fundación GRATIS DATE

Gratis lo recibisteis, dadlo gratis

Otros formatos de texto

epub
mobi
pdf
zip

Descarga Gratis en distintos formatos

Primera consecuencia. Aplicación de estos principios teológicos: la cuestión de la Misa

1. La unidad de culto, la variedad de los ritos y el poder de la Iglesia

La unidad de la Iglesia Católica es una de sus notas características esenciales, con la santidad, la catolicidad y la apostolicidad. La Iglesia, por lo tanto, no puede perder jamás su unidad (CEC, 820), so pena de dejar de existir. La unidad de la Iglesia es triple: unidad de gobierno –un solo gobierno, el del Romano Pontífice y los obispos en comunión con él–, unidad de fe –una sola doctrina– y unidad de culto prestado a Dios, sobre todo a través de los sacramentos, especialmente la santísima Eucaristía.

El Código de Derecho Canónico actual define la santísima Eucaristía como sacramento y como sacrificio, diciendo:

«El sacramento más augusto, en el que se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo Nuestro Señor, es la santísima Eucaristía, por la que la Iglesia vive y crece continuamente. El Sacrificio eucarístico, memorial de la muerte y resurrección del Señor, en el cual se perpetúa a lo largo de los siglos el Sacrificio de la cruz, es el culmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana, por el que se significa y realiza la unidad del pueblo de Dios y se lleva a término la edificación del cuerpo de Cristo. Así pues los demás sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado se unen estrechamente a la santísima Eucaristía y a ella se ordenan» (CIC, 897).

La Eucaristía es, por decirlo así, el centro, la característica y la identidad de la Iglesia Católica. Sin embargo, para su celebración existen diversas formas o ritos.

«Las diversas tradiciones litúrgicas, o ritos, legítimamente reconocidas, por significar y comunicar el mismo Misterio de Cristo, manifiestan la catolicidad de la Iglesia» (CEC 1208).

La diversidad litúrgica, cuando es legítima, es fuente de enriquecimiento y no daña la unidad de la Iglesia (cf. CEC, 1206). La Iglesia Católica cuenta con docenas de ritos diferentes, orientales y latinos, todos los cuales son expresiones diferentes del mismo culto católico rendido a Dios.

La Iglesia tiene la potestad de crear y modificar sus ritos. De esta forma,
«sobre la potestad de la Iglesia para la administración del sacramento de la Eucaristía», el Concilio de Trento declara expresamente que «en la administración de los sacramentos, salvando siempre su esencia, la Iglesia siempre ha tenido potestad, de establecer y cambiar cuanto ha considerado conveniente para la utilidad de aquellos que los reciben o para la veneración de estos sacramentos, según las distintas circunstancias, tiempos y lugares» (sesión XXI, cap. 2, DzSch 1728).

El Papa Pío XII nos enseña, en su célebre encíclica sobre la sagrada liturgia:

«La jerarquía eclesiástica ha ejercitado siempre este su derecho en materia litúrgica, instruyendo y ordenando el culto divino y enriqueciéndolo con esplendor y decoro cada vez mayor para gloria de Dios y bien de los hombres. Tampoco ha vacilado, por otra parte –dejando a salvo la sustancia del sacrificio eucarístico y de los sacramentos– en cambiar lo que no estaba en consonancia y añadir lo que parecía contribuir más al honor de Jesucristo y de la augusta Trinidad y a la instrucción y saludable estímulo del pueblo cristiano.

«Efectivamente, la sagrada liturgia consta de elementos humanos y divinos: éstos, evidentemente, no pueden ser alterados por los hombres, ya que han sido instituidos por el divino Redentor; aquéllos, en cambio, con aprobación de la jerarquía eclesiástica, asistida por el Espíritu Santo, pueden experimentar modificaciones diversas, según lo exijan los tiempos, las cosas y las almas. De aquí procede la magnífica diversidad de los ritos orientales y occidentales» (enc. Mediator Dei 66-67, 20-XI-1947) .

Sólo la autoridad de la Iglesia puede declarar lo que es legítimo y lo que no lo es en la celebración de los sacramentos, especialmente en la celebración de la santísima Eucaristía.

El derecho canónico nos enseña que corresponde a la autoridad de la Iglesia determinar lo que es válido y lícito en la celebración, administración y recepción de los sacramentos, puesto que son los mismos para toda la Iglesia y pertenecen al depósito divino:

Canon 841: «Puesto que los sacramentos son los mismos para toda la Iglesia y pertenecen al depósito divino, corresponde exclusivamente a la autoridad suprema de la Iglesia aprobar o definir lo que se requiere para su validez, y a ella misma o a otra autoridad competente, de acuerdo con el c. 838 § 3 y 4, corresponde establecer lo que se refiere a su celebración, administración o recepción lícita, así como también al ritual que debe observarse en su celebración».

En cuanto a la liturgia romana tradicional, llamada de San Pío V, establecida por su Bula Quo primum tempore, que para algunos no puede ser modificada, ni siquiera por un papa posterior, existe una respuesta oficial de la Congregación para el Culto Divino del 11 de junio de 1999, que establece lo siguiente:

«¿Puede un Papa fijar un rito para siempre? Resp.: No. Sobre “Ecclesiae potestas circa dispensationem sacramenti Eucharistiæ” [la potestad de la Iglesia para la administración del sacramento de la Eucaristía], el Concilio de Trento declara expresamente: “En la administración de los sacramentos, salvando siempre su esencia, la Iglesia siempre ha tenido potestad, de establecer y cambiar cuanto ha considerado conveniente para la utilidad de aquellos que los reciben o para la veneración de estos sacramentos, según las distintas circunstancias, tiempos y lugares” (DzSch 1728). Desde el punto de vista canónico, debe decirse que, cuando un Papa escribe “perpetuo concedimus” [concedemos a perpetuidad], siempre hay que entender “hasta que se disponga otra cosa”. Es propio de la autoridad soberana del Romano Pontífice no estar limitado por las leyes puramente eclesiásticas, ni mucho menos por las disposiciones de sus predecesores. Sólo está vinculada a la inmutabilidad de las leyes divina y natural, así como a la propia constitución de la Iglesia» 14.

14 Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, 11-VI-1999. Resp. a Mons. Gaetano Bonicelli, Arzobispo de Siena. Dom Antônio de Castro Mayer era opuesto al argumento, para continuar la misa tradicional, fundado en la supuesta inmutabilidad de la Bula Quo primum tempore de San Pío V. Y aducía la misma argumentación empleada por la Congregación del Culto divino en la respuesta que hemos citado.

Las expresiones de perpetuidad y de prohibición de modificación utilizadas por San Pío V en la Bula Quo primum tempore, mediante la cual publicó el Misal, son idénticas a las que él mismo utilizó en la Bula Quod a nobis, mediante la cual publicó el Breviario Romano. A pesar de eso, San Pío X modificó ese breviario por la Bula Divino afflatu, utilizando a su vez las mismas expresiones solemnes consagradas de perpetuidad y de prohibición de modificación, prohibición que evidentemente no alcanzó al Papa Pío XII cuando modificó el breviario por la Carta Apostólica In cotidianis precibus, ni tampoco al Beato Juan XXIII, que modificó las rúbricas del Breviario a la vez que las del Misal, por la Carta Apostólica Rubricarum instructum, modificaciones que han sido adoptadas por todo el mundo tradicionalista.


2. La reforma litúrgica posterior al Concilio Vaticano II

El Papa actual, cuando era cardenal pre3fecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, declaró que «la crisis de la Iglesia que vivimos hoy reposa en gran medida sobre la desintegración de la liturgia» (Mi vida. Recuerdos –1927-1977). El Papa constata, por lo tanto, la existencia de un desmoronamiento de aquello que la Iglesia considera como su cumbre, con influencias perjudiciales en toda la vida católica.

De esta forma, al igual que el propio Concilio Vaticano II, la reforma litúrgica que proviene del mismo surgió en un período difícil, de una gran crisis en la Iglesia, y sirvió de ocasión y pretexto para amplios abusos y errores, cometidos y propagados en su nombre.

Personas autorizadas, entre las cuales se cuentan diversos teólogos y liturgistas, como por ejemplo el Cardenal Ratzinger 15, nuestro actual Papa, el Cardenal Fernando Antonelli 16, que fue secretario de la Comisión Conciliar para la Liturgia, y el Cardenal Eduardo Gagnon 17, presidente del Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales, mostraron reservas y críticas sobre el modo en que fue realizada la reforma litúrgica posterior al Vaticano II, especialmente en cuanto a su aplicación práctica.

15 Hablando de la liturgia como fruto de un desarrollo, el Cardenal Joseph Ratzinger escribió: «Lo sucedido después del Concilio significa algo muy diferente: en el lugar de una liturgia fruto de un desarrollo continuo, se ha colocado una liturgia fabricada. Se ha pasado del proceso vivo de crecimiento y de progreso a una fabricación». Hablando de los abusos posteriores, se quejaba en estos términos: «La liturgia degenera en un show, en el que se intenta hacer que la religión resulte interesante con ayuda de las tonterías de moda… con éxitos momentáneos en el grupo de los fabricantes litúrgicos» (Introducción al libro de Mons. Klaus Gamber, ¡Vueltos hacia el Señor!, Ed. Renovación, Madrid 1996).

