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2.- La exégesis protestante liberal (239)

–Estos antecedentes explican «cómo está el patio», el tema de su artículo anterior.

–Me asombra a veces la lucidez de algunos discernimientos suyos, conociendo yo su nivel intelectual.

Una degradación de la exégesis en el mundo protestante era previsible, una vez asentado por Lutero el principio del libre examen de las Escrituras. Pero esa degradación se agravó de forma extrema en el siglo XIX, cuando la exégesis se vió dominada por el pensamiento filosófico y teológico iniciado en el siglo XVIII, en el marco de la Ilustración. Fue entonces cuando la Sagrada Escritura dejó de ser sagrada para aquellos exegetas que la comenzaron a corroer desde dentro como termitas. Y es que la Escritura no puede mantenerse separada de la Tradición y el Magisterio: los tres forman un triángulo equilátero, en el que cada lado sostiene a los otros dos (Vat. II, DV 10). Nunca pensó Lutero que dejando sola a la Escritura, sola Scriptura, acabaría el luteranismo sine Scriptura, y lo mismo las otras antiguas confesiones de la Reforma: es decir, al borde de la extinción.

Los límites del blog me obligan a sintetizar al máximo la gran complejidad de los sistemas de pensamiento que llevaron al liberalismo exegético y teológico del XIX, primero en el campo protestante y después en el modernismo nacido en el campo católico. Pero aunque sea en forma precariamente simplificadora, esa síntesis previa conviene señalarla.

En todo caso, podemos decir que todos los autores y sistemas de esa época tienden a dar al pensamiento personal la primacía sobre la realidad objetiva. Es, pues, en este tiempo cuando el concepto mismo de la verdad, como adecuación de la mente a la realidad (adæquatio intellectus ad rem), sufre una inversión total de incalculables consecuencias. Incalculables entonces: ahora las conocemos en la cultura presente. Vincularé esta síntesis a unos pocos Autores, primero del área protestante, y en el siguiente artículo del área modernista.

Kant, Emmanuel (Königsberg 1724-1804), educado en una secta pietista protestante, sin salir nunca del territorio de Königsberg, dedicado a la filosofía como profesor de lógica y metafísica, y sin ser propiamente teólogo, viene a ser quizá el inspirador principal de la revolución teológica del XIX. Pretende liberar al hombre del estado infantil de su razón, que apoya siempre su ejercicio en datos exteriores, como la religión. Advierte, sin embargo, que la razón puede llegar a conocer su pensamiento, el fenómeno, por no la realidad, el ser en sí. La verdad kantiana es la conformidad del pensamiento consigo mismo. Después de sus dos libros sobre la La Crítica de la razón, pura y práctica, publicó La religión dentro de los límites de la sola razón (1793). En esta obra se halla una de las raíces principales de la exégesis desmitologizadora del Nuevo Testamento, y especialmente de los Evangelios.

Hegel, Georg Wilhelm Friedrich (Stuttgart 1770-1831), partiendo de Kant, elabora una nueva filosofía, afirmando el cambio progresivo universal y permanente. Como ya había enseñado Heráclito, el ser propiamente no es: todo es un puro cambio. Lo racional es lo real y lo real es lo racional. La historia es necesariamente progresiva, de tal modo que todo lo que procede de otra cosa es necesariamente superior a ella: todo lo anterior es inferior. Y el proceso dialéctico es capaz de superar las contradicciones del progreso en tres fases que se alternan siempre: tesis-antítesis-síntesis. Dios no existe antes que el hombre, sino que es el fruto del pensamiento de éste. El panteísmo ateo de Hegel señala, pues, un Deus in fieri, siempre en potencia, que aún no lo es y que jamás llegará a serlo. La religión hegeliana es pura intelectualidad panteísta, que se mantiene integrada en la filosofía y superada por ésta.

