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Capítulo 4. Los caminos de perfección

El mundo

La Escritura y la tradición cristiana ven el mundo secular -el conjunto de pensamientos y caminos acostumbrado por los hombres (+Is 55,8)-, como inficcionado por el pecado -por «el pecado del mundo»-, y por tanto absolutamente necesitado de la verdad y la gracia de Cristo, «Salvador del mundo» (Jn 4,42). No ven, pues, el mundo de los hombres como un plano neutro y horizontal, en el que lo mismo puede cavarse un pozo o alzarse una torre, sino como un plano inclinado, que positivamente inclina al error y al pecado, en complicidad continua con la carne y el demonio. Del mundo, como de la carne (la concupiscencia), ha de decirse que «procede del pecado y al pecado inclina» (Dz 792/1515).

Efectivamente, «la Escritura presenta el mundo entero prisionero del pecado» (Gál 3,22). Por eso, el que se deja llevar del mundo, de sus modos de pensar y de vivir, el que se hace su amigo, se hace enemigo de Dios y de su Envidado (Sant 4,4; 1Jn 2,16; 5,19; 2Cor 4,4), porque el mundo ha odiado y perseguido a Cristo, en su vida mortal, y sigue odiándolo y persiguiéndolo ahora, en los cristianos (+Jn 14,18-21).

Descristianización y mundanización

Pues bien, la descristianización de los pueblos cristianos ricos de Occidente se ha producido sobre todo por una mundanización general de pensamientos y de costumbres. Y así la muchedumbre de los cristianos mundanizados, hoy, en concreto, no sólamente no mira con horror la Bestia moderna ateizante, cuyas cabezas visibles están siempre adornadas de «títulos blasfemos» (Ap 13,1), sino que «sigue maravillada a la Bestia» (13,3). (En mi libro De Cristo o del mundo desarrollo ampliamente este tema).

Jacques Maritain, en su obra, escrita en 1966, Le paysan de la Garonne. Un vieux laïc s’interroge à propos du temps présent, explica bien el proceso. Extracto algunas páginas suyas (85-90), y los subrayados normalmente son míos. «La crisis presente tiene muchos aspectos diversos. Uno de los más curiosos fenómenos que apreciamos en ella es una especie de arrodillamiento ante el mundo, que se manifiesta de mil maneras... En amplios sectores del clero y del laicado, aunque es el clero el que da el ejemplo, apenas la palabra «mundo» es pronunciada, brilla un fulgor de éxtasis en los ojos de los oyentes». Palabras como presencia en el mundo, o mejor aún, apertura al mundo, suscitan estremecimientos de fervor. Por el contrario, «todo lo que amenaza recordar la idea de ascesis, de mortificación o de penitencia es naturalmente apartado. Y el ayuno está tan mal visto que más vale no decir nada de él, aunque por el ayuno se preparó Jesús a su misión pública»...

Ricos y mundanizados. El joven del Evangelio, que fue llamado por Cristo, no quiso dejarlo todo para seguirle, «porque era muy rico» (Mt 19,22). Hoy ocurre lo mismo en muchos países ricos descristianizados. Entre ellos, «porque son muy ricos», casi ningún cristiano quiere dejarlo todo para seguir a Cristo. Están apegados al mundo, y no están libres de su fascinación. Pero tampoco tiene nada de extraño que mantengan esa actitud, si al apego natural, digamos, a las riquezas, se añade además que estos cristianos han sido educados en una nueva actitud espiritual de simpatía y admiración hacia el mundo secular.

Pues bien, cuando una Iglesia mantiene viva la visión bíblica y tradicional sobre el «mundo», como asociado a la carne y al demonio para combatir el Reino de Dios y perder a los hombres, 1.- los laicos se santifican, pues viven en el mundo secular con las cautelas convenientes, y al verlo tan perdido en la mentira y la vanidad, se empeñan en mejorarlo con todas sus fuerzas; 2.- y los sacerdotes y religiosos, al ser llamados por Cristo, están prontos para dejarlo todo y seguirle, buscando así la perfección evangélica propia y colaborando con él en la salvación del mundo.