16 Sobre el «Consilium» escribió: «No me entusiasman sus trabajos. La forma en la que se modificó la Comisión me desagrada: un grupo de personas, en muchos casos incompetentes, pero muy avanzados en la línea de las novedades». Y también: «Tengo la impresión de que se ha concedido mucho, sobre todo en materia de sacramentos, a la mentalidad protestante… [El P. Annibale Bugnini] introdujo en el trabajo gente hábil, pero de tendencias teológicas progresistas» (Nicola Giampietro, O.F.M. CAP., Il Card. Ferdinando Antonelli e gli sviluppi della riforma liturgica dal 1948 al 1970; Studia Anselmiana, Roma, pgs. 228 y 264).

17 «No se puede, sin embargo, ignorar que la reforma [litúrgica] dio origen a muchos abusos y llevó, en cierta medida, a la desaparición del respeto debido a lo sagrado. Ese hecho debe ser desgraciadamente admitido y excusa a un buen número de esas personas que se alejaron de nuestra Iglesia o de su antigua comunidad parroquial […]» (Integrismo e conservatismo, entrevista con el Cardenal Édouard Gagnon, Offerten Zeitung Römisches, nov.-dic. 1993, pg. 35).

En esta misma línea, el Santo Padre Juan Pablo II escribía:

«Quiero pedir perdón –en mi nombre y en el de todos vosotros, venerados y queridos Hermanos en el Episcopado– por todo lo que, por el motivo que sea y por cualquiera debilidad humana, impaciencia, negligencia, en virtud también de la aplicación a veces parcial, unilateral y errónea de las normas del Concilio Vaticano II, pueda haber causado escándalo y malestar acerca de la interpretación de la doctrina y la veneración debida a este gran Sacramento. Y pido al Señor Jesús para que en el futuro se evite, en nuestro modo de tratar este sagrado Misterio, lo que puede, de alguna manera, debilitar o desorientar el sentido de reverencia y amor en nuestros fieles» (Cta. Dominicæ cenæ, 12, 24-II-1980).

El recientemente nombrado Secretario de la Congregación para el Culto Divino, Mons. Albert Malcolm Ranjith Patabendige Don, ha hablado hace poco sobre las desviaciones en materia litúrgica en el seno de la Iglesia. Analizando el aggiornamento querido por el Concilio Vaticano II, y ha declarado que

«desgraciadamente, después del Concilio, se han llevado a cabo ciertos cambios poco meditados, al actuar con rapidez, entusiasmo y rechazo de ciertas exageraciones del pasado. Esto ha llevado a una situación opuesta a la que se deseaba». Y daba ejemplos: «Podemos ver que la liturgia ha tomado direcciones erróneas, como el abandono de lo sagrado y de la mística o la confusión entre el sacerdocio común y el sacerdocio consagrado de modo especial, es decir, la confusión de los papeles de los seglares y los sacerdotes. Lo mismo sucede con la visión del concepto de Eucaristía como un banquete común, en lugar de poner el acento en la memoria del sacrificio de Cristo en el Calvario y en la eficacia sacramental para la salvación o también en ciertos cambios, como el vaciamiento de las iglesias en la línea protestante… Estos cambios de mentalidad han debilitado el papel de la liturgia en lugar de reforzarlo. […] Esto ha provocado otros resultados negativos para la vida de la Iglesia. En efecto, para enfrentarnos al avance del secularismo en el mundo, no era preciso volvernos secularistas nosotros también, sino profundizar aún más, ya que el mundo siempre tiene más necesidad del Espíritu, de la interioridad. […] Se puede ver, en los jóvenes de hoy, incluidos los jóvenes sacerdotes, una nostalgia del pasado, una nostalgia de ciertos aspectos perdidos. En Europa, hay un despertar muy positivo» 18.

18 Entrevistas a la agencia I.Media del 22-VI-2006 y al periódico La Croix, del 25-VI-2006 (cf. También el artículo Desviaciones en la Liturgia, de Dom Fernando Rifan, Folha da Manhã del 12-VII-2006).

Como lo que nos interesa es el bien de toda la Iglesia, apoyamos la idea defendida por el Papa actual de emprender la reforma de la reforma litúrgica, corrigendo más eficazmente los abusos y corrigiendo todo aquello que, en las normas litúrgicas, pueda dar lugar a los mismos. El mismo secretario de la Congregación para el Culto Divino, Mons. Albert Malcolm Ranjith Don, afirma: «Se puede hablar de una corrección necesaria, de una reforma en la reforma» (ibid.).


3. La conservación hoy de la Misa en su forma tradicional

Llevados por el deseo legítimo de conservar la riqueza litúrgica del rito tradicional y conmocionados, no sin razón, en su fe y en su piedad por los abusos, los sacrilegios y las profanaciones a las cuales ha dado lugar la reforma litúrgica (cf. también las notas 15, 17 y 43), los católicos de la línea tradicional, no queriendo ver «la liturgia transformada en un show» (cf. nota 15) y no deseando tener nada que ver con los errores y profanaciones que veían, se apegaron legítimamente a las formas tradicionales de la liturgia.

Por esta razón, todos aquellos que luchan por la preservación de la Liturgia en su forma tradicional merecen toda nuestra comprensión, nuestros elogios y nuestro apoyo.

También por esta razón, aplaudimos de corazón el tan deseado Motu Proprio del Papa Benedicto XVI, que concederá la libertad universal de la Misa en el rito romano tradicional, lo cual beneficiará a toda la Iglesia. El Cardenal George, Arzobispo de Chicago, afirma que la Misa de San Pío V es «una fuente preciosa de comprensión de la liturgia para los demás ritos [...]. Esta liturgia pertenece a toda la Iglesia, como el rico vehículo del espíritu que también debe brillar en la celebración de la tercera edición típica del Misal Romano actual...» (véase, más abajo, la cita completa en la nota 20).

Por todos estos motivos, en nuestra Administración Apostólica, en virtud de la facultad que nos otorgó la Santa Sede, conservamos el rito de la Misa en su forma tradicional, es decir, la forma antigua del rito romano, al igual que muchas comunidades religiosas, numerosos grupos y miles de fieles en todo el mundo. La amamos, la preferimos y la conservamos, porque es para nosotros la mejor expresión litúrgica de los dogmas eucarísticos y un sólido alimento espiritual 19, por su riqueza, su belleza, su elevación, su nobleza y la solemnidad de sus ceremonias 20, por su sentido de lo sagrado 21 y de la reverencia 22, por su sentido de misterio 23, por su mayor precisión y rigor en las rúbricas, que representan una mayor seguridad y protección contra los abusos, al no dar espacio a las «ambigüedades, libertades, creatividades, adaptaciones, reducciones e instrumentalizaciones» de las que se quejó el Papa Juan Pablo II 24. La Santa Sede reconoce esta adhesión por nuestra parte como perfectamente legítima 25.

19 «No se puede considerar que el rito llamado de San Pío V se haya extinguido y la autoridad del Santo Padre ha expresado su cálida acogida a los fieles que, sin dejar de reconocer la legitimidad del rito romano renovado según las indicaciones del Concilio Vaticano II, permanecen apegados al rito anterior y encuentran en él un sólido alimento espiritual en su camino de santificación. [...] El antiguo rito romano conserva, pues, en la Iglesia, su derecho de ciudadanía, en el seno de la multiplicidad de los ritos católicos, tanto latinos como orientales [...]» (Cardenal Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación para el Clero, en la homilía pronunciada durante la misa celebrada según el rito de San Pío V, en la basílica de Santa María la Mayor, en Roma, el 24-V-2003, en acción de gracias por el 25º aniversario del pontificado del Papa Juan Pablo II, en presencia de cinco cardenales y miles de sacerdotes y fieles. La misa comenzó con la lectura de un mensaje del Papa, quien mostraba su agradecimiento a todos los presentes y se unía a ellos).

20 «El mismo Santo Padre, hace algún tiempo, atrajo nuestra atención sobre la belleza y la profundidad del Misal de San Pío V [...] la liturgia de 1962 es un rito autorizado de la Iglesia Católica y una fuente preciosa de comprensión de la liturgia para los demás ritos [...]. Esta liturgia pertenece a toda la Iglesia, como el rico vehículo del espíritu que también debe brillar en la celebración de la tercera edición típica del Misal Romano actual...» (cardenal Francis George, arzobispo de Chicago, EE.UU., en su prólogo a La Liturgia y lo Sagrado, Actas del Coloquio 2002 del CIEL, Centro Internacional de Estudios Litúrgicos).

21 «Aunque hay muchas razones que pueden haber incitado a un gran número de fieles a encontrar refugio en la liturgia tradicional, el más importante es que en ella han encontrado preservada la dignidad de lo sagrado» (Cardenal Joseph Ratzinger, nuestro actual Papa, discurso a los obispos de Chile, Santiago, 13-VII-1988).

22 «En el Misal Romano llamado de San Pío V [...] hay oraciones muy bellas, por medio de las cuales el sacerdote expresa el más profundo sentimiento de humildad y reverencia en presencia de los santos misterios: estas oraciones revelan la esencia misma de cualquier liturgia» (Juan Pablo II, Mensaje del 21-IX-2001 a la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, reunida para tratar el tema Hacer más profunda la vida litúrgica entre el pueblo de Dios, § 3).

