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I Apéndice

Textos eucarísticos primitivos

En el libro de los Hechos, San Lucas atestigua la asidua celebración de la eucaristía en Jerusalén: los que habían creído, «perseveraban en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la comunidad de vida, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2,42). El «día primero de la semana» (20,7) era el día más apropiado para la celebración de la eucaristía.

De las formas en que ésta se celebraba tenemos huellas muy valiosas. Además de la breve descripción de la eucaristía que nos ofrece San Pablo hacia el año 55, en 1 Corintios 10,16-17.21; 11,20-34, y a la que ya nos hemos referido más arriba, tenemos otras relaciones de textos muy antiguos.

La Doctrina de los doce apóstoles (Dídaque) (70?)

La Dídaque o Doctrina de los doce apóstoles, escrita quizá hacia el año 70, es uno de los más antiguos documentos cristianos extrabíblicos. En ella se recogen algunas plegarias de carácter plenamente eucarístico, en las que se describen usos y formas litúrgicas ya vigentes.

«Respecto a la acción de gracias (eucaristía), daréis las gracias de esta manera.

«Primeramente, sobre el cáliz: Te damos gracias, Padre santo, por la santa viña de David, tu siervo, la que nos has revelado por Jesús, tu siervo. A ti sea la gloria por los siglos.

«Luego, sobre el trozo de pan: Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y la ciencia que nos revelaste por medio de Jesús, tu siervo. A ti la honra por los siglos.

«Como este pan partido estaba antes disperso por los montes y, recogido, se ha hecho uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque tuya es la gloria y el poder por Jesucristo en los siglos.

«Pero que nadie coma ni beba de vuestra eucaristía sin estar bautizado en el nombre del Señor, pues de esto dijo el Señor: "No deis lo santo a los perros" [Mt 7,6].

«Y después de que os hayáis saciado, dad así las gracias:

«Te damos gracias, Padre santo, por tu santo Nombre, que hiciste que habitara en nuestros corazones; y por el conocimiento y la fe y la inmortalidad que nos manifestaste por Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos.

«Tú, Señor omnipotente, creaste todas las cosas por tu Nombre, y diste a los hombres comida y bebida para su disfrute. Mas a nosotros nos hiciste gracia de comida y bebida espiritual y de vida eterna por tu Siervo. Ante todo, te damos gracias porque eres poderoso. A ti la gloria por los siglos.

«Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y para perfeccionarla en tu caridad. Y reúnela de los cuatro vientos, ya santificada, en tu reino, que le tienes preparado. Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos.

«Venga la gracia y pase este mundo. Hosanna al Dios de David. El que sea santo que se acerque. El que no lo sea, que haga penitencia. Marán athá. Amén.

«A los profetas permitidles que den gracias cuantas quieran (Did. 9-10).

«Reunidos cada día del Señor, partid el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, para que vuestro sacrificio sea puro. Todo aquel, sin embargo, que tenga contienda con su compañero, no se reuna con vosotros hasta tanto no se hayan reconciliado, a fin de que no se profane vuestro sacrificio. Pues éste es el sacrificio del que dijo el Señor: "En todo lugar y en todo tiempo se me ha de ofrecer un sacrificio puro, dice el Señor, porque soy yo Rey grande, y mi nombre es admirable entre las naciones" [+Mal 1,11-14]» (Díd. 14).

San Justino (+163)

El filósofo samaritano Justino, convertido al cristianismo, escribe hacia el 153 su I Apología en defensa de los cristianos, dirigida al emperador Antonino Pío, al Senado y al pueblo romano. Y en Roma selló su testimonio con su sangre. En ese texto hallamos una primera descripción de la misa, muy semejante, al menos en sus líneas fundamentales, a la misa actual.

