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Los errores de la época

Protestantismo

En el XVI la Iglesia, como siempre, enseña que los religiosos, que lo dejan todo para mejor seguir a Cristo, andan por camino de perfección. Son, pues, cristianos que viven los consejos evangélicos, a los que se obligan públicamente mediante los votos. Pero los protestantes, de acuerdo con su convencimiento de que la salvación es por la fe y no por las obras, rechazan de plano esa doctrina.

-Contra los estados de perfección, es decir, contra la vida religiosa, los protestantes argumentan lo siguiente:

1.- Vinculando la perfección a los consejos, la Iglesia católica niega que todos los cristianos están llamados a la perfección (Calvino, Instituciones IV,13,11).

2.- Los religiosos, por su parte, profesando con votos cosas externas -celibato, pobreza, reglas: «mera Satanæ mendacia»-, estiman su vida como más perfecta que la de los laicos, cuando en realidad sólo cuenta ante Dios lo interior, y caen así necesariamente en la hipocresía.

3.- Los religiosos encadenándose con los votos, destruyen la libertad cristiana que consiguió Cristo para los hijos de Dios.

4.- La Iglesia, en fin, incurre al menos en semipelagianismo valorando en la obra de la santificación el esfuerzo humano, puesto en éstos o aquéllos medios de perfección, como si la santificación no fuera pura obra de la gracia de Cristo, siempre gratuita (Lutero, De votis monachorum; 1530, Confesión de Augsburgo art.6, De votis monachorum). «La perfección evangélica es espiritual, es decir, consiste en movimientos del corazón, en temor de Dios, en fe, en caridad, en obediencia», y no en medios exteriores (art.16).

La primera denuncia puede aludir a deficiencias reales que quizá se dieran en ciertos escritos católicos; pero la unánime tradición doctrinal de la Iglesia, así como el gran número de santos laicos canonizados, antiguos y medievales, manifiesta que es una denuncia falsa.

La segunda imputación contraría al Evangelio, pues niega todo valor a los consejos del Señor. Los religiosos, en efecto, cumpliendo los consejos de Cristo, llevan camino de vida más perfecto que los laicos. Lo que no impide que tantos laicos puedan ser más santos que no pocos obispos y religiosos, como siempre ha creído y enseñado la Iglesia, desde los Apotegmas de los primeros monjes hasta la Summa de Santo Tomás.

La tercera implica un grave error, pues los votos, libremente profesados, confortan la libertad del cristiano, sin disminuirla o suprimirla (STh II-II, 88, 4).

La cuarta, quizá la más grave, es falsa porque ignora la verdad católica sobre la gracia, según la cual tanto vivir los preceptos como seguir los consejos es por gracia de Dios. Por otra parte la santificación no es pura fe, sino fe y obras; ni es pura gracia, sino gracia de Dios y libertad humana auxiliada por la gracia.

-Alergia a la vida religiosa, ajustada a una Regla con votos. El cristianismo ortodoxo, separado de Roma, ha tenido siempre la vida religiosa en gran veneración. Un sólo ejemplo: en 1991 había en Rusia 15 monasterios en activo, y en 1994, una vez recuperada la libertad religiosa, eran ya unos 250. Por el contrario, la Reforma protestante impugnó desde el principio la vida religiosa y los consejos evangélicos, de tal modo que allí donde llegaba su influjo, se cerraban inexorablemente monasterios y conventos. Sabido es que Lutero abandonó su condición de agustino y se casó con una mujer que había sido religiosa. A mediados del siglo XIX, sin embargo -con posterioridad al período que ahora consideramos-, se abre de nuevo el mundo protestante, muy lentamente, a la vida de perfección enmarcada por los consejos evangélicos.

En Alemania, por ejemplo, en 1836, se establece una comunidad de diaconisas que viven virginidad, pobreza y obediencia. La experiencia pasa a Francia, Suiza, Holanda, y en 1845 a Inglaterra. En esta fecha, y con ese estímulo, el anglicanismo inicia algunas formas de vida religiosa, como la Sisterhood, inspirada en el «movimiento de Oxford». Veinte años después nace la masculina Sociedad de San Juan Evangelista, que pasa luego a Norteamérica, India y Africa. Todos estos movimientos se van diversificando, a veces en formas monásticas, y en otras ocasiones de modos semejantes a los institutos seculares. Pero el auge de la vida comunitaria de estilo religioso se produce más acentuadamente a partir de la II guerra mundial. Es el caso, por ejemplo, del monasterio de Taizé, en Francia.

Con todo esto parece que la primitiva alergia luterana a todo lo que en la Iglesia signifique ley, regla, obligación por voto, vida comunitaria de los consejos, está en vías de ser superada en el mundo protestante. Hace pocos años, en el 450 aniversario de la Confesión de Augsburgo, celebrado en Salamanca en setiembre de 1980 entre evangélicos y católicos, se decía: «Respecto del monacato y de la vida religiosa, teniendo en cuenta la comprensión dominante y la praxis de la vida monástica en la Iglesia católico-romana, el duro juicio de la Confesión de Augsburgo no puede mantenerse» (Declaración conjunta luterano-católica sobre la Confesión de Augsburgo n. 21: «Ecclesia» 27-9-1980, 15; +A. Bandera, La vida religiosa 282-291).

