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Obstáculos para la perfección cristiana

Veamos ahora los impedimentos y obstáculos que el cristiano encuentra normalmente en el camino de la perfección, fijándonos especialmente en las pasiones desordenadas y no mortificadas, el amor a las riquezas, las impugnaciones de los demonios y los escrúpulos.

Esta capítulo afecta en modo especial a los principiantes, pero también a los adelantados, pues mientras vivimos en este mundo, todos nos encontramos en campo de batalla.

Las pasiones desordenadas y no mortificadas

Las pasiones son el movimiento del apetito sensitivo, nacido de la aprehensión del bien o del mal sensible, con un reflejo, más o menos intenso, en el organismo corporal (+STh I-II, 22-48).

-El apetito concupiscible tiende a buscar el bien sensible y deleitable, y a huir del mal que lo puede perjudicar. En la concupiscencia, como tendencia al bien que nos atrae, se distinguen tres pasiones: el amor del bien sensible, presente o ausente; el deseo del bien ausente, y el gozo del bien presente. Y en cuanto al mal que se ha de evitar, existe en la concupiscencia el odio, la aversión y la tristeza.

-El apetito irascible, por su parte, tiende a vencer los obstáculos que dificultan la consecución de un bien sensible. Hay en él dos pasiones en cuanto al bien difícil de conseguir: la esperanza y la desesperación. Y en relación al mal que se quiere rechazar, la audacia, el temor y también la ira, cuando se trata de un mal presente del que se busca venganza.

Pues bien, todas estas pasiones en sí no son moralmente ni buenas ni malas. Son buenas, cuando está ordenadas por la recta razón, y malas, si les falta esta regulación. II,220

En todo caso, es cierto que de las pasiones desordenadas nacen muchos vicios, que con frecuencia causan la ruina de las almas. Pero eso el cristiano habrá de vencer las pasiones y ordenarlas mediante las mortificaciones.

Ésa es la norma de San Pablo: «los que son de Cristo crucifican su carne con sus pasiones y apetitos» (Gál 5,24). En efecto, ya desde las promesas del bautismo estamos obligados a ejercitarnos en la mortificación: una vez renacidos por el bautismo, ya «no somos deudores a la carne de vivir según la carne, que si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis» (Rm 8,12-13). Según esto, «no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, obedeciendo a sus concupiscencias» (6,12).

Las pasiones, en efecto, han de ser mortificadas, ya que debilitan nuestro amor a Dios y al prójimo.

«Quien quiere arder en las llamas del divino amor, que consumiendo dulcemente el alma la hacen perfecta; es necesario que arda antes largamente en le fuego de la mortificación, y y que deponga primero en este los despojos de sus vicios, consuma los malos humores de sus desregladas pasiones, y abrase, reduzca a cenizas, y destruya cuanto le fuere posible todas sus perversas inclinaciones».II,229

Ésta es la doctrina de Jesucristo y de sus apóstoles: «quien no tome su cruz para seguirme, no puede ser mi discípulo» (Lc 14, 27). «Yo corro no como a la ventura; y lucho no como quien azota el aire, sino que castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que, habiendo sido heraldo para los otros, resulte yo descalificado» (1Cor 9,26-27).

Esta lucha contra las pasiones desordenadas ha de ser continua, porque, estando ellas en nosotros, nunca dejan de darnos guerra, y basta que relajemos nuestra lucha para que seamos vencidosII,229. Advierte San Gregorio que en la lucha contra la violencia de las pasiones no hay que ser cobardes, sino que es preciso confiar en Dios y luchar varonilmente, porque con la ayuda de la gracia es segura la victoria (Moralia 14,7).

La lucha para moderar y dominar sobre la violencia de los movimientos pasionales suele ser larga, y exige perseverancia. En este sentido, advierte San Bernardo: «creedme, hermanos, que las pasiones podadas, resurgen; desterradas, tornan a acender; adormecidas, vuelven a despertarse. Estar las pasiones mortificadas significa que están enflaquecidas y debilitadas, y que han perdido el vigor que tenían; y así su movimiento es más raro y lento, y sus impulsos más leves, menos incómodos y violentos, de modo que el hombre espiritual puede vencerlos con más prontitud y facilidad» (Serm. Cant. 58,10).

