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II Parte

Mártires

«El mundo entero está bajo el poder del Maligno» (1Jn 5,19).

Situación de la Iglesia en el mundo

Las pequeñas comunidades cristianas, a partir de la primera de Jerusalén, se van implantando por todo el Imperio romano, y a veces más allá de donde llegan las legiones. En estas comunidades primeras todavía no se distinguen más que pastores y laicos, aunque también hay algunos ascetas y vírgenes, que viven en sus familias o aislados, o quizá a veces asociados, en modos hoy escasamente conocidos. Todas las formas de vida pública de la Iglesia están fuertemente cohibidas, y apenas pueden manifestarse y expresarse, a causa de la persecución del mundo.

Leyes romanas persecutorias

Desde el año 64 hasta el 313, vive la Iglesia dos siglos y medio de situación martirial. Roma, habitualmente tolerante con todas las religiones indígenas o extranjeras, en el 64, sin embargo, emite contra los fieles de Cristo un edicto de proscripción, el llamado institutum neronianum, mandando que «los cristianos no existan»: «cristiani non sint». En efecto, negándose los cristianos a dar culto al emperador y a otras manifestaciones de la religiosidad oficial romana, se hacen infractores habituales del derecho común, y vienen a incurrir en crimen de lesa majestad (lex majestatis).

Según esto, la persecución contra un cristiano concreto o contra la Iglesia puede desencadenarse en cualquier momento, y de hecho se produce de vez en cuando partiendo de estímulos diversos. Una vez la persecución proviene de la crueldad de un cónsul autoritario, otra es un asunto de venganza, de envidia o de interés económico, otra vez se produce para distraer al pueblo en momentos políticos conflictivos, o para frenar un influjo excesivo de los cristianos en una determinada región. Pasada la tormenta, a veces terrible, sobreviene normalmente un tiempo más o menos largo de tregua. Según cálculos de Allard, «la Iglesia atravesó seis años de padecimientos en el siglo I, ochenta y seis en el II, veinticuatro en el III, y trece al principio del IV» (El martirio 87). Y en todo esto hubo grandes diferencias de unos a otros lugares del Imperio.

Las comunidades cristianas de la época se multiplican a veces tanto en ciertas regiones que producen situaciones alarmantes, y al mismo tiempo no poco embarazosas para el sentido jurídico de la autoridad romana. Es muy significativo en esto el rescripto imperial de Trajano (año 112), que dispone no buscar de oficio a los cristianos (conquirendi non sunt); condenar a los que fueran denunciados; y absolver a los que renunciaran a su fe, demostrándolo con algún acto claro de religiosidad romana. «Gracias» a esta ley, vigente en todo el siglo, la condenación del mártir se produce siempre con el consentimiento libre y expreso de éste, pues la apostasía podría liberarle.

Más duramente persecutorio se hace el régimen legal romano en el siglo III y comienzos del IV. Edictos sucesivos disponen que la autoridad romana debe buscar a los cristianos (conquirendi sunt), para obligarlos a apostatar. Las leyes prohiben toda nueva conversión al cristianismo. Exigen certificados oficiales de haber sacrificado a los dioses. Proscriben absolutamente frecuentar los cementerios o celebrar la liturgia. Y las penas que se imponen son muy graves: la muerte, el destierro, la confiscación de los bienes, el exilio, la esclavitud, el trabajo en las minas... Para los cristianos, según esto, el ambiente del mundo es de persecución o, al menos, de menosprecio social y marginación más o menos acentuada. El influjo cultural y político de la Iglesia sobre el mundo es, lógicamente, mínimo. Pero el pueblo cristiano, sin embargo, no sólo alcanza a sobrevivir, sino que se va acrecentando de día en día.

El mundo en los Padres de los tres primeros siglos

Los Padres de los tres primeros siglos, lógicamente, desarrollan una teología muy próxima al Nuevo Testamento, en la cual las categorías mentales y verbales de éste permanecen siempre vigentes. Por lo que se refiere al término «mundo», concretamente, los Padres primeros, según muestra Manuel Ruiz Jurado en un amplio estudio, distinguen cuatro sentidos fundamentales, enlazados entre sí:

Mundo espacial: «este escenario de la vida temporal del hombre, en que se decide su suerte eterna, con el conjunto de las criaturas que componen esta escena».

Mundo temporal: «esta etapa de la historia de la salvación, la vida terrena en la que se decide la otra vida, la eterna».

Mundo social: «el conjunto de costumbres, instituciones, estructuras en el que se desenvuelve la vida terrena del hombre».

Mundo moral-espiritual : «enemigo del alma, instrumento o aliado de Satán para la perdición humana, reino de las tres concupiscencias, objeto de la renuncia bautismal y de los demás enunciados despectivos.

«Pero observemos, en seguida, que en los tres primeros sentidos puede emplearse el término "mundo", y de hecho, es empleado por los Padres de los tres primeros siglos, casi siempre bajo la consideración moral-espiritual; es decir, predominando la dirección del cuarto sentido, que es el que más les interesa en su exposición de contenido histórico-salvífico.

«Y ese influjo maléfico del mundo en el hombre no se coloca sólamente en el campo exclusivamente moral, sino muy particularmente en el orden de la fe -ceguera o miopía espiritual-» (El concepto de «mundo» en los tres primeros siglos de la Iglesia, «Estudios Eclesiásticos» 51, 1976,93).

Pues bien, en el marco histórico de enfrentamiento durísimo entre Iglesia y mundo, la apotaxis bautismal, por la que el cristiano «renuncia al mundo», cobra en los Padres primeros un sentido tan evidente que no requiere muchas explicaciones. Igualmente, como vamos a mostrar ahora, las más graves palabras de Cristo y de sus apóstoles se hacen en aquellos siglos martiriales muy fáciles de entender, y apenas requieren más interpretación que la dada por una «exégesis histórica», real, de sentido patente.