> Vocaciones. Por el contrario, si prevalece en tal Iglesia una visión del mundo secular extraña al Evangelio y a la tradición, si se ve el mundo como un ámbito no malo, sino neutro; y si, por otra parte, se generaliza la convicción de que da lo mismo, en orden a la perfección, dejarlo todo o seguir con ello, entonces: 1.- los laicos se secularizan, se pierden en su condición secular, no son fermentos evangélicos en el mundo, ni tienen fuerza alguna para mejorarlo; y 2.- los sacerdotes y religiosos también se secularizan, existencial o incluso canónicamente. Y por supuesto, no hay vocaciones.



Pero veamos el complejo tema de las diversas vocaciones con un poco más de amplitud.

La renuncia de los religiosos al mundo

Que los laicos, viviendo en el mundo, están llamados por Dios a la perfección de la vida cristiana es una verdad de fe indiscutible (puede verse mi escrito Caminos laicales de perfección). No me detendré, pues, aquí a estudiar las posibilidades de santificación de los que tienen el mundo, sino la de aquellos otros -sacerdotes y religiosos- que, de uno u otro modo, renuncian a poseerlo. Señalaré algunas verdades de la fe que hacen posibles estas vocaciones, y los errores contrarios que acaban con ellas.

Pues bien, Jesús llama de entre los cristianos a algunos para que dejen el mundo y le sigan (+Mt 19,21.27). Los religiosos, según esto y en palabras del Vaticano II, vienen a ser cristianos que «no sólo han muerto al pecado, sino que también, renunciando al mundo, viven únicamente para Dios» (PC 5a; +Rm 6,11). «Cada día muero» (1Cor 15,31), pues «el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo» (Gál 6,14).

Paradójicamente, esta muerte al mundo hace que, entre todos los cristianos, sean precisamente los religiosos los que tienen una vitalidad más fuerte y benéfica, que se manifiesta no sólo en la vida eclesial, sino también en la vida cívica del mundo temporal. Nadie, por ejemplo, ha tenido en la historia civil de Europa o de América un influjo tan profundo y benéfico como los religiosos. Juan Pablo II recordaba hace poco esta realidad histórica tan cierta y notable (29-X-94).

Caminos de perfección más o menos perfectos

Existen actualmente muchos caminos de perfección, antiguos o modernos, reconocidos por la Iglesia, para tender con rapidez y seguridad hacia la santidad: órdenes monásticas, canónigos regulares, órdenes mendicantes, clérigos regulares, así como congregaciones religiosas clericales o laicales, institutos seculares, sociedades de vida apostólica, etc.

Pues bien, es oportuno recordar en esto la enseñanza de Santo Tomás -bastante tradicional en esto-, cuando considera la mayor o menor virtualidad perfectiva de los diversos modos de la vida religiosa, que en su tiempo estaba todavía muy poco diversificada. Afirma el Doctor común en la Summa Theologica unos criterios que hoy nos conviene recordar (STh II-II,188, 1-8).

1.- La mayor o menor excelencia de los institutos diversos de vida consagrada ha de considerarse primariamente por el fin al que principalmente se dedican, y secundariamente por las prácticas y observancias a que se obligan, que vendrán determinadas por ese fin (+II-II,188, 6).

2.- Según eso, el primer grado de perfección corresponde a la vida contemplativa-activa, la que llevaron Cristo y los Apóstoles, pues es más lucir e iluminar que sólo lucir; el segundo grado corresponde a la vida contemplativa; y el tercero a la vida activa (+II-II,ib.). Y aún conviene añadir otros dos principios a esos dos enseñados por Santo Tomás.

3.- La consagración personal, realizada por la profesión de los consejos evangélicos, según dice el Vaticano II, «será tanto más perfecta cuanto, por vínculos más firmes y estables, represente mejor a Cristo, unido con vínculo indisoluble a su Iglesia» (LG 44a). En esta perspectiva, pues, los institutos con votos solemnes y perpetuos son los más perfectos y perfeccionantes.

4.- Por último, la vida consagrada es, en principio, tanto más perfecta cuanto más efectivamente renuncia al mundo, sea saliendo fuera de él, o manteniéndose dentro de él, pero con suficiente pobreza y recogimiento.