23 «El antiguo rito de la Misa ayuda, precisamente, a muchas personas a mantener vivo ese sentido del misterio: [...] El rito sagrado, con su sentido del misterio, nos ayuda a penetrar con nuestros sentidos en el recinto del misterio de Dios. La nobleza de un rito que ha acompañado a la Iglesia durante tantos años justifica sobradamente el hecho de que un selecto grupo de fieles mantenga la apreciación de este rito, y la Iglesia, a través de la voz del Sumo Pontífice, así lo entiende, al pedir que las puertas estén abiertas a su celebración...» (Cardenal Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación para el Clero, en la homilía durante la misa de san Pío V celebrada por él en Chartres, el 4-VI-2001).

24 Juan Pablo II, Encíclica Ecclesia de Eucharistia, 17-IV-2003, ya citada: «No hay duda de que la reforma litúrgica del Concilio ha tenido grandes ventajas [...] Desgraciadamente, junto a estas luces, no faltan sombras. [...] En diversos contextos eclesiales, [se producen] ciertos abusos que contribuyen a oscurecer la recta fe y la doctrina católica sobre este admirable Sacramento. Se nota a veces una comprensión muy limitada del Misterio eucarístico. Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convival fraterno. [...] La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones» (nº 10). «Por desgracia, es de lamentar que, sobre todo a partir de los años de la reforma litúrgica postconciliar, por un malentendido sentido de creatividad y de adaptación, no hayan faltado abusos, que para muchos han sido causa de malestar» (nº 52). «El Misterio eucarístico –sacrificio, presencia, banquete– no consiente reducciones ni instrumentalizaciones» (nº 61).

25 «Sin embargo, es necesario que todos los Pastores y los demás fieles cristianos tomen nuevamente conciencia, no sólo de la legitimidad sino también de la riqueza que representa para la Iglesia la diversidad de carismas y tradiciones de espiritualidad y de apostolado, la cual constituye también la belleza de la unidad en la diversidad: esa “sintonía” que, bajo el impulso del Espíritu Santo, eleva la Iglesia terrestre al cielo. [...] A todos esos fieles católicos que se sienten vinculados a algunas precedentes formas litúrgicas y disciplinares de la tradición latina, deseo también manifestar mi voluntad –a la que pido que se asocie la voluntad de los obispos y de todos los que desarrollan el ministerio pastoral en la Iglesia– de facilitar su vuelta a la comunión eclesial a través de las medidas necesarias para garantizar el respeto de sus justas aspiraciones. [...] además, se habrá de respetar en todas partes, la sensibilidad de todos aquellos que se sienten unidos a la tradición litúrgica latina, por medio de una amplia y generosa aplicación de las normas emanadas hace algún tiempo por la Sede Apostólica, para el uso del Misal Romano según la edición típica de 1962» (Juan Pablo II, Carta Apostólica Motu Proprio Ecclesia Dei Adflicta, 2-VII-1988).

Por lo tanto, ya que se trata de una de las riquezas de la liturgia católica, expresamos a través de la Misa en su forma tradicional nuestro amor a la Santa Iglesia y nuestra comunión con ella.

Además, no se enfría sino que continúa nuestra lucha contra las herejías litúrgicas, como la negación de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, la transformación de la Misa en una simple cena, la negación o el oscurecimiento de la naturaleza sacrificial y propiciatoria de la Misa, la confusión entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles, la profanación de la sagrada Liturgia, la falta de reverencia, de adoración y de modestia en el vestir durante el culto divino, la mundanización de la Iglesia, etc.

Seguimos resistiendo contra estos errores, vengan de donde vengan. La doctrina de la resistencia sigue siendo la misma: «Si nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema» (Gal 1,8). Esta posición doctrinal ha sido y seguirá siendo siempre la nuestra.


4. Criterios y límites que hay que observar

Hemos hablado en los párrafos anteriores de los motivos sanos y verdaderos que han llevado y siguen llevando a un gran número de católicos al amor legítimo y a la preferencia por la riqueza litúrgica del rito tradicional y, por tanto, a favor de su conservación.

Hay que reconocer y lamentar, sin embargo, que, a veces, en la adhesión y la resistencia, se han realizado críticas ilegítimas de la reforma litúrgica 26 y que se han cruzado los límites permitidos por la doctrina católica 27.

26 Por ejemplo, la afirmación falsa de que seis teólogos protestantes participaron en la «elaboración» de los nuevos textos litúrgicos, comprometiendo así la pureza de la doctrina católica tradicional. La sala de prensa de la Santa Sede respondió oficialmente el 25 de febrero de 1976 que, como ciertos miembros de comunidades protestantes habían expresado en 1965 su deseo de acompañar los trabajos de la Comisión Pontificia para la aplicación de la Constitución sobre la Liturgia (el Consilium, formado por 2 presidentes, 58 miembros, 121 consultores y 73 consejeros, todos ellos católicos, por supuesto), en agosto de 1966, seis teólogos de distintas denominaciones protestantes fueron admitidos como simples observadores (de la misma forma que el Beato Pío IX había invitado, en 1868, a todos los cristianos cismáticos y protestantes a asistir al Concilio Vaticano I); pero esos observadores protestantes no participaron en la elaboración de los textos del nuevo Misal. Por lo tanto, no sería honrado seguir usando un argumento como ése, que no corresponde a la verdad.

27 Sobre las dificultades encontradas por la reforma litúrgica, el Papa Juan Pablo II declaró: «[...] algunos han acogido los nuevos libros con una cierta indiferencia [...]; otros, por desgracia, se han encerrado de manera unilateral y exclusiva en las formas litúrgicas anteriores, consideradas por algunos de éstos como única garantía de seguridad en la fe. Otros, finalmente, han promovido innovaciones fantasiosas, alejándose de las normas dadas por la autoridad de la Sede Apostólica o por los Obispos, perturbando así la unidad de la Iglesia y la piedad de los fieles, en contraste, a veces, con los datos de la fe» (Carta Apostólica Vicesimus Quintus Annus, 11; 4-XII-1988).

A menudo, con el deseo de defender lo correcto y bajo la presión de los ataques de los adversarios, incluso con rectitud de intención, pueden cometerse errores y exageraciones que después de un período de mayor reflexión, debemos rectificar y corregir. San Pío X indicó que, en el fragor de la batalla, es difícil medir la precisión y el alcance de los disparos. Por ello, se producen fallos o excesos, comprensibles pero incorrectos. Uno puede entender y explicar los errores, pero no justificarlos. Santo Tomás de Aquino nos enseña:

«No se puede justificar una acción mala, aunque haya sido realizada con buena intención» (De Decem præceptis... 6; cf. CEC 1759).

Por esta razón, en su carta al Romano Pontífice del 15 de agosto de 2001, los sacerdotes de la antigua Unión Sacerdotal San Juan María Vianney, ahora convertida por el Papa en Administración Apostólica 28, escribieron:

28 «En este momento fuerte de vuestro ministerio episcopal que representa la visita ad limina, es para mí una alegría daros la bienvenida a vosotros, que tenéis la responsabilidad pastoral de la Iglesia en la región “Este 1” de Brasil, a la cual pertenecen las diócesis del Estado de Río de Janeiro y la “Unión San Juan María Vianney”, que yo quise establecer en Campos como Administración Apostólica personal» (Disc. del Santo Padre Juan Pablo II a los obispos de la Región Este 1, en visita ad limina, 5-IX-2002).

«Y si es posible que, en el fragor de la batalla en defensa de la verdad católica, hayamos cometido algún error o causado algún dolor a Su Santidad, aunque nuestra intención siempre haya sido servir a la Santa Iglesia, le suplicamos humildemente que nos perdone paternalmente».

Es necesario ajustar siempre la práctica a los principios que defendemos. Si reconocemos las autoridades de la Iglesia, es necesario respetarlas como tales, sin desacreditarlas nunca, cuando atacamos los errores. No vemos ningún problema en corregir cualquier posible error o exageración del pasado en este aspecto.

Los principios, la adhesión a las verdades de nuestra fe y el rechazo de los errores condenados por la Iglesia siguen siendo los mismos. Lo que se necesita es evitar las generalizaciones, exageraciones y atribuciones indebidas e injustas. La justicia y la caridad, incluso en combate, son indispensables. Si hubo algún fallo también en este sentido, corregirlo no es un deshonor. Porque errar es humano, perdonar es divino, corregir la propia conducta es cristiano y perseverar en el error es diabólico.