Semipelagianismo

La doctrina católica de la gracia ha confesado siempre que es Dios quien mueve al hombre por su gracia a pensar, a querer y a obrar el bien. De tal modo que el hombre puede, sin Dios, obrar el mal; pero necesita siempre el concurso de Dios para realizar el bien, en todas y cada una de las fases de su producción. En la línea del bien, por tanto, la gracia precede siempre a la acción del hombre, que actúa libremente bajo el influjo de la misma gracia divina. Así, Dios y el hombre actúan como causas subordinadas: la causa principal es Dios, y el hombre la causa segunda. Ésta es, por ejemplo, la doctrina de San Pablo, San Agustín, Santo Tomás, y hasta el siglo XVI hay en ella un acuerdo general entre los autores católicos, que sólamente difieren a la hora de explicar cómo se produce esa subordinación causal misteriosa.

Esta unanimidad profunda en la doctrina de la gracia se va a quebrar en el siglo XVI con la reaparición de la tendencia semipelagiana, condenada en el año 529 en el II concilio de Orange (Denz 370-379). El término semipelagiano no fue usado en la antigüedad, y fue inventado cuando Molina enseñó en la Concordia (1589) cómo Dios y el hombre concurren, como causas coordinadas, o más exactamente incompletas, que se complementan para la producción de la obra buena. Muchos entonces vieron estas enseñanzas como pelagianorum reliquiæ, o más exactamente, como sententia semipelagianorum, refiriéndose con este término a aquellas posiciones que algunos, como los monjes de Marsella (massilienses) habían defendido en el siglo V. Según ellas, depende del hombre, de su mayor o menor generosidad, hacer este bien o ese otro bien mayor -aunque se admite que, para realizarlo, es necesario el concurso de la gracia divina-. Actualmente, como veremos, en la extrema decadencia de la fe en Occidente cristiano, ésta es la doctrina más generalizada.

Por el contrario, la Iglesia, en la antigüedad y en el milenio medieval, entiende el cristianismo ante todo como gracia. Y así, por ejemplo, considera evidente una enseñanza como la de Santo Tomás, según la cual «es el amor de Dios el que crea e infunde la bondad en las criaturas» (STh I,20,2); y, por tanto, «no habría unos mejores que otros si Dios no hubiese querido bienes mayores para los primeros que para los segundos» (I,20,3; +23,4). Cuando verdades como éstas producen rechazo en la mayoría -según la cual Dios ama más a los mejores, porque son más buenos-, eso significa que han perdido muchos la recta tradición católica sobre la doctrina de la gracia.

Las consecuencias de esta inversión del binomio gracia-libertad son incalculables, tanto en la espiritualidad general, como en lo referente a los caminos de perfección. Concretamente, en la visión semipelagiana, el «dejar el mundo» para seguir a Cristo, es posible a cualquier cristiano, «con tal de que lo quiera, pues es cuestión de generosidad: querer es poder». Quienes así piensan admiten luego, eso sí, que la realización de esta generosa opción es imposible sin la ayuda de la gracia. Si no admitieran eso, serían pelagianos. Mientras que admitiéndolo, se quedan en semipelagianos.

Jansenismo

La obra escrita de Jansenio (1585-1638) da origen a una tendencia espiritual rigorista, que impugna la vida religiosa como estado de perfección, y por tanto de los consejos evangélicos. Se renueva así, aunque desde presupuestos teológicos diversos, el ataque de la Reforma a la vida religiosa. Es la disciplina espiritual interna, y no los votos sobre consejos externos, lo que lleva a la perfección. Aunque también esta palabra es evitada, y prefiere hablarse más bien de le salut de los miembros (+DSp 12,1135-1136).

El oratoriano Claude Séguenot, por ejemplo, afirma que «el voto no añade nada a la perfección cristiana [de la que ya se hizo voto en el bautismo], sino en cuanto a lo exterior, en lo cual no consiste la perfección» (1638, De la sainte virginité). Bien entendida, esta doctrina es católica; mal entendida, expresa el jansenismo de Saint-Cyran (1581-1643).

Quietismo

El quietismo, como el jansenismo, llama a perfección a todos los bautizados, pero desde una doctrina falsa sobre gracia y libertad. Se difunde tanto entre laicos como entre sacerdotes y religiosos, y sus propugnadores ofrecen un método corto, simple, a todos asequible, para llegar a la perfección cristiana. Basta con no hacer acto alguno, sino sólo resignarse o abandonarse totalmente a Dios, dejándole hacer a él, y centrando el empeño espiritual en una oración que, desde un principio -hoy diríamos al estilo del zen- ha de ser quieta y vacía. Por tanto, todo acto consciente y libre, por bienintencionado que sea, no es sino un obstáculo para la acción de la gracia de Dios en el hombre (+Denz 2351-2373).

En estas ideas se orienta el camino interior de Miguel de Molinos (+1696), el amor purísimo de Fenelón, o las obras publicadas, con significativos títulos, por el padre La Combe (+1715), Lettre d’un serviteur de Dieu contenant une brève instruction pour tendre seurement à la Perfection chrétienne, o por Madame Guyon (+1717), Moyen court et très facile pour l’oraison que tous peuvent pratiquer très aisément et arriver par là en peu de temps à une haute perfection.

Ya se comprende que, partiendo de esas premisas, el camino de los religiosos -consejos, votos, Reglas-, al menos en cuanto camino de perfección, no tiene sentido.