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Música profana
Nuestro trabajo sería incompleto si no diéramos al menos una idea de las obras musicales del padre Hermann. Antes de su conversión, compuso varias danzas, algunas de las cuales son muy alegres, bajo el título de Flores de Invierno, compuso fantasías sobre motivos de ópera, y una colección de doce piezas brillantísimas tituladas Messaggiero Musicale, editadas en Milán por Ricordi [uno de los más prestigiosos editores musicales].
Ya dijimos algo de sus dos óperas, cuyo carácter religioso y melancólico señalamos. Este carácter se encuentra en casi todas sus composiciones de la misma época. A las orillas del Elba, una de sus piezas más conocidas, aunque escrita con ritmo de danza, está impregnada, sin embargo, de una suave melancolía. En general, las composiciones para piano son brillantísimas, muy bien construídas, pero de difícil ejecución.
Música religiosa
Su música religiosa es comparable a la de Schubert o Mendelssohn, dos compositores alemanes como él. Las obras profanas de Hermann, es cierto, son poco conocidas de los aficionados. Hermann hizo tocar a sus alumnos más aventajados algunas de sus piezas; pero se despidió para siempre del mundo cuando era todavía muy joven. Y sus nuevas obras musicales, de un género religioso completamente distinto de las precedentes, hicieron olvidar por completo sus primeras creaciones, por las que, además, parecía sentir personalmente una total indiferencia.
La música religiosa del padre Hermann pronto se hizo popular. Son muy conocidas, concretamente, sus cuatro colecciones de cánticos, tituladas Gloria a María, Amor a Jesús, Flores del Carmelo y El Tabor.
Un juicio crítico
Don José Schad, célebre pianista de Burdeos, hacía la siguiente crítica de las tres primeras colecciones, pues ignoraba la última:
«Son obras notabilísimas como melodía y sentimiento religioso, que tienen por base una armonía pura y variada con acierto. La de más éxito es Amor a Jesucristo».
También otros artistas consideraban esta colección de cantos como la mejor. El señor Schad los hallaba tan hermosos que arregló algunos para piano solo. Algunas de estas composiciones cantan a la Adoración Nocturna. El Adoro te supplex y otros motetes latinos son considerados verdaderas obras maestras. Al padre Hermann le gustaba cantar:
Te he hecho, Señor, un ardiente ruego.
Escucha, acepta mi deseo.
Permíteme, oh Señor, que en santuario amado
habite hasta mi último suspiro.
Este cántico, preferido del Padre, es un acto de consagración al Dios de la Eucaristía. Más de una vez, en el poco tiempo que estuvo de Maestro de novicios, en 1858, cantó este cántico a los jóvenes religiosos, y el entusiasmo con que lo entonaba se comunicaba a estos jóvenes. Lo recordaban éstos años después.
Por otra parte, estos cánticos eran para el padre Hermann como una predicación. Nunca componía sin haber hecho previamente oración, de manera que venían a ser una prolongación de su encendida oración.
Sor María-Paulina de Fougerais compuso la letra de las dos primeras compilaciones. La letra de los otros cánticos procedía de varias otras personas, entre ellas Monseñor de la Bouillerie.
Gloria a María fue compuesto por Hermann casi inmediatamente después de su conversión, cuando era todavía seglar. Y El Tabor es como el canto de cisne del Padre Hermann. Lo compuso en la soledad del santo Desierto, y algunos de los cánticos, como el dedicado a la bienaventurada Margarita-María, son encantadores.
Otro juicio crítico
Un artista muy conocido, Mr. de Etcheverry, organista mayor de San Pablo de Burdeos, según se cita en Hermann en el Desierto, afirmaba de las composiciones de Hermann:
«Diré con toda franqueza que mi oído musical jamás había sido seducido de manera tan delicada. Los cánticos al Santísimo Sacramento son otros tantos actos de amor hacia la sagrada Eucaristía. Y día llegará en que mucha almas deberán a estas angélicas armonías la felicidad de su vida eterna. Proclamarlo así es para mí un acto de justicia y gratitud. Los cantos de su poderosa lira me han conducido a que emprendiera este género de composición. Bendigo a Nuestro Señor y a mi digno amigo, cuya amistad y protección me ayudarán a que saque aún nuevas melodías de esta armonía del cielo, para contribuir con mis débiles fuerzas a glorificar a Dios y a exaltar a la santa Iglesia».
El mismo Etcheverry, acerca de la Misa que el padre Hermann hizo ejecutar en Burdeos, en la misión de 1856, opinaba así:
«Esta obra musical, a pesar de su aparente extremada sencillez, no es menos notable por su melodía pura y fácil de retener, mérito que en los tiempos que corremos se hace cada día más raro, lo que no deja de ser una verdadera lástima. Los solos son de un gusto exquisito. El Kyrie eleison, sobre todo, recuerda con su canto grave la escuela alemana, quizá demasiado descuidada también en las composiciones francesas. Y el Sanctus y el Agnus Dei, dos de los fragmentos más sobresalientes, tienen tales efectos que sin exageración se diría que se han tomado de los acordes de los coros celestiales».