El objetivo de esta Orientación Pastoral no es enfriar la lucha contra el modernismo y otras herejías que buscan infiltrarse en la Santa Iglesia de Dios, ni mucho menos llegar a un compromiso con ningún error, sino asegurarnos de que nuestro ataque es eficaz, basado en la verdad, la justicia y la honradez. De lo contrario, serían ineficaz, perjudicial e incluso ofensivo a Dios, nuestro Señor y a su Iglesia. Sólo así colaboraremos realmente con la jerarquía de la Iglesia en esta lucha contra el mal. Eso es lo que escribimos al Papa, en nuestra carta del 15 de agosto de 2001:

«Solicitamos formalmente colaborar con Su Santidad en la propagación de la Fe y la doctrina católica, en el celo por el honor de la Santa Iglesia –«Signum levatum in nationes»– y en la lucha contra los errores y herejías que intentan destruir la barca de Pedro, inútilmente, ya que “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”».
El Santo Padre acogió bondadosamente nuestra oferta:

«Con una gran alegría pastoral, hemos tomado nota de vuestro deseo de colaborar con la Sede de Pedro en la propagación de la Fe y la doctrina católica en el compromiso por el honor de la Santa Iglesia –que se eleva como signum in nationes (Is 11,12)– y en la lucha contra aquellos que intentan destruir la barca de Pedro, inútilmente, porque el poder de la Muerte no prevalecerá sobre ella (Mt 16,18) (Carta Ecclesiæ Unitas, 25-XII-2001».

Por lo tanto, no podemos utilizar la adhesión a la liturgia tradicional en un espíritu de desafío a la autoridad de la Iglesia o de ruptura de la comunión. Debemos mantener la adhesión a la tradición litúrgica, sin pecar contra la sana doctrina del Magisterio y sin cometer nunca una ofensa contra la comunión eclesial. Como escribí en mi primer mensaje pastoral, el 5 de enero de 2003:

«Conservemos la Tradición y la Liturgia tradicional en unión con la Jerarquía y el Magisterio vivo de la Iglesia, no en oposición a ellos».
Por su parte, el Papa Juan Pablo II señaló en 1988:

«La diversidad litúrgica puede ser fuente de enriquecimiento pero, a la vez, puede provocar tensiones, incomprensiones recíprocas e incluso cismas. En este terreno, está claro que la diversidad no debe dañar la unidad. Ella no puede expresarse sino en la fidelidad a la fe común, [...] y a la comunión jerárquica» (Cta. Apostólica Vicesimus Quintus Annus, 4-XII-1988).

Todas las personas autorizadas mencionadas anteriormente, teólogos y liturgistas, como el entonces cardenal Ratzinger, nuestro actual Papa, el Cardenal Ferdinando Antonelli, que fue secretario de la Comisión litúrgica conciliar, o el Cardenal Edouard Gagnon, que tenían algunas reservas sobre la manera en la que se llevó a cabo la reforma litúrgica postconciliar, especialmente en su aplicación práctica, se mantuvieron siempre dentro de los límites permitidos por la doctrina católica, dogmática y canónica, y en el respeto al Magisterio de la Iglesia.

Estos límites, impuestos por la teología católica a las reservas y a las críticas, nos impiden, por ejemplo, afirmar que el Novus Ordo Missae, la Misa promulgada por el Papa Pablo VI, sería heterodoxa o no católica. Su promulgación 29 (su forma, en sentido filosófico) es la garantía contra cualquier irregularidad doctrinal que hubiera podido producirse en su creación (materia), si bien es cierto que puede mejorarse en su expresión litúrgica. Es su promulgación oficial, y no el modo de su creación, lo que hace de ella un documento del Magisterio de la Iglesia 30.

29 «Para terminar, queremos dar fuerza legal a todo lo que hemos expuesto sobre el nuevo Misal Romano. [...] Ordenamos que las disposiciones de esta Constitución entren en vigor el 30 de noviembre de este año, primer domingo de Adviento. Queremos que lo que hemos establecido y prescrito, sea considerado válido y eficaz, ahora y en el futuro, a pesar de cualquier disposición en contrario de las Constituciones y Ordenanzas Apostólicas promulgadas por nuestros predecesores y las demás prescripciones, incluso las dignas de mención y derogación específicas». (Pablo VI, Constitución apostólica Missale Romanum, 3 de abril de 1969, por la cual se promulgó el Misal Romano, restaurado de acuerdo con el decreto del Concilio Ecuménico Vaticano II, para perpetua memoria).

30 Como veremos más adelante con respecto al Concilio Vaticano II (cita del P. Julio Meinvielle, cf. Primera consecuencia, 7), el acto verdaderamente magisterial y que merece la asistencia del Espíritu Santo es el texto en su plena formulación objetiva, promulgado por el Papa, sin importar la opinión particular que puedan haber tenido Mons. Annibale Bugnini o los miembros del Consilium. En la historia ha habido casos similares, en los que el redactor de una encíclica papal daba una opinión interpretativa de la encíclica en discordancia con el texto objetivamente formulado y promulgado por el Papa, el único evidentemente válido como acto del magisterio, sean cuales fueren las ideas del redactor.

Quien considerase la Nueva Misa, en sí misma, como inválida, sacrílega, heterodoxa o no católica, pecaminosa y, por tanto, ilegítima, lógicamente debería sacar las consecuencias teológicas de esta posición y aplicar estos calificativos al Papa y a todo el episcopado del mundo, es decir, a toda la Iglesia docente. En otras palabras, estaría sosteniendo que la Iglesia ha promulgado oficialmente, mantiene desde hace décadas y ofrece a Dios todos los días un culto ilegítimo y pecaminoso –una posición condenada por el Magisterio (ver notas 44 y 45)– y que, por lo tanto, las puertas del infierno han prevalecido contra ella, lo cual sería una herejía. O bien estaría adoptando el principio sectario de que sólo él y los que piensan como él son la Iglesia y que fuera de ellos no hay salvación, lo cual sería otra herejía. Estas posiciones no pueden ser aceptadas por un católico, ni en teoría ni en la práctica.

De lo que hemos enseñado hasta ahora, resulta con toda claridad que, aunque tenemos como rito propio de nuestra Administración Apostólica la Misa según el rito romano tradicional, la participación de un fiel o la concelebración de uno de nuestros sacerdotes o de su obispo en una Misa según el rito promulgado oficialmente por la jerarquía de la Iglesia, determinado como legítimo y aprobado por ella, como es el caso de la Misa en el rito romano actual, no pueden considerarse malas acciones ni sujetas a la más mínima crítica. Esto no significa la pérdida de nuestra identidad litúrgica, sino más bien una manifestación ocasional y oportuna de nuestra comunión con otros obispos, sacerdotes y fieles, a pesar de la diferencia en el rito.

No se puede negar el hecho objetivo de que en la actualidad el rito de Pablo VI es el rito oficial de la Iglesia latina, celebrado por el Papa y por todo el episcopado católico. Nadie puede ser católico manteniendo una actitud de rechazo de la comunión con el Papa y el episcopado católico. De hecho, la Iglesia define como cismático a aquel que se niega a someterse al Romano Pontífice o a permanecer en comunión con los demás miembros de la Iglesia a él sometidos (canon 751). Negarse de forma continua y explícita a participar en la Misa en el rito celebrado por el Papa y por todos los obispos de la Iglesia, por juzgar que este rito, en sí mismo, es incompatible con la fe o pecaminoso, supone un rechazo formal de la comunión con el Papa y con el episcopado católico.

El hecho de que, en nuestra Administración Apostólica, tengamos el rito de San Pío V como rito propio y exclusivo, según nos concedió la Santa Sede, no quiere decir que no podamos participar nunca en la Misa en su forma actual, considerándola, en la práctica, como si fuera inválida o ilícita, es decir, pecaminosa.

Por otra parte, eso no significa en modo alguno que vayamos a aprobar los abusos y las profanaciones que se producen con cierta frecuencia en las Misas celebradas según el nuevo rito. Hablamos del rito en latín, tal como fue promulgado por el Papa Pablo VI y aprobado por sus sucesores. Una posible participación en las misas del nuevo rito no supone una aprobación de los abusos de los que se quejó el Papa y que pueden producirse en un sitio o en otro.

No es que vayamos a enviar simplemente a los fieles a la nueva Misa. Si hemos luchado tanto para disfrutar de la posibilidad de poseer y conservar el rito tradicional, como nos concedió el Santo Padre con la creación de la Administración Apostólica, ha sido precisamente para que los sacerdotes y los fieles siempre tengan acceso legítimo y tranquilo a este tesoro litúrgico de la Iglesia. Además, por los motivos legítimos descritos aquí, es posible participar únicamente en la Misa tradicional y celebrarla de forma exclusiva, como hacemos en nuestra Administración Apostólica, en virtud de la facultad concedida por la Santa Sede.

Esta Orientación Pastoral no tiene la finalidad específica de analizar y revisar minuciosamente todos los aspectos de la reforma litúrgica actual. Más bien, intentamos defender el Magisterio y la indefectibilidad de la Iglesia, que se mantiene perenne, incluso con los desastres actuales, a los cuales puede haber dado ocasión la reforma litúrgica.

Nuestra intención es combatir aquí el error doctrinal de los que consideran que la nueva Misa, tal como fue promulgada oficialmente por la jerarquía de la Iglesia, es pecaminosa y, por lo tanto, no se puede asistir a ella sin cometer un pecado, atacando violentamente, como si hubieran cometido un delito contra Dios a aquellos que, en determinadas circunstancias, participan en la misma.

Ya hemos mencionado anteriormente que, en virtud de lo establecido por el derecho canónico, corresponde exclusivamente a la autoridad de la Iglesia determinar lo que es válido y lícito en la celebración, administración y recepción de los sacramentos, ya que éstos son los mismos para toda la Iglesia y pertenecen al depósito divino (cf. CIC, can. 841) 31. Por lo tanto, afirmar que la Misa según el rito romano actual es inválida o ilícita o, como dicen algunos, no sirve para cumplir el precepto dominical, equivale a usurpar el lugar de la autoridad suprema de la Iglesia.