«Nosotros, después de haber bautizado al que ha creído y se ha unido a nosotros [bautismo y comunión eclesial], le llevamos a los llamados hermanos, allí donde están reunidos, para rezar fervorosamente las oraciones comunes por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado y por todos los otros esparcidos por todo el mundo, suplicando se nos conceda, ya que hemos conocido la verdad, ser hallados por nuestras obras hombres de buena conducta, y cumplidores de los mandamientos, de suerte que consigamos la salvación eterna. Acabadas las preces, nos saludamos mutuamente con el ósculo de paz. Seguidamente, al que preside entre los hermanos, se le presenta pan y una copa de agua y de vino. Cuando lo ha recibido, alaba y glorifica al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo, y pronuncia una larga acción de gracias, por habernos concedido esos dones que de Él nos vienen. Y cuando el presidente ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama, diciendo: "Amén". "Amén" significa, en hebreo, "Así sea". Y una vez que el presidente ha dado gracias y todo el pueblo ha aclamado, los que entre nosotros se llaman diáconos dan a cada uno de los presentes a participar del pan, y del vino y del agua sobre los que se dijo la acción de gracias, y también lo llevan a los ausentes (I Apol. 65).

«Este alimento se llama entre nosotros eucaristía; de la que a nadie es lícito participar, sino al que [1] cree que nuestra doctrina es verdadera, y que [2] ha sido purificado con el baño que da el perdón de los pecados y la regeneración, y que [3] vive como Cristo enseñó. Porque estas cosas no las tomamos como pan común ni bebida ordinaria, sino que así como Jesucristo, nuestro Salvador, hecho carne por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así se nos ha enseñado que, por virtud de la oración al Verbo que de Dios procede, el alimento sobre el que fue dicha la acción de gracias -alimento de que, por transformación, se nutren nuestra sangre y nuestra carne- es la carne y la sangre de aquel mismo Jesús encarnado. Pues los apóstoles, en los Recuerdos por ellos compuestos llamados Evangelios, nos transmitieron que así les había sido mandado, cuando Jesús, habiendo tomado el pan y dado gracias, dijo: «Haced esto en memoria de mí; éste es mi cuerpo» [Lc 22,19; 1Cor 11,24], y que, habiendo tomado del mismo modo el cáliz y dado gracias, dijo: «Ésta es mi sangre» [Mt 26,27]; y que sólo a ellos les dio parte» (66).

«Nosotros, por tanto, después de esta primera iniciación, recordamos constantemente entre nosotros estas cosas, y los que tenemos, socorremos a todos los abandonados, y nos asistimos siempre unos a otros. Y por todas las cosas de las cuales nos alimentamos, bendecimos al Creador de todo por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo. Y el día llamado del sol [el domingo] se tiene una reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en las ciudades o en los campos, y se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los apóstoles o las escrituras de los profetas. Luego, cuando el lector ha acabado, el que preside exhorta e incita de palabra a la imitación de estos buenos ejemplos. Después nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces; y, como antes dijimos, cuando hemos terminado de orar, se presenta pan, vino y agua, y el que preside eleva a Dios, según sus posibilidades, oraciones y acciones de gracias, y el pueblo aclama diciendo el "Amén". Seguidamente viene la distribución y participación, que se hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de gracias, y a los ausentes se les envía por medio de los diáconos. Los que tienen y quieren, cada uno según su libre voluntad, dan lo que bien les parece, y lo recogido se entrega al presidente, y él socorre de ello a los huérfanos y las viudas, a los que por enfermedad o por cualquier otra causa se hallan abandonados, y a los encarcelados, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él cuida de cuantos padecen necesidad. Y celebramos esta reunión general el día del sol, puesto que es el día primero, en el cual Dios, transformando las tinieblas y la materia, creó el mundo, y el día también en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos. Pues un día antes del día de Saturno [sábado] lo crucificaron y un día después del de Saturno, que es el día del sol, se apareció a los apóstoles y discípulos, y nos enseñó estas cosas que he propuesto a vuestra consideración» (67).

San Ireneo (130?-200?)

El obispo de Lión, sede primada de las Galias, San Ireneo, mártir, ve la eucaristía como el sacrificio de Cristo que la Iglesia ofrece siempre el Padre.

