Descarga Gratis en distintos formatos
Veamos ahora, más claramente, cómo Cristo y los Apóstoles establecen caminos especialmente favorables para la vida perfecta, y cómo lo hacen en referencia 1.-a la vida de los pastores, y 2.-a la vocación especial de los renunciantes, aquéllos que prefieren renunciar a poseer bienes de este mundo. De hecho, ya en vida de los Apóstoles se va configurando la imagen ideal de los pastores sagrados, y nace en la Iglesia el gremio santo de asceti y de virgines.
Dos vocaciones: pastores y laicos
La Iglesia no tiene una forma de ser intrínsecamente necesaria, sino aquélla que Cristo quiso darle libremente, por su propia voluntad. Y en el Evangelio consta esta voluntad, que se explica más en los Hechos, en las Cartas apostólicas y en general en la historia de la Iglesia.
-La vocación pastoral aparece claramente configurada en el Evangelio, y se presenta como un camino especialmente favorable para la perfección. Los Apóstoles, en efecto, son elegidos, llamados y consagrados por Cristo, para entrar a vivir con él como íntimos compañeros y asiduos colaboradores (Mc 3,13-14). Dejándolo todo, han de dedicarse a predicar el Reino en todas partes, reuniendo así un pueblo para Dios (Mt 28,18-20). En torno a Cristo, sus elegidos y llamados inician un género de vita apostolica, que será matriz en la Iglesia de todo estado de perfección.
Por otra parte, el ministerio pastoral aparece desde el principio sellado con forma sacramental, por la imposición de manos (1Tim 3,9; 4,14; 6,20; 2Tim 1,14; Tit 1,7.9). Quienes desempeñan este ministerio deben vivir con especial santidad y dedicación al Señor y a las cosas de Dios. San Pablo se extiende sobre esto en sus cartas pastorales (+C. Spicq, Spiritualité sacerdotale d’après Saint Paul).
En las comunidades cristianas, dicho sea de paso, los Apóstoles constituyen la base, el fundamento (Ef 2,20; Ap 21,14). En este sentido, la base en la Iglesia no son los laicos, el pueblo cristiano, sino los Apóstoles y sus sucesores. Y no conviene torcer e invertir el lenguaje cristiano, sobre todo cuando es de origen apostólico.
-La vocación de los fieles laicos, como hemos podido comprobar, aparece también configurada por los Apóstoles con un altísimo impulso idealista de perfección.
Dentro de la vocación laical se señalan ciertos carismas o estados concretos. El matrimonio es considerado como un camino santo y santificante (Ef 5,32), al que va unida la dedicación, también santificante, al trabajo secular (2Tes 3,10-13). Por otra parte, hay en el pueblo cristiano quienes han recibido carismas y dones especiales del Espíritu Santo en favor de la comunidad (Rm 12,6-8; 1Cor 12,7-11), y que en su ejercicio concreto deben sujetarse al discernimiento de los pastores (1Cor 14; 1Tes 5,19). Entre los carismas y ministerios es principal el de misionero, proclamador del Evangelio o catequista. No siempre es apóstol ni ministro de la comunidad quien ejercita este carisma, como se ve, por ejemplo, en el caso del matrimonio Aquila-Priscila (Hch 18,2-26; 1Cor 16,19; Rm 16,3s; 2Tim 4,19). El martirio, en fin, es un don más o menos frecuente, pero que pertenece en todo caso al misterio de la Iglesia, como elemento permanente, y que garantiza su fidelidad en cuanto Esposa del Crucificado. En efecto, «todos los que aspiran a vivir religiosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones» (2Tim 3,12). Los que no aspiran, no.
-Los pastores son «modelos» para los fieles laicos, que deben imitarlos. Éste es un punto que también conviene destacar. Los Apóstoles entienden que el Evangelio se realiza plenamente en ellos, de modo que los fieles laicos deben imitarles, traduciéndolos, evidentemente, a su propia condición laical. Notemos aquí de paso que la enseñanza de Cristo y de los Apóstoles acentúa mucho más la espiritualidad común de todos los cristianos, que las eventuales espiritualidades específicas.
El pastor sirve de «ejemplo al rebaño» (tipos, prototipo; 1Pe 5,3). «Os exhorto a ser imitadores míos» (1Cor 4,16). «Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo» (11,1). «Sed, hermanos, imitadores míos, y atended a los que andan según el modelo que en nosotros tenéis» (Flp 3,17; + 1Tes 1,6; 2Tes 3,7.9).
Dos caminos: tener o no tener
Junto a estas dos vocaciones específicas, pastoral y laical, y en cierta correspondencia con ellas, el Nuevo Testamento caracteriza también dos caminos principales, el de tener y el de no-tener. Aquí se inicia la doctrina de los preceptos y consejos, cuyo desarrollo seguiremos más adelante.