31 Canon 841: «Puesto que los sacramentos son los mismos para toda la Iglesia y pertenecen al depósito divino, corresponde exclusivamente a la autoridad suprema de la Iglesia aprobar o definir lo que se requiere para su validez, y a ella misma o a otra autoridad competente, de acuerdo con el c. 838 §§ 3 y 4, corresponde establecer lo que se refiere a su celebración, administración y recepción lícita, así como también al ritual que debe observarse en su celebración».

Por desgracia, hay algunos que piensan que la única razón para celebrar o participar en la Misa según el rito tradicional es que la nueva Misa es inválida o heterodoxa y, por tanto, ilícita. Sin embargo, las razones muy graves y serias que hemos dado anteriormente son suficientes para nuestra adhesión a la Misa tradicional, tal como nos ha concedido la Santa Sede, sin necesidad de recurrir a ese argumento, que, en este caso, sería falso e injusto. Sólo la verdad y la justicia deben ser nuestra norma en esta lucha. Sólo la verdad nos hará libres (Jn 8,32). De lo contrario, estaríamos dando golpes en el vacío (1Co 9,26).

Un escritor católico de actualidad, Michael Davies, gran defensor de la Misa tradicional y de gran renombre en los ámbitos tradicionalistas, afirmaba con razón lo siguiente:

«Dentro del movimiento tradicionalista, algunos han argumentado que la Nueva Misa no se había promulgado apropiadamente según las normas del derecho canónico, que no es una Misa oficial de la Iglesia Católica, que asistiendo a ella no se cumple el precepto dominical , es mala, nefasta o incluso intrínsecamente mala. Dado que el Papa Pablo VI era un verdadero papa y que el Misal de 1970 es lo que se conoce como ley disciplinaria universal, tales acusaciones son absolutamente indefendibles a la luz de la doctrina de la indefectibilidad de la Iglesia. Ningún papa verdadero podría imponer ni autorizar para su uso universal un rito litúrgico que fuese en sí mismo perjudicial para los fieles. Las alegaciones totalmente insostenibles que he mencionado manifiestan una actitud preocupante que prevalece en ciertas áreas del movimiento tradicionalista, en las cuales atacar al Misal de 1970 [de Pablo VI] parece ser una prioridad más alta que conservar el de 1570 [de San Pío V]. No hay absolutamente ninguna esperanza de que el Vaticano reconozca a los sacerdotes que defienden esas hipótesis insostenibles, hecho que no parece molestarles. Ni tampoco parecen preocupados por el hecho de que estas teorías no sean defendidas por ningún teólogo competente fuera del movimiento tradicionalista, ni porque el consenso de la opinión dentro del movimiento tradicionalista las rechace. Algunos de estos sacerdotes piensan que definitivamente no se puede ser un verdadero tradicionalista sin aceptar que la nueva Misa sea mala. La siguiente documentación [que se incluye en su libro] debe ser suficiente para demostrar que, en realidad, aquellos que adoptan esta posición no pueden considerarse católicos tradicionales, ya que mantener que un rito sacramental aprobado por el Romano Pontífice es malo es totalmente incompatible con la enseñanza tradicional de la Iglesia» 32.

32 Michael Davies, 31-V-1997, Introducción a la segunda edición de su libro I am with you always, Longprairie (Minnesota), The Neumann Press, pgs. 15-16. –Michael Davies (1936-2004) fue el Presidente internacional de Una Voce, un movimiento en defensa de la Misa tradicional, presente en más de 40 países, siendo su Presidente efectivo de 1995 a 2003 y Presidente honorario desde 2003 hasta 2004. Es autor de decenas de libros en defensa de la Tradición, especialmente de la liturgia tradicional.


5. Una advertencia muy grave

Hago aquí una pequeña pausa para realizar una advertencia seria y grave. Muchos católicos creen erróneamente, tal vez con miedo a caer en el liberalismo o en el progresismo, que siempre es mejor tomar la posición más dura y radical, sospechando de todas las cosas y de todo el mundo. No siempre la posición más dura y radical, sin embargo, es la verdadera, la mejor, la más segura y la más eficaz.

Para hacer una comparación de tipo filosófico, al estudiar Lógica se aprende que, para combatir una proposición concreta, es necesario oponerle la proposición contradictoria y no la proposición contraria. Aparentemente, la contraria niega más, es más radical. Sin embargo, puede ser tan falsa como la que trata de combatir, ya que niega demasiado. En cambio, la proposición contradictoria, aunque parece no ser tan opuesta, es más eficaz, ya que niega sólo lo que hay que negar y no más de lo necesario.

El P. Didier Bonneterre, de la Fraternidad de San Pío X, en el prólogo de su libro El Movimiento Litúrgico –con prefacio de Mons. Marcel Lefebvre– hace una grave advertencia:

«Quisiéramos también poner en guardia a nuestros lectores contra una cierta moda intelectual que se propaga como una peste en nuestros medios reputados como “tradicionalistas”: el espíritu de emulación en la más extrema de las opiniones que hace buscar, a cualquier precio, la posición más “dura”, como si la verdad de una proposición admitiera el ser influenciada por un prejuicio voluntarista de anti-cualquier-cosa-que-sea» 33.

33 El Movimiento Litúrgico, Ed. ICTION, Buenos Aires 1982, pg.13.

A menudo, la posición radical y generalizadora también es más cómoda que aquella que hace las distinciones necesarias. Pero no por eso se ajusta más a la verdad, la justicia y la honradez que deben regir nuestra forma de pensar, nuestro modo de proceder y nuestra lucha por el bien, como hemos dicho anteriormente.

Muchos de los que lucharon por la tradición doctrinal y litúrgica de la Iglesia, por no respetar los límites debidos, terminaron por caer en el cisma y la herejía. Muchos de los que consideraban la nueva Misa en sí misma como inválida o herética, sacrílega, heterodoxa, no católica, pecaminosa y por lo tanto ilegítima, terminaron por sacar las lógicas consecuencias teológicas de esta postura y la aplicaron al Papa y a todos los obispos del mundo, es decir, a toda la Iglesia docente. En otras palabras, tenían que defender que la Iglesia proclamó oficialmente, ha mantenido durante décadas y ofrece todos los días a Dios un culto ilegítimo y pecaminoso.

Por lo tanto, lógicamente, llegaron a la conclusión de que la Iglesia jerárquica, tal como existe hoy en día, no es la Iglesia Católica, ya que ha caído oficialmente en el error, y de que apenas subsiste en un pequeño grupo, del que por supuesto ellos forman parte. A partir de esta argumentación ex absurdo es decir, desde el absurdo al que llevan estas ideas, se debe concluir lo contrario a las mismas: la Iglesia no puede adoptar (a priori) y no ha adoptado (a posteriori) una misa inválida o herética, sacrílega, heterodoxa, no católica, pecaminosa y por lo tanto ilegítima.

Conviene señalar que la mayoría de las críticas radicales contra el Novus Ordo provienen de personas que tienden al sedevacantismo 34. Muchos de ellos terminaron por adherirse públicamente a esa posición, si no al cisma formal 35.

34 El Dr. Arnaldo Vidigal Xavier da Silveira, en la introducción de su libro Consideraciones sobre el Ordo Missae de Pablo VI, para responder a la posible objeción de que no se puede poner en duda la ortodoxia de un acto papal como ése, presenta, como hipótesis, la posibilidad de un Papa herético o cismático y de la pérdida del pontificado, objeto de la mitad de su libro. En realidad, para muchos, el sedevacantismo termina por ser una equivocada tentativa de refugio, debido al callejón sin salida teológico de querer sostener la heterodoxia de la nueva Misa.
35 A modo de ejemplo, podríamos citar simplemente al P. Guérard des Lauriers, conocido por ser el autor principal del Breve examen crítico, presentado a Pablo VI por los cardenales Ottaviani y Bacci. Proclamó formalmente vacante la Santa Sede y se hizo consagrar obispo cismático.

Yo mismo he conocido y conozco a algunos que lucharon con nosotros y que, por haber caído en ese radicalismo, perdieron totalmente la fe en la Iglesia 36, otros participaron en la elección de un falso papa y algunos incluso apostataron completamente de la fe católica 37, cayendo en el cisma formal y en la herejía. Creen que conservan la tradición, pero fuera de la Iglesia jerárquica 38.

36 Uno de ellos, algunos años antes de fallecer, me dijo literalmente: «Para mí, la Iglesia Católica como institución ha desaparecido».

37 Cuando intenté, por caridad, convencer a algunos de ellos, me respondieron: «Esta misa es un teatro; y la Iglesia que mantiene esta misa también es un teatro, es falsa». Después, me dijeron que ya no creían en la Eucaristía ni en ningún sacramento. Perdieron la fe. Cayeron en la herejía y en el cisma.

38 ¡Acabo de recibir de uno de nuestros antiguos amigos «tradicionalistas», un libro titulado Roma: Sede del Anticristo – Una nueva falsa Iglesia Católica! En la dedicatoria, no reconoce mi episcopado. ¡Y en el libro ataca al Sr. G. Montini, al Sr. K. Wojtyla y al Sr. J. Ratzinger (sic)!