Algunas normas pueden ayudar en la lucha para mortificar y moderar las pasiones:

-En primer lugar, el hombre espiritual debe conocer cuál es su pasión predominante, aquella que con más frecuencia le lleva a cometer pecados. Y una vez conocido su peor vicio, debe determinarse con toda la fuerza de su voluntad a contrariar sus movimientos desordenados.

-En segundo lugar, es preciso combatir el impulso de las pasiones en cuanto nacen, y apagar su fuego en el momento en que se enciende, porque si se les deja crecer, cobran fuerza y después será difícil vencerlas. En efecto, «para alcanzar victoria de las pasiones con la mortificación, es la de reprimirlas al punto que nacen, y apagarlas luego que se encienden en nuestro ánimo; porque dejándolas crecer, cobraron tanto vigor que nos será después moralmente imposible en vencerlas».II,239-240

Si todo pecado que se produce en el hombre es fruto de una desorientación del amor, ya se entiende que el trabajo fundamental de quien desea una vida perfecta será orientar rectamente su amor. Ya hemos dicho que las pasiones no son buenas ni males, y por tanto no debe ser extirpadas; pero mediante frecuentes mortificaciones, han de ser moderadas y ordenadas por la recta razón iluminada por la fe.

El amor a las riquezas

El amor excesivo a las riquezas es otro de los obstáculos principales en el camino de la perfección evangélica. Y así lo repiten los santos Padres, fieles a la Escritura. Según San Agustín, el amor desordenado a las riquezas constituye un gran veneno para la caridad, y por tanto, arruina la perfección, ya que desapareciendo la caridad, se viene abajo también el edificio de la perfección (De div. quæst. 36,1).

El amor de las riquezas contraría tanto la vida y el crecimiento de la caridad porque, de hecho, 1º lleva consigo muchas preocupaciones para conseguirlas y conservarlas; 2º implica un temor grande a perderlas; y 3º ocasiona grandes tristezas cuando se pierden. Y todas éstas son agitaciones turbulentas y penosas, que no pueden convivir con el ejercicio de la caridad y de las virtudes.II,259 El amor a las riquezas, como una y otra vez advierte la Escritura sagrada, quita la paz interior del alma, se opone a la perfección, y pone en peligro la felicidad eterna:

«El que ama el oro no estará exento de pecado, y el que se va tras el dinero pecará por conseguirlo. Muchos dieron en la ruina por amor del oro, y cayeron en la desgracia. El oro es una trampa para el negocio, y el insensato cae en ella. Dichoso el varón irreprensible, que no corre tras el oro» (Ecli 31,5-8). «Los que quieren enriquecerse caen en tentaciones, en lazos y en muchas codicias locas y perniciosas, que hunden a los hombres en la perdición y en la ruina; porque la raíz de todos los males es la avaricia, y muchos, por dejarse llevar de ella, se extravían en la fe y a sí mismos se atormentan con muchos dolores» (1Tim 6,9-10).

Es, pues, necesario para la perfección despegarse totalmente del amor a las riquezas y lograr la indiferencia ante los bienes. Esto es, justamente, lo que hace posible el espíritu de pobreza, aconsejado por Cristo y por los santos.

Por eso «la privación de la hacienda, del dinero, y de cualquier otro bien de fortuna es la piedra de toque para conocer si el corazón del hombre está o no pegado a ellos; y por consiguiente si goza o no de la pobreza de espíritu».II,280

Las impugnaciones de los demonios

Es preciso despertar las almas para el combate contra el demonio. «¡Sed sobrios y vigilad!, pues el diablo, vuestro adversario, anda al rededor de vosotros, como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe» (1Pe 5,8-9).