-Tener como si no se tuviera. Es el camino que suele corresponder a los laicos, cuya vocación se caracteriza por su inmersión en el mundo, mediante el matrimonio y el trabajo. Su espiritualidad peculiar viene bien expresada en aquel texto de San Pablo:
«Os digo, hermanos, que el tiempo es corto. Sólo queda, pues, que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no llorasen; los que se alegran, como si no se alegrasen; los que compran, como si no poseyesen; y los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen; porque pasa la apariencia de este mundo» (1Cor 7,29-32). El Apóstol afirma con eso que el cristiano que tiene esposa y bienes de este mundo ha de tenerlos de tal modo que en esas posesiones encuentre ayuda y estímulo, no lastre y obstáculo, para el amor de Dios y del prójimo; de tal modo que esa condición de vida le sirva de estímulo.
-No-tener. Es el camino que corresponderá a los religiosos y, en la Iglesia latina, también en buena medida a los sacerdotes, y que viene caracterizado por la pobreza y el celibato.
Pobreza. En la llamada al joven rico: «Si quieres ser perfecto, véndelo todo y sígueme» (Mt 19,16-30), se ve que Cristo aconseja a algunos, para que estén más unidos a él como compañeros y colaboradores (Mc 3,14), y para que así tiendan más fácilmente a la perfección de la caridad, que se desprendan de todos los bienes, con todo lo que ello implica de ruptura con el mundo y descondicionamiento de la vida secular. Se abre, pues, ahí un camino nuevo para el perfeccionamiento espiritual, un camino netamente evangélico, que el Antiguo Testamento no conoció. El joven rico no entra en la vocación apostólica del no-tener, y se va triste, «porque tenía muchos bienes» (Mt 19,22), es decir, porque tenía mucho amor de mundo secular. Y Demas, el compañero de San Pablo (Col 4,14), abandona esa vocación, es decir, se seculariza -nunca mejor dicho- «por amor de este siglo» (2Tim 4,9). Ya se ve que el amor desordenado al mundo secular hace imposible tanto aceptar la vocación apostólica, como perseverar en ella.
Celibato. La virginidad y el celibato es también un camino nuevo, abierto por el mismo Cristo, propio del Evangelio. Es también una forma de pobreza, y referida a unos bienes mucho más preciosos que los bienes materiales exteriores: esposo, mujer, hijos, hogar propio (Mt 19,10-12; 1Cor 7,1ss).
-Es mejor no-tener que tener. La Revelación evangélica presenta la pobreza y la virginidad como estados de vida de suyo mejores para procurar la perfección de la caridad; es decir, como medios especialmente favorables para el crecimiento en la caridad. Y como sabemos, en varios lugares del Nuevo Testamento se señalan los peligros del tener. Y esto no porque las criaturas sean malas, ni porque el poseerlas sea malo, sino por la debilidad del hombre carnal (+Síntesis 481-484).
Posesión de bienes. Más arriba recordamos ya los peligros peculiares de las riquezas, que son como espinas que, con los placeres y preocupaciones del mundo, pueden ahogar en la persona la semilla del Reino (Mt 13,22), atando su corazón a las cosas seculares -campos, yuntas o esposa-, de suyo buenas (Lc 14,15-24). Por eso algunos cristianos, y concretamente aquéllos que son llamados al servicio apostólico del Señor y de la Iglesia, deben «huir de estas cosas» (1Tim 6,9-11), pues «el que milita [al servicio de Cristo], para complacer al que le alistó como soldado, no se embaraza con los negocios de la vida» (2Tim 2,4).
Matrimonio. «Yo os querría libres de cuidados» (1Cor 7,32). San Pablo enseña que el matrimonio es algo bueno y santo (Ef 5,22-33), y que la virginidad es aún mejor. Tener es bueno, y no-tener es aún mejor. Hace bien el que se casa, y mejor el que se mantiene célibe. Es cierto que sobre este asunto no hay precepto del Señor, y por eso el Apóstol da su enseñanza como consejo. «Es bueno para el hombre abstenerse de mujer», y librarse así de «las tribulaciones de la carne», evitando «las preocupaciones del mundo y de cómo agradar a la mujer». De este modo se consigue más fácilmente no «estar dividido», y más fácilmente entregarse entero al servicio del Señor (1Cor 7,1-34).
En todo caso -y esto es muy importante-, cada uno debe vivir según el don y la vocación concreta que el Señor le dio, perseverando en ella (1Cor 7,7.17.24; +Rm 11,29).
Resumen
Cristo y sus apóstoles predicaron a todos los fieles una altísima espiritualidad, y les propusieron un Camino (Hch 18,26; 19,9.23; 22,4; 24,14), «un Camino de salvación» (16,17), «el Camino del Señor» (18,25). Pues bien, todos «los seguidores del Camino» (9,2), cualquiera que sea su vocación y estado, andan por camino de perfección.
