fundación GRATIS DATE

Gratis lo recibisteis, dadlo gratis

Otros formatos de texto

epub
mobi
pdf
zip

Descarga Gratis en distintos formatos

8. La Adoración Nocturna

Las Cuarenta Horas interrumpidas

El Padre de Santi, en su libro L’Orazione delle Quarant’ore nei tempi di calamità e di guerra, recuerda que en Milán ya San Carlos Borromeo autoriza a reservar la Eucaristía en las Cuarenta Horas si en algún tiempo, concretamente por la noche, faltan adoradores (333-334). De hecho, pasados los primeros fervores por esta devoción, muy pronto esta excepción se hace norma cada vez más general en las diversas iglesias.

Roma, sin embargo, mantiene siempre la continuidad estricta de la adoración durante cuarenta horas. Y tanto los Papas como la Sagrada Congregación de las Indulgencias, durante un tiempo, mantienen la exigencia de esa continuidad, al menos si se pretende ganar la indulgencia plenaria asignada a ese precioso culto. En favor de la oración sin intermisión, día y noche, son alegadas las razones aducidas en los documentos pontificios antes citados, especialmente los de Clemente VIII. En efecto, la gravedad de los males presentes exige una oración larga y penitencial; cuarenta días oró y ayunó Cristo en el desierto; y cuarenta horas permaneció muerto en el sepulcro. Sin embargo, poco a poco la autoridad de la Iglesia va considerando conveniente ceder en esta exigencia.

Urbano VIII, tan entusiasta de las Cuarenta Horas, concede en 1640 a los capuchinos misioneros en el Piamonte la posibilidad de interrumpirlas de noche cuando lo estimen necesario o conveniente. Lo mismo hacen, con unas u otras condiciones, Inocencio XI (1686), Inocencio XIII (1722), la Sagrada Congregación de las Indulgencias (1724), Clemente XII (1737) y Benedicto XIV (1748). Es, pues, posible ganar la indulgencia plenaria en las Cuarenta Horas aunque éstas, «por gravísimas razones», hayan de ser interrumpidas por la noche (ib. 335-340).

San Pío X confirma estas concesiones en 1914, pero al mismo tiempo expresa con enérgicas palabras su deseo de que, siempre que sea posible, las Cuarenta Horas sean de adoración ininterrumpida de Cristo, día y noche, pues Él estuvo cuarenta horas muerto para nuestra salvación (Acta Apostolicæ Sedis 1914,74).


Las Cuarenta Horas permanecen continuas en Roma

Nunca las iglesias de Roma se acogieron a las citadas licencias de excepción, y en la diócesis principal de la Iglesia se mantuvo siempre la continuidad estricta de las Cuarenta Horas, según su forma primitiva. De noche no faltaban adoradores, pues en cada iglesia estaban designados los adoradores que se comprometían a participar en ese culto.

Eso sí, la Instrucción clementina (1705), suavizando normas anteriores, dispone que es bastante que en cada hora haya velando dos sacerdotes y dos fieles, aunque no excluye, por supuesto, la compañía de otros adoradores (AdS 1918,2: 29).

Conviene recordar que «a mediados del siglo XVII, un excelente sacerdote secular de Foligno, don Giulio Natalino, penitenciario de San Lorenzo in Damaso, para atraer a estas horas nocturnas un mayor número de adoradores, introdujo un conjunto de lecturas, consideraciones espirituales, exhortaciones, oraciones vocales y mentales, también con cánticos y laudes sagrados. De este modo, las horas pasaban pronto con gran fruto espiritual de los adoradores, que en ocasiones se juntaban hasta doscientos o más. Pero después de la muerte del Natalino, sucedida en Foligno en 1678, las vigilias fueron languideciendo, quedando reducidas al acostumbrado número escaso de adoradores designados» (ib. 30).