Es de notar que todos los filósofos de la Ilustración germánica –Kant, Fichte, Schelling, Hegel, Nietzsche, Feuerbach, Marx– atacan la religión, combatiendo la idea de un Dios transcendente. La Revelación cristiana es mero producto de la imaginación de los creyentes. Y es evidente que, de un modo u otro, toda la exégesis y teología liberal, protestante o modernista, tiene su origen principal en estos autores, al menos en el ambiente mental creado por ellos.

La exégesis racionalista crítica, exigida por la filosofía y la teología liberal, se inicia a comienzos del siglo XIX y combate directamente todo lo que acerca de la Sagrada Escritura había sido profesado hasta entonces tanto por la fe católica como por la creencia luterana. Los filósofos de la Aufklärung ya dejaron establecido firmemente que Dios era una mera proyección de la mente humana, y que los Evangelios eran un conjunto de relatos inaceptables en lo que referían de Jesús y especialmente de sus pretendidos milagros. El principio racional naturalista es inexorable: todo lo que se afirme por encima o por fuera de las leyes naturales no ha existido, «no pudo ser». Pueden ellos admitir –hasta ahí alcanza su tolerancia– que algunos acepten y tomen como camino de su vida el Evangelio; pero siempre que reconozcan que en él todo es puro símbolo, expresiones metafóricas y relatos míticos.

No hay, lógicamente, unanimidad entre los exegetas críticos liberales, pero sí es cierto que parten todos más o menos de unas premisas filosóficas semejantes y tienen una orientación común. Incluso es relativamente frecuente que entre unos y otros tengan combates polémicos en ocasiones muy fuertes. Recordaré algunos nombres más significativos.

Reimarus, Hermann Samuel (1694-1768) inició a mediados del XVIII lo que podríamos llamar la búsqueda del Jesús histórico. Según él no fue Jesús un Mesías transcendente y salvador universal, sino un predicador profético-político, que no consiguió atraer al pueblo y que fue ajusticiado. La obra de Reimarus se adelantó a su tiempo y tuvo un efecto muy reducido. No dejó discípulos, y solamente una parte de las 4.000 páginas de sus escritos fue publicada después de su muerte por Lessing. En esa obra póstuma se comprueba que Reimarus no creía ni en milagros, ni en la divinidad de Cristo, y que para él los Evangelios eran solamente un conjunto de relatos inventados por los discípulos de Jesús y puestos por escrito muy tardíamente. Escribe:

«Hasta treinta o sesenta años después de la muerte de Jesús no se comenzó a escribir un relato de sus milagros: y esto se hizo en una lengua que los judíos no conocían. Y todo esto ocurría en un tiempo en que […] vivían ya muy pocos de los que habían conocido a Jesús. Nada, por tanto, más fácil para los autores de los evangelios que inventar tantos milagros como quisieron, sin miedo a que sus escritos fuesen refutados».

Lessing, Gotthold Ephraim (1729-1781) es uno de los principales escritores alemanes de la Ilustración, y junto a sus dramas y ensayos, trató también de temas filosófico-religiosos. En el mundo protestante fue uno de los primeros en dudar de la veracidad de la Biblia, y propugnaba un «Cristianismo de la Razón», ajeno a revelaciones divinas y sobrenaturalidades, lo que le atrajo numerosas críticas.

Strauss, David Friedrich (1808-1874), que estudió para ser pastor, fue alumno de Schleiermacher, Friedrich (1768-1834), iniciador de la teología de la experiencia, que entendía la fe ante todo como un sentimiento. Pero se vió influido sobre todo por Baur, Ferdinand Christian (1792-1860), fundador de la escuela de Tubinga, a quien siguió en 1825. Siendo Strauss profesor en el seminario luterano de Tubinga, escribió muy joven la Vida de Jesús (1835), que quizá en el ámbito protestante, especialmente en el luterano, fue el libro que más profundamente marcó la exégesis con las claves del racionalismo crítico. En él queda claramente contrapuestos el Jesús histórico y el Cristo de la fe.