A los que así actúan está dirigida la severa advertencia del Papa Pío XII:

«Se equivocan peligrosamente quienes piensan que pueden estar unidos a Cristo Cabeza de la Iglesia sin unirse fielmente a su Vicario en la tierra. En efecto, al suprimir la cabeza visible y romper los vínculos visibles de unidad, oscurecen y deforman de tal manera el Cuerpo Místico del Redentor, que ya no puede ser reconocido ni encontrado por los hombres que buscan el puerto de la salvación eterna» (enc. Mystici corporis, 29-VI-1943, n° 40).

Ningún hereje o cismático de ninguna época ha pensado nunca que él estaba equivocado. Todos pensaban que era la Iglesia la que se equivocaba y ellos los que tenían razón. Se jactaban de haber conservado la sana doctrina. Por esta razón, para que nadie se haga ilusiones pensando tener razón por haber conservado buenos elementos tradicionales, pero fuera de la comunión con la Iglesia jerárquica, recordemos las palabras de San Agustín:

«Sólo se puede encontrar la salvación en la Iglesia Católica. Fuera de la iglesia, se puede tener todo, excepto la salvación. Se puede tener honor, se pueden tener los sacramentos, se puede cantar el aleluya, se puede responder ‘amén’, se puede tener fe en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y también orar con esas palabras, pero no se puede encontrar la salvación más que en la Iglesia Católica» (Sermo ad Cæsariensis Ecclesiæ plebem).

Contra este peligro tan grave y contra el riesgo de la herejía y del cisma, quiero advertir a todos los que luchan por la tradición católica.

El Magisterio de la Iglesia nos recuerda la necesidad de la comunión con la jerarquía para que haya una legítima celebración de la santa Misa.

El Papa Juan Pablo II nos lo enseña en su encíclica Ecclesia de Eucharistia: «Sólo en este contexto tiene lugar la celebración legítima de la Eucaristía y la verdadera participación en la misma» (nº 35, 17-IV-2003). San Ignacio de Antioquía dijo: «Que sólo se considere como legítima la Eucaristía presidida por el obispo o por aquel que ha recibido ese encargo del obispo» (Epist. ad Smyrnenses 8,1; cf. también CEC 1369).
Cito una vez más al destacado escritor católico tradicionalista Michael Davies:

«Podríamos parafrasear al Papa Pablo VI y lamentar que el humo de Satanás haya entrado en el movimiento tradicionalista para estrangular su defensa de la ortodoxia. Cuando recordamos que estamos lidiando con un enemigo sobrenatural de una astucia e inteligencia enormes, debemos estar seguros de que está dispuesto a hacer todo lo posible para dividir y destruir los grupos que han sido más eficaces en oponerse a su destrucción de la Iglesia. ¿Qué medios más eficaces podría emplear que intentar llevarlos a caer en el cisma? Fuera de la iglesia, su defensa de la Tradición se volvería ineficaz. Una vez que estas personas han abandonado la Iglesia, aunque al igual que todos los herejes y cismáticos proclamen que ellos son la verdadera Iglesia, es evidente que sólo un milagro podría hacer que comprendieran su verdadera situación. El orgullo que ocasionó la ruina de Satanás es evidente en esto. Hay mucha satisfacción ligada a formar parte de los elegidos, lo cual, como señala el P. Van der Ploeg en su prólogo 39, “es siempre la característica más evidente de una secta”» 40.

39 Ver más abajo, en el n. 7 de la Primera consecuencia de la presente Orientación Pastoral, la cita de teólogos distinguidos, como el P. John P. M. Van der Ploeg, O.P.
40 Michael Davies, introducción a la primera edición de su libro I am with you always, Longprairie (Minnesota), The Neumann Press, pg. 13.

Dom Antônio de Castro Mayer, al hablar de los grupos tradicionalistas, también nos previno en contra de ese espíritu sectario exclusivista:

«La secta es exclusivista: sus miembros son los elegidos; ellos saben que pocos son los elegidos, y esos pocos son ellos... Son los depositarios de la Verdad. Sin ellos, no hay salvación» (Monitor Campista, 13-IV-1983 y del 22-XII-1985).

Sobre los que critican y atacan la posición de nuestra Administración Apostólica y de su obispo, el mismo Michael Davies me escribió, el 2 de mayo de 2004:

«Es muy triste que haya tantos que dicen ser tradicionalistas pero están más interesados en atacar a otros miembros de nuestro movimiento que en luchar por la tradición. El apostolado único y valiente de Su Excelencia es una inspiración para los católicos tradicionalistas de todo el mundo... Estoy seguro de que todos los que aman la tradición le honran y le admiran, y aprecian la inmensa contribución que S.E. ha hecho a la causa que amamos... Los que difunden malvados rumores son sólo una minoría insignificante y maliciosa que necesita más nuestras oraciones que nuestra condena».


6. Volviendo a la cuestión de la legitimidad de la nueva Misa

Así pues, ya que la nueva liturgia de la Misa fue promulgada oficial y solemnemente por la Sede de Pedro como una ley litúrgica universal de la Iglesia y fue adoptada por los obispos de todo el mundo en comunión con el Papa durante casi cuatro décadas 41 –y teniendo en cuenta que se trata de un asunto relacionado con la fe– 42, es imposible que esa liturgia, en sí misma, sea herética, no católica, ilícita, pecaminosa o incluso perjudicial para la fe. Puede serlo en virtud de circunstancias externas que, por desgracia, se dan con frecuencia 43, pero no en sí misma, tal como fue promulgada.

41 Esta aceptación de la nueva liturgia de la Misa durante casi 40 años por toda la Iglesia docente (el Papa y todos los Obispos en comunión con él) es también un argumento a favor de su legitimidad. Con respecto a un tema similar, San Alfonso María de Ligorio decía que, si un Papa hubiera sido elegido de forma ilícita o fraudulenta, bastaba que posteriormente fuera aceptado por toda la Iglesia para que se convirtiera en el verdadero Pontífice (Verità della fede, en Opera vol. VIII, pg. 720, nº 9).

42 «La ley de la oración establece la ley de la fe»… «La ley de la fe debe establecer la ley de la oración» (Pío XII, enc. Mediator Dei, 20-XI-1947, n° 43).

43 «Un ejemplo de esto fue una misa verdaderamente abominable, celebrada el 6 de abril de 2003 en la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, en Belo Horizonte. Forma parte de la crisis eclesial denominada “autodemolición de la Iglesia”, de las sombras de la reforma litúrgica, de las que el Papa [Juan Pablo II] se quejaba en su última encíclica, “abusos que contribuyen a oscurecer la verdadera fe y la doctrina católica”. En esta misa, ya la lectura del Evangelio provocaba estupefacción: “¡Proclamación de la Buena Noticia según la narración de la comunidad de Juan, 12, 20-27!” Esto revela la herejía modernista, ya condenada por el Magisterio de la Iglesia, herejía que niega la historicidad de los Evangelios, no atribuyéndolos a los evangelistas, sino a la fe de las primeras comunidades cristianas. El Credo contenía palabras extrañas: “Creo en la vida, creo en la historia, en la ciudadanía que rechaza la rutina, el sueño es construir el bienestar con paz, creo en la Iglesia, un pueblo unido en la solidaridad sin exclusiones. Salvación para todos, en un ambiente festivo”. En la consagración, se cambió la fórmula, las palabras de Jesús, haciendo que la misa no sólo fuera ilícita, sino también inválida: “Tomad y comed todos de él, este pan para compartir soy yo en mi cuerpo, con vosotros y entregado por vosotros, seré para todos el amor del Padre”; “Tomad y bebed, éste es el cáliz de la bendición, en mi sangre de la alianza nueva y eterna, derramada por vosotros y por todos los hombres. Sentíos envueltos por la compasión”. ¡¿Creatividad?! ¡Cuántos sacrilegios se cometen en tu nombre!» (Dom Fernando Rifan, artículo en el diario Folha da Manhã, 11-VI-2003).

Si se sostiene lo contrario, se incurre en la desaprobación ya dictada por el Magisterio de la Iglesia, puesto que se trata de una proposición censurada afirmar que la Iglesia, gobernada por el Espíritu de Dios, pueda promulgar una disciplina peligrosa o nociva para las almas (cf. Papa Pío VI 44 y Papa Gregorio XVI) 45. Por el contrario, las leyes universales de la Iglesia son santísimas (cf. Pío XII) 46.

44 Pío VI, Constitución Auctorem fidei, del 28-VIII-1794, condenando los errores del Sínodo jansenista de Pistoia: «El decreto del sínodo, [...], en el que, tras afirmar que “hay que distinguir en cada artículo lo que concierne a la fe y a la esencia de la religión y lo que es propio de la disciplina”, se agregaba que “incluso en esta última (la disciplina), hay que distinguir aquello que es necesario o útil para mantener a los fieles en el espíritu de aquello que es innecesario o más pesado de lo que puede soportar la libertad de los hijos de la Nueva Alianza, y especialmente de aquello que es peligroso o nocivo, ya que conduce a la superstición o al materialismo”. Puesto que, en razón de los términos generales utilizados, incluye y somete al examen prescrito incluso la disciplina establecida y aprobada por la Iglesia –como si la Iglesia, gobernada por el Espíritu de Dios, pudiera establecer una disciplina no solamente inútil y demasiado pesada para la libertad cristiana, sino también peligrosa, nociva y conducente a la superstición y al materialismo– es falso, temerario, escandaloso, pernicioso, ofensivo a los oídos piadosos, injurioso para la Iglesia y para el Espíritu de Dios que la gobierna y, como mínimo, erróneo» (DzSch 2678).

