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El final de la Cristiandad

Renacimiento

Un optimismo antropológico, favorecido por la prosperidad económica y los descubrimientos científicos y geográficos, caracteriza la nueva atmósfera espiritual del Renacimiento. Este optimismo vitalista trae consigo una apertura al mundo cada vez más incondicional y gozosa, sin las reservas que la humildad de la tradición cristiana imponía a las costumbres. Consecuencia de esa mundanización, y en cierto modo justificación de la misma, viene a ser la captación semipelagiana de la gracia, que surge a finales del XVI: según ella el hombre, por sí mismo, es quien se autodetermina al bien -que luego realizará, eso sí, con el auxilio de la gracia-.

Es en el Renacimiento, con la mundanización y el semipelagianismo, es entonces, con la erosión doctrinal que ciertos rebrotes de averroísmo y nominalismo producen en las grandes síntesis filosóficas y teológicas medievales, cuando se van amalgamando los grandes errores que conducirán al ateísmo de masas de nuestros días.

Así lo entiende, por ejemplo, Juan Pablo II, cuando afirma que «el hombre moderno, en un gigantesco desafío, desde el Renacimiento, se ha levantado contra el mensaje de salvación, y ha rechazado a Dios en nombre mismo de su dignidad de hombre. El ateísmo, reservado primero a un pequeño número de personas, esa inteligentsia que se consideraba una élite, se ha convertido hoy en un fenómeno de masas que pone a las Iglesias en estado de sitio» (Evangelización y ateísmo 10-X-1980).

El nuevo espíritu que inicia la descristianización moderna de Europa, trae también consigo una admiración nueva hacia la antigüedad pagana greco-romana. La Edad Media, evidentemente, conocía y apreciaba la antigüedad, pero, aunque la asumía en buena parte, la consideraba superada por las grandes síntesis de la Cristiandad posterior. El Renacimiento, por el contrario, estima la antigüedad como una edad de oro, al mismo tiempo que devalúa la Edad Media. Comienza, pues, a creerse entonces que «habría habido dos épocas luminosas, Antigüedad y Renacimiento -los tiempos clásicos- y, entre ellas, una edad media, un período intermedio, un bloque uniforme, «siglos groseros», «tiempos oscuros»» (Pernaud 55-56).

La crisis que describimos no es, por supuesto, del todo nueva, y se ha iniciado ya al final de la Edad Media, cuando el poder civil se va emancipando de la autoridad religiosa, la razón comienza a independizarse de la fe, y la filosofía de la teología. Comienza, pues, de este modo a cuartearse la unidad característica del mundo medieval. Pero es a partir del Renacimiento cuando se agudizan mucho las disociaciones que van a terminar rompiendo la unidad de la Cristiandad: disociaciones entre razón-fe, tierra-cielo, gracia-libertad, laicos-religiosos, rey-Papa, oración-trabajo, natural-sobrenatural, política-moral, vida personal-social... Y esa disgregación se produce también en otros órdenes. La Europa renacentista, en efecto, se irá dividiendo en naciones cada vez más cerradas en sí mismas; el latín, la lengua común del Occidente cristiano, retrocede ante las lenguas vernáculas; los pensamientos, cada vez más críticos y subjetivos, van derivando hacia escuelas irreconciliables. Y todo va pasando del teocentrismo medieval al antropocentrismo de los tiempos nuevos. Éstos son, como ya he dicho, los pasos iniciales hacia el ateísmo actual de masas, que analizaremos más adelante.

Protestantismo

En medio de esta crisis, y agudizándola enormemente, nace con Lutero (1483-1545) el Protestantismo, que en algunos aspectos participa del impulso renacentista. En efecto, el luteranismo, por el libre examen de la Escritura, separa al pueblo cristiano de la tradición espiritual católica y de las grandes síntesis filosóficas y teológicas medievales. Y rechazando la autoridad de los sucesores de los Apóstoles, destruye la unidad de la Cristiandad. En este sentido, unidos en un común empeño de romper con la tradición católica, sobre todo de la medieval, la Reforma se casa con el Renacimiento, y ambos engendran la Edad Moderna.