Los Evangelios no son literatura histórica, sino mitos creados por una comunidad cristiana, que evoluciona su idea en constante progreso, y que son puestos por escrito muy tardíamente, hacia fines del siglo II. Un conjunto numeroso de relatos legendarios vienen a enterrar definitivamente los hechos históricos ciertos. Los dogmas no son verdades reveladas por Dios, sino generadas en una historia de las comunidades cristianas, que debe ser estudiada simplemente por el método histórico y crítico. El Jesús de Strauss, con el escrito Sobre la religión: discursos a las personas cultivadas entre sus detractores (1799) de Schleiermacher, fueron dos obras de gran influjo, que suprimen toda la base histórica de la fe cristiana, reduciendo los Credos a puros mitos ideológicos en permanente evolución.

Este miticismo exegético fue apoyado en Alemania por Ritschl, Albrecht (1822-1889). En Francia halló un gran difusor en Renan, Joseph Ernest (1823-1892), filólogo e historiador del racionalismo liberal. Su obra La vida de Jesús (1863) tuvo un influjo muy notable en los medios cultos de su época. También fue importante el influjo de Sabatier, Louis-Auguste (1839-1901), teólogo calvinista: Esbozo de una filosofía de la religión según la psicología y la historia (1897). Quiso reconciliar en sus estudios la ciencia y la fe cristiana, pero se fue alejando de ésta cada vez más, aunque siempre vió el cristianismo como el culmen de la historia de las religiones. Los dogmas cristianos, sin embargo, en la evolución imparable de la religión, se hacen obsoletos, pierden su significación, y quedan reducidos a fórmulas vacías.

Harnack, Adolf von (1851-1939), teólogo luterano, reacciona en contra de la tendencia mitológica de la exágesis y de la teología, y partiendo de premisas racionalistas y positivistas, pretende purificar de dogmas el Evangelio estudiándolo simplemente por el método histórico-crítico. Los dogmas, ya desde el siglo II, van construyéndose según el espíritu griego sobre el suelo de Evangelio, llegando a ocultarlo. La recuperación del verdadero cristianismo exige una deshelenización del cristianismo, centrándolo en el Reino, la paternidad de Dios, la dignidad del hombre y el mandamiento del amor.

Bultmann, Rudolf (1884-1976), teólogo protestante, rechaza como fuentes históricas los Evangelios, aceptando las críticas exegéticas liberales de autores precedentes. Para él todo o casi todo en el Evangelio es creación de la comunidad cristiana primitiva. Por eso, reconociendo la imposibilidad de llegar al Jesús histórico, se centra en el Cristo de la fe, pero de una fe que rechaza totalmente la dogmatización helenizante del cristianismo, iniciada ya muy pronto en la Iglesia. Bultmann afirma la necesidad, en primer lugar, de una reinterpretación total del Evangelio, que exige una desmitologización plena de ellos, eliminando de sus páginas todos los aspectos sobrenaturales. Y al mismo tiempo es preciso liberarlos de la sujeción a los dogmas de la Iglesia, reinterpretándolos en una clave existencialista, que el Autor asume en buena parte de la filosofía de Heidegger.

Las tesis bultmannianas alcanzaron en la primera mitad del siglo XX una cierta primacía en el mundo de la exégesis y de la teología protestante. E incluso a partir de mediados del siglo pasado, llegaron a influir, hasta el día de hoy, en una buena parte de los exegetas y teólogos católicos. La posición de Bultmann, como la de la mayoría de los autores protestantes, aunque todos ellos por diversos caminos teóricos, lleva necesariamente a un fideismo cristiano, que destruye críticamente la historicidad de los Evangelios, y al mismo tiempo asume acríticamente el pensamiento predominante de la época, en el caso de Bultmann, la antropología heideggeriana. Y así es como se llega al horror máximo: la palabra humana silencia la Palabra divina revelada, la oculta y la sustituye.