1810: La Adoración Nocturna en Roma

Las Cuarenta Horas siguen, pues, celebrándose en Roma de día y de noche, aunque no reúnan las muchedumbres de sus primeras celebraciones. Y no se interrumpen ni siquiera en los días terribles en que Napoleón se apodera de la Urbe. La ciudad permanece desolada. El Papa Pío VII, desde julio de 1809, está prisionero en Francia, y con él importantes figuras católicas, eclesiásticas y laicas.

Ese mismo año se enciende en la fría oscuridad de Roma una nueva luz de esperanza. «En febrero de aquel año tristísimo –refiere De Santi–, el sacerdote Giacomo Sinibaldi, canónigo coadjutor de Santa María in Via Lata, tuvo la santa inspiración de invitar a sus colegas a la vigilia nocturna de su propia iglesia, durante la exposición de las Cuarenta Horas.

«Agradó tanto la idea, que se quiso repetir la adoración en la noche del Jueves santo, y después, en un sitio y otro, en varias iglesias donde se celebraban las Cuarenta Horas, se agregaron a Sinibaldi en la iniciativa de esta nueva obra, en primer lugar el canónigo Bonomi de la misma colegiata, después el marqués Giovanni Patrizi Montoro y el caballero Lorenzo de’Principi Giustiniani y otros ilustres personajes.

«Y fue tan grande el número de los voluntarios inscritos en la lista de los adoradores [nocturnos] y tan firme su convicción de apoyar tal empeño, que el 21 de noviembre de 1810, reunidos los promotores de la Obra en el Palazzo Giustiniani, establecieron hacerla general y perpetua, de modo que durante el curso del año, todas las noches, sin interrupción alguna, en la iglesia donde se estuviera celebrando por turno las Cuarenta Horas, se asignaran dos grupos de adscritos, compuesto cada uno por un sacerdote y tres laicos, con el compromiso de mantener la adoración, el primer grupo desde las 22 horas hasta la 1’30 de la noche, y el segundo hasta las 5 de la mañana.

«Pío VII, vuelto triunfalmente a Roma, aprobó con un rescripto del 6 de agosto de 1814 la Pía Unión de la Adoración Nocturna, concediéndole grandes indulgencias y privilegios, que fueron ampliados por los Pontífices siguientes. Así León XII, en Breve del 23 de abril de 1824, erigió la Pía Unión como Archicofradía, con facultad de agregarse otras Uniones semejantes, haciéndoles participar de las mismas indulgencias.

«Con el tiempo, aunque la Obra se difundió notablemente, se fue limitando únicamente a la adoración nocturna del Santísimo Sacramento, independientemente de las Cuarenta Horas. Así pues, ya no es continua, durante todas las noches, sino que se celebra en días fijos en una iglesia u oratorio prefijado. En algunos sitios se han dispuesto albergues anexos, donde puede alojarse un cierto número de adoradores que, antes o después de su propio turno, pueden retirarse a descansar» (ib. 30-31).


1848: La Adoración Nocturna de París

Si en Roma nace la Adoración Nocturna en tiempos de pública calamidad, estando el Papa prisionero, como una reacción orante, suplicante y expiatoria, igualmente la Adoración Nocturna va a nacer en París en momentos de graves calamidades públicas. En 1848, en la Revolución de febrero, obreros, estudiantes y la Guardia Nacional se amotinan, fuerzan la abdicación del rey y proclaman la república, en un ambiente de violencias, barricadas y fuertes enfrentamientos sociales.

La Providencia divina, como siempre, suscita entonces medicinas adecuadas a enfermedades tan graves. Varias obras eucarísticas van cobrando fuerza en París desde hace unos años, en buena parte ayudadas y promovidas por el Vicario general, Monseñor de la Bouillerie.

