ante sí, pronunció una conmovedora plática, después de la cual el director de la asociación expuso el Santísimo Sacramento, entonándose luego el Te Deum, seguido del acto de contrición. Eran ya las diez cuando Su Ilustrísima se retiró, dejando en adoración la sección de vela, la cual continuó la adoración de noche hasta las cinco de la madrugada, a cuya hora se dio por terminada la hermosa fiesta con una misa de acción de gracias.

Eminentísimo señor:

Esta gran manifestación canadiense es quizá la que más semejanza ha tenido, por su esplendor y disposición general, con nuestras fiestas de París. Cierto que no tuvimos la dicha de tener con nosotros a nuestro amado Pastor la noche del 7 de diciembre; pero sabíamos que era por una delicada atención hacia vuestro Eminentísimo colega obispo de Autun, a quien quisisteis ceder el paso para dejar el honor, habíais dicho, de presidir las bodas de oro de nuestra asociación al miembro más ilustre de la misma. De tal manera que hasta vuestra ausencia era una prueba de la simpatía de Vuestra Eminencia.

Pero os habíais dignado prometer, Eminentísimo Señor, que nos la manifestaríais públicamente en ocasión próxima, y la paterna bondad de V. E. no nos ha hecho esperar. Vuestra primera visita, de vuelta de la Ciudad eterna, es para nosotros. Nos traéis las recientes bendiciones del Soberano Pontífice. Os estamos profundamente agradecidos por ello. Admiramos esta lozana ancianidad, que os permite daros por entero a todos, de lo que damos gracias a Dios en cada una de nuestras noches de vela. El nombre de V. E. es el primero que pronunciamos en nuestras intenciones después del nombre del Soberano Pontífice, y uniéndoos el uno al otro en un mismo amor y en una misma veneración, pedimos cada noche al Dios de la Eucaristía, expuesto en el altar, que guarde muchos años en la Iglesia universal al gran Pontífice León XIII, y a nuestro Padre venerado, el cardenal Richard, en su iglesia de París.