El liberalismo protestante encuentra ya a comienzos del siglo XX críticos notables en su propio mundo. Autores como el suizo Barth, Karl (1886-1968) o como el alsaciano Schweitzer, Albert (1875-1965), entre otros varios, rompen con esas orientaciones exegéticas y teológicas ampliamente imperantes en el siglo XIX.

Schweitzer afirma que el gran interés mostrado hasta entonces por la historia de Jesús y de los Evangelios, en los principales autores protestantes o agnósticos, iba dirigido a un fin muy preciso: «la investigación histórica sobre la vida de Jesús no nació de un interés puramente histórico, sino que más bien buscaba en el Jesús de la historia una ayuda en la lucha contra el dogma, por liberarse del dogma» (Investigaciones sobre la vida de Jesús, EDICEP, Valencia 1990)

Los criterios principales del protestantismo liberal en la exégesis ya los he ido señalando al exponer el pensamiento de varios autores más significativos. Sus exegetas, más o menos, no todos en el mismo grado y modo, por supuesto, todos piensan y enseñan según los seis criterios que siguen:

1.–Una pésima filosofía está en la raíz de las exégesis liberales protestantes; sea la de Kant, Hegel, Heidegger u otros autores: todos ajenos al realismo metafísico de la filosofía verdadera. Los principios que fundamentan la arbitrariedad falsa de la exégesis protestante liberal no son científicos –el método histórico-crítico y otras vías igualmente legítimas de investigación hermenéutica de la Biblia–, sino filosóficos. Establecen como criterios una teoría del conocimiento, una metafísica, una antropología que son falsos.

2.–Mitos, leyendas, creaciones de tradiciones populares constituyen la trama constante de los Evangelios. No puede hallarse en ellos información histórica, aunque a veces lo aparenten, sino relatos que expresan doctrinas e ideales, ilusiones e invenciones devocionales.

3.–No es Dios el autor principal de los Evangelios, sino los hagiógrafos humanos y las comunidades cristianas en las que viven, sujetas, como todo lo mundano, a una inexorable evolución continua. Los conceptos de inspiración y de inerrancia quedan, pues, ya sin validez real.

4.–Lo sobrenatural no puede introducirse y actuar en lo natural, cuyo mundo está herméticamente cerrado en sí mismo. Los milagros, las apariciones de Cristo resucitado, etc. no fueron reales e históricas, porque, simplemente, «no pudieron darse». Y lo que no puede ser es imposible. Punto.

5.–Los Evangelios y demás textos neotestamentarios fueron escritos tardíamente. No son relatos directos de testigos presenciales de ciertos hechos, sino composiciones literarias publicadas bastante tiempo después de los mismos hechos referidos, cuando ya apenas quedan testigos que pudieran desmentir los relatos.

6.–La exégesis bíblica, para ser científica, ha de limitarse a los métodos analíticos naturales: filología, géneros literarios, exámenes críticos de historicidad, etc., dejando a un lado por principio toda referencia a la Tradición cristiana exegética y al Magisterio apostólico; más aún, prescindiendo totalmente de la fe.

Bastan estos seis principios, aunque hay más, para caracterizar las coordenadas mentales que enmarcan la exégesis, y consiguientemente la teología, del protestantismo liberal. Estos criterios, por otra parte, vienen a ser los mismos en el modernismo nacido en el campo de la Iglesia Católica, como veremos, Dios mediante, en el próximo artículo.

Post post.–En algunas Iglesias locales son muchos los católicos, sobre todo entre los sacerdotes, religiosos y laicos más ilustrados, que se ven afectados por la mentalidad protestante liberal descrita, como puede apreciarse en Seminarios y Facultades, homilías y catequesis. Y si no se lo creen, vean ustedes «cómo está el patio» (238). La alternativa es única: reforma o apostasía.