Es preciso señalar, sin embargo, que Renacimiento y Protestantismo son antagónicos en un aspecto muy importante. En efecto, la Reforma profesa un acentuado pesimismo antropológico. El hombre está completamente perdido por el pecado original. La razón apenas tiene capacidad de verdad por sí misma. Y la libertad humana ha quedado esclavizada al mal y al demonio. Por tanto, la salvación del hombre, sólo puede obtenerse por la pura fe en Cristo, es decir, como una justicia imputada extrínsecamente al hombre por la misericordia de Dios. El optimismo antropológico renacentista no ve así las cosas.

La falsificación de la Edad Media

Se inicia en el Renacimiento, con gran virulencia en la Reforma protestante, pero también en ciertos ambientes socialmente altos de la Iglesia Católica, un distanciamiento crítico hacia la Edad Media -es decir, hacia la tradición cristiana, la vida monástica y religiosa, la austeridad de costumbres en los laicos, el pensamiento filosófico y teológico de la escolástica, la primacía del Papa y de los Obispos, la conciencia de «el pecado del mundo», la necesidad y primacía de la gracia, etc.-. Ese distanciamiento, todavía tímido, llegará a hacerse una abierta repulsa en la apostasía del siglo XX, en la que se produce un rechazo consciente y sistemático de la tradición católica. Pero ya en este período, en la Edad Moderna, podemos observar ese menosprecio de la tradición católica precedente, que exige necesariamente una falsificación peyorativa del milenio medieval, que, como digo, sólo alcanzará formas extremas en la apostasía de nuestro siglo.

Desde luego, es un vano intento tratar ahora en dos páginas de desmontar tan innumerables prejuicios arraigados durante siglos; pero, como hay que darle, siempre que se pueda, una oportunidad a la verdad, señalaré, no obstante, algunos puntos importantes.

-Descubrimiento de la Antigüedad. No es cierto, en primer lugar, que en el XV-XVI, con ocasión de los viajes comerciales, se descubrieran las obras de la Antigüedad clásica, pues casi todas eran ya conocidas en la Edad Media. Lo que cambia ahora es la actitud hacia ellas, pasándose a una canonización admirativa de las mismas.

«En las letras como en las artes, la Edad Media no había cesado de inspirarse en la antigüedad, pero no consideraba por eso sus obras como arquetipos o modelos. Fue en el siglo XVI cuando se impuso en este terreno, como en todos, la ley de la imitación» (Pernaud 83). A partir del Renacimiento las obras de arte son bellas en la medida en que se aproximan a los cánones clásicos greco-romanos. El arte gótico y el románico, por tanto, es un arte bárbaro que, en lo posible, debe ser sustituído por la corrección impecable del arte nuevo, es decir, del antiguo. Así se llega al neoclásico en la segunda mitad del XVIII.

-Uniformización de todo. También a partir del Renacimiento, la variedad medieval de los derechos regionales, que reconocen a costumbres, fueros y usatges una importancia principal, cede el paso progresivamente a un Derecho Romano uniformizador. La mujer, con eso, pierde derechos cívicos ante el poder monárquico del paterfamiliæ. Las pequeñas comunidades señoriales, formadas por lazos personales atados con pactos, van quedando devaluadas ante la política de los nuevos Estados centralizados, orientados ya hacia el absolutismo y la uniformidad de súbditos y regiones. La diversidad estética de los estilos artísticos medievales se va unificando también bajo los rigurosos cánones clásicos del arte antiguo. Y la variedad de las tradiciones litúrgicas cede también ante la universalidad de la liturgia romana, que en Trento se establece como casi la única de toda la Iglesia.