«Cristo tomó el pan, que es algo de la creación, y dio gracias, diciendo: "Esto es mi cuerpo". Y de la misma manera afirmó que el cáliz, que es de esta nuestra creación terrena, era su sangre. Y enseñó la nueva oblación del Nuevo Testamento, la cual, recibiéndola de los apóstoles, la Iglesia ofrece en todo el mundo a Dios» (Adversus haereses 4,17,5).

Traditio apostolica (215?)

El canon eucarístico más antiguo que se conoce es el que se expone en la Traditio apostolica, documento escrito probablemente en Roma por San Hipólito (+235). Esta anáfora, de notable plenitud teológica, muy antigua y venerable, y que muestra una tradición litúrgica anterior, tuvo gran influjo en las liturgias de Occidente e incluso de Oriente. En ella está inspirada actualmente la Plegaria eucarística II. Y también siguen su pauta las otras plegarias eucarísticas, por ejemplo, en el solemne diálogo inicial del prefacio.

«Ofrézcanle los diáconos [al ordenado obispo] la oblación, y él, imponiendo las manos sobre ella con todos los presbíteros, dando gracias, diga: "El Señor con vosotros" . Y todos digan: "Y con tu espíritu". "Arriba los corazones". "Los tenemos ya elevados hacia el Señor". "Demos gracias al Señor". "Esto es digno y justo". Y continúe así:

«Te damos gracias, ¡oh Dios!, por medio de tu amado Hijo, Jesucristo, que nos enviaste en los últimos tiempos como salvador y redentor nuestro, y como anunciador de tu voluntad. Él es tu Verbo inseparable, por quien hiciste todas las cosas y en el que te has complacido. Tú lo enviaste desde el cielo al seno de una virgen, y habiendo sido concebido, se encarnó y se mostró como Hijo tuyo, nacido del Espíritu Santo y de la Virgen. Él, cumpliendo tu voluntad y conquistándote tu pueblo santo, extendió sus manos, padeciendo para librar del sufrimiento a los que creyeron en ti. El cual, habiéndose entregado voluntariamente a la pasión para destruir la muerte, romper las cadenas del demonio, humillar al infierno, iluminar a los justos, cumplirlo todo y manifestar la resurrección, mostrando el pan y dándote gracias, dijo: "Tomad, comed. Éste es mi cuerpo, que por vosotros será destrozado". Del mismo modo, tomó el cáliz, diciendo: "Ésta es mi sangre, que por vosotros es derramada. Cuando hacéis esto, hacedlo en memoria mía".

«Recordando, pues, su muerte y su resurrección, te ofrecemos este pan y este cáliz, dándote gracias porque nos tuviste por dignos de estar en tu presencia y de servirte como sacerdotes.

«Y te pedimos que envíes tu Espíritu Santo sobre la oblación de la santa Iglesia. Reuniéndolos en uno, da a todos los santos que la reciben que sean llenos del Espíritu Santo, para confirmación de la fe en la verdad, a fin de que te alabemos y glorifiquemos por tu Hijo Jesucristo, que tiene tu gloria y tu honor con el Espíritu Santo en la santa Iglesia, ahora y por los siglos de los siglos. Amén» (4).

-La comunión primera de los neófitos. «Todas estas cosas el obispo las explicará a los que reciben [por primera vez] la comunión. Cuando parte el pan, al presentar cada trozo, dirá: "El pan del cielo en Cristo Jesús". Y el que lo recibe responderá: "Amén". Si no hay presbíteros suficientes para ofrecer los cálices, intervengan los diáconos, atentos a observar perfectamente el orden; el primero sostenga el caliz del agua; el segundo, el de la leche, y el tercero, el del vino. Los comulgantes gusten de cada uno de los cálices (21).

-La comunión ordinaria de los domingos. «Los domingos, si es posible, el obispo distribuirá de su propia mano [la comunión] a todo el pueblo, mientras que los diáconos y los presbíteros partirán el pan. Luego el diácono ofrecerá la eucaristía y la patena al sacerdote; éste las recibirá, las tomará en sus manos para luego distribuirlas a todo el pueblo. Los demás días se comulgará siguiendo las instrucciones del obispo» (22).