Efectivamente, «si quieres ser perfecto, déjalo todo y sígueme»: ya se comprende que en ese dejarlo todo, para seguir a Jesús y buscar la perfección, caben muchos grados y modalidades. En principio, pues, cuanto más completa sea la renuncia al mundo, más idóneo será el camino para el seguimiento de Jesús -es decir, para la abnegación de sí, el crecimiento en la caridad, y la acción apostólica-. Esta renuncia al mundo, por lo demás, puede ser muy radical, aunque se esté en continuo contacto con los hombres: podemos comprobarlo, por ejemplo, en las Hijas de la Caridad o en las religiosas de la Madre Teresa de Calcuta. Én todo caso, es éste un criterio de orden secundario, según enseña Santo Tomás en la primera regla señalada. Es el fin pretendido por cada familia religiosa -volveré sobre ello- lo que caracteriza principalmente su grado de excelencia.

Rectificación de algunos criterios falsos

Si actualmente el aprecio excesivo de la secularidad -que en ciertos ambientes llega al «arrodillamiento ante el mundo»-, es una de las enfermedades más difundidas en el cristianismo de las Iglesias locales más debilitadas, de ahí habrán de seguirse inevitablemente, y también en forma generalizada, ciertos errores respecto a los diversos caminos de perfección. No se verá la vida religiosa, la del seguimiento de los consejos evangélicos, como «mejor y más seguro estado», en expresión de Santa Teresa (Vida 3,5). Incluso, se estimarán mejores aquellas formas de vida consagrada que menos renuncien al estilo de vida del mundo secular. Y consecuentemente, se considerará que un instituto de vida de perfección tendrá tanta mayor fuerza evangelizadora cuanto más secular sea su forma de vida y de acción... Éstos errores y otros semejantes deben ser verificados, afirmando la verdad bíblica y tradicional.

1.- El camino de la vida religiosa es más perfecto y perfeccionador que el de la vida laical. Esta convicción tradicional de la Iglesia, arraigada en la enseñanza de Cristo y en la experiencia secular, fue reafirmada en el Vaticano II.

Este Concilio, por ejemplo, en lo que se refiere a matrimonio y celibato, quiere que los seminaristas, conociendo bien «la dignidad del matrimonio cristiano», sin embargo, «comprendan la excelencia mayor de la virginidad consagrada a Cristo» (OT 10b). Advertimos, sin embargo, que esta fe de la Iglesia sobre la mayor perfección del camino del celibato, de la pobreza y de la obediencia, es negada en ciertos modos de espiritualidad secular.

2.- La vida consagrada dedicada directamente a la evangelización, a la contemplación o al cuidado pastoral de los fieles es de suyo más perfecta, es decir, en principio más santa y santificante, que aquella otra orientada a ocupaciones seculares o a labores asistenciales. Los Apóstoles, en concreto, se reservan exclusivamente para «la oración y el ministerio de la palabra», y forman unos diáconos para que se dediquen al caritativo «servicio cotidiano» de los pobres (Hch 6,1-7). No parece dudoso que los apóstoles, al hacer esto, eligen la mejor parte (Lc 10,42), siendo, al mismo tiempo, muy buena la parte que encomiendan a los diáconos.

La mejor parte y sin duda la más urgente. Dejando el caso concreto excepcional, y considerando las necesidades globales de los hombres y de los pueblos, hay que afirmar y reafirmar que, hoy como siempre, la tarea más urgente para el bien de la humanidad es la predicación explícita del Evangelio. Si este prioritario servicio de evangelización no es cumplido suficientemente, 1º, de tal modo crecerán en el mundo las miserias humanas -hambre y enfermedad, drogadicción y neurosis, paro y guerra- que los servicios caritativos de los laicos y de los religiosos asistenciales se verán absolutamente desbordados, aún más de lo que ya están ahora. Pero además, por otra parte, 2º, se terminarán las vocaciones asistenciales, pues no habrá suficiente acción evangelizadora que las suscite y cultive. De hecho, cualquiera puede comprobar que se van haciendo ya ancianos los religiosos, y que no hay jóvenes dispuestos a relevarles. La urgencia, pues, de reafirmar el primado de la evangelización, sin dejar por eso otras actividades asistenciales muy urgentes, puede verse, por ejemplo, en un San Pablo, que llega a decir: «no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio» (1Cor 1,17).