En 1847 la gracia de Cristo había convertido, durante una celebración eucarística en una iglesia de París, a un pianista famoso, el judío-alemán Hermann Cohen. Y de acuerdo con su director Mons.de la Bouillerie, reúne en su casa a una veintena de fieles en noviembre de 1848,

«con la intención –dice el acta de la primera sesion– de fundar una asociación que tendrá por objeto la exposición y Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento, la reparación de los ultrajes de que es objeto, y para atraer sobre Francia las bendiciones de Dios y apartar de ella los males que le amenazan» (C. Sylvain, Herman Cohen, apóstol de la Eucaristía, Fundación GRATIS DATE, Pamplona 1998,34).

Por esas fechas la revolución, triunfante en Roma, obliga al Papa Pío IX a refugiarse en Gaeta, puerto al sur de Roma. Esta desgracia anima al nuevo grupo de adoradores de París encabezados por Cohen a iniciar cuanto antes sus vigilias nocturnas de súplica y de expiación. Y el 6 de diciembre de 1848, en el santuario de Nuestra Señora de las Victorias, celebran su primera vigilia de Adoración Nocturna. La segunda y tercera noches de vela fueron los días 20 y 21 del mismo mes, «con ocasión de las rogativas de Cuarenta Horas ordenadas por el arzobispo de París a intención del Sumo Pontífice» (ib.).

Poco después, en noviembre de 1850, el arzobispo de París establece las Cuarenta Horas en todas las iglesias de su gran diócesis, que han de celebrarlas en una sucesión ininterrumpida, pero no al modo continuo, día y noche, propio del uso de Roma y de la Instrucción clementina, sino solo de la mañana a la noche. Será la Adoración Nocturna, recién nacida, la que haga continua, día y noche, esta oración suplicante y expiatoria.

Los miembros de la Adoración Nocturna «consiguen continuar la oración de las Cuarenta Horas también durante la noche en aquellas iglesias en las que se celebraban, y en aquel mismo año de 1850 los hermanos, ya muy numerosos, celebran sus santas vigilias en cuarenta y cuatro iglesias de la ciudad y en cinco parroquias de los suburbios». Gracias a esto, «en 1870 la adoración perpetua se celebraba así en 76 parroquias; 59 de ellas no aportaron ninguna ayuda [a la oración nocturna], 12 cubrieron una sola noche, 2 se encargaron de dos, y solo 3 iglesias se responsabilizaron de todas las noches. Así las cosas, de 228 noches de adoración, 203 fueron cubiertas por la pía Unión [de la Adoración Nocturna] y solo 25 corrieron a cargo de los feligreses parroquiales» (A. de Santi, L’Orazione... 353-354).

Estos datos históricos nos confirman que la Adoración Nocturna, la de París, la que había de extenderse hasta hoy a más de treinta naciones, está desde su nacimiento, como la de Roma, en relación a las Cuarenta Horas, haciendo posible la celebración de esta grandiosa celebración eucarística.


La tradición devocional de las Cuarenta Horas

La historia hasta aquí recordada nos permite comprobar que la oración continua de las Cuarenta Horas durante los últimos cinco siglos, con precedentes mucho más antiguos, ha tenido en la vida de la Iglesia una extraordinaria importancia, y que siempre ha estado marcadamente orientada a conseguir del Salvador la paz y la superación de grandes males.

Ahora bien, la Iglesia es una historia, una tradición histórica que no se debe ignorar, que no se debe interrumpir, sino que ha de desarrollarse fielmente bajo la guía del Espíritu Santo. Y no se debe ignorar ni interrumpir esa historia de gracias porque Dios quiere seguir dando a su Iglesia los dones que ya le ha dado, en este caso, la maravillosa adoración continua de las Cuarenta Horas. Recordemos que «los dones y la vocación de Dios son irrevocables» (Rm 11,29).