-La comunión realizada privadamente en casa. «Todos los fieles tengan cuidado de tomar la eucaristía antes de que coman cualquier otro alimento...Y cuídese que no la tome un infiel, ni un ratón ni otro animal, y de que nadie la vuelque ni la derrame, ni la pierda. Siendo el Cuerpo de Cristo, que será comido por los creyentes, no debe ser menospreciado» (37). «También el cáliz bendito en el nombre del Señor se recibe como sangre de Cristo. Por eso nada debe ser derramado... Si tú lo menosprecias, serás tan responsable de la sangre vertida como aquél que no valora el precio por el que fue adquirido» (38).

Orígenes (185-253)

Asceta y gran teólogo, lleva Orígenes a su apogeo la escuela de Alejandría, y sufre diversos tormentos en la persecución de Decio. Este gran doctor venera de modo semejante la presencia eucarística de Cristo en el Pan y en la Palabra:

«Conocéis vosotros, los que soléis asistir a los divinos misterios, cómo cuando recibís el cuerpo del Señor, lo guardáis con toda cautela y veneración, para que no se caiga ni un poco de él, ni desaparezca algo del don consgrado. Pues os creéis reos, y rectamente por cierto, si se pierde algo de él por negligencia. Y si empleáis, y con razón, tanta cautela para conservar su cuerpo, ¿cómo juzgáis cosa menos impía haber descuidado su palabra que su cuerpo?» (Sobre Éxodo, hom. 13,3).

San Cipriano (210-258)

El obispo de Cartago, San Cipriano, mártir, halla siempre para la Iglesia en el sacrificio eucarístico la fuente de toda fortaleza y unidad.

La misa es el sacrificio de la cruz. «Si Cristo Jesús, Señor y Dios nuestro, es sumo sacerdote de Dios Padre, y el primero que se ofreció en sacrificio al Padre, y prescribió que se hiciera esto en memoria de sí, no hay duda que cumple el oficio de Cristo aquel sacerdote que reproduce lo que Cristo hizo, y entonces ofrece en la Iglesia a Dios Padre el sacrificio verdadero y pleno, cuando ofrece a tenor de lo que Cristo mismo ofreció» (Carta 63,14). «Y ya que hacemos mención de su pasión en todos los sacrificios, pues la pasión del Señor es el sacrificio que ofrecemos, no debemos hacer otra cosa que lo que Él hizo» (63,17). La eucaristía, pues, consiste en «ofrecer la oblación y el sacrificio» (12,2; +37,1; 39,3).

La celebración es diaria. «Todos los días celebramos el sacrificio de Dios» (57,3).

La plegaria eucarística ha de ser sobria. «Cuando nos reunimos con los hermanos y celebramos los divinos sacrificios con el sacerdote de Dios, no proferimos nuestras oraciones con descompasadas palabras, ni lanzamos en torrente de palabrería la petición que debemos confiar a Dios con toda modestia» (De oratione dominica 4).

La comunión es la mejor preparación para el martirio, y por eso debe llevarse a los confesores que en la cárcel se disponen a confesar su fe (Carta 5,2). «Se echa encima una lucha más dura y feroz, a la que se deben preparar los soldados de Cristo con una fe incorrupta y una virtud acérrima, considerando que para eso beben todos los días el cáliz de la sangre de Cristo, para poder derramar a su vez ellos mismos la sangre por Cristo» (58,1).

Los pecadores públicos no deben ser recibidos en la eucaristía. No han de ser recibidos a ella los que no están reconciliados y en paz con la Iglesia, ni han hecho penitencia, ni han recibido la imposición de manos del obispo o del clero (Carta 15,1; 16,2; 17,2).

Eusebio de Cesarea (265?-340?)

Nacido y educado en Cesarea, de la que fue obispo, Eusebio, afectado por el arrianismo, es autor de importantes obras doctrinales e históricas. En el siguiente texto refleja la profunda unidad que la Iglesia antigua descubre entre la eucaristía litúrgica y el sacrificio espiritual de toda vida cristiana fiel.