3.- En principio, la vida religiosa más pobre es la que tiene más fuerza santificadora y evangelizadora. Y esto último es verdad tanto entre los pobres como entre los ricos. Así lo demuestra la vida de Cristo y de sus apóstoles, que en la mendicidad evangelizaron a ricos y pobres, sabios e ignorantes. Sigue, pues, vigente la norma de Aquél que envía al apostolado: «no toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata, ni tengáis dos túnicas cada uno» (Lc 9,3).

Desde Juan el Bautista, pasando por los apóstoles, los santos de los desiertos, los monjes que hicieron Europa, o los misioneros de América, el Señor ha obrado siempre sus mayores obras de santificación personal y de apostolado a través de cristianos llamados por Él a una gran pobreza, es decir, a una renuncia sumamente radical al mundo secular.

Por supuesto, el Señor suscita formas de apostolado que requieren muchos medios -casas, instalaciones, talleres, bibliotecas, etc.-; pero quienes se sirven de todos esos medios, deben reconocer bien claramente que cuando Cristo aconseja la pobreza se refiere también a los medios puestos en el apostolado. Y así, la misma disposición de esos medios, necesariamente cuantiosos, debe estar marcada con el sello de la austeridad evangélica. Y, lo que es más importante, quienes usan de esos medios para el apostolado no han de poner nunca su confianza en la eficacia de esos medios, sino en la gracia misericordiosa del Omnipotente (expongo más ampliamente este tema en Pobreza y pastoral).

4.- Aquella forma de vida consagrada en la que se renuncia menos al estilo exterior de la vida secular común es menos perfecta, de suyo y en principio, que otras en las que, con plena libertad respecto al mundo, se sigue un camino de vida comunitario netamente inspirado en el Evangelio. Ahora bien, es indudable que el Señor asiste con su gracia a aquellos cristianos que, dóciles a la vocación que Él mismo les da, llevan una forma de vida en la que el mundo -sus costumbres, sus ocupaciones, sus títulos y prestigios, sus vestidos, sus modos de ocio, etc.- se deja menos en lo exterior.

Por el contrario, cuando estos cristianos estiman que su camino, por ser más secular es más perfecto y apostólicamente más eficaz, entonces se apoyan más en la fuerza humana que en la de Dios, y por ahí se debilitan o se pierden. Y es que se alejan en esto de la lógica del Logos divino (1Cor 1,26-31).

5.- La vida consagrada a Dios por votos solemnes y perpetuos debe ser especialmente apreciada, pues en principio es más santa y santificante que aquellas otras que se fundamentan en votos temporales o en otros compromisos menos firmes y estables (+LG 44a; STh II-II,88,6).

> Vocaciones. Fácilmente se entiende que, allí donde no se mantengan vivas estas convicciones de la fe cristiana, y se iguale la virtualidad santificante de todos los caminos, o incluso se consideren éstos mejores cuanto más seculares sean, se acabará con las vocaciones sacerdotales y religiosas.

En fin, quede claro en todo esto que no se compara aquí, por supuesto, la virtualidad santificante, por ejemplo, de un movimiento laical muy ferviente con una orden religiosa muy decadente. Se compara, ya se entiende, estados diversos de perfección en igualdad de condiciones, es decir, en grados semejantes de fidelidad y entrega. Y se hace la comparación en un plano doctrinal, tratando de conocer aquello que es de suyo mejor, en principio, atendiendo a las condiciones objetivas de un concreto camino de vida. En este sentido, siguiendo a Santo Tomás, he recordado estas comparaciones no para otra cosa sino para que andemos siempre humildes en la verdad, pues «la humildad es andar en verdad» (Santa Teresa, VI Mor 10,8). Sólo en la humildad de la verdad florece la vida cristiana y surgen todas las vocaciones cristianas.

