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Sor Marchand, Hija de la Caridad
De puño y letra del padre Hermann se conserva una relación manuscrita de la fundación del Carmelo de Lión.
«Después de Dios, asegura, la Superiora de las Hijas de la Caridad de la casa llamada de la Marmite, la bendita sor Marchand, fue quien tuvo la primera idea del restablecimiento de los Carmelitas Descalzos en Lión, y quien tomó la iniciativa del mismo con un celo y una abnegación que merecen eterno agradecimiento de la Orden del Carmen».
Ya en 1853, sor Marchand llama a un Padre carmelita para que predique una colecta en favor de la Conferencia de San Vicente de Paúl. A su regreso, partió con él el presbítero Baracán, que al año siguiente profesaba con el nombre de Alejo de San José. Éste, ya como carmelita, predicó en Lión en la cuaresma de 1854. Y en 1855, el padre Hermann predica el adviento en la catedral lionesa. Con todo ello los fieles de Lión fueron tomando afecto a la Orden de la Reina del Monte Carmelo. Al terminar la predicación del padre Hermann, por inspiración de sor Marchand,
«el señor P***, quien de sencillo obrero de la seda había logrado crearse una de las más elevadas reputaciones en la industria lionesa, había encargado al P. Agustín-María -sigue relatando el mismo padre Hermann- que de su parte ofreciera al Provincial de los Carmelitas Descalzos la suma de diez mil francos, para que sirviera de primera piedra sillar si los Carmelitas se determinaban a fundar una casa de su Orden en Lión».
Compra del antiguo convento de los carmelitas
Aún consiguió Sor Marchand otras ayudas, y también el padre Alejo, que tras predicar en San Nizier, abrió allí una suscripción. Con todo ello,
«en 1857, durante la cuaresma, predicada igualmente por el padre Alejo en San Nizier, nuestro muy Rdo. padre Domingo de San José, Provincial, fue con dicho padre a visitar nuestro antiguo convento de Lión, fundado en 1619. Se hallaba entonces convertido en cuartel, con la iglesia dividida en cinco o seis departamentos, que servían de dormitorios. Y en el mismo tiempo y lugar rescató para la Orden la propiedad, al precio de 145.000 francos, a los cuales había que añadir otros 9.000 por derechos de registro. Sin embargo, el contrato no había de ser obligatorio para la Orden hasta que su Eminencia el cardenal De Bonald, entonces ausente de Lión, hubiese dado su beneplácito a nuestro restablecimiento en su archidiócesis».
En julio del mismo año 1857, el padre Provincial envió al padre Hermann a Lión para que obtuviera del Cardenal la autorización precisa.
«El momento no pareció favorable, ya que el gobierno francés, precisamente por aquellos días, recomendaba a los prefectos por medio de circulares que vigilaran el desarrollo de las Órdenes religiosas no autorizadas legalmente.
«Su Eminencia declaró que deseaba oír la opinión de su Consejo, y al día siguiente informaron al padre Agustín [Hermann] que el Consejo del Arzobispado se oponía a la fundación. Pero los numerosos amigos que nuestra Orden contaba en las clases más influyentes de la sociedad católica de Lión, se apresuraron inmediatamente a gestionar colectivamente con el Cardenal arzobispo, para que cediera el rigor de su negativa. Hubo diputaciones de la Congregación de caballeros (Congregación de la Santísima Virgen), de la Congregación de señoras, de la Sociedad de San Vicente de Paúl, de varios religiosos que pertenecían a otros tantos conventos de Lión, de las directivas de las asociaciones importantes, de notables de la ciudad, etc.
«Todo en vano: la negativa fue mantenida. Pero el día de san Vicente de Paúl el señor de P***, Presidente general de las Conferencias, hizo insertar en el diario oficioso del gobierno, en la sección Ecos, una notita diciendo que se enteraban con gusto de que los Carmelitas Descalzos iban a reintegrarse a su convento, y que felicitaban por ello al jefe de la diócesis y a los habitantes de la ciudad de María.
«Aquella misma noche, el senador Vaysse, que ejercía el cargo de prefecto, y que había visto la noticia en su diario, dijo al Cardenal, que llegaba precisamente entonces para hacerle una visita: "Eminencia, mil felicitaciones. Acabo de enterarme de que usted restablece a los Carmelitas Descalzos en Lión. Me asocio al júbilo de los lioneses"».
Con esto desaparecía todo obstáculo, y al día siguiente el Cardenal escribía al padre Hermann que le autorizaba la fundación para 1860. Otras predicaciones del padre Hermann y del padre Alejo arraigaron aún más en Lión el afecto a la Orden del Carmelo.