De hecho, siguen celebrándose las Cuarenta Horas en no pocos lugares de la Iglesia, en fechas tradicionales o a veces con ocasión de los Congresos Eucarísticos. Según mis noticias, poco exactas, obtenidas sobre todo por Internet, se celebran en Roma, en Asís y en muchas diócesis italianas, normalmente en la catedral, con horarios diurnos y en fechas del año muy diversas (Caggiano, antes del miércoles de ceniza; Olgiate, primera semana de cuaresma; Augusta, Brescia, Troi-na, de lunes a miércoles santo; Chioggia, antes de Pentecostés; Salento, antes del Corpus; Milán, primera semana de noviembre; Bolonia, segunda semana de septiembre). A lo largo de todo el año se celebran también en Madrid, en Barcelona, en Valencia (los tres últimos días del año en la catedral) y en otros lugares de España; en Wroclaf y en varias diócesis de Polonia. También en bastantes iglesias de México, de Estados Unidos y de otros lugares de la Iglesia.


El Señor quiere las Cuarenta Horas

La pervivencia actual de las Cuarenta Horas, la gravedad de los males presentes en el mundo y en la Iglesia, y sobre todo la fidelidad del Señor a sus propios dones, son tres razones que nos llevan a creer que nuestro Señor Jesucristo por el Espíritu Santo quiere seguir promoviendo en su santa Iglesia esta preciosa devoción orante y eucarística, tan recomendada por los Papas y los santos, y tan estimada por muchas generaciones de fieles.

Durante cuarenta horas continuas, tenemos ahí, en la custodia, sobre el altar, a Cristo en la eucaristía. Los fieles adoramos su divina Presencia ofreciéndole el homenaje de nuestra humilde presencia. Y lo hacemos justamente durante aquellas cuarenta horas en que para nuestra salvación permaneció Jesús bajo la muerte. En esas horas silenciosas, entrando más y más en Su intimidad amistosa, le adoramos reconociéndole como Salvador único de los hombres. Y en esas cuarenta horas, tan conmovedoramente evocadoras de su pasión, de sus angustias, de su espantosa soledad, de su sangre, de su muerte, nosotros, los miembros de su propio Cuerpo, que nos vemos en medio de graves tormentas del mundo y de la Iglesia, le suplicamos con ciertísima esperanza: «¡Maestro! ¿no te importa que nos ahoguemos?» (Mc 4,39). «¡Sálvanos, Señor, que nos hundimos!» (Mt 8,25).


La Adoración Nocturna debe restaurar las Cuarenta Horas

La historia eclesial que hemos recordado nos ha mostrado cómo la Adoración Nocturna nace de las Cuarenta Horas. Y esa misma historia, por la que nos habla Dios, parece decirnos hoy claramente que es la Adoración Nocturna –aunque no ella sola, por supuesto– la Obra más directamente llamada a fomentar de nuevo las Cuarenta Horas en las iglesias católicas. Todos los fieles cristianos, sin duda, están invitados a participar de este clamor magnus de oración eucarística. Pero, las Obras católicas eucarísticas, y sobre todo la Adoración Nocturna, parecen estar especialmente llamadas por Dios para una restauración que, más que solo conveniente, habría que calificar de urgente.

En 1918 el padre Angelo de Santi hacía unas consideraciones que hoy son, así lo creo, aún más oportunas y urgentes que entonces. Las resumo:

«Sería cosa sumamente provechosa que... los miembros de la Adoración Nocturna... pusieran todo su empeño en restaurar las Cuarenta Horas en su forma primitiva, si no siempre y en todas partes, al menos cuando y donde esto sea posible.

«Es cierto que la Iglesia ha extendido también el tesoro de sus gracias a esta nueva forma más fácil de oración [mensual nocturna], pero le falta a ésta algo que es esencial, la continuidad en la memoria de las cuarenta horas que Jesús permaneció en el sepulcro...

«Es cierto que requerirá un cierto aumento sensible de sacrificio. Pero no ha de olvidarse que la oración de las Cuarenta Horas es una oración expiatoria por naturaleza propia, y que cuanto mayor sea la penalidad al celebrarla como conviene, tanto mayor será su eficacia para conseguir la misericordia de Dios y la terminación de los males que tanto nos afligen hoy» (AdS 1918,2: 31-32).