«Nosotros enseñamos que, en vez de los antiguos sacrificios y holocaustos, fue ofrecida a Dios la venida en carne de Cristo y el cuerpo a Él adaptado. Y ésta es la buena nueva que se anuncia a su Iglesia, como un gran misterio... Nosotros hemos recibido ciertamente el mandato de celebrar en la mesa [eucarística] la memoria de este sacrificio por medio de los símbolos de su cuerpo y de su salvadora sangre, según la institución del Nuevo Testamento... Y así todas estas cosas predichas por inspiración divina desde antiguo, se celebran actualmente en todas las naciones, gracias a las enseñanzas evangélicas de nuestro Salvador... Sacrificamos, por consiguiente, al Dios supremo un sacrificio de alabanza; sacrificamos el sacrificio inspirado por Dios, venerado y sagrado; sacrificamos de un modo nuevo, según el Nuevo Testamento, "el sacrificio puro", y se ha dicho: "mi sacrificio es un espíritu quebrantado"; y "un corazón quebrantado y humillado Tú no los desprecias" [Sal 50,19]... "Suba mi oración como incienso en tu presencia" [140,2].

«Por consiguiente, no sólo sacrificamos, sino que también quemamos incienso. Unas veces, celebrando la memoria del gran sacrificio, según los misterios que nos han sido confiado por Él, y ofreciendo a Dios, por medio de piadosos himnos y oraciones, la acción de gracias [eucaristía] por nuestra salvación. Otras veces, sometiéndonos a nosotros mismos por completo a Él, y consagrándonos en cuerpo y alma a su Sacerdote, el Verbo mismo. Por eso procuramos conservar para Él el cuerpo puro e inmaculado de toda deshonestidad, y le entregamos el alma purificada de toda pasión y mancha proveniente de la maldad, y le honramos piadosamente con pensamientos sinceros, con sentimientos no fingidos y con la profesión de la verdad. Pues se nos ha enseñado que estas cosas les son más gratas que multitud de hostias sacrificadas con sangre, humo y olor a víctima quemada [+Is 1,11] (Demostración evangélica 1,10).

En cuanto al sacrificio eucarístico, «de la misma manera que nuestro Salvador y Señor en persona, el primero, después todos los sacerdotes procedentes de Él, cumpliendo el espiritual ministerio sacerdotal, según los ritos eclesiásticos, por todas las naciones expresan con pan y vino los misterios de su cuerpo y de su salvadora sangre. Y estas cosas las vio ya de antemano Melquisedec, en el divino Espíritu, pues él usó de figuras de las cosas que habían de suceder, según lo atestigua la Escritura de Moisés, diciendo: "Y Melquisedec, rey de Salén, presentó panes y vino; y era sacerdote del Dios Altísimo, y bendijo a Abraham" [Gén 14,18ss]. Con razón, pues, sólo a Aquél que ha sido manifestado "el Señor le ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec" [Sal 109,4]» (ib. 5,3).

San Atanasio (295-373)

Obispo de Alejandría, doctor de la Iglesia, San Atanasio hubo de sufrir varios exilios y muchas persecuciones, como gran defensor de la fe católica en Cristo, contra los errores de los arrianos.

«Nosotros no estamos ya en tiempo de sombras, y ahora no inmolamos un cordero material, sino aquel verdadero Cordero que fue inmolado, nuestro Señor Jesucristo, el que fue conducido al matadero como una oveja, sin que dijera palabra ante el matarife [+Is 53,7], purificándonos así con su preciosa sangre, que habla mucho más que la de Abel [+Heb 12,24] (Carta 1,9).

«Nosotros nos alimentamos con el pan de la vida, y deleitamos siempre nuestra alma con su preciosa sangre, como si fuera una fuente. Y, sin embargo, siempre estamos ardiendo de sed. Y Él mismo está presente en los que tienen sed, y por su benignidad llama a la fiesta a aquellos que tienen entrañas sedientas: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba" [Jn 7,37]» (Carta 5,1).