El padre Domingo, entre tanto, terminó su Provincialato en 1858, y fue elegido primer Definidor General en 1859.
«El padre Francisco de Jesús-María-José, Provincial en la época, fue a Lión, en junio, con el Padre Agustín, y halló el inmueble en un estado lamentable de desmoronamiento, suciedad, desorden e infección... En agosto de 1859 la escritura definitiva de compra fue otorgada ante el notario señor Berlotty, que cedió sus honorarios en favor de la Orden» (Relación manuscrita [por el padre Hermann] de la fundación de los Carmelitas Descalzos en Lión en 1858).
Innumerables dificultades de todo orden fueron superadas una tras otra. Al mismo tiempo, desde el mes de junio hasta que el padre Hermann tomó posesión del convento, no permaneció inactivo en Lión, sino que predicó en varias ocasiones y dio también ejercicios espirituales.
Bendíganos, Padre
El 2 de agosto se celebraba el día del gran perdón de Asís, y toda la ciudad acudía a la capilla de las Clarisas para ganar la indulgencia de la Porciúncula. Cuando el sol ya declinaba, el padre Hermann iba con prisa hacia la iglesia, procurando abrirse paso entre la multitud, a fin de llegar a tiempo al templo. Pero apenas fue reconocido cuando en seguida fue rodeado por la multitud, que gritaba de todas partes: «¡El padre Hermann! ¡el padre Hermann!» El Padre no podía avanzar ni retroceder. «¡Padre, le gritaban, dénos su bendición! ¡No le dejaremos entrar hasta que nos haya dado la bendición!» Unos le tiraban de la capa que besaban con respeto, otros recomendaban a sus oraciones mil intenciones diferentes, y todos le pedían: «¡Bendíganos!»
El pobre religioso, confundido, les decía: «¡No puedo bendeciros en la calle! Dejadme entrar en la iglesia y no me impidáis ganar la indulgencia». Pero fue en vano; todos los que le rodeaban se hincaron de rodillas, y el buen Padre, extendiendo sobre ellos sus manos sacerdotales, conmovido, los bendijo.
Toma de posesión del convento
Apenas las llaves del cuartel fueron entregadas al padre Hermann, cuando se apresuró a que se limpiasen las paredes del enorme establecimiento, que durante treinta años había albergado a los regimientos de paso en Lión.
Todo estaba sucio, lleno de inmundicias y pintadas obscenas, hoyos, partes de los suelos y del tejado hundidos, ventanas y puertas rotas. Los trabajos de limpieza, descombro y restauración fueron muy grandes.
El padre Hermann activaba los trabajos, con el deseo de tomar posesión del convento el 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen y décimo cumpleaños de su primera comunión. No le preocupaba tanto la terminación de las celdas, como preparar ante todo el lugar donde albergar al Señor.
Felizmente, se pudo conseguir, y en esa fecha, en 1859, monseñor de Serres, vicario general y sobrino del Cardenal, capellán de las Carmelitas, celebraba la primera misa y
«ponía de nuevo al Dios de la Eucaristía en posesión de su trono, en el altar, en el mismo sitio en que había reinado durante cerca de dos siglos en tantas almas buenas».
El padre Hermann, con indecible gozo y diligencia, se encargó personalmente de encender la lamparilla que en adelante ardería día y noche ante el sagrario.
Pobreza y Providencia
Sigue la crónica del padre Hermann:
«Desde el primer día en que los religiosos se instalaron bien o mal en una parte apartada del antiguo monasterio, algunas almas caritativas se preocuparon del estado de pobreza de los religiosos, y como la caridad adivina las necesidades de los que desea socorrer, estas santas almas proveyeron cada día a la pequeña comunidad naciente, durante largo tiempo, de los alimentos que les llevaban regularmente ya preparados. Entre los bienhechores hay que citar con admiración a la Madre Superiora de las Hermanas de San José, la cual dirige en Fourvières la Providencia de San José. A la misma hora que las constituciones prescriben para la cena, espontáneamente, dicha Superiora, acompañada de otra religiosa, trajo de su casa las raciones para la comida de los religiosos, que tan sólo habían de sentarse a la mesa, después de haber bendecido a Dios por haber inspirado tan afectuosa caridad a personas que para nada nos conocen...