Ahora bien, mostrando la condición transitoria y pecadora del mundo presente, enseñaron que todos han de tender a la perfección o bien teniendo como si no tuvieran, que es el camino normal de los laicos, o bien no-teniendo, que es el camino de apóstoles, ascetas y vírgenes. Esta vía del renunciamiento es la seguida personalmente por Cristo, y la que él concedió a los Apóstoles, y que éstos aceptaron.
Por eso, los que tienen, para tener como si no tuvieran, han de imitar la vida de los que no tienen. En efecto, la santidad es algo fundamentalmente interior, que no va necesariamente vinculada a determinados estados de vida. Y si en el Espíritu de Cristo es posible el milagro del no-tener, es también posible el milagro del tener como si no se tuviera.
La ex-comunión, en fin, manifiesta la grave urgencia de la vocación cristiana. A los cristianos que no la siguen ni de lejos, la Iglesia tiene el grave deber de advertírselo mediante la excomunión, para procurar así su conversión, y también para librar a la comunidad del peligro de ese escándalo.
Ser de Cristo o ser del mundo
El Evangelio y los escritos apostólicos, como hemos visto, dejan muy claro que es necesario al hombre decidir: de Cristo o del mundo. La adhesión simultánea a Cristo y al mundo secular es imposible. El planteamiento clásico del Bautismo es ése, precisamente: por el sacramento se produce al mismo tiempo una syntaxis de unión a Cristo y una apotaxis o ruptura respecto al mundo y al Demonio (+Síntesis 350-351).
El evangelio de San Juan lo afirma con especial fuerza. El «Salvador del mundo» (Jn 4,42) se refiere a los cristianos como «los hombres que tú [Padre] me has dado, tomándolos del mundo» (17,6). Por tanto, los cristianos «no son del mundo, como Yo no soy del mundo» (17,14.16). El mundo amaría a los cristianos si los considerase suyos; pero como ve que Cristo les ha sacado del mundo, por eso los odia, como le odia a Él (15,19). No los ha retirado físicamente del mundo (17,15), pero los ha sacado de él espiritualmente, de modo que han «vencido al mundo» (1Jn 4, 4; 5,4). Haya, pues, paz y gran confianza: «Mayor es el que está en vosotros que quien está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan el lenguaje del mundo y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha; el que no es de Dios no nos escucha. Por aquí conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error» (1Jn 4, 4-6).
También los otros Apóstoles, además de Juan, emplean la alternativa decisiva, ser de Cristo o ser del mundo. Para San Pablo los cristianos pueden definirse como «los que son de Cristo» (Gál 5,24; +3,29; 1Cor 1,12; 3,23; 15,23; 2Cor 10,7; también Mc 9,41; o expresiones equivalentes: 1Cor 4,1; 6,15; 7,22; Ef 5,5; Heb 3,14).
Éstos, los que son de Cristo, anteriormente vivieron «esclavizados al mundo» (Gál 4,3; Col 2,8), «siguiendo el proceder del mundo» (Ef 2,2), cegados por «el dios de este mundo» (2Cor 4,4), «seductor del mundo entero» (Apoc 12,9), que domina «este mundo tenebroso» (Ef 6,12). Pero ahora, «liberados de la impureza del mundo» (2 Pe 2,20), se conservan «incontaminados del mundo» (Sant 1,27), y no quieren ser «amigos» y admiradores suyos, como lo eran antes, sino amigos y admiradores de Dios (4,4).
Norma permanente
Estas verdades y los modos de expresarlas, para evitar malentendidos, requieren, sin duda, una interpretación continua de la Iglesia en la predicación y la catequesis. Y siempre la han tenido. En todo caso, tales malentendidos son previsibles e inevitables cuando, como ahora, se abandona con frecuencia este lenguaje bíblico y tradicional, y se viene a un lenguaje no ya distinto, sino justamente contrario.
La doctrina de Cristo y de los Apóstoles es siempre para la Iglesia norma universal, es decir, doctrina obligatoria para todos los fieles de todas las épocas. Hemos de «guardar» la palabra de Cristo y de los Apóstoles como norma definitiva, siempre actual (Jn 14,23-24). Y hemos de «permanecer» así a la escucha de la enseñanza de los Apóstoles (Hch 2,42). Pretender "guardar" las palabras de la Revelación, usando palabras contrarias a ellas es una pretensión absurda, que en modo alguno debemos admitir, secundar y tolerar.
Sin embargo, quedan todavía muchas cuestiones doctrinales y espirituales que necesitan una mayor iluminación. Pero Cristo nos asegura y promete: «el Espíritu de verdad os guiará hacia la verdad plena... Él os lo enseñará todo, y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho» (Jn 16,13; 14,26; +15,26). Vamos a comprobarlo en las páginas que siguen.