45 «Sería verdaderamente reprobable y muy lejano a la veneración con que deben recibirse las leyes de la Iglesia condenar, por un afán caprichoso de opiniones, la disciplina por ella sancionada y que se refiere a la administración de las cosas sagradas, a la norma de las costumbres y a los derechos de la Iglesia y sus ministros, censurarla como opuesta a ciertos principios de derecho natural o presentarla como defectuosa o imperfecta y sometida al poder civil» (Gregorio XVI, enc. Mirari Vos, 15-VIII-1832, nº 9).

46 «Sin duda, nuestra piadosa madre [la Iglesia] brilla con un resplandor sin mancha en los sacramentos con los que ella engendra a sus hijos y los nutre, en la fe que siempre conserva al abrigo de cualquier ataque, en las leyes santísimas que impone a todos y en los consejos evangélicos que ofrece a todos y, finalmente, en las gracias celestiales y los carismas sobrenaturales mediante los cuales engendra con una incesante fecundidad legiones innumerables de mártires, confesores y vírgenes. No hay que reprocharle a ella las debilidades y las heridas de algunos de sus miembros, en cuyo nombre ella pide a Dios todos los días: “Perdona nuestras ofensas”, y a la salvación espiritual de los cuales se consagra sin descanso, con toda la fuerza de su amor maternal» (enc. Mystici corporis, 29-VI-1943, nº 65).

La unanimidad de los teólogos (véase el próximo n.7 ) nos enseña la infalibilidad o inerrancia de la Iglesia en sus leyes universales, incluyendo las leyes litúrgicas universales. Eso no quiere decir que no se puedan cambiar o mejorar. Significa que no pueden contener errores contra la Fe o la Moral ni ir en detrimento de las almas. El Concilio de Trento, por ejemplo, proclamó la inerrancia de la Vulgata, la traducción de la Biblia realizada por San Jerónimo. Esto no quiere decir que fuera perfecta o que no pueda ser corregida o mejorada, como de hecho lo fue en varios pasajes por la autoridad de la Iglesia. La declaración infalible del Concilio de Trento significa que no contiene errores doctrinales.

Las interpretaciones de los modernistas y las declaraciones hechas por los protestantes tras el inicio de la reforma litúrgica impresionaron al mundo católico y muchos pensaron que se trataba de la interpretación que había que dar al nuevo ritual de la Misa. Por el contrario, el significado de las acciones y expresiones litúrgicas viene dado por el Magisterio de la Iglesia 47. Gracias a Dios, diversas intervenciones posteriores del Magisterio corrigieron cualquier ambigüedad que pudiera existir y dieron a los textos y a los rituales su verdadero sentido, el sentido católico y no el sentido modernista o protestante 48.

47 Un rito o una ceremonia, en sí mismos, pueden ser ambiguos, es decir, pueden tener significados diferentes. Una genuflexión, por ejemplo, podría tener un significado burlesco, como en la coronación de espinas de Jesús, o podría ser un acto de verdadera adoración. De la misma forma, un solo Confiteor en lugar de dos podría ser un signo de la confusión entre el sacerdocio ministerial y el de los fieles o una mera simplificación del rito, acompañada de la explicación del magisterio sobre la distinción entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común. Del mismo modo, una sola genuflexión en lugar de dos en la consagración de la Misa podría ser un signo de la interpretación protestante o de la interpretación católica de la consagración. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que la transubstanciación se produce por «el poder de las palabras del sacerdote, por la acción de Cristo y por el poder del Espíritu Santo», rechazando la interpretación protestante, según la cual esto se daría por la fe de los fieles, como han dicho algunos que quisieran forzar esta interpretación del Novus Ordo (cf. CEC 1353). Asimismo, en la Misa de San Pío V, la señal de la cruz marcada en la hostia consagrada podría significar una bendición, lo que llevaría a la negación de la presencia real, o un signo más solemne que señala a ésta. Quien establece el significado de los ritos es el Magisterio de la Iglesia y no los herejes ni la imaginación de la gente.

48 Por ejemplo, la encíclica Ecclesia de Eucharistia (17-04-2003), en la que el Santo Padre Juan Pablo II, además de destacar los dogmas de la presencia real y de la diferencia entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio de los fieles, habla 48 veces del carácter sacrificial de la Misa. El CEC (de 1997) enseña con claridad el carácter sacrificial de la Misa (nº 1330, 1365-1367), subrayando su aspecto propiciatorio (nº 1367). Podemos recordar también la última precisión doctrinal sobre la traducción del «pro multis» realizada por la Congregación para el Culto Divino el 17-X-2006. Recordemos asimismo la afirmación del Cardenal Ottaviani, en la que mostraba su satisfacción por las aclaraciones doctrinales posteriores a su carta realizadas por el Papa Pablo VI (citada en n. 8 de la Primera consecuencia).

Alguien podría objetar que, a pesar de las numerosas aclaraciones posteriores del Magisterio, el texto del Novus Ordo sigue siendo el mismo. Justamente, sin embargo, lo que hacen esas aclaraciones es precisar el sentido. Lo mismo sucede con las Escrituras, cuyo texto a menudo se presta a interpretaciones heréticas, pero tiene un sentido correcto dado por el Magisterio sin cambiar el propio texto. En otras palabras, se trata exactamente de la misma diferencia que hay entre la Biblia católica y la Biblia protestante para los mismos textos: las notas explicativas con el significado dado por el Magisterio 49.

49 Así pues, tras todas las explicaciones y precisiones ofrecidas por el Magisterio, no se puede decir que la Misa del rito romano actual sea exactamente la misma de 1969. Además del acatamiento debido a los actos del Magisterio, la aclaración precisando el sentido católico constituye un progreso positivo, que requiere honradamente en contrapartida un enfoque diferente del que hubo con respecto al Novus Ordo de 1969.


7. Teólogos tradicionales distinguidos confirman este punto

La doctrina sobre la infalibilidad de la disciplina litúrgica de la Iglesia es enseñada unánimemente por los teólogos católicos más distinguidos, sin una sola excepción.

Es bueno subrayar que el consenso moralmente unánime de los teólogos sobre un punto específico representa una opinión cierta (theologice certum) y es un signo seguro de la divina Tradición 50. Citemos algunos.

50 Cf. Joaquín Salaverri, S.J., Sacræ Theologiæ Summa, t. I: Theologia fundamentalis, Tract. III: De Ecclesia Christi (BAC 061), Madrid 1962, pgs. 775-784.

El canónigo Hervé, canónigo y rector del Seminario Mayor de Saint-Brieuc:

La Iglesia «dejaría de ser santa» y, por lo tanto, «dejaría de ser la verdadera Iglesia de Cristo», si «prescribiese a todos los fieles, en virtud de su suprema autoridad, alguna cosa contraria a la fe o a las buenas costumbres» (Manuale theologiæ dogmaticæ, vol. I: De Revelatione Christiana, De Ecclesia Christi, De fontibus Revelationis, pgs. 508 y 510).

El P. Joseph Haegy, C.S.SP., liturgista:

«Los actos de la liturgia tienen valor dogmático; son expresión del culto de Dios en la Iglesia. La manifestación externa del culto tiene una relación íntima con la fe. Para ser razonable, el culto no puede dejar de ser conforme a la fe» (Manuel…, t. I, p. 2).

Los célebres canonistas Wernz y Vidal:

«Los Romanos Pontífices son infalibles cuando elaboran leyes universales sobre la disciplina eclesiástica, de manera que nunca establecen nada contrario a la fe o a las buenas costumbres, incluso aunque no alcancen el grado supremo de la prudencia» (Ius canonicum, t. II, pg. 410 ; ver también t. I, p. 278).

El P. Tanquerey, sulpiciano:

«Esta infalibilidad consiste en que la Iglesia, mediante un juicio doctrinal, no establecerá jamás una ley universal que sea opuesta a la fe, a las costumbres o a la salvación de las almas. [Sin embargo,] en ningún lugar se ha prometido a la Iglesia el grado supremo de la prudencia para elaborar las mejores leyes en todos los tiempos, lugares y circunstancias» 51.

51 Adolphe Tanquerey, P.S.S., Synopsis theologiæ dogmaticæ ad mentem s. Thomæ Aquinatis hodiernis moribus accommodata, t. I : Synopsis theologiæ dogmaticæ fundamentalis: De religione revelata in genere; de Christo Dei legato; de vera Christi Ecclesia; de Constitutione Ecclesiæ catholicæ; de fontibus revelationis, J. B. Bord, Parisiis - Romæ - Tornaci, Desclée, 193724, n° 932, p. 625.