Los cristianos que procuran mantenerse fieles a Dios son frecuentemente tentados por los demonios, porque éstos les tienen mucho odio al verles amigos de Dios. «Es menester tener siempre fija la mente en esta grande verdad, que el demonio es un enemigo implacable, que jamás hace paces, ni deja de molestar jamás a las almas fieles a Dios».II,372

En efecto, los que aman a Dios sufren estas impugnaciones diabólicas, pero si Él permite estas tentaciones en sus hijos es procurando por su gracia un fin santo. Él no tienta a nadie, como dice la Escritura: «Ninguno diga al ser tentado: es Dios quien me tienta. Dios no tienta a nadie. Cada uno es tentado por su propia concupiscencia, que lo atrae y seduce» (Sant 1,13-14).

-Si Dios permite estas tentaciones es para probar la fidelidad de sus siervos. Y así, «hallándose un alma combatida por todas partes de los demonios, con los fieros golpes de pésimas tentaciones, no debe entristecerse, sino consolarse, tomando aquellos asaltos diabólicos como señales claras del amor que Dios le tiene. No debe desmayar, sino animarse a pelear, para salir fiel en la pueba que Dios quiere hacer de ella»II,377.

-Por otra parte, si Dios permite las tentaciones es para que se afirmen las virtudes, que no se desarrollan sin lucha. Luchando contra las tentaciones y resistiéndolas, el alma se fortalece grandemente. Por eso, aquel que no pasó por la tentación, nada sabe de sí mismo, porque es en las tentaciones donde el hombre conoce su propia debilidad, descubre su miseria, y experimenta en sí mismo la misericordia de Dios y la fuerza de su gracia.II,378-381

Recordemos los medios principales para luchar contra las tentaciones y vencerlas:

1º.- La tentación debe ser rechazada inmediatamente, sin entrar en diálogo con ella. «Nadie sea la persona perezosa, no sea lenta en resistir a las sugestiones del enemigo, porque de otra suerte se hallará en gran periglo de consentirlas».II,390

2º.- Con toda prontitud, hay que recurrir a Dios por la oración. Es éste el modo fundamental de rechazar con prontitud la tentación. Y el más recomendado por Jesús y sus discípulos: «vigilad y orad, para que no entréis en tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es flaca» (Mc 14,38).

3º.- Hay que poner la confianza sólo en Dios, que promete guardar a todos aquellos que en Él pongan su esperanza: «se puso junto a Mí, y lo libraré; lo protegeré porque conoce mi Nombre» (Sal 91, 14).II,394

Los escrúpulos

Otro obstáculo posible en el camino de la perfección son los escrúpulos, una de las enfermedad psíquicas y morales más atormentadoras, pues produce un profundo trastorno en la conciencia, haciendo que la persona vea en su vida pecados en realidad inexistentes, o que exagere la gravedad de los mismos sin fundamento objetivo real.

En este sentido, los escrúpulos no son delicadeza de conciencia a la hora de evitar el pecado, sino más bien aprensiones infundadas y morbosos temores ansiosos.

«Así el escrupuloso, por aprehensiones mal fundadas, por sospechas vanas de que haya pecado grave en ésta y aquella acción de suyo lícita y honesta, se llena de temores, de ansias, de angustias y de turbaciones, y vencido de la interior agitación del ánimo, no obedece más al confesor que le gobierna, ni a las personas doctas que le aconsejan, ni a los amigos que le reprenden: y así por el miedo de un pecado aparente, se mete en peligro de incurrir en pecados verdaderos, y aun si su mal se adelanta mucho, de caer en un precipicio».II,422

El escrúpulo es a veces una especie de depresión neurótica, que impida una justa apreciación de las cosas morales. Otras veces el escrupuloso tiene una falsa imagen de Dios, a quien imagina como un juez no sólamente severo, sino implacable. Muy otra cosa es la conciencia delicada, por la que el hombre ama a Dios con fervor y pretende agradarle en todo, evitando hasta las más pequeñas faltas. Por el contrario, hay en el escrupuloso un cierto egoísmo, que le lleva a desear excesivamente una certeza y seguridad de encontrarse en estado de gracia.