«Esto empezó desde el primer día, y no contentas con proveer de lo necesario cada día la mesa del refectorio, hallaron en su caridad los recursos adecuados para suministrar a los altares de Nuestra Señora del Monte Carmelo y de san José casi todos los objetos del culto, como candelabros, flores, jarrones, manteles y adornos. Y lo que no podían dar, lo prestaban, como sucedió con una custodia y otros vasos sagrados».
El padre Hermann da una larga y detallada relación de las personas seglares y de las comunidades religiosas que con gran caridad y abnegación quisieron compartir con la comunidad recién fundada el pan de cada día.
«Se deberían contar muchos rasgos conmovedores. Los ángeles de Dios han inscrito sin duda en el libro de la vida tantas y tantas acciones hechas por amor a la Santísima Virgen, con la más profunda humildad, por personas oscuras, conocidas de Dios sólo. El afecto y voluntad de ellas inventó medios ingeniosos para subvenir disimuladamente a las necesidades de la nueva fundación».
Fiestas de inauguración
Con el padre Hermann, integraban la comunidad por entonces el padre Félix María de los Ángeles y dos hermanos.
«Los dos Padres empleaban en el confesonario todo el tiempo de que podían disponer, ya que desde el primer día practicaron la santa observancia y recitaron el oficio divino en el coro públicamente. Los domingos predicaban alternativamente en nuestra iglesia; pero el número de penitentes aumentaba de tal modo cada día, que fue menester escribir al padre Provincial para pedirle el refuerzo de algunos Padres.
Para la fiesta de santa Teresa, el convento estaba casi desescombrado. Fueron invitadas todas las Órdenes religiosas presentes en Lión. Un Padre jesuita presidió la misa, un dominico predicó, y otros religiosos oficiaron también en la celebración. Todos se unieron después en el refectorio. Y esta costumbre de reunirse todos los religiosos de la ciudad en el día de santa Teresa continuó en adelante.
«El 24 de noviembre, fiesta de nuestro Padre Juan de la Cruz, su Eminencia el Cardenal-arzobispo de Lión vino por primera vez a oficiar en nuestra iglesia». Tras la solemne Misa y bendición de las campanas, el señor Cardenal «se sentó a la mesa entre los religiosos e invitados para una modesta comida. El padre Alfonso-María Ratisbonne estaba casualmente presente entre los invitados, y como el Padre Vicario hiciera observar a su Eminencia que se hallaba a la mesa con tres hijos de Abrahán, el padre Agustín-María, el padre Bernardo-María y el padre Ratisbonne, este último se levantó y replicó: "Se equivoca usted, Rdo. Padre; somos cuatro", y con un gesto mostraba el gran Crucifijo colgado encima del sillón del Cardenal».
Grandes penalidades
Llegó el invierno, y los religiosos tuvieron que sufrir muchos padecimientos. La humedad de las celdas, el trabajo, las privaciones de todas clases, pronto agotaron las fuerzas físicas de sus cuerpos debilitados por el ayuno y las mortificaciones: todos cayeron enfermos y el convento se vio transformado en una verdadera enfermería.
Pero permanecían tranquilos y confiados, y el padre Hermann, lejos de afligirse por estas pruebas, las consideraba como el sello divino dado a su obra como prenda de su fecundidad.
«Para que el grano germine y produzca, repetía a menudo, es preciso que esté enterrado, como triturado y comprimido bajo la nieve durante un invierno entero. Estamos ahora sepultados y agobiados bajo el peso de la enfermedad y del dolor. Esto me da esperanza de que el divino Maestro nos hará la gracia de servirse de nosotros como de buena semilla para multiplicar y suministrarle una pequeña cosecha».
La Acción de Gracias
Dios les llenaba al mismo tiempo de grandes alegrías. Desde el día siguiente de la fiesta de santa Teresa, el padre Hermann había restablecido en Lión la Orden Tercera del Carmen. Fue para él gran gozo ver que sus miembros se multiplicaban. Les reunía en días señalados, y les fortalecía con la palabra y con el ejemplo para que practicasen, en medio del mundo, los consejos de la perfección evangélica.
El amor del padre Hermann a la sagrada Eucaristía seguía llenando su corazón continuamente. La Adoración Nocturna y muchas otras obras no parecían bastarle para agradecer a Dios semejante beneficio. Muchas veces, incluso entre los cristianos mejores, escasea la acción de gracias. Son como los diez leprosos del Evangelio: de diez, sólo uno volvió para testificar su agradecimiento a Jesús. La acción de gracias, sin embargo, es la esencia misma del culto católico.