Hermann:

«La Iglesia es infalible en su disciplina general. Con la expresión “disciplina general” se quiere decir las leyes y prácticas relativas a la organización externa de toda la Iglesia. Es decir, con respecto a elementos como el culto externo, la liturgia y las rúbricas o la administración de los sacramentos […]. Si la Iglesia tuviera la capacidad de prescribir, organizar o tolerar en su disciplina alguna cosa contraria a la fe o a las costumbres o alguna cosa perjudicial para la Iglesia o nociva para los fieles, estaría fallando en su misión divina, lo cual sería imposible» (Institutiones Theologiæ Dogmaticæ, Romæ, Della Pace, 1908, t. I, pg. 258).

Finalmente, el P. Van der Ploeg, O.P.:

«La doctrina de la indefectibilidad de la Iglesia es una consecuencia de la promesa de Nuestro Señor a San Pedro: “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18). Algunos católicos, durante las tribulaciones actuales, están convencidos de que la Sede de Pedro está vacante. El “ocupante” de la Sede, como ellos le llaman, no corresponde a lo que se espera de un Papa. Algunos pretenden también que la Misa y los sacramentos han sido destruidos por los “ocupantes” más recientes de la Sede de Pedro. Si estas personas tuviesen razón, eso querría decir que Nuestro Señor Jesucristo ha abandonado a su Iglesia […] Pero eso es algo que no puede suceder jamás y que contradiría la promesa solemne de Nuestro Señor que hemos citado antes. También es imposible que Nuestro Señor abandone su Iglesia, porque eso frustraría el fin mismo para el que se fundó la Iglesia: ser instrumento de Dios para la salvación de nuestras almas. Si Nuestro Señor abandonase a su Iglesia, las palabras “Quien os escucha, me escucha a mí” sólo serían verdaderas para un grupo reducido y excepcional de personas, que se considerarían como los elegidos, lo cual es siempre la característica más evidente de una secta. Nuestro Señor no fundó una secta, sino la Iglesia Católica, es decir, universal» 52.

52 John P. M. Van der Ploeg, O.P., doctor en Teología, doctor en Sagrada Escritura, profesor emérito de la Universidad de Nimega, miembro de la Real Academia de Ciencias de los Países Bajos, en su prefacio al libro I am with you always de Michael Davies, escritor tradicionalista, que fue presidente internacional de Una Voce.


8. La opinión final de los Cardenales Ottaviani y Antonelli

El Cardenal Ottaviani, si bien había presentado al Papa sus reservas con respecto al nuevo Ordo Missæ, celebraba la Misa con el rito nuevo y así lo hizo hasta su muerte. Lo mismo podría decirse de los Cardenales Ratzinger, Antonelli y Gagnon, citados anteriormente.

En cuanto a la intervención del Cardenal Ottaviani, tan frecuentemente citada, hay que tener en cuenta que su crítica (carta del 5 de octubre de 1969) fue realizada antes de la versión final corregida del nuevo rito de la Misa. En consideración de la carta del Cardenal Ottaviani y como respuesta a la misma, el Papa Pablo VI dedicó dos audiencias generales al nuevo rito de la Misa. Después de las mismas, el Cardenal Ottaviani escribió:

«Me he alegrado profundamente al leer los discursos del Santo Padre sobre las cuestiones del nuevo Ordo Missae y sobre todo sus precisiones doctrinales contenidas en los discursos para las audiencias públicas del 19 y el 26 de noviembre. Creo que, después de esto, ya nadie puede escandalizarse sinceramente. En lo demás, hará falta una obra prudente e inteligente de catequesis, para solucionar algunas perplejidades legítimas que puede suscitar el texto».

En la misma carta, se quejaba:

«Por mi parte, sólo siento que se haya abusado de mi nombre en un sentido que yo no deseaba, por la publicación de una carta que yo había dirigido al Santo Padre, sin autorizar a nadie a publicarla» 53.

53 Carta del Cardenal Ottaviani a Dom Marie-Gérard Lafond, O.S.B., del 17-II-1970.

Posteriormente, el Cardenal Ottaviani publicó también otra declaración interesante:
«La belleza de la Iglesia resplandece también en la variedad de los ritos litúrgicos que enriquecen su culto divino, cuando son legítimos y conformes con la fe. Es precisamente la legitimidad de su origen la que los protege y los guarda contra la infiltración de errores […]. De esa forma, la pureza y la unidad de la fe también son conservadas por el Magisterio supremo del Papa y por las leyes litúrgicas» 54.

54 Cruzado Español, 25-V-1970.

El Cardenal Antonelli, cuyas críticas a la forma en la que se elaboró la reforma litúrgica ya hemos citado anteriormente (cf. nota 16), escribía en el mismo libro:

«En sustancia, mis impresiones sobre la reforma litúrgica son buenas. El nuevo Ordo Missæ, que entró en vigor el 30 de noviembre de 1969, contiene muchos elementos positivos. Podría perfeccionarse, como sucede con todas las cosas, pero la sustancia es buena. La Institutio Generalis Missalis Romani tiene más imperfecciones. Aun así, la sustancia es buena. Con el tiempo, será posible reequilibrar algunas disposiciones» 55.

55 Citado en Nicola Giampietro, O.F.M. CAP., Il Card. Ferdinando Antonelli e gli sviluppi della riforma liturgica dal 1948 al 1970, Studia Anselmiana, Roma, pg. 258.


9. Actitud y ejemplo de Dom Antônio de Castro Mayer

Después del concilio, de 1965 a 1967, se introdujeron ciertas modificaciones en la liturgia de la Misa que Dom Antônio aceptó dócilmente y adoptó en la diócesis, incluida la concelebración con los sacerdotes en la Misa crismal del Jueves Santo.

En 1969, concediendo un periodo de adaptación, el Papa Pablo VI promulgó un nuevo Ordo Missæ, que no ha cesado de causar perplejidad a muchos católicos, incluidas personalidades importantes, como ciertos cardenales de la Curia romana, que ya hemos citado, especialmente a causa de los abusos que se cometían en el ámbito litúrgico.
Movido por perplejidades similares, Dom Antônio, antes de que el Novus Ordo entrase en vigor, escribió al Papa Pablo VI,

«suplicando humilde y respetuosamente a Su Santidad que se digne autorizarnos a seguir usando el Ordo Missæ de San Pío V» 56.

56 Carta del 12-IX-1969 (carta que Dom Antônio nunca quiso publicar durante su episcopado).

Sin embargo, al presentar al Soberano Pontífice su opinión sobre el nuevo rito de la Misa, su fidelidad y su respeto, característicos de su vida, por la persona del Santo Padre y por el Magisterio de la Iglesia, le hicieron precisar:

«Sería superfluo añadir que, en esta circunstancia, como ya he hecho en otras situaciones de mi vida, cumpliré el deber sagrado de la obediencia, en todo lo que prescriban las leyes de la Iglesia. Con ese espíritu y un corazón de hijo ardiente y devotísimo para con el Papa y la Santa Iglesia, acogeré cualquier palabra de Su Santidad sobre esta cuestión» 57.

57 Carta del 25-I-1974 (carta que Dom Antônio nunca quiso publicar durante su episcopado).

El verdadero espíritu y el pensamiento de Dom Antônio no pueden conocerse haciendo referencia a una sola fase de su vida, a una frase suya, a un solo artículo o una carta tomados aisladamente, sino teniendo en cuenta el conjunto de su vida, de sus escritos, de sus palabras y sus actitudes. De otro modo, corremos el riesgo de falsearlos o interpretarlos inadecuadamente.

De esta forma, si bien había enviado al papa sus reservas y críticas al Novus Ordo de 1969, Dom Antônio, en su modo de actuar, no consideraba que la nueva liturgia de la Misa, en sí misma, fuese heterodoxa o pecaminosa, ya que, hasta 1981, como obispo diocesano, mantuvo en sus parroquias a los párrocos que la celebraban, nombró párrocos a los sacerdotes que la celebraban, visitaba cordialmente a esos sacerdotes en sus parroquias, donde incluso celebraba la Misa versus populum, asistió a la nueva liturgia en numerosas ocasiones, nunca hizo ningún reproche a esos sacerdotes por el hecho de celebrarla, corregía a los que afirmaban que no se trataba de una Misa católica e instituyó ministros extraordinarios de la comunión para que actuasen en ella.

Después de la promulgación de la nueva misa (3 de abril de 1969), Dom Antônio escribió una carta pastoral sobre el Sacrificio de la Misa (12 de septiembre de 1969), sin tratar la cuestión de la nueva Misa; prohibió criticarla públicamente y tratar esta cuestión en público y no quiso que se publicasen sus cartas al Papa sobre la nueva Misa. Dom Antônio prefería el combate positivo, la conservación de la Misa tradicional y la exaltación de sus valores, a los ataques contra la nueva Misa, que podían afectar a la autoridad suprema de la Iglesia.

Dom Antônio, que era un hombre de espíritu recto y de conciencia delicada, no habría hecho o permitido todo eso si hubiera considerado que la nueva liturgia de la Misa, en sí misma, era ofensiva para Dios o si hubiese creído que no se podía asistir a ella ni celebrarla en ningún caso 58.

58 Conversando hace poco con el Dr. Arnaldo Vidigal Xavier da Silveira, que compartió con Dom Antônio todo este problema y que fue el autor de un libro sobre la Misa de Pablo VI supervisado por Dom Antônio, me aseguró que «Dom Antônio nunca opinó que no se pudiera asistir a la nueva Misa».