Causa de los escrúpulos puede ser una naturaleza melancólica, inclinada al temor y a la pusilanimidad. Cuando estos sentimientos se apoderan de la conciencia del hombre, entra fácilmente en un abismo de temores, pierde la paz y vive en continuo tormento y angustia.II,424

Causa de ellos puede ser también el demonio, que procura introducir en el alma una desesperación de la mmisericordia divina. Propio de la acción diabólica engañosa es ofuscar el entendimiento con sus falsedades, suscitando en el alma falsas aprensiones de pecado, sentimientos de angustia, amargura e inquietud, y abrumando a la persona humana de tal modo que el camino del Señor se le hace insoportable.II,426

Los escrúpulos son, sin duda, un grave obstáculo en el camino de la perfección, pues, apoderándose del alma, sofocan en ella los buenos pensamientos, las inspiraciones santas, trabando el libre ejercicio de muchas virtudes.

Una vez más, y en forma muy especial en los escrúpulos, es la oración el remedio para todos estos males. Por eso, quien se encuentra envuelto en estas oscuridades pida a Dios la luz con toda esperanza y perseverancia, a fin de llegar a discernir con claridad el mal del bien, el mal de lo que no es malII,441

«La raíz de que han de brotar todas las ramas de la perfección cristiana, es sin duda la oración; porque ésta es la que da la divina luz, por la cual conocemos el mérito que tiene Dios para ser amado, y nos inflamamos en su divino amor. Y esta raíz fecunda de todo bien espiritual puntualmente seca del todo los escrúpulos con sus turbaciones»II,434.

Avisos al Director espiritual

El Director, sin amedrentarse ante los obstáculos que halla el dirigido, debe animarle una y otra vez a vencerlos con el deseo de perfección, la conformidad con la voluntad divina, la oración y la presencia de Dios, la lectura de libros santos, la dirección espiritual y la frecuencia de los sacramentos. Es ahí donde más se recibe la gracia de Dios, capaz de vencer todos los obstáculos.

«Son muchas las almas que profesan piedad, y aspiran a la perfección cristiana; pero son pocas las que la alcanzan aun en grado mediano. La razón de esto no es otra, sino porque son pocas aquellas personas que atienden de veras a la mortificación de su interior, y al abatimiento de sus pasiones».II,250

El Director debe estar atento a los movimientos espirituales de quienes se le han confiado, para conocer bien sus pasiones predominantes, y para advertirles, buscando los momentos adecuados, señalándoles los remedios convenientes.

Si, por ejemplo, descubre el Director en el discípulo trazas de orgullo, ejercítelo en cosas humildes -servicio a enfermos, ancianos, trabajos corporales, etc.-, pues después de la humillación del cuerpo, viene generalmente la humildad del corazón. Y con ello, insista en la necesidad de mortificaciones, pues si éstas faltan, es prácticamente imposible obtener progresos espirituales.II,252

Muchas veces apreciará el Director en el discípulo un cierto amor desordenado a las riquezas. Recuérdele, entonces, la parábola de aquel rico insensato, que tenía puestas sus esperanzas ante todo en sus posesiones (Lc 12,31-21). Y principalmente, aconséjele meditar en la pobreza del Divino Maestro, que nace, vive y muere pobre (Mt 8,20).II,286-287

En cuanto a las tentaciones de escrúpulos, tenga el Padre espiritual mucha paciencia y ternura con sus dirigidos, y así dándoles una imagen viva del Buen Dios, habrá de ayudarles a salir de su enfermedad. Anímeles, al mismo tiempo, a que no dejen de recurrir a sus prácticas habituales de oración, penitencias y mortificaciones. Y como los escrupulosos necesitan también mucha paciencia, sea el Director con ellos muy prudente, animándolos con caridad.