Convencido de esto, el padre Hermann resolvió instituir una cofradía cuyos socios no tuviesen otro objeto que
«dar gracias al Eterno por sus dones y, sobre todo, por aquel que es por excelencia el don de Dios, la Eucaristía, que enriquece a los hombres con los tesoros de su infinito amor y que es el mayor de todos los beneficios;
«suplir la espantosa ingratitud de los muchos que olvidan los deberes del agradecimiento para con Dios;
«agradecer al Señor por los que jamás le dicen: "¡Gracias!", después de haber sido favorecidos con los bienes más preciosos;
«tributar perpetua acción de gracias a la augusta Trinidad por los innumerables e inestimables beneficios espirituales y temporales, de los que no cesa, desde la creación del mundo hasta nuestros días, de colmar a los hijos de los hombres y sobre todo a los cristianos católicos».
Tal fue el objeto de la cofradía concebida por el Padre Hermann. Éste confió su proyecto al venerable Vianney, párroco de Ars, y el santo hombre le respondió: «Su obra está llamada a llenar un vacío de las cofradías católicas».
La primera vez que expuso el proyecto fue en la iglesia parisina de Santa Clotilde, donde pronunció un sermón que reproducimos en un Apéndice. A principios del año 1859 fue a Roma y el papa Pío IX le animó vivamente a seguir aquella inspiración de la gracia, emitiendo más tarde un breve (10-II-1860) que le nombraba director de la Cofradía, a la que concedía grandes indulgencias y autorización para extenderse por toda Francia. En diciembre de 1859 quedó establecida en Lión, en la iglesia de los Carmelitas. Pronto se extendio la Cofradía de la Acción de Gracias a otras ciudades, contando a los pocos años de su fundación con veinte mil miembros.
Los miembros de la misma se inscriben en un registro y se obligan a rezar cada día en acción de gracias tres Padrenuestros, tres Avemarías y tres glorias.
El santo Cura de Ars y el Carmelo de Lión
La iglesia de los Carmelitas era muy frecuentada, y la profecía del santo Cura de Ars se realizaba al pie de la letra. El padre Hermann concluye su historia de la fundación reconociéndolo:
«Al terminar esta relación, es preciso no omitir que el venerable Cura de Ars tuvo mucha intervención en la fundación de Lión. Ya antes de dar principio a la misma, predijo que reportaría muchos beneficios a la diócesis. Animó al religioso que la fundó con sus consejos y recomendaciones. A menudo enviaba los penitentes que habían ido a consultarle a la iglesia del Carmen, de cuyos religiosos hablaba con elogio públicamente en sus instrucciones. Y nos atrevemos a creer que desde el cielo la protege y le atrae nuevas bendiciones de Jesús, María, José y Teresa. Amén».
No hemos podido enterarnos con precisión cuándo el padre Hermann fue a visitar a dicho santo Cura en Ars. Sólo sabemos que le visitó varias veces. Sea lo que fuere, fácilmente se puede adivinar cuál sería el objeto de los piadosos coloquios de los dos siervos de Dios:
«Jamás olvidaremos -se escribía en el periódico Echo de Fourvières- el recuerdo de la entrevista de estos dos hombres de Dios, de la que tuvimos la dicha de ser testigos. Pudimos contemplar los actos de humildad y de caridad que mutuamente se hacían, los impulsos de dos corazones ardientes, y la perfecta semejanza, producida por la gracia, entre dos caracteres tan diferentes en el fondo».
Cuando el padre Hermann estuvo en Ars por primera vez, el santo Cura le pidió que predicara. Pero él no aceptó decir algunas palabras sino después que el santo párroco hubiese hablado. Éste hizo su instrucción como de costumbre, y la terminó así:
«Hijos míos, érase una vez un buen santo que tenía deseos de oír cantar a la Santísima Virgen. Y Nuestro Señor, que tiene sumo gusto en hacer la voluntad de los que le aman, se dignó otorgar el favor pedido. Entonces el santo vio a una hermosa señora que se puso a cantar ante él. Jamás había oído voz tan dulce. Estaba enajenado, y exclamó: "¡Basta, basta! ¡Si continuáis, Señora, voy a morirme!... " La hermosa señora le dijo: "No te apresures a admirar mi canto, ya que lo que has oído no es nada. Yo no soy otra que la virgen Catalina, y ahora vas a oír a la Madre de Dios". En efecto, la Santísima Virgen cantó a su vez, y este canto era tan bello, tan agradable, que el santo desfalleció y cayó muerto de gozo, muerto de amor... Pues bien, hijos míos, hoy va a ser algo semejante... Acabáis de oír a santa Catalina, y ahora oiréis a la Santísima Virgen» (Vida del Cura de Ars).