La perfección del camino sacerdotal

Una breve nota sobre el tema. Junto a la vocación religiosa, la Iglesia tradicionalmente ha reconocido que la vida pastoral de los sacerdotes, que se da plenamente en los Obispos, es un camino especialmente favorable para la perfección. En efecto, por la vida apostólica, que tantos santos canonizados ha dado a la Iglesia, se asume el mismo género de vida de Cristo y de los Apóstoles, y su misma misión, su mismo oficio y ministerio: ese dar la vida por las ovejas, para que tengan vida, y la tengan sobreabundante (Jn 10); ese «gastarse y desgastarse por las almas, hasta el agotamiento» (2Cor 12,15); esa dedicación sacerdotal «en favor de los hombres, para las cosas que miran a Dios» (Heb 5,1), es un estímulo diario potentísimo para crecer en el amor a Dios y a los hombres, es decir, para ir creciendo día a día en la perfección evangélica.

Por eso el Vaticano II, fiel a la Tradición, afirma que «los sacerdotes están obligados de manera especial a alcanzar la perfección», por su nueva configuración sacramental a Jesucristo, y porque de ello depende además en buena medida la eficacia de su ministerio santificador (PO 12; Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, cp. III).

El sacerdote católico recorre su camino diario bajo el impulso de la caridad pastoral, que le lleva a darse en el triple ministerio, como maestro, sacerdote y pastor (PO 13). Pero, al menos en la Iglesia latina, a semejanza de los religiosos, también se perfecciona en su modo según el triple consejo evangélico, es decir, también en él, dedicado a los hombres en las cosas de Dios, hay una radical ruptura con el mundo secular, configurada en la obediencia, la pobreza y el celibato (PO 15-17). Ya no enmarca su vida en las coordenadas primigenias, familia y trabajo (Gén 1,28), sino que «en cuanto representa a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, el sacerdote... está llamado a revivir en su vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia esposa» (Pastores dabo 22). Tampoco se dedica ya a pescar peces, ni a otros trabajos seculares rentables, sino que está dedicado a «pescar hombres» (Lc 5,10). Sin una renuncia, pues, al mundo secular, en sus formas naturales, elevadas por Cristo, de familia y trabajo, no puede el cristiano acceder al sacerdocio ministerial.

>Vocaciones. Pues bien, allí donde se haya secularizado la figura del sacerdote, igualando más o menos el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común; allí donde se haya olvidado o negado que el sacerdote hace sacramentalmente presente a Cristo, Salvador de todo el hombre, entre los hermanos; allí donde se ignore o se niegue que la vida sacerdotal es especialmente santificante -especialmente estimulante del amor a Dios y al prójimo-, y que, por tanto, de suyo, en orden a la santidad, no da lo mismo ser sacerdote o laico; allí donde no estén vigentes éstas y otras convicciones bíblicas y tradicionales, disminuyen necesariamente o desaparecen las vocaciones sacerdotales. Ésta es una afirmación teórica, doctrinal; pero es al mismo tiempo una comprobación práctica, de experiencia.

Mundanización-secularización y escasez de vocaciones

> Vocaciones. Volviendo al tema de la mundanización secularizante, habrá que decir que la escasez de vocaciones debe atribuirse en buena parte a dos causas:



1ª.-Apenas hay cristianos que quieran renunciar al mundo para seguir a Jesucristo, o bien porque están apegados al mundo, como el joven rico (Mt 19,22), o bien porque les han hecho creer que tal renuncia no trae especiales ventajas para la vida espiritual y el apostolado.

2º.- Los seminarios y noviciados de ambiente mundano defraudan gravemente a aquellos cristianos que quieren dejar el mundo, para seguir a Cristo, al servicio de los hermanos. Y en ocasiones, esos Centros formativos ejercen sobre esas personas presiones difícilmente soportables.

Es un dato de experiencia que las verdaderas vocaciones al sacerdocio o a la vida religiosa se ven continuamente hostilizadas en los seminarios o noviciados de ambiente secularizado, y que en ocasiones, incluso, acaban con ellas o las malean. Por lo demás, es fácil comprobar que son estos Centros los que menos vocaciones atraen. Y al contrario, los Centros formativos que más vocaciones atraen son aquéllos cuya vida es notablemente distinta a la del mundo secular y claramente mejor, más evangélica.