-Sujeción de la Iglesia al poder civil. El nombramiento de Obispos y abades por los reyes y señores, que durante toda la Edad Media, con excepción del período carolingio, constituyó un abuso cuando se produjo, se convirtió en el siglo XVI en práctica habitual y norma de derecho.

Si bien en formas pactadas con la autoridad de la Iglesia, es entonces cuando nace el Patronato de los reyes de España y Portugal, o el Concordato por el cual en Francia, durante cuatro siglos, todos los Obispos y abades eran nombrados por el rey, primero, o por el presidente de la república, después (1516-1904).

-Rebrotan ahora los males que la Cristiandad medieval disminuyó o hizo desaparecer. El aborto y el suicidio, vistos con horror por el pueblo cristiano medieval, se irán multiplicando en un crescendo que llega hasta nuestros días. La brujería, que al final de la Edad Media comienza a ser un grave problema social, se multiplica más y más, en curva siempre ascendente, en los siglos XV hasta el XVII, cuando se inicia ya la reacción contraria. La esclavitud, prácticamente extinguida en la Cristiandad medieval, asoma de nuevo en la Europa del XV, aumenta a partir del XVI, sobre todo en América, y se multiplica monstruosamente en el XVIII y primera mitad del XIX, cuando termina.

En punto a guerras -aparte de la llamada de los «Cien años» (1340-1453), que tuvo alcances regionales-, ha de afirmarse que la belicosidad de las edades moderna y contemporánea es incomparablemente mayor que la del milenio medieval. Y es que Renacimiento y Reforma han roto la unidad espiritual y social de Europa, y han abierto las puertas a una época en la que guerras y disputas serán casi continuas entre naciones de la Cristiandad, antes hermanas.

Y en fin, la intolerancia religiosa se agudiza durante los siglos modernos en términos antes no conocidos. Dejando muy lejos los tiempos de San Fernando III de Castilla y León, que en el siglo XIII pudo llamarse el «rey de las tres religiones» (judía, cristiana y musulmana), es en los siglos XV y XVI, cuando se multiplican por toda Europa las expulsiones de judíos y moros. Pero en los tiempos modernos y contemporáneos han de producirse aún extremos de intolerancia social y religiosa indeciblemente mayores, como los procedentes de las ideas de Locke (Ensayo sobre la tolerancia, 1667; Carta sobre la tolerancia, 1689), Rousseau, Voltaire, Marx, Lenin, Hitler, etc.

Una profesora ayudante de la doctora Régine Pernaud incurrió una vez en un lapsus tan grave como significativo, aludiendo al caso Galileo como a algo característico del oscurantismo de la Edad Media. Fue preciso recordarle que «el affaire Galileo, atribuído por ella a los siglos oscuros del medioevo, había tenido lugar en la Edad Moderna, en 1633, exactamente. Galileo [1564-1642] fue contemporáneo de Descartes [1596-1650]. El affaire Galileo sucedió cien años después del nacimiento de Montaigne (1533) y más de un siglo después de la Reforma (1520)»... (Pernaud 157-158).

-Resurge el culto pagano del mundo visible. En fin, por los siglos XVI y XVII se inicia una época, ya apuntada en el otoño de la Edad Media, en que no pocos cristianos van orientándose más y más a la posesión gozosa de este mundo visible. Todavía perdura con fuerza, lo veremos en seguida, el espíritu de la tradición cristiana. Todavía ésta es la savia que vivifica gran parte del árbol eclesial, como puede comprobarse sobre todo en el XVI español, tanto en España como en la evangelización de Hispanoamérica. Pero la paganización del cristianismo, que se inicia sobre todo en el mundo de los altos personajes civiles y eclesiásticos del Renacimiento, va logrando que en muchos de ellos la bautismal renuncia al mundo, que abre la puerta a la vida cristiana, se quede en nada. La norma que va ganando vigencia es: «busquemos primero de todo los bienes de este mundo, que ya la bondad de Dios nos dará por añadidura la vida eterna».