Prior en Lión
En mayo de 1860 la Provincia carmelita de Aquitania erigió el convento de Lión en Priorato con noviciado. El padre Hermann fue elegido Prior, y el Padre José-Luis de los Sagrados Corazones, maestro de novicios.
El padre Hermann, que se hallaba agotado, fue obligado por los médicos a un período de descanso. Invitado por su hermana, que había ido a Divonne acompañando a uno de sus hermanos, adicto aún al judaísmo, aceptó la invitación; pero no consiguió convertir a su hermano.
Vuelto a Lión, organizó una gran procesión para la fiesta del Santísimo Sacramento. Y el 16 de julio erigió en el convento la cofradía del Santo Escapulario.
Conversión de dos artistas
No podemos citar todas las conversiones que el padre Hermann hizo en Lión. Muchas de ellas quedaron desconocidas; pero contaremos alguna de la que tenemos noticia.
Un músico célebre, el señor Baumann, primer violín en el gran teatro de Lión, vivía apartado de toda práctica religiosa y llevaba aquella vida de placeres que el padre Hermann había conocido en otro tiempo. Este hombre vino a caer gravemente enfermo, y por mucho que le insistían, se negaba a recibir a un sacerdote. Hasta que dijo: «Bueno, no quiero ver a nadie más que al padre Hermann. Mándenlo venir, y hablaremos de música».
Poco después, ganado por el padre Hermann, confesó con grandes muestras de arrepentimiento, comulgó, y recibió después la confirmación de manos del cardenal De Bonald, que asistió a su casa. Para reparar sus antiguos escándalos, Baumann invitó a todos sus amigos a que asistieran a la ceremonia, enseñándoles así a bien morir. «¡Qué Te Deum cantaremos en el cielo!», decía al Padre algunos instantes tan sólo antes de morir.
Jorge Hainl, violoncelista, era otro artista muy conocido en Francia por su maravilloso talento y por los desórdenes de su vida. Era por entonces director de orquesta en el gran teatro de Lión. Habiendo oído hablar de Hermann, manifestó a una piadosa señora el deseo de conocer a este hombre cuya conversión, decía, le parecía cosa heroica. «Yo, por mi parte, añadía, jamás tendré el valor de renunciar a los gozos embriagadores de la vida de artista».
Apenas estuvo solo, sin embargo, lamentó haber dado su palabra de visitar al padre Hermann, y sólo pensó en eludirla. Pero el Padre había sido prevenido, y no le era fácil evitar el encuentro, que finalmente se produjo.
La entrevista fue larga, y unos días después Jorge Hainl comulgaba en Nuestra Señora de Fourvières con gran devoción, y pronto se casaba con una joven cristiana.
Otra conversión notable del padre Hermann fue la señora de A***, mujer muy inteligente, de altos medios mundanos, que alardeaba de filósofa y no creía en ninguna religión. Conversó una vez con el padre Lacordaire, pero no le sirvió de nada. Un día, por curiosidad, fue a la catedral para oír al padre Hermann, antiguo artista convertido en fraile. Predicó sobre la Eucaristía, y la señora se vio atravesada por un rayo de gracia, se arrodilló, hizo oración y fue después penitente frecuente del padre Hermann.
Las conversiones suscitadas por éste fueron innumerables y en personas muy diversas: una joven alemana, un agonizante que rechazaba todo auxilio espiritual, condenados a muerte, una hereje sordomuda, una anciana envejecida en el pecado.
Popularidad en Lión
Tal fama tenía en Lión el padre Hermann que se le acercaba la gente en la calle, se arrodillaban algunos ante él, le pedían su bendición. Cuando predicó la cuaresma de 1862 era tal la multitud que acudía al convento, que el municipio arregló el camino de acceso. Y también acondicionó la vía para ir del Carmen a Fourvières.
Tal era el agobio que esa fama producía en el padre Hermann que, a fines de 1862, en una carta desde Londres, pidió a sus superiores ser trasladado:
«Ya el año pasado había pedido a nuestro padre General que me enviara a nuestras misiones de la India, porque el exceso de estimación de que me veía rodeado en Lión, tanto por parte del clero regular y secular como de las familias piadosas, me parecía un peligro para mi salvación. Hoy Jesús me ha librado de ello mediante otros acontecimientos, lo que nunca terminaré de agradecerle».
En 1862, en efecto, se dio un acontecimiento de gran importancia para la historia del Carmelo. El padre Hermann fue enviado a fundar en Londres.